Fabrikante: Del beatbox a la pachanga jarcor

«Me han dicho que soy satánico muchas veces. Yo no sé, díganme ustedes. Lo que sí sé es que mientras las marionetas hacen chow para darnos de qué hablar, en otro lado algunos recordamos que la única ley inmutable es la transformación. Algunos charlatanes aparecen y nos hacen creer que se puede construir castillos que duren para siempre, pero la verdá verdá es que todo imperio caduca, por eso los habitantes del inframundo estamos de fiesta todos los días. En todo caso: Amor y paz les desea Satanás».

 

Así dice una de las últimas publicaciones de Francisco Valdiviezo Mendoza en su perfil de Facebook, donde se llama Paquito Mendoza. El post está acompañado de un video de ‘La ola’, la primera canción de su álbum Kariño Universo, 2016: «Weee e e llega la ola / riquiti pon pon pon / brilla tu revelación / piedra verde en la frente es la rebelión / siempre hay caliche sin voz / No busques lamentación / Todo imperio caduca y esa es la celebración…». Se hace llamar ‘Fabrikante, la banda mocha’, porque toda su música la hace él solo, a punta de beatbox, una caja de sonido con pedal con la cual repite y le da melodía a los sonidos que hace con su boca, una técnica a la que se conoce como percusión vocal. Se presenta en vivo con cierta frecuencia.

 

Ha cantado en el bar del Cangrejo, en El Depar, Estudio N, Sofar (Songs From a Room), El Manso Hotel Boutique, o en el aniversario de la banda Esputo Catatónico, todos espacios de recreación cultural de Guayaquil. Su recorrido artístico es bastante amplio, porque siempre está en movimiento. Como Diavlo Berde es tatuador, como Fabrikante es músico y como Paquito es narrador oral y, actualmente está explorando las artes escénicas desde la actuación junto a su novia, Jenny Portilla. Diseña sus propios afiches y hasta hace las confecciones de su vestuario escénico en la vieja máquina de coser de su abuelita. Su música la considera orgánica porque trabaja con el cuerpo y con los elementos que están a su alcance. Algunas de sus canciones se escuchan mucho en radios de la ciudad en la que vive, Guayaquil, con la que, por cierto, la imagen de Fabrikante contrasta.

 

Talvez los piercings ya no son novedad, pero Paquito lleva uno en la mitad de la nariz, como la argolla que tienen los toros; todo su brazo izquierdo está cubierto de tatuajes y tiene cabello largo y esponjoso que se expande alrededor de su cabeza sin llegar a ser un afro (aunque lo parezca cuando viaja en su bicicleta). A veces se hace un moño en la coronilla. Si se pusiera pintura en la cara, como suele hacer en algunos de sus videoclips, podría pasar por un maestro yogui de la India. Cuando toca en la calle (pequeñas presentaciones que están bastante documentadas en sus redes), muchos transeúntes le preguntan de dónde viene.

 

Le ha tocado decir varias veces lo mismo: «Aunque usted no lo crea, caballero, soy guayaquileño». Es tan guayaquileño (aunque contraste) que en 2013 fue parte de TED Las Peñas, la versión local de TED (Tecnología, Entretenimiento y Diseño), una organización sin fines de lucro dedicada a las presentaciones y charlas en público bajo el eslogan de «ideas dignas de difundir».

 

Un saludo muy grande damas y caballeros. Aquí mi presencia no es para incomodarlos ni mucho menos, sino para traerle una nueva noticia que nunca saldrá en la prensa: chanteoma, una palabra que inventé hace algunos años. Para comprender chanteoma hay que tener una idea básica, que todos están muertos. Pero no se sienta mal por eso, porque aproximadamente el 63,5% de la población está muerta. Van al trabajo, a la escuela, se casan, tienen hijos, van al doctor. Incluso —esto es grave— llegan a morirse sin haberse dado cuenta de que estuvieron muertos. ¿Por qué sucede esto? Porque este grupo grande de personas deja que un orden los habite. […]. ¿Dónde está la vida? En el punto medio entre la locura y el orden. Es decir, en la poesía. El poeta no solo es el que hace poemas sino el que crea algo, una imagen, un sonido, una idea, un instrumento, una técnica. Esta persona puede crear un nuevo camino y no ser simplemente un número. Entonces el poeta tiene que luchar. ¿Contra quién? Contra los zombis y los zombis son los que no desean la ruptura contra el orden. Por tanto, chanteoma es este espacio entre los poetas y sus contrincantes.

Sobre chanteoma podemos decir muchas cosas como: Hay una tendencia muy conocida / por los chicos de mi barrio / están en los platos sucios, está en los armarios. / Algunas veces la encuentras en escenarios. / Chanteoma / caminantes marchitos. Chanteoma / por caminos infinitos. Chanteoma mamá no nos quiso llevar / porque la rumba marchita nos hace estallar. Chanteomama mamá no nos quiso llevar, / pero por suerte nos pudimos encontrar.

 

‘Chanteoma’ es uno de los temas con los que empezó su recorrido formal, el otro es ‘Kalandraca’. Ambos los compuso en 2009 y aparecen en su primer disco, Memoria y profecía de Doña Petita Pontón (2012). Paquito tiene una relación especial con el lenguaje. Hasta viajó a México para hacer una maestría en arte y literatura. Y eso explica algunas cosas sobre sus letras como Fabrikante. Aunque parecen inofensivas, sus canciones son transgresoras.


Memoria y profecía de Doña Petita Pontón

 

Usa palabras inventadas porque está convencido de que no todo está escrito. «Chanteoma no tiene un significado tradicional porque no lo vas a encontrar en el diccionario. Me gusta inventar palabras y dejarle un significado abierto, o varios significados, porque precisamente es una canción. Pero más o menos se podría tantear que es un espacio de batalla entre zombies y poetas como lo expliqué en el TED. Es decir, para mí, es un juego entre aquellos que nos quieren hacer esclavos y los otros, que buscan liberarnos. Algunas personas consideran que significa algo satánico. Otros lo han asociado con las drogas. Para mí, no es eso, pero respeto mucho la interpretación que cualquiera le puede dar. Es un juego entre las tensiones y me gusta eso, aunque ahora creo más en las tensiones de la alegría que en las confrontaciones de los poetas». Se graduó en Comunicación y Literatura en la Universidad Católica de Guayaquil en 2010. En su época de universitario, creía que la alegría era inferior a la tristeza, quizás por sus lecturas de entonces, en las que se destacaba la poesía maldita francesa. Su mayor afán era ser profesor.

 

«Como buen profesor que pretendía ser, consideraba que el baile era algo inferior», dice, y se ríe con ganas. Poco a poco, entendió que no era así. Cuando iba acabando su carrera, comenzó a dedicarse a la música a tiempo completo para, posteriormente, descubrir que «el baile es algo muy sublime que nos conecta como sociedad. Es una sanación que nos hace sudar las penas, el sufrimiento. No estoy en contra de la tristeza, pero tampoco estoy a favor de lo que nos dice la sociedad en relación a la felicidad. Lo que la sociedad nos propone como felicidad es un teatro vacío. La felicidad es parte de la vida, tanto como el dolor y la tristeza. Ninguno es superior o inferior, todos son parte de la vida.

 

Y lo chévere es celebrarlos». Para eso tiene un proyecto, que alterna con su carrera como solista. Se trata de un grupo musical llamado Iguana Brava. La banda se reúne cada semana a ensayar y el pasado 2 de julio subieron a YouTube el clip de su canción ‘Cumbia de la iguana’. «Es un proyecto de música bailable, es decir, tocamos para ver a la gente bailar», dice Fabrikante. La canción al principio dice: «Esta es la cumbia de la iguana / pa que sean verdes sus mañanas. [bis] / Fuerte cuando llueva, / suerte en la selva. [bis]».

Ubica este género como pachanga jarcor. «Por más que nos quieran encasillar como cumbia, no es así. Tenemos influencias de cumbia pero también del rap y de sonidos africanos de base». Ya tienen un disco económico que es un EP, se llama La probadita. Y al final de este año sacará un LP. El videoclip de ‘Cumbia de la iguana’ se desarrolla en el parque Seminario, también llamado ‘parque de las iguanas’, que queda en el centro de la ciudad.

 

«Hicimos una tocada en vivo y las personas comenzaron a bailar con tanta naturalidad». Las imágenes muestran un ambiente festivo. Fabrikante toca un acordeón amarillo, que domina la melodía. Es tan pegajosa que dan ganas de bailar. Todos bailan, las personas que pasan por el parque. Baila el Payaso Río —el artista Julio Huayamave—; baila Carlos Michelena —un actor cómico popular—; Bailan los miembros del grupo, conformado por Jean Pierre Mieles en el bajo, Megan Wong en el cajón y Adriano Valdiviezo en el yembé, un instrumento de percusión de origen africano. La pantalla se divide y bailan ellos sin la presencia de sus instrumentos.

 

La vibra del baile se mantiene durante todo el videoclip. Para que todo esto ocurriera, tuvieron que convencer a los guardias del parque para que les permitieran tocar. «Soy consciente de que en la ciudad no se permite salir simplemente a la calle a tocar y a grabar. Hay un montón de procesos burocráticos que se deben hacer para tocar en un parque. A cada rato yo pensaba ¿esto es Guayaquil? porque los guardias nos dieron cabida de una. El punto máximo fue cuando también les pedimos que nos dejaran filmar a Ailyn Wong, bailarina de danza árabe/cumbiera —que aparece en el video— en medio del césped, donde había un letrero con la leyenda “No pisar césped”. Los guardias accedieron y hasta nos prestaron su baño para que Ailyn se pueda cambiar. Fue increíble, ese parque se volvió nuestra casa». Megan, como todos los miembros del grupo, no solo toca su instrumento, sino que también canta. Recuerda que conoció a Paquito porque él le escribió.

 

«Me agrega y me escribe al Facebook un man que se llama Diavlo Berde con esas v y b invertidas, y me dije ese man medio loco. No sabía si aceptar, pero después de ver la foto, me di cuenta de que era Fabrikante. De ahí, veo que me escribe contándome que estaba formando un proyecto de cumbia y me pregunta si estoy interesada. Pero Paquito me cuenta que luego de escribirme vio que era hija de Willy Wong —rockero de la vieja guardia— y que era medio rockera, entonces se dijo “chuta, esta man me va dejar en leído y seguro me va a ignorar». Ríe bastante mientras cuenta la anécdota.

 

Paquito considera que su referencia musical más importante parte de su casa. Su papá es un arquitecto que sabe tocar la guitarra y solía cantarle desde que estaba en el vientre. «En mi infancia estuve rodeado de la música que escuchaban ambos, papá y mamá. Eran boleros, baladas, trovas y los infaltables ritmos bailables como cumbias y merengues». Recuerda cómo su padre solía hacer algunos sonidos con la boca mientras tocaba los vasos con algún cubierto. Hacía percusión en la mesa del comedor. «Era muy peculiar lo que hacía, llamaba mi atención. Creo que desde ahí ya empezaba a nacer Fabrikante».

 

Luego vinieron otros referentes, una mezcla muy ecléctica que va desde The Last Poets, Papá Roncón, Enrique Males hasta Rosa Wila. «Pero no puedo olvidar la primera vez que escuche al Rey camarón —músico guayaquileño—, un ser tan sensible que lo hace desde la honestidad, rabia y juego. Recuerdo haberme dicho yo quiero tocar así. Él me enseñó la posibilidad y el camino a difundir mi música». Los dos últimos años de carrera universitaria comenzó a trabajar y ahorrar para comprarse un loop, un dispositivo que permite grabar sonidos y repetirlos constantemente. Cuando adquirió el loop, lo utilizó para grabar los sonidos percusivos que realizaba con su boca, pretendía crear el concepto de hombre/banda o una banda unipersonal. Experimentó cómo al público le comenzaba a gustar la música que hacía.

 

Mientras más tiempo le destinaba a la composición musical, más le decían que la música no le iba ayudar en nada, que iba a ser un muerto de hambre y que iba a vivir en la calle. Pero, «pensándolo bien no hay mucha diferencia con ser profesor y otras profesiones más», dice riendo. ¿Quiénes le decían eso? La gente en general, sobre todo la gente de la calle, contesta. Su insistencia en la música incluso se sitúa más atrás, desde los 16 años. A esa edad tocaba en los buses y su único propósito era compartir su música.

 

«El dinero era opcional porque la intención era regalar la música de todo corazón. Cuando salía tocaba música de todo tipo, pero aprendí que no hay que tocar música triste. Tuve una experiencia que me marcó: una persona se puso a llorar y eso me hizo sentir mal, ningún tipo de gratificación tuve en esa experiencia. Me puse a tocar ‘El sonero se murió’, de Héctor Napolitano. Entonces desde ahí decidí rotundamente que jamás tocaría una música triste cuando me vuelva a trepar a un bus. Hay que saber seleccionar qué se toca cuando se sale al bus». Después de la universidad, trabajó durante cuatro años en un colegio de clase media alta. Fue profesor de literatura, periodismo, educación estética y escritura creativa. Luego, en 2013, salió favorecido en una beca del gobierno para estudiar arte y literatura en la ciudad de México. Ahí se dedicó de lleno a la maestría, aunque también tocó en ferias de libros y en centros de convenciones.

 

El lugar más importante de México donde se presentó fue Amilcingo, en el estado de Morelos, en diciembre de 2014. Se celebraba el Festival de la resistencia contra el neoliberalismo, organizado por algunas comunidades zapatistas y otras organizaciones. En ese evento se presentó el primer día, inaugurando el acto cultural de la noche con su melodía ‘Kalandraca’. Su tesis en la maestría fue sobre el rap, el consumo y la contrahistoria. Lo que él pretendía con esta tesis era deshilvanar la historia formal y proponer una nueva posición frente a esa historia oficial y estatal. Para Paquito, los métodos de composición de la música hip hop, como el snapping, buscan cuestionar toda esa estructura de la propiedad intelectual, «porque la propiedad intelectual termina siendo solo una cuestión económica, ya que vuelve cerrada y de propiedad privada cualquier tipo de creación». Ahí no hay espacio, dice, para la intuición ni para las múltiples interpretaciones. “Yo compongo por intuición y me agrada que los significados de mis canciones sean abiertas y no pretendería jamás cerrar los significados». Eso lo motivó a sacar a flote su segundo disco, Kariño universo, que tiene 12 canciones y que incorporó los silbatos de barro. «Buscaba algo más parecido al pop, pero muchos consideran que era más experimental que el anterior».

 

Este disco fue producido en 2016 en Oasis, Ecuador. Con respecto a los tatuajes que tiene en el brazo izquierdo siente que fue un poco ingenuo de su parte hacérselos, dado que eso le ha limitado las posibilidades de empleo. Paquito aún desea ser profesor y ha intentado aplicar a la cátedra en distintas universidades del país, pero nada le ha surgido en ese ámbito. Siente que la gente de la ciudad lo mira raro por sus tatuajes y su cabello. También sospecha que aquí sobrevaloran más las maestrías de Estados Unidos, España y Argentina. «Es extraño, porque allá en México no es bien visto un académico con una maestría en España. Lo bacán de México es que la gente no le presta mucha atención a cómo estás vestido o qué luces en tu cuerpo, sino a la calidad de tu desenvolvimiento laboral y académico. Por eso tuve profesores con tatuajes, piercings y cabello largo. Pero acá me siento como un yakuza».

 

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Muchos de los videoclips de Fabrikante fueron producidos por Mario Coronado, artista audiovisual conocido en el medio como ‘Machalo’; uno de esos es ‘Kalandraca’ (2013) y fue grabado en el Cementerio General de Guayaquil. Por la historia que narra su letra, Paquito define a esta composición como una fantasía real. Otro de sus clips es ‘El refrigerador’, producido el mismo año. Es un trabajo de intervención en la ciudad donde un policía metropolitano lo está desalojando de una pileta, luego de subirse al filo a caminar y a cantar. Lo hizo para mostrar que esta ciudad es muy prohibitiva. «Paradójicamente, el video se volvió viral para los partidarios del gobierno, pero el mismo día que lo hicimos, también intervinimos en una tarima que se había puesto en la Gobernación del Guayas —actualmente, la sede de la Universidad de las Artes (Uartes)—. Me subí en la tarima y unos personajes de civil me sacaron y se le cargaron hostilmente a mi amigo que filmaba. De cualquier manera, nosotros somos los pioneros en hacer un evento artístico contestatario en la Uartes», ríe.

 

En ese período era muy urbano y provocador con el propósito de polemizar. Ahora su ruta es otra. Aunque mantiene lo urbano, ahora quiere hermanar(se) y «celebrar los sufrimientos con un buen sudor de la macumba sicodélica salival». Siente que al público, de manera general, no le termina de gustar su trabajo. Al final dicen: «esa nota que tú haces es medio rara». Talvez su música no es para todos, sino para aquellos que saben bailar incluso en medio del dolor y la tristeza. Como dice el coro de ‘Cumbia de la iguana’: Chin chin rumba chaka tra biki tra biki aju.

Mi primer tatuaje con Diavlo Berde

  

 Diavlo Berde es el nombre que usa Fabrikante en su faceta como tatuador. Aquí, el autor de la nota haciéndose una serpiente. 

 

He decidido hacerme un tatuaje con Diavlo Berde (así es como se llama cuando toma las agujas, no Paquito, ni Fabrikante). «Sin máquinas, como los pandilleros; sin máquinas, como en la peni». Sin máquinas, porque estamos en el sur de Guayaquil. Voy a su casa, en el barrio del Seguro. Como dice Piazzola, vuelvo al sur como se vuelve siempre al amor.

 

¿Tatuar es un acto de amor? «Tatuar es un compromiso, es una forma de recordar y mantener vivo algo que será sagrado para el que lo va a llevar, así sea una pizza, así sea un elefante; representa algo muy importante para la persona que lo va a portar y abrazar. Y sí, es un acto de amor.

 

Me especializo en estos diseños precolombinos porque me gusta remixear en las formas y, sobre todo esas formas que no tienen autor y, por ende, tampoco son mías sino un juego de transmisión de la cultura». Siempre me ha rondado por la cabeza la idea de tatuarme una serpiente. Las serpientes, a lo largo de la historia y en sus distintas culturas, han representado lo demoniaco, la protección, la energía sexual, la sabiduría, el veneno. Me gustan todas sus interpretaciones y quiero una serpiente en mi antebrazo derecho. Quizás suene un poco cliché esto de buscar representaciones que a uno lo movilicen y marcárselo en el cuerpo.

 

En mi corto recorrido como docente y realizador audiovisual he encontrado la certeza de que no hay ningún problema con ser cliché, es parte del proceso de la vida. El juego de los sentidos y las representaciones son necesarias porque somos seres de lenguaje. Somos palabras en movimiento. Las palabras son tatuajes y los tatuajes son palabras escritas en el cuerpo finito que nos sostiene. La serpiente, como símbolo de veneno o como símbolo de sabiduría ubicado en mi brazo derecho hace de marca relativa; un mecanismo hábil que me representa el inquietante y abismal ejercicio de escribir.

 

Él hace tatuajes precolombinos y me muestra una serpiente espiral del nororiente de Argentina. La elección, al igual que el dibujo en papel, no demoró nada. El pinchazo y cada punto en mi piel sí. Diavlo Berde esteriliza el escritorio y la mesa que tiene al lado con tanta concentración que pareciera que está componiendo algo. Irrumpo preguntándole si es necesaria tanta limpieza en el entorno y él contesta: «Todo tiene que estar extremadamente limpio porque vamos a crear una herida. Es más, quizás no lo vayas a notar por la tinta oscura, pero sangre te va salir». Estoy a punto de arrepentirme. No tengo tatuaje alguno y, de cualquier manera, me inquietan el pinchazo y el dolor. Me acompañan mi novia y una buena amiga. Grito vamos y aprieto el brazo. Me advierte que no lo mueva y que tampoco lo tenga rígido. «Mientras más tenso te pongas, más te dolerá, así que relax, amigo. Eso, como primera cosa, y segundo, nada». Nos reímos, porque tal vez no haya más qué decir. Pero sé que mi risa fue más por nervios que por otro motivo. «Bueno, voy a empezar, y si en algún momento deseas acomodar el brazo, moverlo o no sé qué, avísame antes y no lo vayas hacer mientras esté tatuando. Ahora sí, nada más. Si te duele mucho incluso me puedes decir aguántate un ratito y ya». Le hice caso en cada recomendación. Por lo general dejaba el brazo tal como él lo acomodaba. El primer pinchazo, el primer dolor. Punto por punto se va formando una línea.

 

Cada pinchazo es un dolor extraño. Trato de no ver, pero luego acepto la situación. Veo a Diavlo Berde, muy concentrado, en silencio, pero de vez en cuando lanza algún comentario. «Pedro, te has de estar preguntando qué hago aquí, cuando tranquilamente puedo estar en casa cenando algo o paseando. Por qué. ¿Por qué? ¿POR QUÉ?». Eleva el tono cada vez que hace la pregunta, y se ríe. Alrededor también se ríen. Recién ahora que lo dice, pienso que no se me había ocurrido por qué. Los nervios van quedando atrás, el resto es resistencia.

 

No hay anestesia, pero hay una pequeña repisa con muchos LP. Escuchamos Chico Buarque, Charly García y Joan Manuel Serrat. La música y la conversación aliviaban el dolor en esas tres horas y media. Llega un momento en el que la piel se entumece, y de a poco ya no sientes nada. Sin embargo, también quieres que se acabe. De vez en cuando, limpiaba la tinta sobrante con una especie de gel y luego lo secaba con una toalla de papel. Era un ardor placentero, porque descansaba de la aguja. Al final, me envolvió el antebrazo en plástico para proteger la herida, que es lo mismo que decir el tatuaje. Me dio las recomendaciones generales de cuidado, y dijo: «Bienvenido al inframundo de los pandilleros; ahora, para buscar empleo tendrás que ir siempre con una camisa manga larga; aún estamos en el conservadurismo tradicional, esta ciudad es maldita. Un tatuaje no es bien visto, somos como los Yakuza».