Jéssica Zambrano A.| Editora de Cartón Piedra
Las ballenas no usan el aire para producir el canto con el que migran a través de las corrientes marinas, con el que buscan comida o se comunican.
Vibeke Mascini, una artista holandesa que trabaja con la grasa de ballenas como una forma de develar los intersticios de la realidad, cuenta –desde una cafetería en Guayaquil– que los científicos han desarrollado una serie de estudios en los que han descifrado la existencia de grupos distintos de los seres más grandes del planeta, en los que cada cual produce su propio sonido. Sí, el sonido de las ballenas es un factor cultural. Es su lengua.
El sonido de las ballenas se produce a través de vibraciones. Es una guía para reconocer el camino que recorren porque sus ojos en el agua no funcionan de la misma manera que los de un hombre en la tierra. La vibración que producen las ballenas es parte de esa caja de sonidos que es el mar.
Vibeke usó las grabaciones que hizo un grupo de científicos a unas ballenas en los mares helados para convertirlas en notas musicales y después ser sonorizadas de manera automática por una pianola.
El motor de ese antiguo instrumento funciona con la energía producida por la grasa de una ballena cuyo viaje por el mar lo terminó varada en una playa, del que posteriormente fue cremada.
La instalación sonora a la que ha denominado Salvage usa la batería de carros Tesla, una de las más grandes que existen, para usar toda la potencia posible de la grasa y sonorizar en la tierra el eco que producirían las ballenas que perdieron su ruta en el mar, tal vez por la contaminación sonora de los botes con los que conviven, o la polución ambiental que llevó su nado hacia otra orilla.
“Una ballena varada siempre ha sido un presagio. De su cuerpo se extraen tantos mitos como materia”, dice Vibeke, quien presentó en octubre pasado la muestra This Giant Time, en la pequeña galería quiteña Khôra. Esta vez Vibeke produjo otro tipo de luz: la que se enciende con unas velas, hechas con la cera de la grasa de las ballenas.
Desde 2015 recurre constantemente a este material para pensar lo relativo que puede ser el peso de los animales más grandes del planeta, tanto como las posibilidades que tienen los gobiernos para protegerlas.
Vibeke piensa en la propiedad de la grasa de las ballenas, que convertida en aceite es capaz de producir energía –aunque esté prohibido de manera particular– de la misma manera que se utilizó para iluminar las ciudades hace dos siglos.
En países como Holanda los gobiernos pueden producir energía con la grasa de ballenas que terminaron varadas en la orilla del mar.
Sin embargo, este material, al igual que el petróleo, no tiene un propietario. Puede producir energía, puede usarse, pero no es de nadie. Desde la década del 70, en muchos países –entre ellos Holanda– las ballenas fueron declaradas animales protegidos.
Vibeke ha sido declarada “cuidadora” del porcentaje de grasa con la cual trabaja. Su obra no busca una respuesta a una sola pregunta. Se hace muchas para encontrar, al menos, una sola buena respuesta.
“Sabemos que las ballenas son los animales más grandes y pesados del planeta, pero en el lugar en el que viven por un largo tiempo nunca son pesadas, su peso es relativo. En el agua son ingrávidas, la gravedad funciona de otra manera en el agua, es como si estuvieras volando. Los animales más pesados del mundo solo son pesados en la tierra, donde viven su peso no tiene límites”. CP