Foto de Florencia Luna

Sangre de mi sangre: Sanguínea es un áspero flujo de consciencia

José Miguel Cabrera Kožíšek | Editor de Uartes Ediciones

Una mujer decide divorciarse tras un largo período de separación, cuando descubre que está embarazada de un hombre al que conoce desde hace poco. Debe lidiar con todo lo que implica el embarazo y decidir qué hacer.

Si bien esta sucesión de hechos es bastante objetiva y estos hilos sostienen el avance de la trama, sería una forma injusta de resumir Sanguínea, de Gabriela Ponce (Quito, 1977).

La novela no se trata de las relaciones de la protagonista con los hombres que aparecen en estas páginas -y que ni siquiera reciben un nombre-, sino de la relación de la protagonista con su cuerpo y en especial la forma en la que la verbaliza.

Sanguínea nos refiere a la menstruación que la voz narrativa describe con detalles infinitos, que llega una y otra vez hasta que no llega más, pero entonces se sigue sintiendo porque pesa su ausencia.

Pero también funciona para nombrar otras cosas que la sangre metaforiza: el deseo, las pulsiones, la muerte -otra vez la menstruación-, la familia o el amor, moldeado en América Latina a imagen y semejanza de telenovelas mexicanas, un sistema romántico del que la narradora es tan consciente como incapaz de evadir, y del que Ponce hace uso deliberado.

La novela empieza con la protagonista contando cómo conoció al hombre de la cueva, un personaje con el que inicia una relación breve pero intensa, más física que otra cosa, al que mira y describe con cierta condescendencia, y al que conoceremos en fragmentos, poco a poco, sin saber realmente quién es.

Desde sus pezones como pasas, sus videos, sus tiempos atravesados por la presencia -existencia- de su hija, hasta su espacio, su cueva, con sus olores, su temperatura y su humedad, que sirven siempre para explicar los humores de la narradora.

Todos los temas, profundos, livianos, irrelevantes, las anécdotas que empiezan y terminan muchas páginas después, o las que empiezan y no acaban, a veces porque la narradora se olvida, a veces porque prefiere no decirlo, son contados por una voz narrativa que es un flujo de consciencia, una construcción que le da más sentido aún a la novela, y que se embarca en una aventura gramatical en la que las comas a veces son más que los puntos, o a veces ni siquiera están y no importa porque las leemos como leemos un mensaje de texto, o como las pensaría la narradora, esa patinadora compulsiva que se desliza entre las piedras.

“Desde el teléfono mandé un mensaje puedo ir hoy noche y la respuesta fue una carita feliz”.

Por más lineal que esté contada la historia, todo está fragmentado, ya sabemos cómo es el pensamiento, y mientras se va y se viene, permite tejer una trama con la que Ponce explora a un ritmo tan caótico como preciso las maneras de explicar esas sensaciones que le dan volumen al mundo -volumen que supo captar su portada, toda textura, obra del artista Adrián Balseca-. Ese es uno de los mayores valores de Sanguínea, esa pulsión de la autora por actuar como un diccionario de los sentidos. A nivel físico y emocional.

“Amanecí ese primer día del retiro y sentí que bajó la sangre, pero no solo bajó la sangre con esa fuerza sino una honda sensación represada como abrir una puerta y sentir la tempestad, la granizada otra vez que se acerca y que va a entrar pateando el cuerpo, desgarrando heridas antiquísimas, rompiendo tazas y vidrios, vomitando pepitas blancas de ácido sobre esas heridas para rasgar la piel y entonces que todo sea sangre sobre sangre”.

Estancada como está en un larguísimo estado de separación, la protagonista se da cuenta de que está embarazada del hombre de la cueva. La sangre sobre sangre se ha convertido en sangre de su sangre, lo que marca la entrada a uno de los más interesantes aspectos de la novela: la decisión de mostrar lo que piensa y siente una mujer cuando sabe que está embarazada, y en particular la relación que desarrolla con quien crece en su vientre cuando no es deseado.

La protagonista vuelve -es inevitable- a este tema cada cierto tiempo, se piensa incapaz de ser madre, piensa en que no lo quiere, fantasea a veces con la muerte para no tener al bebé. “Estar embarazada es una forma de morir”, dice.

Cuando presentó Sanguínea en la Biblioteca de las Artes, en Guayaquil, el 16 de enero de 2020, Ponce fue enfática: “De esto también hay que hablar,” decía, refiriéndose a esos otros pensamientos que surgen durante el embarazo, que no todo es alegría, amor o ilusión, que otras sensaciones aparecen, de forma paralela, en una mujer que está camino de ser madre: la ansiedad, la inseguridad, la culpa, el dolor, que no se expresan, que son tabú en nuestra tradición afectiva latinoamericana, la de las telenovelas.

“No soportaría otro aborto. […] he querido matar al feto, pero no muere. […] he querido tener al niño, he sentido que es lo que tengo que hacer, pero sé que no tengo fuerzas para sostenerlo”. Estas reflexiones surgen en otro momento de la historia, en la otra mitad, el segundo de los dos capítulos, cuando la narradora, la patinadora, la protagonista, está en compañía de otro hombre, de M. Si su exmarido era sobre todo un fantasma en la historia y si el hombre de la cueva era el deseo intenso y breve, el papel de M es otro, con más dimensiones, algo más estable o, como leemos: “la telenovela que yo he querido vivir”.

Entre un flujo de consciencia que combina ritmos con el lenguaje y una pulsión por describirlo todo de manera que las sensaciones tengan volumen; los sentimientos, texturas, y que tengan sentido los espacios, Sanguínea es, como diría Giovanna Rivero, una cursilería revolucionaria, una obra en que la autora reconoce que su educación sentimental está atravesada por el melodrama de las telenovelas con la suficiente distancia para que su narradora, viviendo bajo esa misma estructura, lo diga de forma crítica. Dramaturga como es, en su primera novela, Ponce ha “hecho palabras las cosas que pasan con su cuerpo”. CP

 

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Sanguínea, de Gabriela Ponce, fue publicada originalmente por la editorial ecuatoriana Severo en octubre de 2019. Sus ejemplares prácticamente se agotaron durante la Feria del Libro de Quito en celebrada dos meses después. En febrero de 2020 circuló su segunda edición (que incluye un playlist con la música de la novela: bit.ly/pl-sanguinea), y en junio de 2020 apareció una tercera, editada esta vez por editorial Candaya, que desde 2016 ha apostado por escritoras ecuatorianas. Ponce se suma así a Mónica Ojeda, Solange Rodríguez y Daniela Alcívar Bellolio en el catálogo del sello catalán. Cofundadora de Casa Mitómana, Invernadero Cultural, Ponce también es autora del libro de relatos Antropofaguitas (2015) y del texto teatral Lugar (2017).