Tumba de los Besos| Diana Varas

Imaginarios funerarios

Diana Varas| Artista Visual| @dianavaras

Es necesario hablar sobre la motivación y el detonante que me llevó a reflexionar sobre la muerte y su riqueza popular. Una tumba de un militar joven llamado Manuel. Llevaba uniforme y una cara traviesa que contaba su tragedia. Lo miré y se me doblaron las piernas. Todo el nicho tenía marcas de pinta labios de besos reales de una mujer. Dentro y fuera de la foto.

¿Será su novia? Si murió tan joven, ¿lo siguió amando después de tantos años? ¿Será su madre? ¿vivirá su madre? ¿Es su hermana, su prima? ¿Quién es la mujer de los besos?

A partir de este encuentro, cuando más reflexionaba sobre las tumbas, se volvían más complejas y sugestivas. De modo que todo fue como las olas, en marea rebelde. Una tras otra, un encuentro ascendente que tuve que prolongar y transformarlo.

El cementerio es una ciudad, un escenario de efectos imaginarios, un espacio de evocaciones, de imágenes, de lenguajes, de sueños. No debe extrañarnos entonces que al ver al cementerio estamos viendo la ciudad, el país y el mundo de una forma imaginada. Y a su vez, es lo contrario, una necrópolis es el mundo de varias imágenes –que de manera colectiva– se construye incesantemente, para volver a construirse de nuevo. El patrimonio cultural mortuorio permite acceder a encuentros simbólicos y proyectar fantasías. Quiero presentar una propuesta de reconocimiento de las necrópolis mediante una proyección imaginaria.

Me he propuesto estudiar al cementerio como un lugar de manifestaciones, representaciones populares y escenario imaginario para los afectos, porque es productor de acontecimientos culturales y ávido escenario de producciones simbólicas y efímeras que necesitan su pronta captura y evocación.

Un cementerio no solo es arquitectura, sino también utopía o ensoñación, pero a la vez es un lugar de exclusiones y prohibiciones.

Un cementerio es límite y apertura desde que ingresamos. Es una imagen abstracta, pero también iconografía que se muestra de manera seductora para el turismo. Las actividades que transcurren dentro: visita, evocación, limpieza, decoración y más… conllevan a que el sujeto se involucre con el cementerio de manera performativa.

El cementerio, más que un lugar de dolor, angustia o ausencia, es un espacio y un territorio para la memoria, la consolación y la remembranza. Un tema sombrío y enigmático que da pistas sobre la psicología del ser humano. Ingresar al cementerio es adentrarse a una aventura imaginaria, este metalenguaje nos impone una reflexión ideada para descubrir los otros imaginarios que atraviesan el tema de la muerte.

Tumba de los Besos| Diana Varas
Tumba de los Besos| Diana Varas

La representación de un muerto que ha perdido su corporeidad inicial de carne y hueso, para convertirse físicamente en el cuadrado de un sepulcro, me lleva a reflexionar sobre las determinaciones de sus familiares de inventar la imagen del nicho que lo contiene. Las imágenes son escapes que llevan a los seres vivos a huir de su realidad. Son mecanismos simbólicos que perpetúan las costumbres humanas de tratar a la muerte con imágenes.

Todas estas son historias imaginadas replanteadas en otros escenarios surreales, donde el difunto vive, se recrea y los espera cada vez que regresan. El ser fallecido ya no es un cuerpo, es un nicho. La descorporización de este se reivindica en su nuevo espacio, con una nueva experiencia corporal que se replantea en el sepulcro.

De esta manera, la imagen del nicho que representa al muerto se vuelve su propia contradicción. La imagen y cariños que lo representan son propiedad e ironía de la muerte. El sepulcro es visto por los visitantes como un espacio confiable, donde es posible tratar de extirpar ese dolor con la creación de otras imágenes, recuerdos, cartas, historias, donde lo incomprensible intenta volverse comprensible.

Tumba de la golosina| Diana Varas
Tumba de la golosina| Diana Varas

La imagen de la tumba revela un nuevo cuerpo, cuya corporización invisible es recubierta por un sepulcro visible. A través de esta perspectiva, se convierte en una vitrina expuesta para la observación.

Ese espacio participa plenamente en la apertura a su propia mirada. De esta forma, surge el concepto de la Tumba Espectáculo, imagen de una imagen predispuesta a ser intervenida, transformada, decorada y multiplicada por los dueños y que no solo es evocada por sus propios creadores, sino también por otros visitantes ajenos a la verdadera identidad del ocupante, apegados a lo que el sepulcro simboliza en su micro-cultura popular.

Estas tumbas mágicas son particularidades humanas minimizadas o echadas a un lado por las grandes necrópolis, donde la prohibición es su cartel de entrada.

Es urgente visibilizar y descifrar las particularidades de estos nichos irremplazables que todavía existen y están latentes. En lo diferente, en la chispa natural y no forzada de la creatividad popular está el verdadero estandarte de la identidad de un pueblo.

Por eso, la tumba acrecienta en su propia imagen su remembranza y la expectativa ficcionalizada de posibles encuentros con ese ser visitado. En ese espacio se entrelaza el recuerdo y el olvido, el relato que entristece y libera… y su reiniciación.

No se puede vivir sin metáforas, tampoco se puede morir sin ellas. El cementerio es receptáculo de estéticas públicas y la tumba es el espacio que recepta abiertamente las inagotables perspicacias y creatividades contemporáneas.

Su creación –en la mayoría de casos anónima– está dotada de la espontaneidad e imaginación inagotables de la que carecen los grandes monumentos exorbitantes.

Un sepulcro es un poema, una historia, un relato simbólico que manifiesta un abanico de sensibilidades. La imaginación poética inconsciente es la causante de crear metáforas por medio de un lenguaje extraordinario, mágico, que no está ligado a la rigidez de una planificación monumental, sino a un acto original, de improvisaciones auténticas.

Las tumbas son objetos culturales dinámicos en proceso de transformación. Me interesan los sistemas rituales diferentes a los de la iglesia institucional –y por sobre todas las cosas– el elemento lúdico de la muerte: la tumba como fiesta o como marco de evocación del recuerdo.

Las tumbas son bocas chismosas, ventanas, portales. Son minúsculos espasmos del imaginario de los que recuerdan. Recolectar arte mortuorio es un vicio infinito, la gente sigue muriendo y la memoria sigue manifestándose.

La visita a la tumba es un enfrentamiento metafórico. Al verla se puede ver de manera paradójica la representación de una persona que estuvo viva y que en verdad no está ahí.

Esto no niega su imponencia, sino que la reconfirma, ya que está presente, pero solo en la cáscara del concreto, en la imagen que lo contiene, cuya aparición siempre es subjetiva para el visitante.

Los nichos son recipientes mágicos, repositorios de objetos que remiten a la identidad imaginada del fallecido. Una tumba imaginada que no cumple con las convencionalidades de conceptos estrictos con falta de inventiva. La encarnación de los muertos en la imagen del sepulcro multiplica las posibilidades de expresión.

La tumba exhibe el lugar físico de la ruptura de la vida, de la ausencia. Una ruptura que plantea la reinvención, ya que un nicho vacío es un nicho triste.

La súper tumba es aquel espacio que no se delimita a las fronteras del nicho que se evoca, sino que las traspasa, de forma virulenta hacia los sepulcros cercanos.

El cementerio está lleno de actos de repetición. La producción en serie de las tumbas, produce efectos simbólicos en sus representaciones y manifestaciones, modifican la concepción del espacio por su naturaleza sustractora, con copias falsetes de ideas aplicadas en tumbas vecinas.

Una mano igual a la de tres nichos más allá, los ojos parecidos a los del Cristo de arriba, la boca como el dibujo de la tumba de abajo y así.

Los actos de repetición son ineludibles. Su efecto es contagioso, propaga similares abstracciones. Son una especie de copias falsetes que se reivindican en su originalidad al recrearse de apropiaciones diversas.

Es en las necrópolis donde los imaginarios urbanos expresan su potencia estética y política. Es un terreno afectivo como sustento imaginado que necesita simbolizarse, reconocer y establecer un espacio que genera la producción de destinos imaginarios.

La analogía de la tumba con el cuerpo surge con un primer sentido a partir de que concebimos los medios portadores como cuerpos simbólicos-virtuales de las imágenes.

Las ensoñaciones, en comparación con las identidades, tienen mayor carácter evocativo y responden a construcciones de imposible constatación empírica, como decir que el difunto juega fútbol con el balón depositado o que vive en un jardín por los árboles de miniatura colocados en el sepulcro. A su vez, estas ensoñaciones tienden a transformarse, a cambiar.

Ahora comprendo la dificultad que experimenté en el comienzo. Analizar fotografías y textos que me han embrujado en sus discursos disímiles y las diversas voces esquizofrénicas, volubles y amorosas que se impregnan en los nichos.

Para algunos, quizás, hablar y experimentar sobre la muerte y la palabra que la describe impone una experiencia temerosa.

Para mí, de manera contraria a esto último, los vuelcos y las reticencias que he realizado en este estudio fueron hechas desde un lugar imaginario, donde las tumbas son entes parlantes ávidos para responder y a la vez, escucharme. Pero no, no quiero hablar muy alto, porque hay niños… CP