Yuliana Ortiz: «El mundo ya está derruido y nosotros insistimos en habitarlo»

Jéssica Zambrano Alvarado, Periodista

Yuliana Ortiz nació en una de las islas esmeraldeñas que se encuentran poco en los mapas de Ecuador. Son territorios que podrían decirse que no existen. “Pero existen, yo he estado ahí. Yo soy de allí. Sí existen”, me dice en una telellamada. Ella desde su casa y yo desde la mía, aunque estamos a unas pocas cuadras de distancia.

Su poemario Canciones desde el fin del mundo, publicado en su primera edición por la editorial argentina Amauta&Yaguar, narra en un primer poema largo, al que decidió dividir en cantos, el ritual de un mundo derruido, una familia que se desconoce a sí misma y que acompaña su exilio de un ritual con cantos que se producen en el contacto de sus cuerpo con los huesos de quienes no tienen más vida.

Ortiz construye una ritualidad en todo su poemario desde los habitantes de Pangea, en el que el padre desconoce a los suyos y las mujeres intentan abrazarse para protegerse de sus conocidos por las noches. Su caballo transita el poema y llega a “Glory Box” y una “Coda”.

¿De dónde viene esta ritualidad?
Es mi propia búsqueda del sentido de la vida. Creo que en este poemario la voz poética intenta mirar este tipo de primitivismos o estos materiales no tan citadinos, o un poco más antiguos, con la necesidad de rellenar o tratar de entender la locura en la que se está existiendo.

En ese sentido pienso en instrumentos que tienen sonoridades, pero que también se reconstruyen a partir de los huesos, que son espacios donde hubo vida pero que ya no hay vida.

El sonido que emiten es la prueba de que hubo vida. Es como esa esperanza-desesperanza, esa vida-no vida. La vida como evidencia en el hueso y su ausencia en él mismo. Es pensar qué hacemos con ello.

 

La noche
es un animal gigante
pesado
viscoso
que repta por mi columna vertebral; no pertenezco a este cuerpo. Millones de años
y hoy,
parada
sobre el final de mi mundo,
cráneo de homo erectus
rodando cerro abajo,
el alma se me escapa por la boca.

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Yuliana piensa que el mundo “ya está derruido y nosotros insistimos en habitarlo. Esa sensación de final la he tenido desde siempre”. Piensa que su poesía se alimenta de lo incompleto, de lo que está en desuso: lo primitivo o lo inútil como una afirmación de la existencia que sigue ahí a pesar de que ya no exista nada.

En el poemario la voz narrativa se pregunta ¿Cómo criar hijas tristes? En las formas de responderse hay una sentencia, hay una generación maldita…

Trabajo mucho con el tema de la familia, dentro de esa idea idealizada, pero esta familia en este mundo derruido tiene la imposibilidad de ser sólida, son familias anómalas que tienen vínculos enfermizos entre ellos, esa imposibilidad hasta en lo familiar de ser como debería ser, siempre termina siendo un mundo inestable, derruido y afectado.

El libro inicia en el ritual y deriva en un mundo moderno, a pesar de lo desaventurado que parece el ritual inicial… Pensaba hacer con este libro el sentir que de los 90 a los 2000, esa imposibilidad de vincularse al desarrollo del mundo.

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Ortiz creció recogiendo objetos que llegaban a la orilla del mar de las costas del norte, leyendo poesía rusa porque sus padres eran comunistas #-militancia que abandonaron con el tiempo-.

Pero también creció con el ritmo de las décimas y la diversidad de la poesía de sus coterráneos, como Antonio Preciado, Nelson Estupiñán Bass, amando la poesía de Argentina Chiriboga.

Sabe bien que en el siglo XX se rompieron todas las reglas de la literatura. Ella, que escribe narrativa desde pequeña, aunque antes que Letras estudió Ingeniería Ambiental, no pretende romper nada, sino más bien crear y acogerse a todo lo que está a su disposición, abrazar su mestizaje tanto como sus orígenes.

Empezó a escribir poesía porque llegó a Guayaquil, hace al menos 7 años. “Todo lo que viví aquí me ayudó a escribir poesía”, dice, aunque la ciudad era otra. Había una ebullición de eventos literarios y la gente solía encontrarse en lugares públicos, como Las Peñas. Piensa -o siente como muchos- que las dinámicas de la ciudad se volvieron más represivas. Ahora la ciudad ha mutado.

Su lugar de enunciación es lo afro, su cuerpo, el lenguaje tradicional de sus ancestros, un capítulo sobre la familia al que considera cerrado y en sus recientes trabajos poéticos, su condición de antillana.

 

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Desde hace mucho se piensa en reivindicaciones sociales con etnias, pero al ser mujer y al ser descendiente de afro igual es inevitable que se vea una carga con lo que haces…

Lo afro, lo negro, lo indígena, lo cholo tienen que ver con un tema de enunciación. Me considero negra y afro. No creo mucho en el parricidio. En el siglo XX se rompió todo. Estoy en el siglo XXI y tengo posibilidad de romper con todo. Mis amigos artistas esmeraldeños odian lo afro, pero yo pienso que todas las herramientas nos ayudan a crecer y a pensar el mundo desde distintos lugares.

Pienso cómo en Esmeraldas o en Ecuador, en general, a la gente le cuesta mucho hablar de su cultura, pienso en cómo hablan desde sus mestizajes, eso se celebra mucho en lo literario, pero acá tenemos pánico y escribimos castellanamente, usamos más anglicismos que otra cosa.

¿Cuál sería tu lugar de enunciación desde la lengua?

Me gusta mucho la oralidad, me gusta la palabra viva, la vinculo con la oralidad en Esmeraldas. Me gusta escuchar cómo hablan las personas sus acentos. En la primera parte de mi poesía tenía miedo de trabajar el lenguaje. No sabía cómo iba a escribir ni desde dónde iba a escribir. En ese sentido puedo pensar en Kamau Brathwaite, que es un poeta de Barbados, que cuando estaba en el colegio leía a Shakespeare y pensaba cómo escribir desde una isla, desde la marea, si estaba leyendo a Shakespeare, si le faltaban referentes más cercanos. Yo, aunque había leído a los poetas esmeraldeños, tenía miedo de explayarme más en el lenguaje, en “Canción de amor para un caballo desbocado” me doy algunas licencias de ampliar este lenguaje y trabajar con mis términos, mi territorio.

Hay un miedo en el lenguaje porque hay un miedo de validación. No puedo decir que escribo pensando sin que me vayan a leer en algún momento. Sí pienso en si se entiende o no. Ahora ya no pienso así, pero más joven pensaba totalmente así y tenía muchísmo miedo de cómo iba a escribir. No saber escribir te hace pensar el lenguaje de alguna manera. Pienso en Juan Montaño y lo vinculo a Rita Segato cuando dice que solo cuando eres viejo puedes ser feliz, porque ya no te importa nada. Sabes cómo son las cosas. Me gustaría trabajar el lenguaje de una manera más desbocada, más abierta y más sin miedo.

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Hay quienes pueden considerar esta enunciación un modo de exotismo. Ha escuchado encuentros poéticos a los que la invitan, comentarios como que está en el cartel porque en tiempos donde se escoge por “lo políticamente correcto” ella “es la única poeta negra y mujer”.

Se lo dicen incluso cuando sus dos poemarios han sido editados solo fuera del país, Canciones desde el fin del mundo -publicado por la editorial argentina Amauta & Yaguar- y Sovoz – publicada en Perú-.

Lo resaltan a pesar de que para este siglo de reivindicaciones con identidades étnicas -tanto como con las sexogenéricas-, hay quienes recorrieron ese camino desde antes, como Preciado, un poeta al que valora en todas sus etapas, desde las más tradicionales a las más rupturistas.

Un cuentista infantil que estuvo tras uno de los puestos más importantes del Ministerio de Cultura y Patrimonio (MCyP) le dijo durante la inauguración de una Feria del Libro, en Cuenca, que a pesar de todas las condiciones de su provincia -una de las históricamente más pobres del país – ella escribía. Llegó a escuchar lo que le decían porque todos se voltearon a mirarla cuando había decidido su ausencia del discurso político.

Durante la semana que planeamos esta entrevista, Yuliana tuvo más trabajo de lo habitual. Da clases por la aplicación de moda (no la nombro por eludir el espacio publicitario que ha ganado) y aunque nos íbamos a encontrar en un parque del centro de Guayaquil, mantener una distancia prudente y hablar de poesía antes de que iniciara el toque de queda -pactado hasta ese día para las 16:00-, decidimos que mejor sea por la misma vía con la que se encuentra con quienes necesita hacerlo en tiempos de pandemia.

Esta semana también dicta un taller sobre poéticas afrodescendientes al que ha llamado Palenke. En clases discuten el trabajo de Preciado y sus intentos por salir de la categorización que siempre le hacen -a veces aún desconociendo su trabajo- como poeta negro.

“Preciado se quiere abrazar a la historia de la humanidad. Para él, ser reducido al color de su piel equivale a convertirse en un mero objeto sin ninguna posibilidad de autodeterminacion”, dice Michael Handelsman.

Para Ortiz, en cambio, todas las herramientas nos ayudan a crecer y a pensar el mundo desde distintos lugares. “Pienso que estos tiempos son repensar la individualidad y repensarnos a nosotros mismos, no como uno solo, sino entender que somos manada y que hay cosas incluso más antiguas que nuestra propia existencia, memorias antiguas del cuerpo, como los huesos o los caparazones en las arenas. Cuando escribía Canciones desde el fin del mundo, que pronto se presentará en Ecuador con la editorial artesanal Kikuyo, Ortiz leía mitología nórdica y también esmeraldeña. Pensaba desde lo más primitivo del cuerpo y en su vínculo con el mar, en la posibilidad que te da la corriente de crecer como cultura, pero también perderte “porque el mar es un ser bastante engañoso”, dice Yuliana.

Cuando pensó su poemario tenía una idea que concebía bastante clara, pero el cuerpo la llevó hacia otro lugar, hacia otras imágenes. CP