Ilustración de Gabriela Valarezo

Nunca despacito

Jaime Nuñez del Arco| Artista Visual


Pocos meses atrás, en un antro para turistas en el Village de Nueva York, el dúo ganador de cerveza helada y papas grasientas fueron, junto a mí, testigos de primera mano de la democratización del reguetón. Fue una noche para observar a mujeres de mediana edad saltar de sus asientos, soltar la mano a sus esposos y quebrar sus caderas e inhibiciones al ritmo de la banda local, partiéndola con una tripleta de éxitos latinos: Píntame, Ai si eu te pego y Despacito.
Hablar de un reguetón takeover a estas alturas suena a cuento viejo. Las cabezas del género son cabeza de festivales, estadios, Spotify, YouTube, matrimonios, graduaciones, cumpleaños, fiestas de aniversario, fiestas infantiles, tardes de cocteles y noches de entierro.
Historias que hoy adquieren el carácter de leyenda (cómo empezaron, cuántas penurias vivieron, las siete cifras que hoy aparecen en sus cuentas de banco) forman parte tanto de la discusión cultural, como de las letras que coreamos en la ducha mañana, tarde y noche.
Durante la última década, el reguetón nos evangelizó como una religión que barrió con todo, terapia de shock que reconstruyó nuestros gustos, sonidos y bailes a punta de pum, pa tum, pa tum.
Aquí, el ejercicio de contar en once canciones (una por cada año de esta década, más una yapa) cómo el reguetón se convirtió en la nueva iglesia del pop. Dios bendiga.

2010: “Danza Kuduro”, Don Omar (feat. Lucenzo) 

Cuando la herencia del reguetón clásico de la primera década del 2000 estaba cayendo en manos de cadáveres anglos como Nelly Furtado, Don Omar lanza un temazo global que rescata ritmos africanos y es el primero del género en bailarse sin vergüenza en matrimonios, quinceañeras y clases de aeróbicos a lo largo y ancho de Latinoamérica.

2011: “La Pregunta”, J Álvarez 

Antes de J Balvin, existía J Álvarez. “La Pregunta” fue su gran hit, el himno que presentó en sociedad un nuevo tipo de reguetón diluido: menos crudo y más digerible, para un público en fase de construcción, digital y masivo, que a duras penas rozaba la mayoría de edad. Sus letras románticas y ligeramente divertidas anticiparían lo que su tocayo hizo con “6 a.m.” un par de años después.

2012: “Limbo”, Daddy Yankee

Luego de una década de bombear Gasolina, Daddy Yankee baja del auto y sube a la discoteca de la mano de Luny Tunes (en la que sería, hasta ahora, la última gran producción del dúo).  “Limbo”, con sus intenciones de world music y jugando al crossover con un remix en spanglish, llenó el tanque de gente como Wysin y Yandel (escuchar “Hay algo que me gusta de ti”, una colaboración diseñada para el club junto al ahora desterrado Chris Brown).

2013: “Propuesta Indecente”, Romeo Santos

Sensual, atrevida y 100% pop, la bachata de Romeo Santos (así como ya lo había hecho su combo Aventura algunos años antes) mantiene un ritmo lento y el clásico sonido de requinto, pero ingeniosamente aderezado con hiphop, r&b, reggaetón y -como en este track picante y elegante- tango.
El originario del Bronx y sus legiones romeístas convirtieron a la bachata, un ritmo tildado de vulgar, en un baile universal y conectado a ese tsunami en proceso llamado música urbana.

2014: “Ay vamos”, J Balvin

Reguetón que en tres minutos presentó al mundo una nueva legión de superhéroes: Infinity Music, Sky, Mosty, Bull Nene y, claro, J Balvin. El primer gran ejemplo de una construcción colectiva transparente, donde escritores y productores alcanzaron niveles de popularidad nunca antes vistos. Con un título gramaticalmente deforme (hacienda eco de la cultura meme), “Ay vamos” alcanzó otro récord, el video más visto de YouTube en el mundo. Claro, hasta “Despacito”.

2015: “El perdón”, Nicky Jam y Enrique Iglesias

En camino a resurgir como ave fénix, Nicky Jam fue lo suficientemente hábil al treparse a la voz quejona de Enrique Iglesias y abrirse camino como artista urbano, global y multifacético. Para bien o para mal, también abrió la caja de pandora que lanzó a redes y radios híbridos de reguetón con voces añejas del pop latino noventero como Thalía, Maite Perroni y Ricky Martin.

2016: “Reguetón lento”, CNCO

La boyband del reguetón nació del reality La Banda. Este quinteto de adolescentes norteamericanos apadrinados por Ricky Martin encontrará público hasta que les salga barba y cambie su voz. Mientras tanto, es imposible desestimar el poder de una pista melódica, letras aptas para todo público y capital ilimitado para invertir en redes sociales. Los dos billones de vistas en YouTube avalan lo dicho.
Los boyband del reguetón encontrarán público hasta que les salga barba y cambie su voz. Mientras tanto, es imposible desestimar el poder de una pista melódica.

2017: “Despacito”, Luis Fonsi + “Mi gente”, J Balvin

Como en un capítulo de Dimensión Desconocida latinizada, el mundo se despertó al ritmo de una bomba atómica que puso a mover millones de traseros y millones de dólares. El otrora baladista Fonsi la pegó gracias al verbo de Daddy Yankee y a un video de fantasía playera, válvula de escape para la oscura época Trump. Que “Mi Gente”, el colorido himno de unión global, un we are the world millenial, haya aparecido pocos meses después -con remix de la reina Beyoncé incluido- solo confirmó el dominio del reguetón en las pistas de baile y mesas de negociación alrededor del mundo.

2018: “X”, Nicky Jam y J Balvin

Entre desfiles de Louis Vuitton y grabaciones de Rápidos y Furiosos, los grandes BFF de la industria sacaron tiempo para lanzar “X” en el show de Jimmy Fallon. Un dancehall de beats sofisticados que abrió puertas dentro del excluyente mundo de la moda y el arte global para ellos y los Ozunas que venían detrás. Imposible olvidar que, al mismo tiempo, otra pasarela se estaba gestando con nombres tan asépticos y blancos como Mau y Ricky, Piso 21, Sebastián Yatra, Manuel Turizo y Paulo Londra.

2019: “Callaíta”, Bad Bunny

Se acostó temprano, mañana hay que estudiar. Así de ingenuo inicia este megahit que, más que un reguetón, es un cuento tan crudo como romántico sobre la pérdida de la inocencia y el descubrimiento del placer.
El conejo malo cierra la década montando un escenario antes impensable: hombres y mujeres, de todas las edades, razas y creencias, moviéndose y cantando al unísono sobre sexo, drogas y alcohol.
«Callaíta» profetiza sobre la música y cultura contemporáneas de los próximos diez años, seguramente inmoral y atrevida, pero gozándose la vida como es.  CP