La escritura y la universidad

Desde hace una década, cuando empecé a dar clases y talleres de redacción a adultos, me ha llamado la atención lo poco preparados que llegan en relación con la lectura y, sobre todo, la escritura. En el caso de los estudiantes de pregrado, he tenido alumnos que llegan a la clase sin saber estructurar oraciones, con desconocimiento absoluto de la ortografía. Y las clases de redacción se convierten, aunque no sea su intención, en clases cuyo único objetivo es que los chicos aprendan a escribir oraciones decentes, con sentido completo y una ortografía aceptable. A los chicos les cuesta no solo escribir, sino pensar con lógica para reconocer quién hace qué en un enunciado. Es bastante triste porque, además, como llegan de colegios y lugares diferentes, hay mucho desequilibrio en los aprendizajes, y el que estructura oraciones y párrafos con solvencia tiene que reaprender lo que ya sabe. Es complicado pensar en estrategias personalizadas cuando se cuenta con cursos de más de 25 personas (aun en las universidades de mayor ‘prestigio’).

En el caso de los estudiantes de posgrado, la situación no es mucho mejor. Si bien se trata de profesionales, que tienen, de cierta manera, la práctica de la escritura (al menos, escribieron una tesis de pregrado), suelen tener muchos problemas en reconocer la estructura del párrafo y las distintas intenciones comunicativas de los textos. Les cuesta diferenciar entre un texto argumentativo y uno informativo, por ejemplo, y les resulta bastante complicado escribir textos con el rigor académico que requiere una carrera de maestría o especialización. Además, muchos están ‘contaminados’ con los estilos de sus respectivas profesiones y tienden, entre otras cosas, a abusar de los gerundios, de los signos de puntuación o de las oraciones subordinadas.

Otro problema grave tiene que ver con el plagio. Al no estar acostumbrados a escribir textos académicos, a muchos estudiantes les cuesta diferenciar las diversas voces que aparecen en un texto y darles el respectivo crédito. Están tan habituados a ‘copiar y pegar’ de las páginas de internet y de las diversas fuentes, que no se detienen a pensar que están cometiendo un delito, que están robando las ideas de los otros. Y las universidades no penan estos actos como deberían hacerlo.

Muchos estudios académicos han reflexionado acerca de las razones que llevan a estas fallas en la escritura; algunos lo atribuyen a la pésima educación que se recibe en el colegio, otros a la falta de promoción a la lectura, a la educación en el hogar o a la tecnología, que nos ha vuelto ‘vagos’. Yo creo que se trata de una mezcla de todo, pues si desde pequeños no contamos con una guía que nos oriente en la escritura y en la lectura, cuando crecemos arrastramos esos problemas. Hay que enseñar a nuestros niños a leer, a razonar con lógica, a plasmar sus ideas ordenadamente en los textos, a expresarse. Tal vez así, cuando vayan a la universidad, las clases sean el espacio en el que se cree conocimiento porque los estudiantes ya saben cómo expresarlo en un texto.