De poetas, corviches y esas “cosas”

Ángeles Martínez| Escritora

Hace tiempo que tenía una deuda con la escritora Yuliana Marcillo: ir a leer poesía en Manta, reunirme con la gente que arma una movida de alto impacto contra la marea. Sin bendiciones ni fondos, los Papagayo K (Yuliana Marcillo, Érika Pico, Kenia Gil, Xavier Soto, Jairo Barreiro, Alexis Cuzme, Diana Zabala, Ernesto Intriago) han levantado polvareda porque quisieron que sucedieran “cosas” que solo pasaban en las lejanas Quito, Guayaquil y Cuenca.

El colectivo nace en 2018, pero de las semillas de una década. Cuzme me explica que hacen eventos diversos… pero que lo más importante es el encuentro literario en octubre, en el mes de las Artes, que desarrolla el GAD de Manta, o Amor escupido (en febrero) y la feria de libro independiente (julio), además de otras presentaciones y libros en alianza editorial con Tinta Ácida.

¿Cómo logran tantas maravillas? ¿Hay algo entre su tesón y el espíritu de Hugo Mayo? Suena muy bien, pero no hay magia. Hay días en que están al borde de abandonar todo, las condiciones no son fáciles.

On the road hasta el mar

En el camino, en una doble cabina gris, fui compañera de viaje del gran narrador de realismo sucio Francisco Santana y el multifacético artista-intelectual-artista Ángel Emilio Hidalgo. Vamos a ver, de un negro que no es negro -aunque él lo sea-, que no es ecuatoriano porque Guayaquil es su patria -así él lo quiere-. Y el otro colega, un poeta sereno y de cuidadas letras, historiador muy serio miembro-número -como se diga- de la Academia, que, para sorpresa de muchos también es DJ de salsa y se traslada con 39 long y el aparataje para pincharlos.

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Treinta y nueve long plays -le ayudé a contarlos- tenían su lugar en el asiento trasero de la camioneta de José Luis Anchundia, que dice se pierde en Guayaquil -pero no lo hizo-. A mitad de camino paramos a comer corviches en Cascol, una experiencia lírica, preludio de choclos en leña, queso, dulces y otros encantos manabas.

Aunque no parecía, por lo animado del viaje, Santana había salido en su “bici” la noche anterior al viaje y a la madrugada volvió a casa con las rastas mojadas, a las 3:30 am. Seguro habló de su maestro de taller Velasco Mackenzie, quien le dijo que su escritura era una mierda pero que tenía estilo. El muchacho de 18 años tuvo las agallas de quedarse y enorgulleció a su mentor.

A las 3:30 también Ángel Emilio regresaba de leer poesía de su quinto poemario, el aún inédito Acapulco So Close, y hacer de DJ, esta vez de rock latino en Milagro, donde también están pasando “cosas” gracias a Jean Carlo Guizado y Andrea Mejía, artistas visuales y dueño del bar Jailhouse.

Yo dormía, había preferido un ritual en solitario, bañarme en el hidromasaje del hotel y huir de la apabullante bulla del amor, sus multitudes de globos rojos y canciones horribles.

Los tres, en un kilómetro sin número, entre bromas y panoramas literarios, supimos que nos habíamos divorciado a los siete años de matricidio, “número de mal agüero”, decía la abuela de Santana, quien creía que eso pasaba por no casarse por la iglesia… ¡estábamos muy bien!

Ángel Emilio, el último en divorciarse, había bajado 30 libras y cambiado su estilo de vida. No bebe alcohol desde hace seis meses -según dice-; Santana al menos no ingiere azúcar, ni fuma cigarrillos; y yo, bueno, había celebrado mis 40 y vuelto a jugar básquet, por lo que llevaba un gran morado en mi brazo como medalla.

Supongo que habíamos salido, más o menos bien parados, del atribulado modernismo de los años mozos, pero nunca se sabe.
En Manta se nos uniría la poeta Amanda Pazmiño, nacida en Quito, crecida en Guayaquil con parientes de Ambato y bisabuela de Izamba.

Ella iba, después de ocho horas de bus, fresca como una lechuga -nacida en 1993 al fin y al cabo- hacia el Museo, nos alcanzaría luego en la playa. En su deambular aprovecharía para recoger piedritas -que nos regalaría como un preciado amuleto- y para escribir algo en su celular. Andaba con el libro La desnudez de Georgio Agamben bajo el brazo, pensaba en su maestría de Historia de la Cultura de la Andina, en su maestra Alicia Ortega y sonreía todo el tiempo.

Antes de salir al recital nos encontraríamos en el Hotel Miami con el vate de Santa Elena, matador con Dolce & Gabbana, Luis Franco, quien abandonó su sueño de ser cura por amor a un compañero de Seminario y ahora, además de haber ganado importantes premios en México y España, también lee el tarot de forma tan atinada que puso en raya a su amigo el poeta manteño Alexis Cuzme, cuando andaba camino al despeñadero de la muerte.

En la noche se sortearon cuatro lecturas de tarot entre quienes compraron libros, ¡cada una valorada en treinta dólares!… ¡Franco goza de espiritualidad y, cuando lees su versos o le ves bailar salsa, sabes que se ha amistado con la carne!

A Luis lo conocí en 2013 en el encuentro Los Amantes de Sumpa. Santana me había comentado que ya no se hacía por falta de fondos, lo cual me apenó porque como en Manta, el de Santa Elena también estaba organizado por gente que se parte el lomo para que el arte llegue a la periferia, a los olvidados desde los olvidados, sin esa pose de salvadores. Luis Franco me confiesa que trabaja por volver a armarlo… el país, que sé yo… ¡el mundo! Lo necesita.

La agrupación Papagayo K pone en valor a poetas manabitas olvidados. En Negados al Olvido recoge textos que se han presentado en sus actividades.

Escupir versos y bailar

Bueno, la noche de febrero, post-san valentín -sí con minúscula- los Papagayo K convocaron a su octava edición de “Amor escupido, borracho de la bohemía” -tal cual, con tilde por “Mi sueño” de Willie Colón- la cuidada imagen del evento es obra del infografista Freddi Fiallos.

Esta vez en la Flavio Reyes y Calle 18, el Noa Bar Cevichería no dio abasto y hubo que tomarse la calle, pedir al menos 30 sillas extra para un público variopinto. Sus auspiciantes, el bar, la Casa de la Cultura Ecuatoriana Núcleo de Manabí y el Centro Cívico Ciudad Alfaro pueden asegurarse de que hicieron bien y hay que ser aún más generosos.

Intriago y Cuzme presentaron el evento recordando su origen… Ángel Emilio habló de la conexión de salsa y poesía, un tema que desarrolla en conferencias abiertas de vez en vez.

Luego leyó Amanda, un poema de su plaquette “Recorrido de Abismo” y otro texto, fresco como camotillo, que quizá vaya a su primer libro por salir este año.

Leyó también Luis Franco, que aunque se pone muy nervioso, sorprende gratamente su evolución y calidad. Mi turno… Una jovencita que conocía mis libros hizo que quisiera tener ya en las manos Entrecortada, que va camino a la imprenta de La Caída, editorial del argentino errante Germán Gacio.

Acto seguido, Santana, a quien le gusta que la gente se ría, expuso un texto sobre la práctica del sexo tántrico de su Historia Sucia de Guayaquil -hit que tiene desde hace poco su segunda parte La Piel es un veneno-. La mayoría se regocijó con sus cantos y desparpajo; pero, también hubo algún importante ofendido.

La ronda de invitados la cerró Ángel Emilio con sus inéditos, en hojas impresas y llenas de correcciones, poemas del amor y el desamor que son la misma cosa, una cadencia que funcionó como fuerza antimotines.

Las horas se convirtieron en cerveza, caña manabita, comida bien sazonada, fotos, risas, baile y micrófono abierto para un italiano huancavilca, mujeres que ya no le temen a nada, atrevidos, románticos, anarquistas. Los Papagayo no leyeron, se toman en serio lo de organizadores.

La salsa brotaba a borbotones desde Chino y su Conjunto Melao-100 % bailable; Eddie Palmieri- Mozambique; Fania All Stars-Latin; Soul Rock, Dan Den-Más Rollo Qué Película… convocados por Ángel Emilio.

Yo debo confesar que nunca pude con la salsa, pero como todo el que viene, me llevo tanto de estos eventos nada acartonados que necesitan ser conocidos y reconocidos con toda su mística star. CP