En abril de 1977 aparecía el primer número (y a la postre, el único) de una revista cultural gestionada por un grupo de intelectuales y escritores que se reunían periódicamente en el bar Montreal, del centro de Guayaquil, bajo el liderazgo del poeta Fernando Nieto Cadena. La revista Sicoseo, impresa en papel periódico por la Editorial de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, Núcleo del Guayas, incluía poemas, cuentos, ensayos y notas críticas de literatura. Su consejo de redacción estaba conformado por Héctor Alvarado, Fernando Artieda, Fernando Balseca, Fernando Nieto, Willington Paredes, León Ricaurte, Hugo Salazar Tamariz, Guillermo Tenén, Edwin Ulloa, Raúl Vallejo, Jorge Velasco, Gaitán Villavicencio y Solón Villavicencio. Todos ellos pertenecían a distintas generaciones, desde el más añejo (el escritor cuencano Hugo Salazar Tamariz) hasta los más jóvenes (como Balseca y Vallejo, recién graduados del salesiano Colegio Cristóbal Colón).
En medio de tal diversidad etaria y hasta regional (había guayaquileños, manabitas, un riobambeño, un cuencano), algo les unía a todos: su interés por el lenguaje popular, lo que salía a flote en el ejercicio de sus diversos oficios como escritores, sociólogos, historiadores, periodistas. Ese interés común se convirtió en una búsqueda que, cuarenta años después, sigue siendo el rasgo principal de un colectivo que transformó el panorama literario del país.
Sicoseo, la revista
Aunque mostraba una portada que no decía nada, la publicación era una caja de sorpresas. Para la tipificación de las secciones de la revista se había recurrido al lenguaje de la salsa, género musical que casi todos los ‘sicoseadores’ adoptaron. Citando al sonero boricua Ismael Miranda, la descarga empezaba con ‘Así se compone un son’, una suerte de poética grupal antecedida por un ‘Identi-kit’ en el que se podía leer sus intenciones: «Como su nombre lo indica, Sicoseo no quiere ser otra cosa que lo que buenamente es, un sicoseo de quienes gozamos-sufrimos la delirante aventura de pretender ser escritores, intelectuales en última instancia, en un país con elevado índice de analfabetismo».
Al parecer, no había necesidad de definir ni aclarar el significado de la palabra sicoseo, pues la realidad que se vive y se conoce, no se explica. Y los escribientes ‘sicoseadores’ sabían que el lector entendía este término del caló guayaquileño, relacionado con el acto de pensar en algo de manera obsesiva.
La poesía se presentaba, luego, con el grito de guerra rumbero de «Salsa namá», tomado del coro de ‘Salsa y guaguancó’, una canción de Johnny Pacheco y Celio González. Allí soneaban Héctor Alvarado, alias ‘El Manaba Maldito’, con ‘Dispersos’, un poema en el que uno de sus versos mentaba a Bobby Capó: «Me lo dijo Adela o la calle lo contó». También hacía su debut Fernando Balseca Franco, quien confesaba que estaba sicoseado por Lucecita, pues la tenía metida «entre el charango que no lo sé tocar y el taller de estos locos». El más loco de todos hacía su aparición con ‘Nuevos ensalmos y otros evangelios apócrifos de Susan Boy’, en el que Fernando Nieto Cadena, ‘El Gordo’, improvisaba en medio del montuno: «si solamente hubieses hecho lo que te dije / lo que te enseñé / dos pasos palante camina sin cuidado / no estarías camellando en el parque / tiritandito de frío mamacita rica». Y finalmente, un canto de título larguísimo y tono ranchero del poeta mexicano José de Jesús Sampedro, Premio Nacional de Poesía (1975).
La segunda parte de la revista se titula ‘Habla serio’, y está poblada por relatos de Fernando Artieda (con menciones anacoberas de Celio González, Benny Moré, Dámaso Pérez Prado, Celia Cruz, Johnny Pacheco, la Fania All Stars, Alberto Beltrán, Daniel Santos y la Sonora Matancera); Hugo Salazar Tamariz, el decano de los ‘sicoseadores’; Edwin Ulloa, con un relato digno de lo que no contó Piper Pimienta Díaz, en la guaracha ‘A la memoria del muerto’; Raúl Vallejo con su cuento ‘La señorita Carrera’; Guillermo Tenén Ortega con un relato —según sus palabras— «para cinta magnetofónica»; Jorge Velasco con ‘Socorro Humphrey’, en homenaje a Humphrey Bogart, y Esperanza Villalba, joven escritora que asistía esporádicamente a las reuniones de Sicoseo, con ‘De un encuentro social’.
En la sección ‘Serio te estoy hablando’, dedicada al ensayo, aparece un texto historiográfico de Willington Paredes sobre el modo de producción en la Real Audiencia de Quito. A estas alturas como que la nota se ponía muy circunspecta, por lo que al final, se cierra con una descarga de timbales en ‘De pura nota’, última sección de la revista, con un apunte crítico sobre la novela que en esos días conmocionaba la escena literaria nacional: La Linares, del quiteño Iván Égüez.
Y era de esta manera que Sicoseo salía al baile «con todos los hierros», azotando las desgastadas baldosas de un establishment literario ecuatoriano que miraba de reojo su actitud cuestionadora, así como su sensibilidad y decidida apuesta por los giros de la poética popular.