Soñar despiertos con mundos inalcanzables

Yo os enseño al superhombre. El hombre es algo que debe ser superado.

Nietzche, Así habló Zaratustra

La curiosidad es quizá la raíz del comportamiento humano, su nivel más elemental. Así, influenciados por ese deseo, en Medio Oriente los árabes trazaron rutas para comercializar productos e inventaron la logística; los europeos navegaron por aguas desconocidas para llegar a América y a mediados del siglo XX se incrustó una bandera terrícola en suelo lunar. La capacidad del ser humano para satisfacer su curiosidad le ha llevado a establecer récords en entendimiento del mundo en el que vivimos.

La NASA publicó la semana pasada un hallazgo sin precedentes: el descubrimiento de un sistema solar con siete planetas de tamaño similar al de la Tierra. De esos, tres se encuentran en una zona habitable. Hasta ahora, no se habían encontrado símiles a nuestro planeta y mucho menos tan «cerca», a cuarenta años luz de distancia.

Si se quiere jugar a que en algún momento vamos a vivir como en Star Trek, Interstellar o 2001: A Space Odissey, y viajar a otros mundos, es totalmente inalcanzable, al menos por ahora, y quizá por mucho tiempo.

Si cabe la contradicción, es precisamente la necesidad de revertir un pensamiento tan poco optimista (en función de nuestra curiosidad, cabe recalcar) lo que ha hecho que tengamos la oportunidad de superar nuestro propio entendimiento de las cosas. En este punto, me refiero a la cita con la que empieza este texto. Friedrich Nietzche lo llevaba a un plano metafísico, en el que pedía encontrar al superhombre luego de trascender las propias barreras que la sociedad, la Iglesia y mucho tiempo de dogma han impuesto en el hombre para no explotar todo su potencial.

Entonces, ¿Cuál es nuestro lugar actual con relación a la magnificencia del universo en el que vivimos?

De vuelta a los exoplanetas. El descubrimiento se hizo en torno a Trappist-1, una enana roja. Es decir, una estrella que es más fría y más pequeña que el Sol, en la constelación de Acuario, a cuarenta años luz de distancia. ¿Qué significa esto último? Que nos tomaría cuarenta años llegar hasta ese sistema si viajásemos a la velocidad de la luz (300.000 km/s), algo por demás imposible, al menos en nuestro entendimiento actual de la Física. La máxima velocidad que una nave —dicho sea de paso, no tripulada— ha podido alcanzar, es de 60 km/s, es decir, un 0,02% de la velocidad de la luz, para lo cual nos tomaría decenas de miles de años llegar hasta este sistema solar.

Rodrigo Díaz, investigador argentino del Instituto de Astronomía y Física del Espacio (IAFE, UBA-CONICET) de la ciudad de Buenos Aires, sostuvo, en una entrevista para el portal de esta institución, que el descubrimiento «es muy interesante porque este tipo de estrellas son las más numerosas en la galaxia, por lo que se supone que puede haber muchos otros sistemas parecidos a este».

El experto, que se posdoctoró en Europa y conoce a dos de los autores del equipo que descubrió estos planetas, afirma que la particularidad de los cuerpos celestes de Trappist-1 radica en su detección, lo que permitió hacer observaciones «directas»:

Estos planetas fueron detectados con el método de la fotometría de tránsito, por el cual se observa la luz de la estrella por algún tiempo y, cuando el planeta pasa por delante de ella, se produce una disminución en la intensidad de luz que nos llega de esa estrella. A partir de la medición de esa atenuación y con algunos otros datos se puede estimar el radio de la estrella y, con ese dato, el radio de cada planeta.

Uno de los factores necesarios para que haya vida (al menos como la conocemos) es la atmósfera de los planetas. El próximo paso de este estudio es averiguar si los planetas de la zona habitable tienen atmósfera, y si reúne las condiciones para albergar vida. La zona habitable es esa franja en la que un planeta está lo suficientemente cerca de su estrella para no congelarse, y lo suficientemente alejado para que pueda haber agua y no se evapore. Esa casualidad, sabemos, solo existe en la Tierra.

Si hablamos de un viaje espacial, las cosas se dificultan todavía más. La NASA aún considera prácticamente una locura que se realice un viaje tripulado a nuestro vecino Marte en un futuro próximo. Simplemente nuestra tecnología y la intolerancia del cuerpo humano a las duras condiciones del espacio exterior hacen que las proyecciones no sean alentadoras.

De ahí que el alunizaje constituya, incluso 48 años después, la expedición humana más grande de toda su historia. Y se trata apenas de nuestro satélite, de entre otras decenas de lunas, de otros ocho planetas que orbitan alrededor de una estrella como los billones que existen en nuestra galaxia, y que a su vez son billones de billones en el universo observable.

El prólogo del documental Everything & Nothing (2011), del profesor Jim Al-Khalili, lo ejemplifica así: «Imaginen que el Sol es del tamaño de un simple grano de arena en una playa […] se estima que hay más estrellas en el universo que granos de arena en todas las playas de nuestro planeta. Piensen en eso por un momento…».

Paradójicamente, son estas limitaciones las que nos mantienen en busca de mundos, tratando de superar cualquier obstáculo. Esa cualidad, si se la quiere llamar así, de navegantes en la incertidumbre es lo que nos confiere la curiosidad; el mismísimo motor de la investigación, sea cual fuere.

La realidad infinita de nuestro cosmos es, por lo menos, acongojante. Es quizás el máximo reto a nuestra curiosidad, al sentido navegante que nos ha permitido este peregrinaje en el que pasamos de ser nómadas a exploradores. Y para esto, hemos tenido que trascender con métodos facsímiles del razonamiento y el empirismo hasta la surrealidad de mundos y elementos imaginarios. Hasta hace poco más de cien años, creíamos que el sol era el centro del universo y que la posibilidad de otras galaxias era la más plausible de las fantasías delirantes de un narrador literario.

Nuestro lugar en el universo es, quizás el mismo que en la Tierra. Somos exploradores por naturaleza. Tenemos miedo a lo desconocido, pero nuestro instinto navegante nos incita a descontracturar la sinrazón y lanzarnos a la incertidumbre. Nos permitimos descubrir, incluso, lo que no acabamos de entender, como cuando en 1924 Edwin Hubble fotografió Andrómeda en un contexto en el que era casi imposible imaginar una galaxia entera como la Vía Láctea.

La historia nos avala. Tal vez aún no podemos pensar en las exploraciones espaciales. Ahora solo podemos imaginarlo, como tuvo que imaginar Hubble a Andrómeda cuando lo más que pudo ver fue una mancha tenue en blanco y negro. Suficiente para causar todo un revuelo en la cosmología.

El descubrimiento de los planetas en el sistema Trappist-1 es un paso que habla de la capacidad del ser humano para trascender sus limitaciones. Es probable que no hayamos llegado aún al cénit de nuestra capacidad racional y creativa. Y eso, al contrario de estos planetas, no es inalcanzable.

Como dijo Neil Armstrong en 1969: «Este es un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para la humanidad».