Me es difícil asegurar que pueda explicarse la poesía. O que pueda explicarse cómo escribirla. El guía de un taller no es más que un facilitador de contenidos, alguien que propone un diálogo —desde su particular perspectiva— de lo que debe ser un poema, provocando reflexiones, al igual que recomendando lecturas y ejercicios constantes a los participantes de dicho taller. Nada más alejado de un método científico. Porque escribir poesía es asaltar la realidad con un cuerpo violado por el yo. Es interrogarse por dentro y por fuera, con los pies en un planeta enfermo, donde lo único que brilla es el animal que muere.
Hace poco menos de una década, entre abril y mayo de 2008, llevé a cabo un taller de poesía en el Hospital Psiquiátrico Lorenzo Ponce de Guayaquil. Aquel fue el primer taller de poesía que di, contaba entonces con 31 años, y sentía que la poesía era un río que rompe con ese otro río interno que es el miedo. En esa ocasión, más de doce pacientes esquizofrénicos plasmaron decenas de versos, poemas colectivos, fragmentos, cartas y diarios, donde se impuso la soledad, la marginalidad de sus vidas y —en algunos casos— la locura. Tras una curaduría, nació así Identidades a plazo (Casa de la Cultura Ecuatoriana, 2008), libro que recogió estos escritos, y del que no guardo ni una sola copia1.
Mi fe en los talleres literarios, aunque nunca asistí a alguno en calidad de tallerista, creció de este modo. Y el método —repito: de haberlo, porque vale bien cuestionarlo— fue brotando en el proceso. Hay que entender que nadie tiene razón dentro de la poesía. La poesía es una intuición que realiza trayectos invisibles, sobre todo en zonas de lo inconsciente, antes de llegar a un papel. Por eso un poema no puede estar equivocado. No existe una fórmula para su existencia. Pero sí puede haber un mal poema; así como puede existir un texto que —aunque esté publicado dentro de un libro de poemas— no alcance a serlo, por su inconsistencia, por su auto indefinición, o simplemente porque no todo el que quiere escribir poesía puede alumbrarla.
Un poema es —en cualquier tipo de tono (dramático o paródico)— una revelación. Por lo que un poema rechaza las cursilerías y los lugares comunes. Incluso todo poema que se digne de serlo debe causar una experiencia total. Si un poema no logra esto (así esté compuesto por dos versos, o por párrafos desmenuzándose) no merece el tiempo de nadie. No importa si el poema utiliza el anacoluto como lanza, o si el poema emplea un lenguaje doméstico, o si se lo abriga dentro de las plumas del surrealismo y el neobarroco. Un buen poema debe decirnos algo, ofendernos de alguna manera —ofender nuestras creencias absurdas, nuestras pequeñas y cómodas verdades—. Un buen poema debe, cuanto menos, respirarnos en la cara en busca de otro cuerpo. Y un lector de poemas —perito o no— puede intuir que hay poesía en el preciso segundo en el que, después de atravesar la lectura, la vida ya no está donde estuvo. Y lo que queda frente a él son un montón de señales de arena. El buen poema sabe generar un trueque con la herida.
Pero hay poemas que no entendemos y que nos golpean. Y los hay también a la inversa. Entonces: ¿cómo podemos estar seguros de algo en un terreno donde la subjetividad contribuye al sentido?
Debo decir que sí podemos estar seguros de lo que no es poesía, más que de lo que sí es poesía2. Y esta afirmación no es una perogrullada.
Si entendemos que un poema debe esquivar frases trilladas, buscar la revelación interior y bucear con libertad por un lenguaje tan exuberante como el nuestro, ya sabremos qué rechazar. Y nuestra intuición como el olfato de un animal tiene la capacidad de distinguir cuando estamos frente a un arte que sacude, que conmueve y que está refundando símbolos, significados y, a veces, a la poesía misma3. Muchos poemas de José Lezama Lima, por ejemplo, siguen cerrados para algunos lectores. Y algo de lo mismo sucede con algunos de los versos de Lautréamont y Rimbaud. Lo que no significa que su deleite sea imposible.
A mediados de este año, entre mayo y agosto, tuve la oportunidad de dictar un taller de poesía, y una clase sobre este tema, en la Universidad de las Artes de Guayaquil. En esos talleres —prefiero llamarlos así, a pesar de haber repasado algo de teoría—, quince estudiantes leyeron desde La epopeya de Gilgamesh hasta Purgatorio, de Raúl Zurita. Escribieron a partir de versos de Fernando Pessoa y sus 72 heterónimos. Dedicaron horas a repasar la vida y obra de Reinaldo Arenas y de Leopoldo María Panero. Se desdoblaron mirando las fotos de Bill Brandt y Ugo Mulas y las pinturas de Salvador Dalí y René Magritte. Trabajaron a partir del más vergonzante verso que se haya escrito para nuestra especie —y que no pierde vigencia—: «Yo es Otro»4, escribiendo también a partir de otro. Algunos enmudecieron ante la poesía de Walt Whitman y Ezra Pound. Y hubo incluso quien decidió reconstruir el Aullido de Allen Ginsberg, a través de su propia mirada sobre su generación.
Al final, me parece que sí les fue posible transitar por el laberinto de ladrillos que es un poema, uniendo lo indecible con la vida5. Y que sus textos, recogidos en el libro Tela de araña. Muestra de textos y pre-textos, junto a los escritos de narrativa de los talleres llevados a cabo por el escritor Huilo Ruales, publicado por la Editorial Rasguño, tienen el valor de lo iniciático —muchos son «pre-textos», tal como indica su título—, pero sobre todo poseen la autenticidad de esa búsqueda ciega en la palabra, me refiero aquí a la capacidad de la dilatación de una consciencia. Lo que en un tiempo como este, donde nadie tiene tiempo, menos para escribir poemas, es un acto de valor.
Mientras el mundo esté en conflicto —y haya gente perdiéndolo todo— siempre habrá alguien escribiendo poemas. Fijándose en las elecciones que tomamos para sobrevivir y en las heridas. Marco así la diferencia entre la poesía y la narrativa. La narrativa me parece un trabajo que implica más táctica, determinación y perseverancia, que intuición, iluminación musical (gagueo silencioso) y desafío verbal de Uno que es Otro.
Un poema —uno solo de ellos— se para contra un mundo entero como una bayoneta en la mayor soledad de un campo de nieve, antes, durante y después del Apocalipsis. Es un testimonio que te interna en ese dolor. Un cuento y una novela se escriben después del Apocalipsis. Te narran cómo pasó.
Como sea, el lugar en el que se encuentran ambos (poesía y narrativa) es en la cabeza del lector. Y en el caso de Tela de araña. Muestra de textos y pre-textos, se presentan en conjunto en el que vendría a ser el primer libro de los estudiantes de la Universidad de las Artes, editado por un sello de alumnos de la misma universidad. Gesto que encierra una creíble fe en el futuro de nuestra literatura.
Melanie Moreira (Guayaquil, 1999)
[East sussex coast (1957), Bill Brandt]
(fragmento)
Ven a escuchar el mar conmigo.
Tienes tres años y tus padres no están, se han marchado lejos y te han dejado en el olvido,
se aburrieron de ti y apenas habías nacido.
Ven a escuchar el mar conmigo.
Tienes siete años y la escuela es un infierno, niños y niñas se pelean por ver quién te golpea primero.
Pero vienes al mar y de repente todo mejora,
ese dolor que sentías se disipa y la tranquilidad al fin se abre paso;
olvidas los golpes, el abandono, el maltrato, el desasosiego, la culpa,
olvidas todo y te dejas llevar por el sonido de las olas mientras estas te limpian por dentro y por fuera cuando rompen en la orilla.
Ven a escuchar el mar conmigo.
Tienes diez años y también tienes una nueva rutina: correr y esconderte para que el monstruo no te alcance,
ese monstruo a quien llamas «padre»,
aquel que te recogió y te prometió hacerte feliz,
ese quien ahora busca hacerse feliz tocando tu cuerpo cuando se aburre de las putas que consigue en las esquinas.
Ven a escuchar el mar conmigo.
Tienes dieciocho años y ya no lloras ni una sola lágrima,
ya no lloras,
pero fumas y bebes como si eso te hiciera ignorar la vida vacía y de mierda que has tenido,
«un cigarrillo por cada golpe que recibí y una botella por cada sonrisa que no di» dices, una estrategia para consumirte todo el maldito mundo.
Ven a escuchar el mar conmigo.
Tienes veinticinco años y también tienes un nuevo vicio:
vas de cama en cama llenándolas de sexo, creyendo que así podrás llenar un poco tu alma,
pero tu corazón está vacío y sus corazones también,
son sólo dos pobres desafortunados, abandonados por el destino, que se juntan
para ensordecer el ruido que les provoca esa vida llena de silencios que han tenido.
Oye lo que te digo, en el mar la gente olvida.
Ven a escuchar el mar conmigo.
Tienes cuarenta años y una pistola en la mano;
ahí va, una lágrima en tu mejilla, y luego otra, y otra,
no había visto que la vida se te desbordara por los ojos desde hace ya mucho tiempo,
el cielo se ha puesto igual de nostálgico que tú,
cada gota de lluvia te recuerda cada dolor sufrido, y por primera vez te alegras de algo, te alegras de que el cielo también esté sufriendo,
te regocijas en ese ilógico razonamiento humano de que el dolor de repente duele menos cuando alguien más padece lo mismo.
Disparas,
pero ninguna bala sale:
no hay bala,
no hay sangre,
sólo vergüenza y más desconsuelo;
juras que pusiste una bala en el tambor, juras haberlo hecho,
tal vez todo se resuma a que ni siquiera la muerte te quiere con ella.
Pero yo te quiero conmigo.
Ven a escuchar el mar conmigo.
Tienes cincuenta años y al fin pareces haberte resignado,
de repente recuerdas todo lo que has pasado y te lamentas,
la autocompasión es inútil y sin embargo es lo único que te ha quedado.
Te pones tu mejor vestido, ese lleno de parches, descosido y sucio que guardas con tanto cariño,
no te pones zapatos porque al mar uno va descalzo, como se va hacia la felicidad:
sin zapatos, sin rumbo fijo y dispuesto a hacerse los pies añicos (…)
***
Benjamín Loor (Guayaquil, 1995)
PASOS PARA ESCRIBIR UN POEMA
Habrá para ello primordialmente de escogerse la noche, en ella las musas rondan sueltas, chapotean en las tazas de café que montemos sobre el escritorio o lugar designado para la escritura. Apodérese entonces de la superficie escogida para realizar el ejercicio y buscar el accidente. Esta superficie puede ser papel digital, físico, paredes, cartones, mentes, incluso podemos apelar a aquel recurso tan explotado por compañeros de las letras «la servilleta». En el caso de ser físico el material escogido como almacenador de letras, habremos de asentarlo sobre el escritorio y luego… en una de nuestras manos empuñaremos un esfero, lápiz, marcador… u objeto de su preferencia.
Es ahora cuando entra en vigencia el «accidente» y habremos de escribir líneas al azar, en una suerte de juego o búsqueda de luz. Según el camino que se tome puede escogerse temas como el amor, la soledad, el desamor, la traición, la nostalgia que todo esto provoca, la locura que todo esto provoca.
¿Qué más se necesita para escribir poesía? Una vida que vaya de la mano de la poesía, salga y beba cuanto más pueda, fume incluso donde esté prohibido, si sufre de un incendio y perece en el mismo, descuide, su obra será bien conservada y será elevada a los altares de la escritura nacional (incluso internacional) en un vuelo chárter. Tal vez ese sea el mejor camino para su poesía.
Y es que, el accidente no se explica, podría hablar en torno a él pero no explicárselo. Creo que lo que usted espera leer no se encuentra verdaderamente entre estas líneas. Pero si puedo decirle de algo que leí… un consejo que me dio alguien muy estimado cuando joven:
Basta sentir que se podría seguir viviendo sin escribir, para no permitirse el intentarlo siquiera.
Rainer María Rilke
***
Santiago Falconí (Guaranda, 1995)
RÉQUIEM AL SEÑOR PAYNE
¿Dónde está la gran habitación blanca?
¿Acaso dentro de él se encierra mi deseo bajo llave?
¿Por qué lo ocultan de mí?
¿Acaso sonará el Réquiem de Mozart?
Dígame usted, señor Payne,
usted que sabiamente me dijo
que los sueños tienen la mala costumbre
de echarse a perder cuando uno no está mirando.
Dígame, señor Max Payne.
¿Acaso está más allá del mar?
¿En una ciudad en los cielos?
¿Cómo puede saber esa habitación lo
que quiero, si ni yo mismo lo sé?
¿Está siendo protegido mi deseo de mí?
¿Lo custodia, como Songbird lo hace con Elizabeth, en la torre?
No lo sé.
No sé si voy a querer entrar cuando lo encuentre.
No sé si quiero saber quién soy, señor Payne.
Tengo miedo de encontrar la habitación.
¿Estará bajo el mar?
Tengo miedo de saber el monstruo que soy, señor Payne.
Usted que sabe del dolor, dígame:
¿Acaso el dolor cura las heridas?
¿Este dolor es pago suficiente para mi deuda?
Sea lo que sea que me aguarda
en la habitación, en donde sea que esté,
¿eso apaciguará mi dolor?
(Deje que suene el Nocturne no. 2 de Chopin)
¿Saciará mis deseos?
(O mejor el Orchestal suite no. 3 en D mayor de Bach)
No lo creo.
Creo en lo que una vez me dijo
usted, señor Payne, en la esquina más
sucia de esté mundo podrido:
La felicidad siempre llega con una etiqueta con el precio.
***
Laura Nivela (Guayaquil, 1998)
VEHÍCULOS AMATORIOS
—Lola aparece—
La loca de Lola apareció
La loca de Lola está triste
La loca de Lola al menos escribe
Lola está viva
Siento los hombros de mis padres al volante
Cierro mis ojos, el tubo de escape resuena. Vamos lento en la carretera
Gran parte de mi vida ha ocurrido en autos futuristas
Mi manifiesto debería ser igual de maniaco que el de los futuristas pero con hombres castrados y mujeres felices
Recuerdo los golpes con devenires sonoros
¡PUM! Morado aquí
¡Laura! ¿Oh? Falta un poco de morada acá
¡PAM!
El carro blanco no ha sido nunca un vehículo amatorio
Ha sido una máquina de furia que nunca muere y se nutre de los episodios fugaces del cuerpo
La máquina es él
Y no he logrado escapar
Sigo en ese auto blanco en el momento del golpe
Sigo en las calles oscuras
He arrastrado cada punto, cada detalle, cada grito de mi madre
¡Alaridos!
¡ALAAAARIDOS!
Como los de un perro chiquito, muy chiquito que le acaban de pisar la cola
Ahora mi madre duerme y muere en sueños
La veo tan frágil, tiene ojeras y los párpados hinchados
Me dijo que tiene miedo a dormir a oscuras
Y yo tengo miedo a dormir sin ella
¡ALAAAARIDOS!
Deseo ser un girasol
Que renace en agua salada y que muere en agua dulce
Cuando nadie la ve y nadie la toca
Cuando nadie está cerca
No hay momento de angustia
No hay momento de pánico
*Corre Lola, corre*
No salves a nadie
Coge todo ese dinero
Y coge a tu madre, a tu hermana, a quienes amas
No importa nadie más
El cristo de las aguas nos observa desde el fondo del mar
Corre antes de que te alcancen
Mis padres son como niños sonrientes
Que se desfiguran con el sol del abismo
Viví mucho tiempo en una casa de playa
Un casa abandonada
Llena de arañas y duendes
Con un bosque muerto que la rodeaba completamente y se tragaba a los invasores
La casa estaba sucia y tenía decoración confusa
Había casas de muñeca de color azul
Como las iglesias, la casa era sagrada y tenía mueblería de madera
Pisos de piedra
Cortinas grandes y desgastadas
Platos de muchos colores
Tenedores, cucharas y cuchillos
incompletos
Muchas camas y ventanas
Sofás y cojines verdes y rojos
¡Siempre es navidad aquí!
Quisiera dibujar las escaleras que bajaban a la playa
Destruidas y carcomidas por el tiempo
Solía bajarlas con mi padre
Tenía rubor rosa y vestidos amarillos que ya no encuentro
Mi perro se llena de pulgas aquí
El lugar está lleno de arenas movedizas, de estrellas que gritan de estrellas que no paran de gritar
Es horrible estar lejos de casa
Está casa polvorienta es mi escena de novelas y cuentos, es mi recuerdo mágico y lejano
Remite
Remite
Como radio y emisoras
Interferencias vacacionales
—Laura aparece—
Laura está muerta en silencio profundo
Me pregunto cómo esta resurrección del poeta venus y del poeta júpiter se ha hecho posible
¿Aun soy el planeta que se quema o soy un girasol?
Lola * El planeta que se quema es venus
Laura * El girasol
Laura y Lola han nacido del mismo vientre paterno
Lola y Laura temen
Por eso Lola se quema y Laura es un girasol
Ningún es, ni ella, ni otra.
***
Diego Encalada (Quito)
HOMENAJE
Los pájaros cagándose en políticos, militares y poetas. Tortugas asechando palomas. Tortugas devorando palomas. Mangos. Como un niño cogiendo dulces desperdigados en el suelo. Lluvia de mangos. Lluvia dorada. Muelle de la calle Sucre. Aguateros, ratas y piratas. Incendios a medio día por combustión espontánea, humana. León Febres-Cordero al fin fusilado como Mussolini.
Notas
1. Dos datos importantes sobre este trabajo: i) Algunos de los pacientes/talleristas aparentemente mejoraron su condición, lo que motivó a que se recomendara seguir trabajando poesía con ellos, una vez terminado el taller. ii) En el número 116 de la Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría, publicada en 2012 en Madrid, en el apartado de Márgenes de la Psiquiatría y Humanidades, apareció una muestra del libro Identidades a plazo.
2. Afirmaba esto Aurelio Espinosa Pólit.
3. Pensemos en casos como los de Trilce de César Vallejo y Altazor de Vicente Huidobro.
4. Arthur Rimbaud.
5. En esto creo (comentario del libro Tela de araña, Rasguño, 2017).