Carlos Efraín Meneses Yépez| Catedrático
Se cumplen 50 años de la publicación de El obsceno pájaro de la noche, una de las novelas más trascendentes del escritor José Donoso.
Resulta conmovedor constatar la decrepitud a la que se puede llegar por el arribismo social y el fanatismo religioso, descritos en El obsceno pájaro de la noche. Todo en esta obra gira en cómo se intenta negar el embarazo de Inés, hija única de diez hermanos de la familia Azcoitía, familia poderosa y dueña de tierras.
La muchacha fue encerrada en un convento para que una monjas de clausura se ocuparan de ella. Nadie, nunca más, ni siquiera sus nueve hermanos, pudieron volver a verla. Eran finales del siglo XVIII y con ella se inició una leyenda en la que se pretendía hacerla pasar por cómplice de una bruja, que supuestamente era la responsable de varias desgracias que ocurrían en la comunidad.
La bruja era la nana, la única que sabía el secreto del embarazo, por lo que el padre de Inés decidió hacerla desaparecer. A su nieto lo abandonó en la casa de un peón, en otro de los fundos de su propiedad. El bastardo creció como un huaco, sin nombre ni origen, criado por cualquiera, moquillento y desnutrido, confundido con los chiquillos de la peonada.
Luego de un terremoto, el convento donde vivía la muchacha fue lo único que permaneció en pie en el pueblo. Durante el sismo la vieron en el patio, de rodillas con los brazos en cruz. Desde ese momento la tomaron por santa. Se convirtió en el orgullo de la familia, aunque en ella ya había senadores, obispos, y otras distinciones.
Se trataba de dar un giro totalmente opuesto a lo que había ocurrido, encubriéndolo con el fanatismo religioso. El orgullo de tener una santa dentro de la familia llega a tal punto que un siglo y medio después, una pariente lejana, Inés Santillana, hace varios intentos para que fuera canonizada.
La historia se plantea como el origen de una sobredeterminación que recorre toda la novela.
En la Casa de Ejercicios Espirituales de la Encarnación de la Chimba, donde había cuarenta asiladas, tres monjas, y cinco huérfanas, llegó embarazada una muchacha pidiendo ayuda. Allí nació su hijo, Humberto Peñaloza, sietemesino y sordomudo, personaje fundamental de la novela. El mudo, el Mudito, que fue criado como sirviente.
Creció en esta casa hasta que conoció a Iris Mateluna, una de las huérfanas a quien también llaman Gina, hija de un asesino que mató a su madre, y quien descubre que Humberto Peñaloza no es sordo.
“No soi mudo ni sordo. Cuando hacís tintín con las llaves en el bolsillo de tu guardapolvo llevai el compás de Adiosqueremos. En nuestras leyes En las Escuelas y en el Hogar, A Dios Que-remoooooos… y los mudos de veras no pueden llevar el compás de ninguna cosa porque no oyen, así es que no me vai a hacer lesa. […] Es un razonamiento perfecto, Iris, te felicito, tu razonamiento me acorrala y me desnuda, exponiéndome a todo porque voy a tener que sacarlo todo de debajo de mi cama, mi voz, mi facultad de oír…”.
Ambos mantienen una relación clandestina y la deja embarazada. Las viejas que regentan la casa son las sirvientas. Consideran que el embarazo de Iris Mateluna es producto de un milagro, pues el Mudito es un sirviente, pero es también un santo y no se imaginan que pudiera ser el padre. Una vez más se trata de negar al padre. Nunca le preguntaron a la chica que llegó a la casa quién era el padre del niño que estaba esperando.
Sobre este punto, existe una interpretación precisa de Donoso que coincide con la interpretación psicoanalítica de la virgen.
“El embarazo de la Iris es un milagro. Una vez establecido el hecho, nadie lo discutió: aceptamos con toda facilidad la ausencia de un hombre en el fenómeno de la gestación. ¿Con qué alegría olvidamos el acto mismo que engendró al niño, sustituyéndolo por el milagro de una encarnación misteriosa en el vientre de una virgen, que destierra al hombre!”.
Solo cerca del final de la novela, las viejas se enteran de que el hijo que está esperando Iris Mateluna es producto de su relación con Humberto Peñaloza.
Iris les confiesa que el Mudito no es mudo, ni sordo, ni niño, ni santo, sino el padre de su hijo. Las viejas consideran que lo que en realidad quiere es arrebatarles a su santo, así que deciden echarla de la Casa por puta, a pesar de que solo tiene dieciséis años…
Jerónimo es el último de los Azcoitía. Hace todo lo posible por tener un hijo que perpetúe el apellido para mantener el poder social y político que aquel apellido significa. Al final lo consigue con Inés Santillana. Su hijo Boy, nace deforme, lo que lo desestabiliza profundamente.
Finalmente Jerónimo muere, y es enterrado en el mausoleo de la familia Azcoitía. En su sepelio se evocan sus logros, la enseñanza de esta vida ejemplar que señalaba el fin de una raza a la que el país, pese a los cambios del mundo contemporáneo, se reconocía como deudor. CP