El 25 de febrero de 1937, hace ochenta años, nació Severo Sarduy, uno de los escritores cubanos que en la década de los sesenta configuraron una de las generaciones literarias más ricas del continente. Mientras en América Latina estallaba el boom con autores como Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, cultores del realismo mágico, Cuba tenía su propia camada, una que estuvo llena de autores que estaban enamorados de las palabras, y que, en consecuencia, desnudaban el lenguaje, ávidos por conocer —y conquistar— su anatomía.
Sarduy nació en una pequeña localidad de provincias, Camagüey. En Camagüey, la gente estaba orgullosa de hablar un mejor español que el de La Habana, y el orgullo de sus habitantes por la pureza de su lenguaje influyeron fuertemente en Sarduy. Era un lugar donde vivían muchos poetas y escritores, y donde el periódico local publicaba cada día un nuevo poema. En suma, un ambiente favorable para un adolescente que quería ser escritor.
La obra de Sarduy está atravesada por investigaciones y secretos del lenguaje, al que se refería así: «Ese deseo de darle vida a las cosas a través de las palabras, es lo que nos hace humanos».
En una entrevista de 1986, dijo: «Escribo solo para sentirme bien. Es un intento de volverme normal, de ser como los demás, aunque es obvio que no lo soy. Soy una criatura neurótica, presa de las fobias, cargado de obsesiones y ansiedades. Y en lugar de ir al psicoanalista, suicidarme o abandonarme a las drogas o el alcohol, escribo. Esa es mi terapia».
Nacido en una familia de clase obrera con descendencia española, africana y china, el pequeño Severo fue el mejor estudiante de su colegio. A mediados de los cincuenta, se fue a La Habana para estudiar medicina. Aunque no llegó a acabar su carrera, mantuvo por el resto de su vida el interés por las ciencias.
Mientras vivía en la capital cubana, siguió aquella vocación por la poesía, que le había inculcado su pueblo natal, pero también por la pintura. Ahí logró formar lazos con escritores mayores, como José Rodríguez Feo y José Lezama Lima, y ahí se le abrieron las puertas para empezar a publicar. Los primeros poemas de Sarduy aparecieron en el periódico Ciclón, que dirigía Lezama.
Cuando en 1959 triunfó la revolución cubana, Sarduy se convirtió en uno de los jóvenes escritores cubanos en los que recayó la tarea de renovar la literatura cubana.
En 1960, el gobierno lo envió a París, a estudiar en la Escuela del Louvre, pero una vez allá, decidió no regresar a Cuba cuando su beca finalizó, pues para entonces, tenía desacuerdos con el régimen por la persecución a los homosexuales y la censura impuesta a los escritores. Allí se relacionó con un grupo de críticos y escritores que publicaban el diario Tel Quel, que promovía el estructuralismo y la escritura experimental. Allí también colaboró con Mundo Nuevo, una publicación que circulaba en español y que era dirigida por el escritor uruguayo Emir Rodríguez Monegal.
Obra literaria
Gracias a estas publicaciones y a su nada despreciable producción, Sarduy ganó algo de fama, a pesar de que había sido sistemáticamente ignorado por la burocracia cultural de Cuba, que nunca lo mencionó en sus publicaciones ni dejó referencias sobre su trabajo.
Poeta, narrador y ensayista, su primera novela, Gestos, fue publicada en 1963. Se centra en la vida de una joven involucrada en actividades terroristas en contra del régimen de Fulgencio Batista en la Cuba de los cincuenta. Ella trabaja como lavandera de día, es cantante y actriz por las noches, y en sus ratos libres, se dedica a ser una revolucionaria clandestina.
Sin embargo, su libro más importante fue su segundo trabajo, una novela altamente experimental que dinamitó las convenciones narrativas, De donde son los cantantes (1967). Es una composición polifónica que abarca la historia entera de Cuba. Aquí, Sarduy intentó trazar una visión global sobre las tres culturas cubanas (la española, la africana y la china).
Su tercera novela fue incluso más experimental que la segunda. En Cobra (1972), el escenario es un teatro travesti y algunos episodios ocurren en India y en China. La siguiente, Maitreya (1978), empieza en el Tíbet, adonde han llegado los personajes en busca de un mesías, pero más adelante viajan a Cuba y luego a Estados Unidos, para terminar en Irán. Colibrí (1982) es un libro sobre la selva sudamericana, y El Cristo de la rue Jacob (1987) es una serie de relatos impresionistas, algunos autobiográficos.
La novela póstuma Pájaros de la playa (1993) trata sobre un sanatorio para enfermos de sida, que al final sería la causa de muerte de Sarduy, en 1993.
El autor es también conocido por sus teorías sobre el barroco. Cuando viajó a París, no fue para estudiar Literatura, sino Historia del arte, y se tituló con una tesis sobre el arte romano. Sus conocimientos sobre pintura y arquitectura influyeron mucho en sus teorías y en su trabajo creativo, y son temas centrales en su producción ensayística, en la que destacan ‘Barroco’, ‘Escrito sobre un cuerpo’, ‘Barroco y neobarroco’ y ‘La simulación’, escritos desde la perspectiva de la historia del arte.
En la obra de Sarduy todo es como un juego, de ideas, de palabras. Era un genio con las palabras, uno de los mayores estilistas en español. Y era uno
de esos novelistas juguetones, como Nabokov, cuyas texturas literarias, densas y ligeras a la vez, exigen al lector prestarle atención a cada palabra. Este tipo de escritura salva vidas.