‘La última cena’ fue la pieza que le dio reconocimiento a Leonardo da Vinci en su propio tiempo. Y lo recordamos hasta hoy, no solo como un prolífico artista, sino como un ingenioso inventor, científico y humanista, el renacentista definitivo. Se trata de una fama que está lejos de extinguirse. Pero el destino del cuadro corre la suerte contraria. Hoy, está en peligro de perderse. En realidad, lo estaba desde hace al menos cien años. Hay expertos que dicen que es un milagro que se haya conservado hasta hoy.
La elaboración del cuadro duró de 1495 a 1498, y fue pintado en el mismo lugar en el que hoy se conserva: el refectorio (el lugar donde almuerzan los monjes) de la iglesia y monasterio dominico Santa María delle Grazie (Milán, Italia), esta pintura no es solo la obra maestra de Leonardo, sino que es además una de las más famosas imágenes sobre los últimos días de Jesús en la Tierra. Muestra una famosa escena del Jueves Santo, la de —spoiler— la última cena con sus discípulos, antes de su muerte y resurrección. Es, por lo tanto, uno de los cuadros más reproducidos en el mundo, a veces en versiones que incluyen esta leyenda: «Amen dico vobis quia unus vestrum me traditurus est», la profecía que aquella noche, relata la Biblia, hizo Jesucristo: «Uno de ustedes me traicionará». El traidor es Judas, que aparece regando sal sobre la mesa.
Leonardo representó el episodio como nadie más lo había hecho. Si incluir en el mismo plano a los trece personajes ya era difícil, hacerlo de forma que cada uno se mostrara como un individuo con sus propios gestos, pero sin desentonar con la idea general, lo fue aún más. Y el cuadro está lleno de detalles como la transparencia de una copa de vino a través de la cual se ven unos dedos.
Desde que fue creada hasta nuestros días, ‘La última cena’ estuvo varias veces al borde de ser destruida. Tuvo que sobrevivir a soldados, prisioneros y presuntuosos. Cuando Leonardo empezó a pintarla, el rey Luis XII de Francia, que consideraba que tenía derechos sobre Milán, invadió esa ciudad y llegó al monasterio. Quería cortar el mural de la pared y llevárselo a casa con él. Al final, no pudo hacerlo.
Pero aquí hay algo que anotar, y para eso es necesario retroceder la historia unos pocos años. Para 1494, Da Vinci, que ya tenía 42 años, era visto como un artista que había desperdiciado su potencial. Muchas veces no pudo cumplir las fechas de entrega de los encargos que le hacían, y por eso no lo consideraban muy confiable. Un poeta se le había burlado diciendo que no podía terminar un cuadro ni en diez años. De modo que Leonardo estaba buscando terminar una obra maestra que le trajera fama de una vez y para siempre. Por entonces, llevaba más de ocho años trabajando en una estatua ecuestre de bronce que le había traído algo de prestigio. Pero empezaron las invasiones francesas (una guerra que se libró por décadas) y la estatua fue fundida para usar el metal en la elaboración de cañones. Decepcionado como estaba, le fue encargada otra tarea como compensación: la de pintar el mural de un monasterio. El de Santa María delle Grazie. Gracias a la pérdida de su querida estatua, nació ‘La última cena’.
A mediados del siglo XVI se la consideraba arruinada debido a la humedad y la descamación. En 1796, los franceses la pusieron en peligro de nuevo, esta vez en nombre de la revolucionaria república de Francia. El monasterio se convirtió en la base de las tropas invasoras, que empezaron a usar el mural como el lugar donde descargaban sus sentimientos anticlericales: le tiraban piedras a la pintura y le arrancaban los ojos a los apóstoles.
Y hubo más. Las autoridades italianas tomaron la extraña decisión de alojar presos dentro del monasterio. Más adelante, en el siglo XIX, gente bien intencionada que quería restaurarla casi la destruye, como sucedió con Doña Cecilia y el ‘Cristo de Borja’. Pero el más dramático episodio fue tal vez el que ocurrió el 15 de agosto de 1943, cuando las fuerzas aliadas bombardearon el refectorio. Mientras que gran parte de la iglesia era reducida a los escombros, una estructura protectora logró salvar a la obra.
Así, de salto en salto, de historia en historia, podría decirse que ‘La última cena’ no solo es una obra maestra, sino también una superviviente por excelencia. A pesar de haber sido atacada y restaurada varias veces, aún se conserva lo suficientemente bien como para poder apreciar sus detalles y admirar su belleza. Pero los cuidados son grandes, e incluyen que cada día la puedan ver 1.300 personas (suena bastante, pero son muchos más los que quisieran), en grupos que no pueden permanecer más de 15 minutos.
Esa regla tiene que ver con las condiciones climáticas y la humedad, como en el siglo XVI. Y ahora ‘La última cena’ tiene una nueva oportunidad de prolongar su vida gracias a Eataly (pronunciado It-aly, como el país de la bota en inglés). La transnacional —una cadena que incluye negocios restaurantes, supermercados y tiendas de repostería italiana—, conmovida porque el cuadro muestra la conexión cotidiana entre la comida y la cultura, decidió financiar un sistema de filtración de aire de alta tecnología que se terminará de implementar en 2019, cuando se conmemoran los 500 años de la muerte de Da Vinci. Y, simbólicamente, son 500 también los años que prometen agregarle a la vida de la obra.
Un día, ‘La última cena’ será una obra maestra milenaria.