Rebelión es el nombre del último disco de Ilegales. Su líder, Jorge Martínez, aún se rebela en escena, pero también en la SGAE y contra la historia.
La primera vez que Ilegales se presentó en Quito, la Policía -que entonces obedecía al régimen represivo de León Febres-Cordero- rodeó el escenario para asegurarse de que no tocaran la canción Eres una puta. El guitarrista y cantante Jorge Martínez recuerda esa prohibición, que no se pudo saltar, a propósito de sus próximos shows en Cuenca y la capital, el 8 y 9 de marzo. Lo hace en el vestíbulo de un hotel al que ha llegado para atender a varios medios, unos no tan distintos a los que titularon “Al son del rock destrozaron las mallas del Estadio Modelo”, tras su debut en Guayaquil, en 1987.
En su equipaje lleva una camiseta con la palabra Mongolia y los colores de la revista satírica que de vez en cuando escandaliza a cristianos y conservadores en España. La palabra también recuerda a Revuelta juvenil en Mongolia, tema que canta con descaro:
“Vente con nosotros,
vamos a buscar líos,
no seremos arrestados,
ya no hay reformatorios”.
Lo suyo ha sido un ir y venir de rebeliones que ya llevan más de cuatro décadas. Y la portada del último disco de esta banda asturiana es la imagen del Ángel caído, una estatua de Ricardo Bellver que −por estar dedicada al diablo− fue removida en Madrid. La trasladaron del centro al Parque del Retiro, donde es menos visible.
¿Lo del Ángel refleja compromiso o se trata es una protesta más libre?
Tiene que ver con mi manía de meter los dedos en los enchufes. Alguien tiene que alzar la voz y decir aquello que otros no se atreven. Pero hay que hacerlo sin echar espumarajos por la boca. El discurso debe tener credibilidad, estar modulado para que llegue al blanco al que apuntas.
En la canción Mi amigo Omar hablas de un tipo “demasiado valiente para el armario”…
Es un amigo homosexual que se mueve con soltura, dignidad y gran saber hacer en cualquier tipo de ambiente. Él opina -como yo- que crear guetos de colores es malo para todos los colectivos, incluso blancos, negros, rockeros y hasta cristianos. El contacto entre todos es lo que hace que la sociedad se enriquezca.
El intercambio de ideas es lo deseable siempre, pero vivimos un fenómeno en que colectivos de gais, lesbianas… todos ellos se autoaíslan.
Pero muchos se han hecho de un nombre buscando equidad…
Hubo épocas y lugares en que se los encarcelaba y privaba de un montón de cosas y, ¡joder!, con tanto que les ha costado que se reconozcan sus derechos y libertades se marginan en vez de normalizar sus acciones sexuales, que ojalá se acepten todas.
A mí me parece peligrosa la opción de encerrarse. Estamos en un momento en que hay muchas posibilidades de ver como normal al que es distinto por fortuna.
Recuerdo otros guetos, como los de taurinos y antitaurinos…
Prefiero morir como un toro -que tiene unos minutos luchando en la plaza- a hacerlo en un hospital, enfermo de cáncer y padeciendo dolores tremendos durante meses.
Miles de seres humanos mueren con dolores infinitamente más intensos que los que padece un toro. No me parece bien que se mate a los animales y tal, pero cuando desaparezca el toro, al menos en España, montones de especies vegetales y animales van a borrarse porque su vida depende de él.
¿Eso justifica las corridas?
Hay otros festejos taurinos profundamente crueles que no están prohibidos, como ese en que lo ponen con llamas en los cuernos hasta que se quema los ojos [NdR. Torneo del Toro de la Vega]. Pero en la corrida, en sí misma, ese animal no sufre tanto como probablemente voy a sufir yo cuando muera.
Los editores de la revista satírica Mongolia han sido llevados a juicio en España por sus publicaciones. ¿Cómo es posible eso en Europa?
Desgraciadamente hemos tenido un gobierno que elaboró una ley que se motejó con el poco noble nombre de “mordaza”. Pretendía callar a la gente, evitar que opine, pero parece ser que al fin eso va a desaparecer.
¿Tomaste precauciones por esa ley?
No. Sobre el disco Rebelión (La Casa del Misterio, 2018) hay quien dice que se parece al primero, Ilegales (1982). Pero vivimos en un momento histórico diferente. Cuando aparecimos acababa de abolirse la censura, cada vez había más servicios sociales, como la medicina gratuita, la educación pública crecía y los derechos laborales conseguían cotas jamás antes vistas; ahora, en cambio, en todo el mundo padecemos una recesión en contra de las libertades individuales, civiles y los derechos en lo social y laboral.
¿Ves cerca una forma no violenta de regular al mercado?
Esto va a acabar mal. Tarde o temprano va a correr sangre, y lo hará en abundancia. En este momento se me viene a la cabeza la Revolución francesa (1789-1799) por haber sido tan llamativa y aquella máquina tan popular que fue la guillotina. A la larga será así: hay grandes magnates, poseedores de fortunas inmensas que empiezan a ver el peligro. Y ya advierten cómo pueden meternos a un acuerdo para pararlo.
Hasta hoy les ha ido bien…
Es de lo que se hablaba en El Gatopardo (Giuseppe Tomasi di Lampedusa, 1958): van a cambiar todo para que nada cambie. Eso es lo que quieren, pero por la propia dinámica de la que adolecen las empresas -por su malignidad y furia- no son capaces de frenarse a sí mismas. Se devoran constantemente unas a otras y por eso vivimos momentos de banca caníbal que fagocita todo lo que se pone por delante. Estamos en una época de neoliberalismo muy intoxicante.
¿Te contradices al decir que hay más garantías que antes?
Las tecnologías se han ampliado. Desde el principio ha ido todo más rápido y la tecnología se acelerará aún más, ¡pero no la especie humana, que mantiene sus raíces hundidas en la propia naturaleza! Por eso las canciones de Ilegales sobreviven a cualquier tiempo: se confunden con las raíces de lo humano. Es que no hemos cambiado en los últimos mil años. Si estudias la historia, la literatura o ves cómo eran los condicionamientos sociales de entonces, no somos tan distintos.
¿Rebelión es más cortante y directo debido a tu desesperanza actual?
Además es muy inmediato. Solo dura 29 minutos tan intensos. Para lograr decirlo todo hemos tenido que revisitar los moldes que había en los años cincuenta. Esos con canciones muy cortas aunque menos pesadas, con menos hierro que nuestro disco, que es más urgente que el primero.
Hoy no te volverían a prohibir tocar ciertas canciones, pero habrá quien quiera que seas inofensivo…
El sistema ya ha querido defenderse así del punk, lo hicieron desde los poderes fácticos de mi época y después. El partido socialista se vistió de modernidad haciéndose fotografías con compañeros de mi generación que estaban totalmente vacíos de discurso. Lo único que querían era pintarse el pelo de colores y mirarse excesivamente al espejo. Eso me repugna. Pero Ilegales no servimos para eso porque tenemos un discurso muy claro. Si alguien quiere ser realmente moderno y contar con nosotros como respaldo, tiene que mojarse realmente, al menos tener buenas intenciones aunque luego no puedan ser cumplidas por el montón de variables que tiene la historia.
¿Crees que esos músicos de pelo teñido pelearían por derechos, como lo has hecho en la SGAE (Sociedad General de Autores y Editores)?
¡No, porque ni siquiera lo entienden! Carecen de conocimientos y todo. Tienen la mentalidad para opinar, como la mayor parte de la gente: no son lúcidos en absoluto. Yo los despreciaba entonces y los sigo despreciando. No lo oculto. ¿Por qué vamos a tener que respetar y darle valor a quien no se lo merece?
¿En los setenta, había más “música de mierda” que ahora?
Siempre la ha habido. Cuando empecé a oír la radio de pequeño estaba todo el tiempo desintonizándola. Era odiosa, lo recuerdo bien. Esas coplas y pasodobles repulsivos. Pero cuando oí rock and roll por primera vez tenía unos 4 años. Elvis Presley (1935-1977) me pareció acojonante, era una rareza que quise oír una y otra vez aunque también la ponían junto a músicas horrorosas.
Hoy estamos en el mismo escenario. Momentos en que oyendo la corriente general te puedes quedar idiota. Hay músicas que proveen de un proceso de infantilización al ciudadano y terminan siendo francamente peligrosas. Son devoradoras de cerebros. Las cosas no han cambiado, pero el rock and roll se quedará aquí. No ha desaparecido como quisieron predecir en 1957, y no va a desaparecer en los próximos años. Nosotros lucharemos para que así sea, hemos sobrevivido muchos días para seguir un día más. Así somos.
Durante el franquismo, ¿cómo era el comportamiento de los censores hacia los músicos?
Los cantautores eran los más controlados, les ponían un ojo encima. A los grupos de rock, en cambio, se les dejaba decir cosas más rompedoras, contraculturales.
Así consiguieron destilar un veneno, una manera de decir las cosas mucho más lúcida y hábil. Es que, en la música, el veneno puede ser lucidez.
En América pasó que las metáforas fueron escudos contra los militares…
Nosotros teníamos muy puesto el ojo en las canciones revolucionarias sudamericanas, eh. Se importaban discos cuando se podía, la gente se reunía para oírlos. Es que la cultura hispanohablante me ha influido muchísimo más que un Bob Dylan. Salvo algunos discos de su primera época, no me dice nada; joder, es así incluso frente a Dos Passos, Henry Miller, Hemingway o Faulkner. Yo prefiero a Juan Rulfo. Su Llano en Llamas y su Pedro Páramo me parecen lo más revolucionario. Y he leído hasta a los nuevos, como el American Psycho de Bret Easton Ellis que, ya en los noventa, me parecía una imbecilidad, tío. Un porquería.
El realismo mágico, en cambio, es maravilloso. Y no se trata de idioma, porque Shakespeare también es maravilloso mientras que toda la literatura anglosajona de hoy me parece débil. Y lo que escribe la gente del rock y tal, mis compañeros, son mamonadas. Esa es la palabra.
¿Los artistas latinos dicen cosas más interesantes por ser marginados?
Ilegales las dice. ¿Por qué no voy a reconocerlo? Eso de la falsa humildad no va conmigo. Un rockero tiene que ser arrogante, los seguidores de estos grupos deberían exigirles un ejercicio de arrogancia a los músicos. No salir con aquella falsa modestia que es el peor de los reflejos de un ego subido de tono, por oculto y mentiroso.
“Yo soy quien espía los juegos de los niños” es una canción de hace más de tres décadas que podrías poner ahora mismo y suena actual. Con Ilegales pasa que yo envejezco, pero las canciones no.
Y “Si la muerte te mira de frente…”
… pues me pongo de la’o, sí. De momento, ese sistema me va bien, me funciona. ¡Que les jodan!