Salón de Julio (de la serie ‘Los mismos, los mismos de siempre’)

El Salón de Julio, organizado por el Museo Municipal de Guayaquil (MUMG), es uno de los eventos culturales más conocidos de la ciudad, de esos que marcan un recorrido a través de las diferentes producciones plásticas que han sucedido en las últimas seis décadas de la historia del arte en este puerto, o —al menos— da una muestra de lo que se crea aquí, es decir, es el registro de una parte de la historia del arte de Ecuador. Es además un dispositivo para estimular, reconocer y legitimar a los artistas plásticos del país. La edición 58 del Salón se inauguró el 21 de julio, con una selección de 26 obras, divididas en dos secciones y, como criterio curatorial, las premiadas van en sala aparte.

Talvez la palabra para resumir la experiencia visual del recorrido por la muestra es desencanto. Al entrar a la exposición, da la impresión de haber estado en el mismo Salón al menos unos diez años. No es solo una cuestión de estilos de autor, esas regularidades organizadas en torno a la descripción de un hacer1, esas marcas que los artistas van dejando sobre la superficie de la obra y que son reconocibles a lo largo de su carrera. No. Porque no es solo una forma de hacer, sino un empecinamiento temático y de género. Esto es evidente, por ejemplo, desde la manera en que se presentan las obras en la cédula que las acompaña, con el uso abusivo de la frase «mi producción gira en torno al tema»… ¿Por cuántos años más?

Hay temas que se repiten y se repiten, y con esto se perpetúa un malestar que se ha comentado durante años —y que es aplicable también al Salón de Octubre—: sin restar mérito a la producción pictórica (es reconocida la habilidad hiperrealista de muchos artistas frecuentes del Salón), las obras que se exhiben edición a edición no se enmarcan en lo que se está realizando actualmente en el campo del arte contemporáneo, basado más bien en «la extrañeza y la novedad, en una extensión casi ilimitada del concepto arte»2. Al contrario, tenemos año a año obras que derivan de ediciones anteriores, con variaciones mínimas (algunos son casos extremos) en las que una cosa es reconocible, la poca dedicación al proceso investigativo artístico.

Lo que se precisa es un compromiso con el oficio de artista, que va más allá de mostrarse en una plataforma cultural con fines económicos; un compromiso social y cultural que resulte en nuevas poéticas, emplazadas en la contingencia del arte contemporáneo y que despierte la mirada del circuito local hacia los salones de la ciudad, que están quedando en el olvido.

A continuación, un poco de lo que se puede observar en el Museo Municipal hasta el 22 de agosto.

Javier Gavilánez, el ganador del primer premio, es un desertor de la escuela de Bellas Artes de Guayaquil. Siempre cuestionó los modos tradicionales de hacer arte y su espíritu investigativo lo llevó a enfocarse en la construcción de las formas, más que en la representación naturalista, que es uno de los estilos más explotados en el medio. Gavilánez ha obtenido varios premios en otros certámenes similares dentro del país, y, al igual que algunos de sus colegas —ya sabemos quiénes— aparece año a año en la lista de premiados, o dentro de la exposición.

Percepciones entrecruzadas’, la obra de Gavilánez, es un díptico que cita al paisaje de computadora (ese que viene por defecto como fondo de pantalla), pero con una reorganización de los colores para crear con ellos una versión abstracta. Para su elaboración, el artista lijó paredes de 25 casas distintas durante seis semanas. El residuo —hecho polvo— de esas pinturas extraídas, se almacenó en celdas plásticas colocadas horizontalmente sobre madera, degradando los colores en varios tonos.

Los residuos de la pintura, además de ser el material constitutivo de la obra, se vuelven el centro de un gesto poético y, como tal, subjetivo, de la mirada de Gavilánez sobre este paisaje que a sus ojos ha reflejado una distinción de gustos entre clases sociales, ya que frente al díptico, del lado izquierdo se observan más colores, predominan el verde y el azul en sus diversos tonos. A veces ese degradé se ve abruptamente cortado por unas líneas rojas, mientras que el cuadro del lado derecho está compuesto más bien por colores como el turquesa, no hay rojos, sino tonalidades más sutiles, como el beige, el menta, el gris, el celeste. En esta diferencia de colores se enuncia el paisaje social que Gavilánez ha diseñado extrayendo materiales del propio mundo tematizado.

La gota que derramó el vaso II’, de la serie Veredas frías, del lojano Emilio Seravique (segundo premio), es una obra de gran expresividad, que articula su interés por el dibujo, los videojuegos y los mundos distópicos en un cuadro que fija su mirada en el mundo de la consciencia.

La figura central muestra a un ser disforme parado en media circunferencia que flota sobre el dibujo destrozado de un espacio que, por la similitud, podría tratarse de alguna de las Américas. Alrededor de este ser habitan diminutos monstruos que parecen sacados de Machinarium (un juego de video para computadora), que al igual que los personajes retratados en los cuadros superiores dentro de la obra, son personajes que parecen inspirados en el lado monstruoso de la existencia. La mirada obsesiva del artista sobre los aspectos crueles de la mente humana se enuncia en gran parte de su producción artística, marcando así un estilo reconocible y previsible.

Desde los inicios del arte conceptual, la crítica institucional fue uno de los temas principales que abordaron los artistas en los años setenta, utilizando como ‘materiales’ conceptuales las condiciones según las cuales las instituciones consideran que algo es arte o no3. La crítica se instala en estas obras al atraer la mirada hacía los modos en que esas condiciones actúan y se mantienen a través de la desigualdad del poder. La estrategia de César Guale (mención de honor), fue utilizar la figura del crítico o curador, un profesional con el poder suficiente dentro de los salones y en el circuito artístico para convertir un objeto en arte o instalar ahí el malestar de la crítica. En ‘Contemplación para curar lo que ellos teorizan…?’, Guale ha unificado 39 cuadros elaborados previamente en varias ediciones del Festival de Artes al Aire Libre (FAAL) —las de 2013, 2015 y 2016—, en las que él participó. Reunidos, representan la mirada que tiene el artista sobre el festival y el papel del curador que cumple a la vez el rol de crítico y de jurado.

La figura central de una lata en cuya tapa se alcanza a leer —deformada— la leyenda «ungüento curador», se presenta como metáfora de la figura del curador. Los cuadros en los que se representan a varios artistas en proceso de creación se han elaborado con violeta de genciana y mertiolate, compuestos químicos utilizados en la medicina, que funcionan como metáfora de que hay heridas en los artistas que deben ser curadas.

Con esta obra Guale, cierra una serie de trabajos (‘Paracuraduría’, ‘Estéticas de la precariedad carcomida’, ‘Si estoy en vida y me sepulta la pintura, es como estar muerto’) que exploran el tema de la crítica institucional, siempre tomando como motivo principal el rol del curador y las entidades municipales responsables de legitimar el arte a través de sus instituciones.

Joseph Albers, hogar dulce hogar’ (mención de honor), de Shirley Solórzano, lleva por título una alusión al artista alemán que dedicó gran parte de su trabajo a la exploración cromática y a las forma de líneas y figuras, creando ilusiones ópticas junto a Victor Vasarely (el creador del Op Art). En esta serie, la artista ha compuesto doce cuadros, todos ellos poblados de formas geométricas que han sido bordadas sobre lino y extendidas sobre bastidores de pequeño formato. La yuxtaposición de elementos geométricos aparece como una poesía gráfica, que recuerda que, en sus inicios, el objetivo de la abstracción era poder rivalizar en expresividad con la música.

Decápodos o ‘Boceto para adoquín’ de Beatriz Cedeño (mención de honor) se compone de una cantidad importante de los cefalotórax de crustáceos como los cangrejos, que han sido pegados en forma rectangular, simulando ser adoquines, y que en su forma más general pretende ser el pavimento de muchos sitios donde ha llegado la Regeneración Urbana.

Esta obra juega con la multiplicación de los medios para crear arte a través de la cualidad quebradiza del material; de esta manera, establece relaciones entre formas culturales cotidianas, como comer cangrejos, provocando una sensación de desorientación: ¿Cómo puede parecer tanto al pavimento de adoquines siendo partes de animales muertos? Y la disparidad por una parte del ilusionismo y el formalismo para transmitir la experiencia estética.

Varias sorpresas en el salón de Julio sugieren que aún está con vida. Pero si los temas siguen siendo los mismos, su función en el discurso de una obra que empezó siendo una provocación maravillosa en un inicio, solo puede aspirar a vaciar su contenido y por ende banalizarse. En el campo del arte, tan circunscripto y limitado, el artista debería procurar hacer tambalear todas las categorías que edifican esta empresa: su propio rol de artista, la función de su obra dentro del circuito, el papel de las instituciones culturales como los museos, crear nuevos métodos de percepción del mundo. De todas maneras, como decía Arthur Danto, «la historia se relaciona más con la extensión que con la intensión del concepto arte», y si este no es un buen momento para los salones en la ciudad, hay que recordar que en cada obra se tiene la oportunidad de hacer historia, historia del arte.

58 Salón de Julio

Jurado de admisión: Robin Echanique, Christian Moreano, Servio Zapata.

Jurado de premiación: Víctor Hugo Bravo (Chile), Eduardo Ribera (Bolivia), Ricardo Fuentealba-Fabio (Chile)

Director del Salón: Hernán Pacurucu

Primer Premio: ‘Percepciones entrecruzadas’, Javier Gavilánez S.

Segundo Premio: ‘La gota que derramó el vaso II’ (serie Veredas frías), Emilio Seravique

Tercer Premio: ‘El problema de lo imaginario —Litigio—’ (serie Prácticas y estrategias de control), Marcel Leonardo Moyano

Menciones de Honor: ‘Boceto para adoquín (Beatriz Alexandra Cedeño), ‘Sin casinos no hay paraíso…’ (Wilson Paccha), ‘Contemplación para curar lo que ellos teorizan…?’ (César Guale), ‘Proyecto reactivación, repotenciación y revitalización de asociaciones obreras. Boceto de mural del Sol’ (Oswaldo Terreros), ‘Gentrification (Allomerus desermarticulatus)’ (Juan Caguana).

Notas

1. Steimberg, Oscar.(2013) Semióticas, Las semióticas de los géneros, de los estilos, de la transposición. Eterna Cadencia. Buenos Aires.

2. Moulin, Raymonde. (2012) El mercado del arte, mundialización y nuevas tecnologías. La marca editora. Buenos Aires.

3. Osborne, Peter. (2000) Arte Conceptual. Phaidon.