Zygmunt Bauman era uno de los más prominentes y prolíficos sociólogos europeos de las últimas décadas. Fallecido a los 91 años, el trabajo de este autor polaco, de origen judío y de pensamiento de izquierdas, exploró la fluidez de la modernidad, el Holocausto, el consumismo y la globalización.
Bauman murió el lunes 9 de enero en su casa de Leeds (Reino Unido). Reconocido por su enfoque, que incorporó filosofía y otras disciplinas, la de Bauman fue una potente voz moral para los pobres y desposeídos en un mundo rendido a la globalización. Cualquiera que fuera el tema sobre el que escribiera, sobre el Holocausto o la globalización, se centró en pensar cómo los seres humanos pueden asegurarse de llevar una vida digna mediante la toma de decisiones éticas.
Autor de más de 50 libros, uno de sus títulos más famosos, La modernidad y el Holocausto, sostuvo que la aniquilación de judíos en masa perpetrada por los nazis no fue simplemente una regresión a la barbarie. En ese sentido, se planteó lo siguiente: «El verdadero problema es por qué, bajo ciertas circunstancias, las personas decentes que son buenos maridos, vecinos y así sucesivamente, participan en atrocidades. Ese es el verdadero corazón del problema», dijo Bauman, que consideraba que las causas habían sido otras. Su tesis es que el Holocausto había sucedido por motivos que estaban vinculados con elementos fundamentales de la modernidad, como la industrialización y la burocracia racionalizada.
«Lo que hizo posible el Holocausto fue el mundo racional de la civilización moderna», escribió. Y aquí marcó distancias con una cantidad considerable de pensadores de su tiempo, que consideraban al Holocausto como un fracaso de la modernidad.
Entre los intereses de las investigaciones de Bauman estuvo el estudio de las estratificaciones sociales, a las que vinculó con la aparición y el desarrollo del movimiento obrero. Después se dedicó a analizar y criticar a la modernidad, lo que resultó en un diagnóstico pesimista de la sociedad.
En la década de los noventa, Bauman ensayó un enfoque diferente en el debate cuestionador de la modernidad, y propuso que no fuera abordado desde el punto de vista de la modernidad versus la posmodernidad, sino desde el cambio de una modernidad sólida hacia otra líquida. Y entonces acuñó uno de los conceptos que caracterizan su pensamiento: la modernidad líquida. Con ese término intenta describir el mundo contemporáneo, en el que los cambios continuos provocan que los individuos se queden sin raíces y privados de cualquier marco de referencia predecible.
Libros como Tiempos líquidos y Modernidad líquida indagaron la fragilidad de las conexiones humanas en estos tiempos, y la inseguridad que crea un mundo que está cambiando constantemente: «En una vida líquida moderna no hay vínculos permanentes, y cualquier cosa con la que nos relacionemos por un tiempo debe estar libremente ligada para poder desatarse de nuevo, tan rápido y sin esfuerzo como sea posible, cuando las circunstancias cambien», escribió.
En Polonia, Bauman fue una figura controversial en algunos círculos. En 2006, un historiador descubrió que había servido como oficial en el Cuerpo de Seguridad Interna, una organización militar de la época estalinista que ayudó a establecer un régimen comunista eliminando a miembros de la resistencia. Bauman reconoció que pertenecía a esa unidad, pero dijo que el suyo era un trabajo de escritorio. Al final, nunca hubo evidencias que lo vincularan con ningún asesinato.
Algunos nacionalistas lo veían como un enemigo del país.
En 2013, partidarios de un movimiento de extrema derecha irrumpieron un debate público en el que participaba, en la ciudad de Breslavia (oeste de Polonia). Silbaban y gritaban «¡Vergüenza!» y «Abajo con el comunismo», mientras sostenían fotografías de guerrilleros polacos asesinados por el régimen comunista. Luego de eso, Bauman nunca volvió a su país natal.
Fuera de los límites de Polonia, las teorías de Bauman fueron una influencia mayor en el movimiento antiglobalización. Se centró en la convivencia de los diferentes, los ‘residuos humanos’ de la globalización: los emigrantes, los refugiados, los marginados, los parias, los pobres. Sus libros hablan de un mundo cruel y desigual. En sus obras, se pregunta por las personas que han visto destruidas las posibilidades de llevar una vida digna en un mundo sin fronteras. Eso lo llevó a tener muchos seguidores en España e Italia, países en los que los jóvenes habían sido especialmente golpeados debido a la recesión económica.
«En un mundo de dependencias globales, sin una política global y pocas herramientas de justicia global, los ricos del mundo son libres de perseguir sus propios intereses sin preocuparse por el resto», advirtió alguna vez Bauman. Entre los grandes problemas que plantea la globalización se encuentra ese atajo a la riqueza que ha permitido a los empresarios a contratar en cualquier parte del mundo a trabajadores más baratos que los de su país. De esa forma, la clase media está muriendo. El proletariado se ha convertido, decía, en «precariado».
En 2013, publicó un libro que por título llevaba esta pregunta: ¿La riqueza de unos pocos nos beneficia a todos? Ahí, pone bajo la lupa aquella idea de que la felicidad está relacionada con la riqueza. Y consultado por la periodista española Lola Galán, dijo esto:
Hoy sabemos que la felicidad no se mide tanto por la riqueza que uno acumula como por su distribución. En una sociedad desigual hay más suicidios, más casos de depresión, más criminalidad, más miedo. O sea que la afirmación de que la riqueza de unos nos beneficia a todos es doblemente errónea. Por un lado, no es verdad porque para eso la gente tendría que invertir su riqueza, cosa que no ocurre siempre, y por otro, porque no revierte en más felicidad porque, como hemos dicho, la felicidad depende de la igualdad, de la equidad.
Zygmunt Bauman, El País, 2014
«Lo más importante era que Bauman no se limitaba a hablarle a la audiencia, cuando hablaba, estaba escuchando; cuando enseñaba, estaba aprendiendo. En sus libros y seminarios podíamos reunirnos y explorar juntos cómo ser humanos», dijo Keith Tester, un antiguo estudiante del pensador, y coautor del libro Conversaciones con Zygmunt Bauman.
Bauman nació en 19 de noviembre de 1925 en Poznan (Polonia), en el seno de una familia judía que fue víctima de la pobreza y el antisemitismo, lo que inspiró sus creencias en la tolerancia y la justicia social.
Décadas después, mientras explicaba cómo se había convertido en un militante comunista, recordó la pobreza de su familia, los golpes y las patadas que otros niños le infligieron en la escuela por ser judío, y las humillaciones que su padre, un hombre honesto, tuvo que soportar, sometido por sus jefes, para alimentar a su familia.
Luego de la guerra, ascendió rápido en la milicia, y, en la primera mitad de la década de los cincuenta, alcanzó el rango de mayor, siendo el más joven en la historia del ejército polaco. Durante esos años ya era miembro del Partido de los Trabajadores Polacos, de filiación comunista.
En 1953 fue despedido de forma abrupta por el ejército. Al parecer, su padre, víctima de las posturas anti-Israel del régimen comunista, había sido visto en la embajada de Israel, solicitando una residencia.
Al final, Bauman ya no era comunista, porque creía que la libertad era más importante que las bondades que podría haber ofrecido los países del bloque soviético, como la seguridad o la educación.
Sin embargo, permaneció adherido a la izquierda hasta el final, porque nunca dejó de creer en la igualdad. Eso sí, ha lanzado críticas muy duras contra la izquierda, a la que consideraba culpable de no ofrecer una alternativa real a la sociedad contemporánea. «No hay un modelo de sociedad alternativo. La izquierda solo sabe decirle a la derecha, “cualquier cosa que hagan ustedes nosotros la hacemos mejor”. Cuesta distinguir entre Gobiernos de izquierda y de derecha, la verdad», dijo en una entrevista publicada en diario El País, de España.
Bauman estudió Sociología y luego Filosofía en la Universidad de Varsovia. Y ahí daba clases hasta que, en 1968, el régimen emprendió una campaña antisemita. No solo perdió su trabajo, sino que él y su familia fueron expulsados del país junto a miles de otros polacos judíos.
A pesar de ser crítico hacia el tratamiento que daba Israel a los palestinos (llegó a comparar alguna vez a Cisjordania con el gueto de Varsovia), Bauman vivió y enseñó por un corto tiempo en Israel. Ahí dictó cátedras en las universidades de Tel Aviv y Haifa entre 1969 y 1971, antes de trasladarse con su familia a Inglaterra.
Dirigió el Departamento de Sociología de la Universidad de Leeds, hasta retirarse en 1990. Luego de eso, siguió escribiendo de forma prolífica. Publicaba, normalmente, un libro cada año.
Entre sus numerosos reconocimientos están el Premio Europeo Amalfi de Sociología y Ciencias Sociales (1992); el Theodor Adorno (1998) y el Príncipe de Asturias (2010). La Universidad de Leeds creó en su honor el Instituto Bauman, dedicado a estudiar varias de sus preocupaciones, como la ética, el consumismo, la globalización y la modernidad.
En las últimas semanas, se dedicó en varias de sus columnas en medios de comunicación a analizar el triunfo de Donald Trump en las elecciones a la presidencia de Estados Unidos. Vinculó el ascenso del magnate con el fracaso del neoliberalismo, la filosofía política que los gobernantes del primer mundo han seguido durante las últimas cuatro décadas. Bauman lo explicaba así: «La gente no escoge a un gobierno que va a controlar el mercado; sino que el mercado, en todos los sentidos, condiciona a los gobiernos a controlar a su gente».
El neoliberalismo —explicaba— es todo lo que intentó combatir su antecesor, el liberalismo, fundado en los principios de la Revolución francesa: libertad, igualdad, fraternidad. Denostada la igualdad, nació el neoliberalismo, y sus consecuencias las han sufrido en el norte apenas en los últimos tiempos. Por eso, decía, en un país de gente con altas expectativas y que últimamente se ha frustrado mucho era normal el ascenso de alguien que ha convertido al establishment en su enemigo.
Su figura alargada y su corona de pelos blancos, Zygmunt Bauman lucía exactamente como lo que era: un implacable retratista de la sociedad, bastión de los desprotegidos y azote de la derecha elevado a estrella de rock. La viralización de su muerte en redes sociales —a las que llamaba «trampas de la globalización»— se explica perfectamente en este mundo tan desigual.
El neoliberalismo preparó el camino de Trump (FRAGMENTO)
Aún recuerdo cómo llamó Nikita Kruschev a la ceguera moral y a la inhumanidad, al exponer y condenar públicamente los crímenes del régimen soviético: «Errores y deformaciones» cometidas por Stalin en la implementación de una política, en esencia, sana, correcta y profundamente ética.
Lo que era normal en el sistema fue presentado como una serie de errores cometidos por una persona, a lo mucho con la cooperación de otras. (…)
También recuerdo la reacción a esas declaraciones. Algunas personas educadas aceptaron, no sin cierto malestar, lo que se decía desde lo alto. Mucha gente, llorando, lamentaba por segunda ocasión el drama histórico de sus vidas, ahora degradado a la categoría del descuido —seguramente involuntario— de un hombre, en esencia, íntegro que perseguía un noble objetivo. Pero la mayoría se reía, aunque en esa risa la amargura era estridente.
Traigo esto a colación por su misteriosa semejanza con las reacciones luego de la paliza que recibieron Hillary Clinton, el Partido Demócrata y las políticas neoliberales que, erróneamente, prometieron continuar. En ambos casos, términos como «errores» o «deformaciones», con los nombres de los culpables debidamente identificados, se usaron como explicación suficiente y satisfactoria.
Trump está a punto de imponer un régimen cuyo único —¡y suficiente!— fundamento es la voluntad de quien gobierna. Es lo que Carl Schmitt, intelectual nazi, llamaba poder soberano: un régimen ‘decisionista’.
Cada vez son más quienes miran con admiración su insolencia audaz y descarada, y no ven el momento de poder seguir su ejemplo. Trump se convirtió en presidente d|e Estados Unidos porque dejó claro a los estadounidenses que él sería ese tipo de líder y porque los estadounidenses querían ser dirigidos por un líder de ese tipo. (…)
Un líder ‘decisionista’ no requiere más que la aclamación pública (voluntaria o impuesta) para actuar. Sus decisiones no soportan otras limitaciones. (…)
El neoliberalismo, la filosofía hegemónica que defiende casi todo el espectro político (a los que Trump llama «establishment»), es todo aquello que el liberalismo clásico intentaba evitar. Y luego de treinta o cuarenta años de neoliberalismo en un país de grandes expectativas y grandes frustraciones (gracias a los líderes neoliberales), la victoria electoral de Trump lo ha sido todo, menos predecible. (…)