Veintiún años de la muerte de Marguerite Duras

En la vida de un escritor puede faltar todo, menos la soledad; de ahí nace el proceso de escribir. La soledad no se encuentra. La soledad se hace sola. Yo la hice.

Marguerite Duras

No fue en su adorada residencia en Neauphle –le-Château, donde escribió El arrebato de Lol V. Steiner, El vicecónsul o El hombre Atlántico, sino en su departamento en París, a los 81 años y junto a su joven compañero Yann Andréa; donde Marguerite Duras murió el 3 de marzo de 1996 después de una larga lucha contra el alcoholismo y un cáncer a la laringe.

Hace ya veintiún años su cuerpo descansa en el cementerio de Montparnasse, al igual que los de otros artistas y escritores como Tristán Tzara, Charles Baudelaire, César Vallejo, Carlos Fuentes y Julio Cortázar. Se la recuerda no solo en su natal Francia, sino alrededor del mundo, pues su obra fue traducida a más de 35 lenguas.

Marguerite Donnadieu (verdadero nombre) nació el 4 de abril de 1914 en Saigón, antigua Indochina (hoy Vietnam), donde se habían radicado sus padres, dos profesores franceses. Quedó huérfana de padre a los 4 años. Sobre su relación con su madre —una mujer perseguida por las injusticias de la vida que terminarían por tiranizarla y enloquecerla— trató su novela Un dique sobre el pacífico (1950).

El libro cuenta la historia de cómo la colonia francesa en Indochina vendía parcelas de tierras incultivables a los colonos y de cómo la madre se obsesionaría con levantar barreras contra el océano para salvar sus tierras de la inundación y a su familia de la pobreza.

En 1932, cuando tenía 18 años, Duras se mudó a París, donde estudió Matemáticas, Derecho y Ciencias Políticas. Se afilió en 1936 al partido comunista francés y se casó con el militante y escritor Robert Antelme (1917-1990). Durante la ocupación nazi (entre 1940-1944) se unió a la resistencia francesa junto a los escritores Maurice Merlau Ponty, Raymond Queneau, Robert Desnos, Michel Leiris y Albert Camus. La resistencia estaba dirigida por François Mitterrand, quien llegaría a la presidencia de Francia en 1981.  

Por ese entonces, en la primera mitad de los cuarenta, Simone De Beauvoir (1908-1986) y Jean Paul Sartre (1905-1980) ya eran  fuertemente criticados por vivir sin preocupaciones durante la ocupación nazi. Beauvoir trabajaba como directora de sonido para radio Vichy, que colaboraba con el régimen, y Sartre ponía en escena las obras  Las moscas (1943) y A puerta cerrada (1944) con la aprobación de los alemanes.  Por su parte, André Malraux (1901-1976) escapaba de la Gestapo, Albert Camus (1913-1960) escribía para Combat, el diario de la resistencia, y Robert Antelme, el esposo de Duras, era capturado y llevado a un campo de concentración en Dachau (1944).

De esa dura experiencia nacieron dos obras: La especie humana (1947), de Antelme, que relata la dura experiencia que vivió el escritor en los meses de prisión; y La douleur (El dolor), de Duras, que trata sobre el proceso de recuperación psicológico y físico en el que acompañó a su esposo. El divorcio vino en 1946.

La vida de la escritora fue muy intensa. Sus experiencias fueron el material que nutrió su obra, y le sirvieron desde la primera de sus novelas, titulada La impudicia (1943), hasta la última, Esto es todo (1995). Después vinieron muchos textos, pero ya no fueron editados por ella, sino recopilados por sus herederos, Jean Mascolo —hijo que había tenido Duras con el pensador francés Dyonis Mascolo— y Yann Andréa —su último compañero—. En su momento se suscitó un escándalo porque Mascolo trató de publicar un libro de recetas de su madre, y Andréa se opuso.

 

La soledad y el oficio de escritora

Para Duras, el ejercicio de escribir conllevaba ciertos rituales casi sacros, que consistían en que nunca le faltara soledad, esa que ella sabía hacer muy bien a donde fuese, porque la soledad era «la muerte o el libro», el whisky, ríos de tinta y, cada tanto, un amante para acompañarse, pero jamás para compartir una obra en proceso, como lo dijo en el ensayo Escribir (1993), uno de los últimos libros en los que habla sobre la escritura mientras es filmada por Benoit Jacquot, cineasta francés que había rodado La muerte del aviador inglés, otra historia de la escritora.

En el ensayo Escribir Duras entrega consejos sabios a futuros escritores, afirma que la escritura no es un lugar perenne sino algo que se hace y se lleva a todas partes, que bastan a veces solo una hoja de papel y un lápiz; y señala que jamás un texto se debe compartir con el editor mientras no esté terminado. Dice que se precisa de una «separación de los demás». Pero también habla de sus vicios: «Whisky en mi maleta en caso de insomnio o de súbitas desesperaciones». «Durante aquel periodo tuve amantes». «Rara vez he estado absolutamente sin amantes».  

Escribir. No hacer otra cosa más. Para la autora escribir era un oficio que la rodeaba a ella y a sus colegas, pero también a sus hombres, era algo que se respiraba, que se filtraba por las hendijas de las ventanas, que llegaba en un sueño y que la perseguía hasta terminar un libro. Jamás dejaría un libro sin terminar.

 

¿Qué se dijo de Ese amor?

Se dijo mucho de ese amor que compartió con Yann Andréa, nombre que la autora inventó para Yann Lemée, un estudiante de Filosofía de Caén de solo 20 años. El joven Lemée le escribió durante cinco años una serie de cartas de admiración y de amor no correspondido. Esa obsesiva dependencia por la escritora lo llevó a enviar esas cartas durante años sin que ella respondiera. Pero un día, el joven desistió. Y, entonces, reclamando lo que había perdido, Duras le preguntaría: «¿Por qué has dejado de escribirme?». Desde ese momento empezaría la desbordante historia de amor que atormentaría a la escritora en sus últimos dieciséis años de vida, en los que el joven se convirtió en su secretario, amante, chofer, enfermero y heredero. Esta historia es contada por Andréa en un libro publicado en 1996, al que tituló Ese amor.

Él inspiró ese espectro de muerte y soledad que tienen los personajes masculinos en las últimas obras de Duras, como Los ojos azules pelo negro, El mal de la muerte, El hombre Atlántico y Yann Andréa Steiner, entre otras que llevan un aura triste y la imposibilidad de amar. Duras sufría ese amor. Ella sería la única voz y la inspiración de él, ella se convertiría en sus únicos libros, porque era ella transformada en palabras, y porque él, “él no era nada sin ella”, como la misma autora se encargaba de repetirle hasta la tortura. M. D. (sobre el amor con Marguerite Duras) y Ese amor son obras de Andréa que no alcanzaron reconocimiento y que tal vez se vendieron solo por la curiosidad de saber detalles sobre la vida íntima de Duras. Ese amor fue adaptado al cine por Josée Dayan en 2001.

 

¿Realmente nos puede sorprender Ese amor? O cómo ir desde el final hasta el principio

El yo más íntimo ha impregnado cada obra de Duras, pero no debe haber obra más introspectiva y polémica que L’amant (El amante, 1984). La novela llegaría a traducirse a cuarenta idiomas y le significaría el premio Goncourt en 1994. En L’amant Duras cuenta la historia de amor que tuvo con un empresario chino cuando ella tenía 15 años y él, 26. Su madre, en parte por la situación de extrema pobreza y por la locura que había estado presente en el linaje familiar, aceptó el amorío de la menor a cambio de dinero.

Este episodio le perseguiría por siempre y sería el motor para desarrollar la escritura. El hombre chino nunca la olvidaría, ni ella a él, aunque esa historia la haya hecho envejecer en cada recuerdo. «Très vite dans ma vie il a été trop tard» (Muy pronto en mi vida fue demasiado tarde), dijo la escritora en un intento de reconocer que lo que fue no debió ser, aunque la obra se empeñe en exponer con absoluta normalidad el precoz erotismo de una niña.

El cineasta francés Jean Jacques Annaud inmortalizó la historia de El amante (1984) en un film de culto erótico que molestó a Duras a tal extremo que reescribió la historia bajo un nuevo título: El amante de la China del Norte (1991), libro en el que la autora cuenta que apenas supo de la muerte del chino, abandonó todo lo que estaba haciendo y vivió encerrada y enloquecida de felicidad por escribir nuevamente la historia; porque hacía falta decir tantas cosas de la niña, del tiempo alrededor de ella, de ellos, pero sobre todo de la niña y su humanidad sin reservas.

 

El final

Su nombre resonaba en los círculos intelectuales de Francia, todos querían hablar de ella o tenerla cerca. El famoso sicoanalista Jacques Lacan le dedicó unas líneas cuando leyó El arrebato de Lol V. Stein (1964): «No debe de saber que ha escrito lo que ha escrito. Porque se perdería. Y significaría la catástrofe». Esas palabras, Marguerite las tomaría como identidad esencial de su obra, sin entender ella misma lo que el psicoanalista le quiso decir. Raymond Queneau le dijo: «Escribe, no hagas nada más». Y ella lo hizo.

Enrique Vila-Matas escribió en la obra París no se acaba nunca sobre un joven aspirante a escritor que llegó a ser inquilino de la autora ya consagrada en ese entonces. Recordó sus consejos, el mal humor y su dependencia al alcohol. Vila-Matas volvió a escribir sobre Duras y Yann Andréa en Mar de fondo, y alguna vez dijo sobre ella: «O le quieres o le odias». Él la adoró.

Su versatilidad inspiraría a muchos. Su escritura se balanceaba entre la novela, el teatro y el cine. Alain Resnais le debe el apabullante éxito de Hiroshima mon amour, guion escrito por Duras, quien con el tiempo se lanzaría a dirigir sus propias películas: Indian song y Noche negra de Calcuta, entre otras.

En su legado deja más de diecinueve películas, más de cincuenta textos y un lugar en la literatura francesa imposible de superar, porque la escritura de Duras era honesta y dolorosa en un intento de luchar contra el olvido. En cada línea no solo ella envejecía, sino que dejaba su propia carne y sensibilidad. Su lírica fue en evolución continua. Al final de su carrera, sus obras eran cada vez más sintetizadas y abstractas, pero sensibles hasta el escalofrío como marca de su estilo inconfundible.