Un pianista entre la niebla: Una novela para buenos lectores

Al XVIII Concurso Nacional de Literatura Ángel Felicísimo Rojas (2015), de la Casa de la Cultura Ecuatoriana (CCE), Núcleo del Guayas, se presentaron 29 obras inéditas. Los jurados, la periodista guayaquileña Clara Medina, el escritor cuencano Jorge Dávila Vásquez y yo, sin desmerecer el valor de las otras obras, no dudamos en otorgar el premio a Un pianista entre la niebla, de Raúl Serrano Sánchez (Arenillas, El Oro, 1962), quien había usado el seudónimo de Juan Gual, personaje de ‘Las mujeres miran a las estrellas’, cuento de Pablo Palacio. La mención no es casual; todo tiene su razón, como veremos, en el polifacético, misterioso y desafiante escritor. En 2016, la novela fue coeditada por la CCE del Guayas y la CCE Benjamín Carrión de Quito.

Me sentí honrado de acompañar a Raúl en la presentación de su libro1. Una amiga nos une, es mujer y se llama Literatura. A su edad, yo aún no empezaba a escribir, mientras que él ya lleva editados varios libros de cuentos, esta novela, antologías y ensayos. Su pasión es irreprimible, cultivada cuidadosamente desde su juventud y en su trayectoria. Ese es su mundo. Basta fijarse en las fechas de inicio y terminación de cada obra: son muchos años. Y no por haber estado siempre escribiendo, sino porque desde el fondo bullen infinidad de historias y personajes, algunas puestas en palabras, como pedazos o anticipos de futuras realizaciones, hasta que al fin salen de los muros dentro de los que han permanecido invernando. Quizá Raúl, siempre observador, absorbe día a día lo que ve, oye y lee. Me ha contado que necesita escribir durante dos o tres horas, como una explosión que no puede retener. Luego el texto descansa y, cuando la hora llegue, lo pule y revisa como un orfebre. Sucede normalmente así: se escribe cuando se reescribe.

Los motivos del jurado para decidirse por la novela constan en la contratapa:

 

Por la hondura en la construcción de un texto limpio y equilibrado, en el cual se subraya un manejo estético y apropiado de los lenguajes narrativos, así como el poder de sugerencia de una escritura que crea en el lector múltiples resonancias.

 

Otros méritos son su capacidad para gestar las figuras femeninas que van de lo humano a lo simbólico, la fuerte presencia de lo onírico, la multiplicidad de las historias que subyacen bajo el texto principal y el dominio de los tiempos del relato, hasta llegar a la atemporalidad.

Hace pocos años, conversé por horas con Raúl sobre uno de sus cuentos, luego de haberlo desmenuzado e interpretado. Le dije que su escritura, él lo sabe más que nadie, tiene niveles de todo tipo. No son solo niveles que subyacen sobre la ‘piel del texto’, para usar un término muy propio del autor, sino espacios en apariencia vacíos, completados con datos que aparecerán luego o que el lector debe deducir. Los silencios son parte también de la narrativa y suelen decir más de lo que está impreso. Así sucede en la buena literatura, que tiene, entre otras, dos cualidades indispensables: está bien hecha y conmueve, sobre todo. Hoy, la literatura a veces tiende a lo light, lo plano, lo facilón. No creo que perdure aunque esté bien escrita y el lector ‘vuele’, o sobrevuele, para ser más exactos, sobre esas páginas. ¿Cuánto queda adentro? Pues nada, acaso un consuelo pasajero que llena por días un vacío, permite cubrir ausencias, angustias, dudas, incertidumbres, pero que no llegan al fondo, a la verdadera vida, a lo que está adentro. Y para conmover se requiere la presencia y la fuerza de lo estético, de la forma, para después adentrarse en el contenido, hasta tal punto que, como es conocido, la forma es el contenido y el contenido es la forma.

Raúl Serrano escribe bien. Basta leer este párrafo en las primeras páginas:

 

… que no se casará, dice, porque eso es inútil, sobre todo cuando después de tanto huir se fue quedando sin recuerdos, sin las fotografías de los que pasaron por las alambradas y no pudieron arrancar el último pedazo de hierba con los ojos, porque el fuego, el olor a pelo, a piel chamuscada le fue adormeciendo; dice que no le pregunten más sobre su pasado, sabe que está aquí desde un tiempo que prefiere verlo como un ajedrez, un rompecabezas sin armar, tirado, desperdigado sobre el polvo al que volverá —está convencidísimo— sin que ese día repiquen las campanas de La Merced, o alguien llegue a tocarle el mejor de todos los preludios de Chopin…

 

Me impresionó especialmente el capítulo que empieza en la página 121: la carta de una mujer al protagonista. No obstante, sus palabras y párrafos van más allá de la sonoridad, del ritmo, la secuencia y su propio significado, al dar pistas, claves y llaves del sentido de la obra. El autor no es un escritor fácil y no busca lectores fáciles. Una de mis primeras notas como jurado fue: «Esta es una novela inteligente». En ese sentido, Raúl es además un escritor de gran honestidad y autenticidad. Un trabajador incansable y obsesivo, con un universo interno de gran intensidad que no deja de estar latente y vivo. Las fechas de gestación y edición de sus novelas y relatos tienen años de diferencia. Escribe a su manera, en la mejor forma posible, en un tiempo en que la moda y los gustos cambiantes, y algo deteriorados actualmente, llevan a otros a producir para el mercado mayor en el menor tiempo posible. Raúl elabora cada una de sus creaciones con un trabajo y una minuciosidad que solo se explica con una buena dosis de locura y otra de amor, bendiciones de artistas que permiten salir del mundo en cualquier dirección, para volver con un libro a explicarlo a los demás.

Entre las múltiples guías que presenta la novela, son fundamentales el capítulo que se inicia en la página 84, cuando Landero, el personaje principal y narrador, se dirige a un psiquiatra; y el que comienza en la 133, donde aparece una carta del Padre Zamper, sin destinatario específico, con una nota al final: «El interesado puede hacer uso de este documento como a bien tenga». ¿Quién es ese destinario desconocido? No es otro que el lector. En la página 88 se lee:

 

… usted (o sea el psiquiatra) tenía que verlo para comprobar que uno está aquí por loco, que Purificación no es como todos quieren hacerme creer: un invento, producto de los días sin compañía, o de tanto estar tocando el piano frente a mujeres que sin duda son muñecas de Hollywood. ¿Usted fue alguna vez al cine Hollywood, el que estaba en el centro histórico? No sé si todavía exista en la ciudad, pero era un lugar apropiado para quienes querían encontrarse con las mujeres que ni en sueños aparecían; era algo así como una sucursal del cielo. Todos éramos felices hasta que encendían las lámparas y había que cubrirse el rostro no por vergüenza, no, sino para no mezclarse con lo que sucedía en la calle.

 

En la carta del cura Zamper se lee: «… creo que conversaba (se refiere a Landero) con su propia sombra, esa conciencia que aquí a los hombres les han hurtado». Y más adelante: «Debo decir que Landero es un hombre que puede confundir a más de uno». No es casual, entonces, que se haya tomado el cuento de Pablo Palacio con su personaje Juan Gual, usado además como seudónimo en el concurso: «Solo los locos exprimen hasta las glándulas de lo absurdo y están en el plano más alto de las categorías intelectuales», escribe Palacio. Sin embargo, que no se piense que Landero es un demente. La presencia de un psiquiatra es simbólica. Desde todos los niveles en que es presentado, Landero es el personaje principal, el narrador que cambia de rostro o de lenguaje, el alter ego del maestro Grass y quizás del mismo autor. La narrativa es pura ficción, pero los escritores nos multiplicamos, no en contar nuestra biografía, sino en transmitir nuestro ser o lo que somos. Damos adicionalmente una visión de lo que pensamos de la vida, del mundo. En esta obra, Raúl nos muestra su versión del ser humano visto desde adentro y específicamente de la mujer, de la mujer con mayúscula, del amor erótico y, al combinarlo con la presencia de un pianista, también del arte, de la creación. Dice en la novela:

 

Él no hacía otra cosa (el maestro Grass) a la hora de hablar del piano que golpear el teclado con furia; decía que para Chopin la música, por tanto el piano, era como una mujer a la que había que acercarse con sumo cuidado, evitando despertarla o que se diera cuenta de que estabas allí dispuesto a profanarla, a dejarla sin ojos, sin oídos, ni boca; una mujer inmensa, difícil de abordar o cabalgar.

 

El veredicto del jurado se refirió al poder de sugerencia, a la capacidad de crear y multiplicar resonancias, a la gestación de figuras femeninas, al valor de lo simbólico y onírico, a las historias que subyacen bajo el texto y, sobre todo, a la intemporalidad. A través de las páginas hay una serie de alocuciones muy pertinentes: «Lo malo es que la gente se ha acostumbrado a que todo se lo den desnudo, no gustan de los misterios, además esta no es época para hablar de ellos»; «Muchas veces tuve la sensación de que un torso de las dimensiones con el que soñaba a diario, no existía en otro territorio que no fuera el de los sueños. El tuyo se salía de todo molde, de todo sueño»; «No hay peor cosa como llegar a enterarte que nada de este mundo es íntegramente tuyo»; «nunca era bueno que una mujer (…) sepa más de lo que se comparte en la cama; a veces ni siquiera tus sueños más locos y secretos». Lo contrario —digo yo—, y Raúl deberá disculparme la aclaración, es mucho más evidente y complicado, sobre los sueños de las mujeres que no deben compartir los hombres. Más adelante se lee: «Disculpe, por cierto, pero esto de querer ser claro sobre algo que corresponde al mundo de los sueños, de la noche, no hay manera de explicarlo». En otra de las frases encontradas, en la cual evoca a Díaz Grey, el personaje de Onetti, se escribe: «Hay una sola manera de mirar a una mujer: con ojos de diablo».

Freud escribió, permítanme la digresión, que la mujer insatisfecha busca al diablo. Por eso quemaban a las brujas, acusándolas de haber tenido ayuntamiento con el demonio. Por eso, la Virgen católica pisa la cabeza de la serpiente-demonio. Hay dos sentencias más. Debo usarlas porque la mejor forma de comentar una obra de Serrano Sánchez, es valiéndose de las armas o llaves, como se quiera, que él mismo nos proporciona, o podría parecer indescifrable para un lector impaciente que únicamente sigue la trama, se entretiene pasando el rato y espera el final. Ante Raúl nos enfrentamos a una verdadera batalla, una hermosa batalla. Nos enfrentamos a un verdadero escritor que siente y piensa en profundidad. Dice la primera: «Pero tú no estabas en este mundo, creo que nunca has pertenecido a la Tierra, que siempre habitaste otro planeta, ese en el que no te cansabas de buscar la dicha en mujeres que como una no tenían nada, absolutamente nada de hermosas». Y la segunda: «Mujeres como Purificación, por ejemplo, no solo sirven para no estar solos, sino para no morirse, que no es lo mismo. Nunca he dejado de peguntarme qué sería de nosotros y del mundo sin ellas, aunque decir eso de ‘nosotros’ no sea tan preciso, porque puede suceder que quien dice todas esas cosas, quien las afirma, no necesariamente sea un hombre completo, ¿me explico?».

Sirva esta última frase como ejemplo de que tratar de cubrir todo lo que guarda esta novela merecería una verdadera disección, aunque aquí creo haber acertado: no hay mujeres ni hombres completos. Ellas tienen en su organismo algo de testosterona y nosotros de estrógenos. Somos hijos de mujer y de hombre. O no podríamos entendernos.

Por otra parte, la división entre realidad y sueños o imaginación no es una línea, ni siquiera una zona marcada. Reproduzco algo encontrado en una de las páginas: «Riéndote de que los sueños, las estupideces del mundo de afuera, también en el de acá dentro, no fueran ciertas». Esta zona es un espacio situado en nuestra estructura psicosomática como seres u organismos humanos, en definitiva, en nuestro extraordinario cerebro y su capacidad de almacenamiento, que representa un verdadero universo intangible, indetectable, que se manifiesta principalmente a través de la intercomunicación, insondable y misterioso a la vez. Parte de ese mundo es el subconsciente, del cual ni nosotros nos enteramos de toda la información que guarda.

La novela tiene rasgos freudianos, al punto de que sospecho que los únicos personajes ‘reales’ son Landero y el Padre Juan Zamper. Freud sigue presente, como estuvo después de su tiempo en la literatura y la pintura. El doctor Grass no existe: es fruto de la mente de Landero, un alter ego. Purificación y su ombligo-radar, identificada solamente como ‘el torso’ tampoco es real dentro de esta ficción. Queda la sensación de que existen muchas Purificaciones, como también algunas Mademoisselle Satán (tomada del poema de Jorge Carrera Andrade), aunque parece que fue muy real para el gran poeta ecuatoriano. Ambos nombres de mujer aparentemente se repelen, la pura y la endiablada, pero el símbolo está en que son la misma, las dos caras de la mujer: la que purifica, salva y redime, y la que domina, condena y hunde. Las dos caras que podría tener una mujer. El autor repite, quizás con demasiada insistencia, la palabra torso, pero es una forma de representar a la mujer como anhelo, como complemento indispensable, sin el cual —y esto es verdad— no es posible vivir. Sin el amor, en suma. Necesitamos tocar y ser tocados. También es un medio de manifestar lo que podríamos llamar —no sé si el término sea exacto— la obsesión del hombre. Por eso, la mujer no tiene rostro ni piernas, ni brazos. Y lo anticipa desde la segunda página: «Cumpliré al pie de la letra con el maestro Grass, quien me enseñó todo lo que hay que saber sobre este instrumento (el piano) y, también, de las mujeres y sus dobles, por tanto sus torsos». Y hay algo más: pienso que Serrano, y por esta razón todo está en el inconsciente, va a los impulsos primarios, de modo que mujer y hombre están definidos dentro de los límites de la animalidad, excluyendo las elaboraciones almacenadas en el sistema cerebral por el medio, la cultura y la incorporación de otros niveles de actitud y comportamiento. El ser humano es un animal con un cerebro extraordinario. No hay más. Para reafirmar el sentido del torso, el autor se refiere a las esculturas de la Grecia clásica y a Rodin. El personaje Marilyn puede ser real o no: Landero tenía una tía con ese nombre a la que deseaba. No sabemos si fue o no su amante. La real, sin duda, fue la Monroe, cuya evocación apasiona a nuestro escritor. En 2012, editó y prologó Sólo ella se llama Marilyn Monroe (Relecturas de una diosa), en el que 27 autores ecuatorianos participamos con nuestras propias visiones, a cincuenta años de la muerte (posible asesinato) de la artista. Las dos Marilyn son otro símbolo, al igual que el torso, como simbólico es el ambiente de café y cabaret que respira toda la novela.

La obra es, por supuesto, intemporal. No cabe la cronología ni el contar historias. No se cuenta; simplemente se escribe y transmite. Hay que leerla despacio, pero da pistas desde la primera página, no abusa del lector, cuando se lee: «Purificación (no debieron bautizarla con ese nombre), su tiempo y promesas, nunca fueron de este reino, o participaron de todo lo que, de pronto, entra en esa zona sospechosa de los recuerdos». Y en la página 12, al final: «Hay algunas maneras de fugarse de la verdadera cárcel que es el tiempo». Podría ser asimilada a un rompecabezas que hay que ir armando, pero es mucho más que eso. Es, como toda literatura, también un juego, aunque detrás de todo el escritor se desvele, sangre y se atormente en cada página.

Al final, mucho se pierde en los claroscuros, en la incógnita, en lo que se oculta o sugiere, en la niebla, en algo evanescente que permanece flotando y que el autor no quiere revelar —o no le hace falta—, o deja para después. El título no puede ser mejor: Un pianista entre la niebla. En tres ocasiones se refiere a Margara, de quien se contará después, anuncia, y no es que el autor se haya olvidado de ella: es como la mujer que alguna vez se conoció de paso, quizás al cruzar la calle, en una conversación cualquiera y posiblemente jamás se la vuelva a ver, pero que no se va de la cabeza ni de los sueños. Igual sucede con la Dama de Rojo o con Pía, mencionada en una sola ocasión.

Entre tantos otros méritos, el uso cambiante de la primera, segunda y tercera persona enriquece la novela y produce un efecto algo ondulante en el manejo del texto. Creo que también en esto hay juego y misterio, en especial en el uso de la segunda persona: a veces no se sabe si el narrador, además de dirigirse a quien le escucha o a quien le lee en el caso de las cartas, parece dirigirse al lector e inclusive a sí mismo. En este punto hay más retos.

No obstante, la obra como tal se sitúa en el siglo XX, en Quito. Hay muchas referencias a la ciudad, personajes, escritores como Jorge Carrera Andrade y Vargas Villa; a iglesias y lugares como el Café Madrilón que Raúl conoció cuando llegó de Arenillas; a compositores nacionales, a la señora Landines, más recordada ahora por la novela La Linares; a actrices ecuatorianas de teatro, a actores del cine mundial, a Pampite y Caspicara, a políticos, a las opiniones de Humboldt sobre nuestra manera de ser. Son constantes las referencias a Chopin y Liszt, como también una mención al inmortal Réquiem de Mozart.

Estoy en deuda con Raúl Serrano Sánchez por haberme concedido el honor de abrirme las puertas (y las compuertas y los sótanos) de esta extraordinaria novela. Léanla despacio en una tarde tranquila de un sábado lluvioso, en silencio y soledad.

 

Notas

  1. La novela se presentó el miércoles 22 de febrero de 2017 en la Sala Benjamín Carrión de la CCE Quito, también comentó la obra la escritora Carol Murillo.