Ver cine nacional es una postura política

El cine ecuatoriano es una disciplina en desarrollo que ha dado origen a comentarios apasionados. Además de audiencias reducidas, los más recientes estrenos han dejado como resultado opiniones que revelan un bajo nivel de tolerancia a los errores que aparecen en la pantalla grande. El suplemento La Revista publicó a inicios de año un artículo de opinión de un columnista —que firmaba como Ojo Seco—, quien aseguraba que las películas nacionales Alba y Sin muertos no hay carnaval demuestran que nuestro cine no termina de nacer porque cuando un filme nacional está en salas de cine, estas no se llenan. Hacia el final del artículo, sostenía que las películas ecuatorianas están lejos de ganar un Óscar, y que estas dos realizaciones en particular son solo para un grupo pequeño de intelectuales de la capital. Sin embargo, existen otras visiones y críticas sobre lo que sucede con la producción nacional.

Billy Navarrete, documentalista, cinéfilo y antiguo programador de Ochoymedio en Guayaquil, piensa que pese a que el cine nacional avanza más lento de lo que quisiéramos, no se trata de una producción mediocre, sino de una que responde a una edad. Considera que el eslabón más flojo del cine es el de la exhibición, tomando en cuenta que se enfrenta a la difusión del cine comercial que ocupa las pantallas de cine del país. El problema se debe a las condiciones de las salas, lo que perjudica a un cine nacional con menos recursos. «Uno debe permitirle una exhibición más prolongada porque hay que hacer un esfuerzo mayor para que la gente vaya. La exhibición comercial tiene toda una maquinaria que en el cine independiente no tenemos».

Iván Sierra es gerente general y socio de Negocios y Estrategias, y ha trabajado como investigador y asesor de marketing para centros culturales de la región. Él considera que las películas nacionales no solo compiten con las películas comerciales, sino con todo lo que es entretenimiento y por lo tanto, la pelea se vuelve mucho más compleja. «Nunca antes hubo tanta oferta en entretenimiento, y todo cabe aquí. Incluso empresas que no están asociadas con esta industria desarrollan apps para que su marca aparezca mientras la gente juega. Todo es entretenimiento».

Los realizadores de cine deben agotar esfuerzos para hacer que sus películas sean conocidas. Para generar audiencias, lo principal es que los públicos estén informados sobre la oferta que existe. Para esto, Sierra considera que debe aprovecharse al máximo la tecnología. «Nunca antes la gente que trabajó en comunicación tuvo tantas herramientas para llegar a los públicos como ahora. Eso no lo hace más fácil, sino más complejo, pero es viable».

Andrés Massuh, guionista y copywriter web, ha trabajado para producciones de Teleamazonas, Ecuavisa y Gama TV, como profesor de guion en Lexa y es miembro de la Asociación de cineastas de Guayaquil y de la Asociación de Guionistas (Gala). Él considera que la falta de estrategia y presupuesto son los principales inconvenientes a la hora de promocionar películas independientes.

Actualmente este presupuesto destinado para la promoción proviene de los realizadores. Sin embargo, el Consejo Nacional de Cinematografía del Ecuador (CnCine) —en proceso de ser reemplazado por un Instituto adscrito al Ministerio de Cultura, de acuerdo a la Ley de Cultura— ha permitido a los interesados participar por apoyo en alguna de las diferentes etapas del proceso de realización de su película: guion y/o desarrollo, producción, posproducción, promoción y estreno; además de formación de cine en las provincias de Esmeraldas y Manabí y difusión de cine ecuatoriano y/o independiente en las provincias de Esmeraldas y Manabí. Los beneficios varían de acuerdo con las categorías y permite a quienes buscan promover su película, que esta se pueda exhibir en festivales.

Navarrete considera que los festivales podrían ser un buen nicho para la distribución, pues ahí se han obtenido buenos resultados. Menciona además que existen otros niveles de exhibición como el uso de salas alternativas y los circuitos de puerta a puerta, como el que realiza Ecuador Bajo Tierra.

Bajo tierra’ es la denominación que se le ha dado a un tipo de producción que se ha desarrollado paralelamente en el país. Se originó en Manabí y pese a la escasa formación académica de sus realizadores, ha producido algunas de las películas más vistas a escala nacional. Este cine, hecho de manera intuitiva y con bajos recursos, rescata una culturalidad marginal y logra crecer de manera no oficial. «Estamos hablando de otros mecanismos de distribución que llegan exitosamente al público al que quiere llegar, uno muy local. Ese circuito no aspira a las salas ni a la televisión, aspira a la venta puerta a puerta y bajo los semáforos, pero ahí hay empeños para ir ganando público».

La socióloga Nua Fuentes cree que el consumo de cine podría estar un poco centralizado. «Quienes consumen cine son, en su mayoría, ciertos grupos de Guayaquil y Quito y eso también limita la manera en que lo digerimos como sociedad». Ella considera que el arte debe tener una función crítica y rescata la posibilidad de acercarnos a lugares que no conocemos a través de la gran pantalla. «El cine ecuatoriano logra representar realidades sociales. Pero también creo que hay otros momentos en los que se mitifican mucho las imágenes de estos personajes y creo que estamos guiados por este estereotipo de cómo creemos que son los personajes y esto también nos aleja de su realidad», dice Fuentes.

Al igual que en la mayoría de producciones independientes latinoamericanas, el realismo y la denuncia social han estado presentes en el cine ecuatoriano. Fuentes considera que esta exploración no debe ser deslegitimada, ya que nace de la necesidad de representar realidades que no se visibilizan en el cine hollywoodense.

A pesar de que los consumidores habituales de este cine esperan que la oferta se diversifique, Andrés Massuh considera que las temáticas son mucho más variadas, aunque no todas lleguen a las salas por cuestiones técnicas. Cree, además, que es bueno que el cine no haya caído en vicios. «La parte teatral está agarrando vicios de la televisión y es justamente para apuntar al mercado. La cartelera está llenándose de shows cómicos o de piezas cómicas y estamos viendo comedias, lo mismo que estamos viendo en la televisión», dice Massuh.

Navarrete sostiene que «uno adquiere una posición inevitable frente al realismo social, inevitable frente al cine de denuncia».El cine —dice— necesariamente nos interpela al tocar ciertos temas, sobre todo los que están ligados directamente a nuestra realidad. Es así como se desarrolla en Ecuador y en el resto de América Latina, «y creo que nos ayuda a vernos. Después de tener tan presente un cine ajeno, es bueno que un cine propio nos exija tomar posturas». Es importante, dice Navarrete, «tomar en cuenta que eso no es ficción ni irrealidad pura y aislada, sino que tiene una vena directa a la tierra, hacia nuestra historia».

La difusión de nuestras películas se convierte entonces en una necesidad que va más allá de la ganancia que los realizadores puedan recibir de la taquilla. El cine independiente necesita estar subvencionado por una política de Estado. Pero además de su realización y difusión existe la necesidad de formar audiencias críticas.

Los procesos de formación de audiencias son muy débiles, una responsabilidad que recae sobre el Ministerio de Cultura, pero que además podría ser compartida por otros espacios que tienen la posibilidad de ser un aporte a la hora de analizar detalladamente los contenidos de nuestras producciones, como los canales de televisión.

Navarrete considera que la dramaturgia y la actuación son dos de las principales debilidades de contenido del cine nacional: «Son muy escasos los recursos que tienen nuestros actores, hacen lo que hacen con mucho esfuerzo porque para eso se necesita estudio, formación, experimentación», comenta. Es algo que se repite en varias películas, incluso en los papeles principales. Por ejemplo, en Sin muertos no hay carnaval, el protagonista es interpretado por un artista plástico, Daniel Adum.

En la misma película aparece, en otro de los roles principales, Andrés Crespo, cuya imagen ha sido muy asociada con la etiqueta del cine ecuatoriano, luego de actuar en un número importante de películas nacionales, entre las que se encuentran Crónicas, Pescador, Sin muertos no hay carnaval (dirigidas por Sebastián Cordero), Sin otoño, sin primavera (Iván Mora) y Mejor no hablar de ciertas cosas (Javier Andrade).

Si bien Crespo se ha fraguado el cariño de muchos ecuatorianos que se identifican con sus personajes, ha sido catalogado por Ojo Seco como un fetiche que nunca abandona su estereotipo. Una publicación de cinefilosecuador.com en 2016 asegura: «Ver a Crespo dar una entrevista es tal como verlo actuar en una película», poniendo en duda su calidad interpretativa.

«Guayaquil es la ciudad con mayor audiencia cinematográfica, el hábito de ir al cine aquí sí es muy hondo, más que en otras ciudades. El fenómeno Andrés Crespo, Víctor Arauz y, en su momento, Carlos Valencia tienen ese arraigo de personaje costeño como manera de enganchar a la audiencia especialmente guayaquileña, se ve esa intención y se vuelven actores fetiche», comenta Navarrete. Es importante, sin embargo, que al analizar estos elementos no se deje de lado el hecho de que nuestro cine es un cine en crecimiento y que el resultado corresponde a su edad.

El cine documental, por otra parte, muestra otro grado de madurez con el que ha logrado incidir en la vida social del Ecuador. Dos ejemplos que se destacan son Con mi corazón en Yambo y La muerte de Jaime Roldós. Si hay algo que atraviesa a estas dos producciones es el hecho de que tienen una postura política, pues «el documental te lo exige», dice Navarrete. El cine de ficción puede aprender de este género.

«Debes tener una mentalidad política. No me refiero a ninguna cosa partidaria sino a una posición ante la vida, de rebeldía ante las cosas que uno considera que están mal. Ese impulso es el que le da fuerza al cine documental. Y esto no quiere decir que siempre se deban abordar estas grandes historias. Hay cine que puede tener esta misma energía, que puede estar por registrarse en la misma cuadra donde uno vive, solo que hay que estar atento. El cine es un asunto político, crea necesidades. Hacerlo en Ecuador, sea cual sea la temática, es militar contra la hegemonía hollywoodense, tratar de luchar contra ese monstruo. Ver cine nacional también es tener una postura política, quien va al cine y compra una película nacional obviamente que está consciente de que está consumiendo algo propio, igual el que va al teatro», sostiene Navarrete. Este realizador subraya la necesidad de poner en pantalla, consumir y analizar a profundidad fenómenos que observamos en nuestro entorno cercano y que no podrían ser tratados por la industria cinematográfica predominante.