Freddy Ayala Plazarte| Escritor
Entre las décadas de 1980 y 1990, surgió el heavy metal y evolucionó el metal extremo (en especial: thrash metal, death metal, black metal old school), con un considerable circuito de imágenes que promocionaban la música a través del cuerpo, en fotografías, fanzines, camisetas, discos, revistas especializadas, u otros medios alternativos de difusión.
Los músicos del underground se habían dado cuenta de que era fundamental distinguirse de cada subestilo y, de este modo, jerarquizaron esquemas corporales; y, a su vez, lo revistieron de objetos y símbolos ocultistas, profanos, bélicos, con el fin de visibilizar el poder metálico, en contraposición al disciplinamiento corporal y la explotación que los obreros enfrentaban en plena sociedad industrial, y a cualquier orden civilizatorio.
De algún modo, la corporalidad de los músicos de metal extremo fue un modelo para cuestionar a otros modelos corporales que imponían un estatus cultural, especialmente en géneros masivos y comerciales como el pop.
Es evidente que gran parte de los modelos corporales que popularizaba la música extrema erigieron una masculinización de imágenes misóginas, misántropas, homoeróticas, musculaturas obscenas, en que los protagonistas han sido varones; algo que ha caracterizado al metal tradicionalmente’.
Por otro lado, se debe observar que el metal, a través de la visibilización del cuerpo, simbólicamente, lo ha utilizado como el lugar propicio para hacer parodias a la guerra, al belicismo, la religión, la política.
Así, la autoridad corporal que el metal extremo ha puesto en escena, o en la promoción de imágenes, da cuenta de sus potentes y alienantes metáforas visuales, como si se tratara de una auténtica era de guerreros musicales. Slayer, banda californiana de thrash metal, mostraba a inicios de los ochenta un cuerpo bélico, y sus músicos aparecían con matices satánicos y anticristianos.
Formada hacia 1981, Slayer conforma, junto a Metallica, Megadeth y Anthrax, el llamado Big Four (las bandas más influyentes para el desarrollo del thrash metal a nivel mundial).
Para muchos músicos, también es una de las bandas icónicas entre las preferencias musicales de los pioneros del death metal y black metal, ya sea por sus provocadoras imágenes bélicas, letras anticristianas, y también porque aportaron un particular sonido a la escena del thrash, una mezcla de agudos y veloces riffs, batería estridente, y voces que desembocaban en transgresores gritos (como la notable canción Angel of Death).
Álbumes como Show No Mercy (1983), Hell Awaits (1985), Reign of Blood (1986), South of Heaven (1988)
o Season the Abyss (1990) son fuentes obligatorias para quienes se adentren en este subestilo musical.
Los integrantes de Slayer muestran un esquema corporal con gestualidades de irreverencia y desprecio, mientras el cuerpo, revestido con trajes de cuero, porta ornamentos alusivos a una batalla: los brazaletes con clavos puntiagudos y cadenas, o cruces invertidas. Además, la guitarra apunta al espectador, como si los símbolos profanos y el instrumento fueran armas y fetiches que declaran una guerra musical.
En la época del rockismo, por ejemplo, la guitarra eléctrica se convirtió en un símbolo de emancipación porque mayoritariamente eran los jóvenes quienes la exaltaban, con ella gesticulaban, descargaban una rebeldía cultural, era su acompañante, emblema de que era un instrumento de protesta y de un estatus musical emergente. Son conocidas las presentaciones en un escenario musical cuando los músicos levantan las guitarras o apuntan al público. Indudablemente, ha entrado a formar parte de la performance corporal.
La historia de la guitarra es una historia curiosa. Una historia que se acelera en el transcurso de la segunda mitad del siglo XX. El objeto lujoso, delicado y aristocrático, que se había democratizado progresivamente en la era romántica y a comienzos de la Revolución Industrial, se vuelve de repente el instrumento fetiche de la juventud occidental. Y eso modifica la relación con la práctica musical. Los alumnos reacios, a los que hasta entonces los padres tenían que exhortar a hacer sus escalas, a ensayar en su piano, en su flauta o su arpa, se transformaron, en la inmediata posguerra, en ejecutantes y entusiastas, ya no contaban las horas. La guitarra se convirtió en el enemigo de los adultos.
Claude Chastagner
Guitarra y emancipación constituyen un valor simbólico propio de la juventud rebelde, piensa Chastagner. La guitarra, de hecho, es un instrumento para comprender la expansión geográfica, étnica y social, un símbolo de la música urbana en la cual se han liberado las pulsiones y se ha subvertido el sentido musical:
Como tal, la guitarra puede representar una forma de emancipación. La guitarra, y a través de ella el rock, le dio a los hijos de proletarios y campesinos, tanto blancos como negros, la posibilidad de escapar a la lógica social y racial en la que estaban encerrados.
Claude Chastagner
Tales argumentos permiten comprender que objetos industriales-sonoros (como la guitarra) pasaron de una función compositiva a una función social, ya que representan un posiciona-miento que denuncia lo culturalmente establecido.
En el metal, los instrumentos son metáforas de armas y remiten al espíritu combativo de la juventud en la modernidad, pues ahí es donde el cuerpo transgrede musicalmente.
La postura de los integrantes de Slayer es simbólica; portadores de indumentarias de cuero que a principios de los ochenta se hicieron comunes en agrupaciones como Venom, Judas Priest, Iron Maiden, Manowar, en un intento por comunicar una imagen brutal.
Venom, por ejemplo, sintonizaba con la popularización de la imagen demoníaca de la época por los ornamentos de cuero que identificaban con el sadomasoquismo sexual. A esta imagen corporal algunas bandas agregaron también cinturones de balas, como símbolo espiritual de protección:
Los que no estaban enterados consideraban que la elección de vestuario era extraña, fascinante, o hasta amenazadora. Para la mayoría de los fans de heavy metal, el significado de todos estos adimentos comenzaba y terminaba con el poder de la música, pero se trataba de una agresiva capa de ropa protectora en la batalla contra la complacencia.
Claude Chastagner
A partir de la imagen bélica y anticristiana de Slayer también se puede decir que en la modernidad se teatralizan imágenes de lo salvaje, puesto que la tecnología se utiliza para representar y —de este modo— pone en tensión a las lógicas y convenciones de cómo se mira culturalmente al cuerpo.
El metal extremo formatea modelos de representación del cuerpo, pues transgrede la norma cultural. Los registros corporales del metal permiten decir que, ya sea como imitación o militancia, las imágenes profanas del metal se han masificado a escala global. La imagen corporal de Slayer expresaba en lo ochenta una postura anticristiana, no obstante, proyectaba una imagen violenta (¿acaso primitiva?).
El hombre primitivo, desde sus orígenes, a menudo, estuvo cercano a la violencia mediante el uso de los instrumentos de caza; esto cambió cuando empezó a desarrollar el ejercicio del trabajo, lo cual lo alejó del constante contacto con la violencia «primitiva».
Por otra parte, la incorporación de objetos de la guerra y de violencia primitiva en el cuerpo no resulta novedosa en el siglo XXI, ni exclusivo del metal extremo, si se tiene en cuenta que la cinematografía mayoritariamente ha recurrido a leyendas, guerras, conquistas, para representar el pasado, y que las fuentes bibliográficas de la mitología han estado registradas en el orden histórico.
Lo interesante, en este sentido, es que estos relatos oficiales se han trasladado al cuerpo musical y son capaces de revertir el formalismo con el cual se consume el pasado. El cuerpo metalero es un soporte para afirmar instrumentos (musicales)
como símbolos de victoria, resistencia, batalla, heroicidad, honor, triunfo, derrota, dominación, masculinidad.
Por ello, la imagen de Slayer, permite comprender la relación moderna entre el cuerpo y la música extrema. Los instrumentos de guerra y símbolos profanos (en el metal extremo, y como expone Slayer), ciertamente, han puesto en tensión al oficialismo, cuando ha violentado conflictos sociales, luchas territoriales, posiciones ideológicas, la cruenta condición humana a nombre de las territorializaciones, en las que, además, han entrado en juego valores como el orgullo, la herencia y el honor.
En rigor, la corporalidad de Slayer en los ochenta formaba parte del contingente de bandas que posicionaron esquemas sobre lo demoníaco y lo bélico, y que relataban las paradojas del poder, lo racional y lo irracional, en la cultura occidental.
Esta corporalidad permite entender que tanto en el mundo arcaico como en el moderno, aún persiste una inquietante relación primitiva con los objetos. Ciertamente, la perspectiva mundana del metal extremo no ha escapado a la censura y satanización social, lo cual no ha impedido que sus metáforas visuales y sonidos electrónicos sobre la destrucción permitieran que los guerreros musicales tengan legiones de seguidores en diversas localidades. CP