Loola Pérez: “Es imposible ser feminista y militar en la ultraderecha”

Thalíe Ponce, Periodista

 

Para la filósofa, sexóloga y escritora española Loola Pérez, el feminismo se ha convertido en un nuevo dogma. Sin embargo, se autodenomina feminista. Una no convencional: rebelde, peligrosa, hereje. Maldita.

En su libro de ensayos Maldita feminista (Seix Barral, 2020) hace una crítica a lo que llama “feminismo hegemónico” y propone un nuevo paradigma hacia la igualdad de los sexos.

Su punto de vista resulta polémico. Por ejemplo, defiende -a diferencia de muchas voces contemporáneas del movimiento- la prostitución. También opina que “se ha impuesto un tratamiento ideológico a la violencia contra las mujeres cuando se trata de un problema que debería abordarse con criminología”.

A través de un intercambio de correos electrónicos, @DoctoraGlas -como se encuentra en Twitter- habla sobre posturas políticas, su visión del movimiento y feminismo pop.

Además, considera que hablar de patriarcado en Occidente es insostenible, pues el movimiento “tiende a considerar el patriarcado como el resultado ahistórico de las relaciones de dominación de los hombres sobre las mujeres”.

Sin embargo, deja de lado conceptos como el de colonización patriarcal, que buscan -desde el feminismo- explicar la relación entre los procesos históricos en América Latina y la estructura social del patriarcado.

¿Cuándo empezaste a sentir conflicto con lo que llamas feminismo hegemónico?

Desde el principio. Leer a Despentes o Paglia me ayudó a entender que el feminismo no era un club de buenas señoritas. Entonces tenía 22 años y aunque sí me sentía feminista no me identificaba con el feminismo más popular. Espero que Maldita feminista pueda ser también inspirador para quienes tampoco se identifican con el feminismo hegemónico, pero no quieren renunciar al feminismo.

A medida que han pasado los años me he vuelto públicamente más crítica y he ganado seguridad para expresar “no estoy de acuerdo en esto” o “yo tengo otra opinión”. Cuando las cosas no se están haciendo bien o se trabajan de forma superficial, una no puede mantenerse callada o mirar a otro lado. Al final el feminismo no va de caer bien a la gente sino de eliminar la violencia y discriminación contra las mujeres, de buscar la igualdad entre los sexos, de ser más libres. Para conseguir eso a veces hay que aparcar el miedo a tener una mala reputación.

Vivimos en una sociedad que tiende a la infantilización y en este contexto, de un lado, el feminismo es señalado por los grupos ultraconservadores como el culpable de una pérdida de valores, de la promiscuidad, del adoctrinamiento en las aulas… y, por otro, el feminismo hegemónico es utilizado por muchos grupos de izquierdas para imponer códigos de conductas “adecuadas” a hombres y mujeres. Si eres mujer, ya no puedes solidarizarte con la lucha de las trabajadoras sexuales. Y si eres varón, parece que no tienes derecho ni a hablar porque eres un supuesto “privilegiado”.

¿Qué es lo más maldito de tu feminismo?

Quizá que no tengo ningún interés en prologar la infancia mental de la gente. Las personas que siguen mi trabajo o mis reflexiones en redes sociales a menudo me comentan que les invito a hacerse preguntas, a cuestionarse y que es algo que agradecen. El feminismo actual se ha vuelto muy encorsetado y quizá, cuando una feminista tiene una actitud de apertura o reflexiona en una escala de crisis, es algo que conecta con mucha gente que tiene curiosidad, interés por aprender.

En el documental Qué coño está pasando dices que el feminismo hegemónico es de corte abolicionista y que, en ese sentido, derecha y feminismo comienzan a parecerse. ¿Por qué?

Sí, el feminismo hegemónico es, generalmente, abolicionista. Cuando digo que tienden a parecerse me refiero a su visión normativa y prescriptiva de la sexualidad. Comparten una mirada conservadora en cuanto a las mujeres y la prostitución.
Mientras que para los conservadores de derecha el rechazo a la prostitución se justifica en que se trata de una desviación moral y social; el feminismo abolicionista entiende la prostitución como un ejercicio de explotación de los varones sobre las mujeres que se cristaliza en una industria. No obstante, pese a que sus raíces sean distintas, ambas persiguen políticas públicas que criminalizan a las trabajadoras sexuales.

Cuando un sector del feminismo es incapaz de aceptar la diferencia entre prostitución y trata de personas, pierden las mujeres que se dedican libremente a la prostitución, aquellas que quieren abandonarla y las más invisibles, las víctimas de trata.

Las trabajadoras sexuales tienen problemas similares a los de la clase trabajadora, pero también problemas específicos en lo relativo al estigma, la falta de derechos por su condición laboral o por ser víctimas de las leyes migratorias.

Las mujeres que quieren abandonar la prostitución desean alternativas laborales realistas y no acogerse al asistencialismo. Por último, las víctimas de trata necesitan superar el trauma, ser protegidas por la justicia, muchas veces incluso cambiar de identidad y de nombre, recuperar su vida.

¿Se puede ser feminista y ser de derecha?

La derecha tiene muchas expresiones en el mundo. En el contexto de España, sí lo creo posible, aunque con algunas reservas y matices. Al menos si se entiende el feminismo como la igualdad entre mujeres y hombres. Ahora bien, cuando el partidismo y la ideología política se colocan por encima del feminismo, se llegará a muchas aporías e hipocresías, pero esto es algo que también se puede observar en quienes se identifican con la izquierda o con una visión política moderada.

Lo que creo que es imposible es ser feminista y militar en la ultraderecha, pues esos partidos tratan de vincular la desigualdad entre mujeres y hombres con un proyecto nacionalista agresivo y xenófobo.

Justifican y defienden los roles de género tradicionales, la heterosexualidad obligatoria, se oponen a los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, criminalizan a las asociaciones LGTBI, se mofan de las personas homosexuales y transexuales, persiguen o demonizan la educación sexual. Los partidos de ultraderecha, cuando expresan su rechazo a la violencia que sufren las mujeres, lo hacen de forma demagógica, tratando de vincular migración con violencia de género… Como Abascal en España, Bolsonaro en Brasil, Lepen en Francia o Salvini en Italia.

Foto Cortesía. Tres Sotomayor.
Foto Cortesía. Tres Sotomayor.

En una entrevista decías que “hablar de patriarcado en Occidente es algo insostenible”, porque sería como negar los derechos conseguidos en democracia. Sin embargo, en Latinoamérica, también parte del Occidente, el trabajo doméstico sigue siendo mayormente realizado por mujeres, aunque ellas trabajen igual número de horas que sus parejas. Asimismo, en varios países el aborto sigue siendo un crimen. ¿Podemos decirles a las mujeres latinas que el patriarcado es un viejo fantasma?

El pensamiento feminista tiende a considerar el patriarcado como el resultado exclusivo y ahistórico de las relaciones de dominación de los hombres sobre las mujeres. Es una explicación que simplifica causas y fenómenos que requieren un análisis más profundo. La teoría del patriarcado no tiene en cuenta la historia de los diferentes territorios y deja fuera hechos como la colonización. Hay que prestar atención a otros aspectos que pueden encontrarse en una organización patriarcal, como las estructuras de parentesco, la división del trabajo basada en las diferencias biológicas como jerárquicas, o que existen mujeres que explotan a otras mujeres.

Cuando digo que en Occidente es insostenible hablar de patriarcado me refiero a que no todas las discriminaciones y violencias que sufren las mujeres en el mundo se pueden justificar en una dominación masculina. Cabe no aplicar la presunción de machismo a todos los conflictos entre hombre y mujer. Decir esto no es negar las violencias y discriminaciones que sufren las mujeres sino que, en términos discursivos, plantea una renovación y se abre a otros planteamientos y realidades contextuales.

Otra de tus críticas es hacia el “feminismo pop” por ser superficial. Sin embargo, podría ser la puerta de entrada para muchas mujeres para profundizar, posteriormente, en un feminismo desde la teoría. ¿No es mejor -como dice la estadounidense Roxane Gay- ser una mala feminista a no ser feminista en absoluto?

Lo interesante es analizar si los estímulos que ofrece el feminismo pop son suficientes para crear pensamiento y compromiso feminista, si invitan a la revisión teórica o si tiene una implicación transformadora en la vida de la gente. Hay que reflexionar sobre si los valores que encontramos en los símbolos feministas, esos que invaden la cultura popular, poseen un significado distinto cuando te lo vende una mujer privilegiada que es imagen de multitud de marcas.

Se corre el riesgo de que el feminismo se convierta en un producto y de que se despoje a la reivindicación de la igualdad de género de su carácter subversivo y transformador para convertirse en el fetiche en una economía de mercado. De hecho, pienso que adaptar el feminismo a esos términos puede llevar a que el mensaje se desgaste. Gay se define como mala feminista porque no cumple con las expectativas de un feminismo biempensante, pero no se considera mala feminista por su tendencia a un supuesto feminismo pop. CP