Apenas la semana pasada estábamos hablando sobre la memoria a través de distintos personajes y hechos históricos de nuestro país. Ahora, volvemos a la memoria, que siempre está bien ejercitar, para hablar de una figura a la que le debemos la primera gran clasificación de las letras ecuatorianas. El pasado lunes 20 de febrero falleció en Quito el historiador, crítico y escritor Hernán Rodríguez Castelo, quien se dedicó durante algo más de cincuenta años a uno de los trabajos más difíciles en cualquier oficio: organizar la información.
Encargado a finales de la década de los sesenta de la selección de las obras que compondrían la Colección Ariel de la literatura ecuatoriana, la labor de Rodríguez Castelo ha afectado, directa o indirectamente, a la formación de varias generaciones de ciudadanos de este país, que en algún momento de su vida tuvieron la asignación de leer algún libro que, desde hace algunas décadas, solo se encuentra en esa colección.
Rodríguez Castelo nutrió el campo cultural del país a través de sus investigaciones, sus análisis y sus publicaciones de prensa, en las que ejercía un oficio que siempre ha sido necesario, y que nunca ha encontrado a suficientes personas que lo ejecuten: la crítica.
Al igual que personajes como Rafael Díaz Ycaza, Oswaldo Guayasamín,Carlos Cueva Tamariz o José Martínez Queirolo, fue una figura central en la cultura ecuatoriana de los años sesenta y setenta. De hecho, en 1966, todos ellos estaban juntos tomándose las instalaciones de la Casa de la Cultura Ecuatoriana en una protesta contra la dictadura militar que había derrocado a Carlos Julio Arosemena Monroy, que también había removido de la presidencia de la Casa a a Benjamín Carrión, y que estaba entregado el poder a Clemente Yerovi. De esa revuelta, que fue llamada «revolución cultural» (episodio que él narra en el libro homónimo), le siguió la redacción de una Ley de la Casa de la Cultura.
Ahora, en nuestra edición 178, queremos rendirle un pequeño homenaje, recordando varios de sus logros y aportes a la cultura del Ecuador, ahora que nos ha dejado, pues su partida deja vacío un espacio que será muy difícil de llenar.