Sandra Araya Morales: «Escribir es robar el cuerpo de otro ser y mirar a través de él»

En las faldas de un volcán andino, entre nubes inconsistentes que acompañan el andar de los monótonos días, hay una vieja casa donde viven dos mujeres que son madres, una prima, un pequeño niño que empieza a tener pensamientos propios y cinco perros (la blanca, el pequeño, la negra, el negro, la gorda) que intuyen el futuro.

Esta familia que parecería estar suspendida en un tiempo que se repite con lentitud, con ahogo, habita una casa que adquiere vida propia, o al menos eso es lo que siente Ada, la protagonista de Un suceso extraño (La Caracola), la más reciente novela de la escritora quiteña Sandra Araya.

En medio de conversaciones sobre fantasmas, relaciones imposibles, apariciones insospechadas, divagaciones sobre la existencia o recuerdos que emergen incompletos, Ada verá suceder su vida -la de su hijo, la de su madre, la de su perra blanca- envuelta en un hálito de sombras, aunque, a veces, la luz aparezca violenta, opacando más su realidad.

“El horror, en esa historia, tenía el nombre del viento”, dice la narradora en este relato cargado de esas pausas tan características en la prosa de Araya, unas que cortan el aliento intencionalmente, pero que también tiene una función formal: hacer de la escritura un ejercicio fragmentario, indefinido, ambiguo. Único.

Semanas antes de que se publicara Un suceso extraño, Sandra Araya presentó El espía, la carnada, el precio (El Conejo), libro en el que recupera a Tomás Donoso, personaje que aparece en su primera novela, Orange (La Caracola), y que forma parte de aquella familia de migrantes chilenos signada por una maldición. Ahora Tomás regresa como un detective que, mientras va tras la pista de un asesino de mujeres, también ausculta en los rincones más densos de su mente.

¿Qué provoca Un suceso extraño?
La novela nace de querer contar una historia de fantasmas que no sea precisamente de fantasmas. Pensé en jugar con esa idea porque es una manera de exorcizar los miedos. La casa en la que vivimos mi mamá y yo durante diez años acumuló demasiada energía, positiva y negativa, y había rincones a los que no me gustaba acceder, como el sótano. Escribir al respecto era una forma de hacerme un psicoanálisis, lo que no quiere decir que el personaje central sea yo.

Aunque hay mucha autorreferencia.
Sí, pero es algo distinto, es preguntarse quién eres tú dentro de una situación cotidiana que se alarga y alarga sin un sentido claro. Es una manera de buscar un sentido a una rutina, a una vida autoimpuesta que parece no tener salida. Y el catalizador para esas reflexiones, yo diría, son los perros.

Sobre todo la bella perra blanca que acompaña a Ada a todo lado…
Una casa donde hay tantos perros es extraña. Los perros sienten cosas que uno no siente y eso me parece importante. El relato, originalmente, no tenía perros, pero surgieron por dos motivos: la lectura de El obsceno pájaro de la noche, de José Donoso, donde uno de los personajes habla de una perra amarilla que simboliza la brujería y es como un álter ego de la bruja. Pero la brujería aparece pensada no solo como aquello que hace mal, sino como ese lado femenino que quiere liberarse del orden, de los mandatos, del marido, del patrón que te dice qué hacer. El otro motivo fue que a principios del año pasado mi perra se enfermó y cuando creí que se moriría, me pareció injusto no haberle dedicado nunca un libro a mis perros. Así que pensé que la perra blanca tenía este sentido de saber algo más y de mostrarle a la protagonista, con su lealtad, por dónde tenía que ir.

Otro catalizador de la narración son las historias misteriosas, chismes, que la mamá de Ada le cuenta, aunque ella no quiera oírlas…
La relación que tienen los quiteños, los ecuatorianos en general, con sus madres es rara, es demasiado cercana. Pero creo que con las mujeres esa relación es más natural. La protagonista es madre primeriza, tiene un hijo pequeño, y la maternidad le queda un poco grande todavía, no sabe bien cómo reaccionar, encuentra al niño como una cosa extraña, entonces su manera de apoyarse es escuchándole las peroratas a la madre. La madre rescata la tradición oral de sentarse a cierta hora del día a contarle a la hija la vida ajena de las personas, que es lo que hacen todas las madres del mundo, no sé si con un fin aleccionador o para soltarte cosas como que en todas las casas hay fantasmas. No creo que los fantasmas sean solamente las almas de los muertos que están flotando por ahí. Creo que las personas vivas somos fantasmas de nosotros mismos.

¿Lo sobrenatural habita entre nosotros, sin darnos cuenta?
En The Haunting of Hill House (serie basada en la novela homónima de Shirley Jackson), uno de los protagonistas no hablaba de lo sobrenatural, sino de lo paranatural. Hay cosas en la naturaleza que no comprendemos, pero eso no quiere decir que están por fuera de la naturaleza. Creo, además, que dentro de eso que no entendemos estamos nosotros mismos, están nuestras cabezas, nuestras maneras de proyectarnos frente al resto. La imagen que tenemos de nosotros mismos nunca llega a estar clara. La única vez que sabes quién eres es cuando estás a punto de morirte…

¿Por qué últimamente El obsceno pájaro de la noche se ha convertido en tu libro de cabecera?
Lo leía más en función de la monstruosidad y porque estoy trabajando con José Donoso como personaje, autor y persona. Trato de leer todo de él. En El obsceno pájaro de la noche también se habla de un hijo que nace monstruoso, fuera de la perspectiva que tenían de él sus padres, y ahí te das cuenta de que la monstruosidad nace del deseo. Esperar algo de tu hijo me parece monstruoso. Y cuando en el libro nace y no cumple las expectativas de sus padres, el niño es condenado al ostracismo. Sin dejar ese amor un poco extraño que tenemos los padres con los hijos, a ese niño le construyen un mundo a su medida, en el cual, en vez de protegerlo, lo alienan. He llegado a preguntarme en qué momento el amor maternal te convierte a ti en el monstruo que está debajo de la cama de tu hijo o en qué instante ese amor te hace salirte de ti misma para ser alguien que no quieres o no quisiste ser…

Esas preguntas introspectivas son recurrentes en tu escritura. Más que narrar paisajes, lo tuyo es meterse en la cabeza de los personajes. 
Me interesa indagar en el individuo, ya sea hombre, mujer, ornitorrinco, transexual. Quiero saber qué pasa dentro de la cabeza de una persona, cómo percibe el mundo y cómo ese mundo lo altera. Para eso, mi amigo Javier Vásconez me dice todos los días que lea a Henry James. Lo haré.

Esa percepción del mundo que propones es, muchas veces, terrorífica, inquietante. ¿Por qué?
A propósito de una novela que estoy editando, esta habla de un jardín y no podía evitar cuestionarme de que hay personas que consideran que los jardines son terapéuticos, sanadores, tranquilizadores. Yo, en cambio, cuando pienso en un jardín veo arañas gigantes, alimañas, gusanos debajo de la tierra, como si fuera una escena de David Lynch. El terror es un tema de percepción.

Has explorado el suspenso, el drama y el terror en tus otras tres novelas, pero en El espía, la carnada, el precio tratas lo policial. ¿A qué se debe ese giro? 
El formato de novela policial lo usé a propósito, era una excusa para contar una historia. No soy una cultora de la policiaca, tendría que aprender mucho de esa técnica narrativa y empaparme de maestros como John Banville, Raymond Chandler o Dashiell Hammett, pero la usé para exaltar ciertos clichés de ese género literario y para hacer una suerte de parodia. Incluso los asesinatos son secundarios frente a lo que el protagonista (Tomás) está buscando. Él quiere entender a qué obedece esta maldición en su familia, quiere buscar su lugar en el mundo.

Pero lo que sí mantienes, al igual que en tus otras novelas, son esas largas pausas estilísticas y la indefinición del sujeto que habla.
No sé si eso es un defecto, pero supongo que es porque quiero darle ese tinte de ambigüedad al personaje y que no se reconozca ni siquiera físicamente, sino que se proyecte como una voz, una visión, una mente que está mirando el mundo. No es gratuito que en la novela se mencione la película Being John Malkovich, de Spike Jonze, que es precisamente de seres humanos que ocupan el cuerpo de otro y juegan a ser otro, a mirar a través de esos ojos. Y creo que eso es la escritura: robarte el cuerpo de otro ser, meterte en su piel y mirar a través de él. Cuando estás metido en el cuerpo de este personaje no sabes si eres tú o él, entonces es mejor dejar muy ambigua la idea de quién está hablando, porque podría ser cualquiera. En ciertos pasajes hay sufrimiento real, porque tengo una capacidad muy vívida para imaginar y sentir esas cosas…

FAUSTO RIVERA YÁNEZ