Tanto ruido tantas nueces

En diálogo con Jorge Sandoval, el elenco de Teatro por Asalto, y Michelle Prendes

Cuando uno crea expectativas por algo, el cumplimiento de tales suele estar por encima o por debajo de lo que se espera. No es el caso de la representación del grupo escénico llamado Teatro por Asalto, que nos mostró casi, casi, lo que suponíamos ver. El montaje en mención es sobre todo un proyecto de comunicación teatral que —según su director, Jorge Sandoval— pretende exhibir una obra por mes en una suerte de conjunto de volúmenes caracterizados por temas de índole social. Para esta columna, vimos el segundo de ellos: la política.

Hay un movimiento preescénico en el espacio de butacas, luego humo desde el escenario, luz tenue, música neogregoriana, y entra el elenco con paso solemne anunciándonos lo que van a mostrar, que además es el concepto del proyecto: un acróbata (Geovanni Hermida), una bailarina (Estefanía Solórzano), una actriz (Sandy Echeverría), una cantante (Karen Gallardo) y un payaso (Andrés Otero), concurren a desarrollar un ritual en el que cada quien ofrece usar sus propios recursos interpretativos, pero además simbolizan a la patria, el poder democrático, la milicia, el pueblo soberano, ejecutando una partitura compleja, aunque intrigante.

La música progresa con energía recorriendo aires wagnerianos, operísticos y metaleros, y, bajo ella, un texto que se arrebata de varias otras piezas teatrales desde clásicas hasta modernistas. Todo esto hace que parezca que la propuesta sostiene una obra de teatro político. Sin embargo, no es así.El teatro político supone un compromiso ideológico-estético de parte de sus cultores y, penosamente, no es así. El elenco se suma y se sume en los márgenes temáticos, éticos y artísticos de quien los conduce que, además, funge de dramaturgo.

A pesar de lo que he dicho, la propuesta de Teatro por Asalto, tiene un propósito que, si bien no termina de cuajar, tampoco debe ser descalificado, pues presupone una labor de experimentación y búsqueda que, aplicando mayor rigor, podría resultar no tan solo novedosa sino movilizadora.

Pero ¿por qué no se logra el objetivo? Salta a la vista y percepción del espectador que las simbologías a las que el montaje apuesta rebasan la anécdota, o historia teatral, que —para el caso— resultaría ser «un elenco variopinto de artistas escénicos buscan representar sendas obras teatrales que hablen de diferentes temas».

En el intento de ejecutar esta idea, se envisten con un segundo rol que sepulta el primer buen propósito. ¿Confuso? Sí, así es, y esclarecerlo agota al espectador que desde su generosidad aplaude lo que parecen ser cierres de cuadro, dando la impresión de que lo que se esperara fuera el cierre del espectáculo.

Después de los aplausos finales, se sucede la conversación característica de este espacio crítico, con el elenco y el director. Y es entonces cuando empiezo a entender más —y mejor— el evento.

Sandoval tiene bastante claras sus ideas y el elenco también, pero pareciera que son claridades distintas.A pesar de este síntoma, los actores no se quejan y eso me asombra, pues si bien la apariencia es que el tutor tiraniza la labor del grupo, no es así. Sencillamente, llego a concluir que ambas partes, dirección e intérpretes, cuentan la misma historia, solo que lo hacen en lenguajes diferentes, lo cual tampoco lo siento como un error, salvo que someten el hecho teatral —incluyendo aquello que le concierne al público— a una posible confusión innecesaria y perniciosa para tan pujante idea de montaje.

Quiero volver a plantear ciertas preguntas y escuchar respuestas, pero me intimido. Sin embargo, aquí me auxilia la intervención de la actriz Michelle Prendes. Michelle conmina al grupo a que le aclaren qué es exactamente aquella «república de actores» que dicen habitar y de la cual parecen autoexiliarse momento a momento en la puesta en escena.

El elenco y su director nos cuentan algunas cosas que a todas luces serían equívocos del proceso, pero que en este proyecto se convierten en verdades oportunas: «casi no podemos ensayar»; «nos hemos visto una sola vez antes del estreno»; «pensamos en muchos temas y vamos construyendo la obra». Estas declaraciones me llevan a preguntar de quién es el texto, y Jorge Sandoval responde que si bien él ordena las escenas y compone la obra, la mayor parte del texto está tomado de célebres literatos y pensadores de manera ad libitum para utilidad de la pieza. De esta forma, en el texto están recogidos parlamentos de La tempestad de Shakespeare, de El príncipe de Machiavello, algunas citas de Voltaire, conferencias de Miguel de Unamuno y hasta un discurso de Ronald Reagan.

A riesgo de llegar a conclusiones a priori, me parece que los resultados nos muestran dos contradicciones interesantes: un grupo que no lo es pero que está empeñado en serlo; un director que no busca la dramaturgia de actor, pero que abona un campo de cultivo para la creación colectiva. La fórmula es potenciable.

Como ya dijera alguna vez Eugenio Vajtangov —primer discípulo y estrecho colaborador de Konstantin Stanislavsky— en su libro Lecciones de Regisseur (sic): «El teatro es una verdadera colectividad, cuyos miembros están unidos por una misión y un fin comunes: servir al pueblo». Pero es el mismo Vajtangov quien reprende a un grupo de estudiantes de actuación diciéndoles lo siguiente: «¿Y ustedes creen que es suficiente torturar su lenguaje e inventar un pequeño tema para poder hacernos sentir el núcleo eternamente vivo del arte teatral?». Es innegable que lo que los construye, los destruye.

Dejo la sala con la preocupación mediata de haber sembrado dudas e interrogantes que seguramente serán curadas por el riesgo y el rigor, pero también con la alegría de haber sido parte de una vivencia que provocó en mí y en el público reflexiones inmediatas, y eso lo vale.

Entrada la noche, un intelectual bohemio me pregunta por la obra, y, sin dudarlo, le recomiendo ¡Váyasela a ver!, tiene tantas nueces como sugiere el ruido que hace, y si bien no supe por qué se autodenominan Teatro por Asalto, no dudo en agradecer el haber sido asaltado en cincuenta minutos de inquietantes pensamientos.