Hay cosas que regresan. Pese a que Orwell es un escritor siempre vigente, su obra puede hallar potencia a través de hechos aparentemente desconectados como las elecciones presidenciales de Estados Unidos: Cuando Donald Trump las ganó en noviembre, hubo un rebrote de interés por 1984. En España hay un escritor que ha resucitado, y no solo lo ha hecho a lo grande, ganando la vigésima edición del premio Alfaguara de novela, sino que además, el jurado, presidido por la escritora mexicana Elena Poniatowska, ha hablado de su nueva novela como una obra «kafkiana y orwelliana».
Se trata de Ray Loriga (Madrid, 1967), autor de Rendición. La obra es «una parábola de nuestras sociedades expuestas a la mirada y al juicio de todos», como consta en el fallo del jurado, que además la describió como una fábula sobre la paternidad y el destierro, en la tradición de Juan Rulfo o Franz Kafka. «Sin caer en moralismos, a través de una voz humilde y reflexiva con inesperados golpes de humor, el autor construye una fábula luminosa sobre el destierro, la pérdida, la paternidad y los afectos», se leía en el fallo. «Sin apenas referencias geográficas o temporales, Rendición es una novela que sorprende a cada página hasta conducirnos a un final impactante que resuena en el lector tiempo después de cerrar el libro», agregó Poniatowska, también ganadora del premio Alfaguara de novela hace dieciséis años con La piel del cielo.
La obra ganadora es, a decir del autor, una distopía sobre «una sociedad en la que lo privado es de dominio público» y donde «impera un orden riguroso, una calma autoritaria y una absoluta transparencia: no están permitidos los secretos ni las paredes». Rendición fue seleccionada de entre los seis finalistas que quedaron de los 665 manuscritos recibidos en total, la mitad de ellos provenientes de España.
En el evento de premiación, realizado en Madrid el miércoles 5 de abril, Loriga dijo sentirse conmovido por el galardón, dotado con $ 175.000, una escultura del español Martín Chirino y la publicación simultánea de la obra en España, América Latina y Estados Unidos. «¿Quiénes somos cuando nos cambian las circunstancias, cuando nos quitan las flores del jardín, cuando los muebles se han ido, cuando las situaciones han cambiado?, ¿quiénes somos de verdad?, esa es la pregunta que me hago en el libro», dijo Loriga al público.
El autor de célebres novelas, como Lo peor de todo (1992), Héroes (1993), Tokio ya no nos quiere (1999) o Trífero (2000 y 2014), confesó que la obra galardonada es producto de haber escrito una primera frase: «Nuestro optimismo no está justificado», y de ahí «haberla seguido hasta el final y ver dónde me llevaba». La novela inicia así:
Nuestro optimismo no está justificado, no hay señales que nos animen a pensar que algo puede mejorar. Crece solo, nuestro optimismo, como la mala hierba, después de un beso, de una charla, de un buen vino, aunque de eso ya casi no nos queda.
Rendición
Un rockstar de las letras
La novela se basa en la empatía, ha dicho Loriga: «Cuando camino por la calle y veo a alguien, ese también podría ser yo». Según su autor, que intenta poner en escena el hecho de que hoy todos están sometidos al juicio de todos, la obra trata de responder esta pregunta: ¿Quiénes somos cuando nos cambian las circunstancias?
Loriga usó un seudónimo: Sebastián Verón, como el futbolista argentino que era el motor de su selección durante el Mundial de 2002. El nombre no es casual: Cuando Argentina quedó eliminada, hubo quienes se pusieron suspicaces y ataron los cabos como le gusta a las redes sociales: Verón jugaba en el Manchester United de Inglaterra, y seguramente fue por eso que no rindió como acostumbraba ante esa misma selección…
A propósito, Loriga tiende a compararlo todo con fútbol, incluso los alcances del Alfaguara: «¿Para qué sirve este premio, además de la difusión? Creo que es lo mismo que cuando juegas en las divisiones inferiores de un equipo y tienes unas canchas pésimas y de pronto saltas al equipo titular: todo el mundo te ve y conoce tu trabajo. Creo que pasa lo mismo, gracias a este premio mis libros podrían llegar a personas que ni siquiera sabían que yo existía. Es útil para mí conocer nuevos lectores».
El Confidencial, medio de comunicación nativo digital (uno de los más antiguos de su tipo en España), se tomó el premio por sorpresa: «Y es así como el veterano escritor rockero ‘resucita’ tras años fuera del mapa literario, después de su fulgurante irrupción en la narrativa española de los años noventa, cuando todos aquellos chavales que soñaban con escribir, querían escribir como él». Loriga tuvo una aparición violenta en la década de los noventa, y fue perdiendo fuerza mediática con el tiempo, aunque nunca dejó la actividad editorial (su última novela se publicó en 2014), y a pesar también de su paso por la industria cinematográfica. Sin embargo, se trata de un escritor cuya obra, aunque dejó de estar en boga por un tiempo, es ampliamente conocida.
Empezó su carrera como escritor hace veinticinco años. En 1992, publicó su primera novela, Lo peor de todo, y al año siguiente sacó una segunda, Héroes. La primera de ellas gira en torno al personaje de Élder Bastidas, un tipo que hace un repaso casi terapéutico de su vida: empezando por las decepciones de su infancia hasta llegar a un presente en el que la melancolía y la incomprensión lo dominan todo a su alrededor. En la novela, el amor aparece como la vía de la salvación para que Élder no termine por hundirse definitivamente.
Su literatura por entonces le cayó muy bien a la crítica. Un periódico inglés, The Daily Telegraph, se refirió a él como la voz de una nueva generación. «Se lo puede considerar el verdadero iniciador de una escritura que se aleja del realismo español, un monólogo mental en un paisaje desolado, como salido de un cuadro de Hopper, con unos protagonistas cuyo único núcleo social, generalmente roto, es el de la familia. Una escritura depurada, de breves párrafos, que no describe, sino que va, silenciosa como los neumáticos de un automóvil sobre una autopista», decía el periódico inglés. Y esa fue una de las primeras de muchas invitaciones a los medios de comunicación. Sus libros, obviamente, fueron vendidos y —lo que es más difícil— leídos. Y se convirtió en un autor de best sellers.
Pero no solo se trata de sus dichos bonachones, su intención de generar empatía, su conexión directa con el fútbol o su necesidad de hablar de una de las pruebas más difíciles que nos ha traído la hiperconexión: ¿cómo hacemos para no matarnos? Hay algo también en su aspecto: su postura, su mirada, su forma de hablar. Su segunda novela, Héroes (1993), salió al mercado con una portada que no era otra cosa que la foto de Loriga: Tenía el pelo largo, se había puesto anillos con forma de calavera, se veían los tatuajes de sus brazos y, además, llevaba una cerveza en la mano.
Pero hay que ser justos: la portada no fue idea de él, sino de Enrique Murillo, director de publicaciones de la editorial Plaza y Janés. Murillo, que se ha referido a Loriga como un escritor que necesita menos páginas que otros porque «sabe lo que hay que contar y lo que no hay que contar», contó en El País que le había pedido una foto para la solapa, y que al verla supo que «esa era la mejor portada posible». Por supuesto, llovieron críticas que decían que se trataba más de marketing que de literatura.
A propósito del Alfaguara, El Confidencial hacía memoria para recordar que «ningún escritor de la historia de la literatura española ha sido tan atractivo para los medios como él. La industria editorial se volvió loca. Juventud era todo el talento que necesitaba alguien que mandara su libro a una editorial. “Traficantes de juvenalia”, llamó Jorge Herralde a algunos editores». La imagen de Loriga es como una mezcla de dos argentinos: Federico Andahazi (un autor con los brazos musculosos, las cejas depiladas y el bigote bien cuidado, que produce una columna radial todos los días) con Enrique Ferrari (el escritor que se gana la vida limpiando el subte).
Casi enseguida, el escritor madrileño empezó a hacerse un camino también por el cine. A mediados de los noventa, estaba colaborando con Pedro Almodóvar en el guion de Carne trémula. La película fue estrenada en 1997, el mismo año que el propio Loriga sacaba otra cinta, esta vez dirigida por él mismo: La pistola de mi hermano. Y por si no fuera poco, se trata de la adaptación de un libro suyo, Caídos del cielo. Se trata de una historia cargada de humor negro y desesperación fría: Un día, un chico medio extraño mata de un tiro en la cara al vigilante de una tienda. A continuación se escapa y roba el primer carro que se encuentra. Adentro hay una chica que parece encantada de acompañarlo en su huida.
Más adelante, colaboró también con otros directores, entre esos Carlos Saura, participó en un proyecto audiovisual en el que la estrella era Gwyneth Paltrow, y volvió a producir una película: Teresa, el cuerpo de Cristo (2007), en la que dirigió a Paz Vega, Leonor Waitling y Geraldine Chaplin.
Aunque El País habló de un fallido debut en el cine y otros se refirieron a las deficiencias de la trama, Ray Loriga era ya un autor de culto, un tipo al que su país veía como un renovador, a pesar de que su estilo estaba estrechamente vinculado al de autores estadounidenses de mediados del siglo XX.
Cómo torear a la tradición española
Esa mezcla de referentes culturales ha sido central en su carrera. Cuando se hizo conocido, sus contemporáneos (la generación X) vivían el desencanto del neoliberalismo en Europa, con la figura de Margaret Thatcher en Reino Unido a la cabeza. En las letras de Loriga fue clara desde el principio la influencia anglosajona de autores como Jack Kerouac, William Burroughs, Charles Bukowski y Mark Twain, y entonces su prosa empezó a ser relacionada con la de escritores estadounidenses contemporáneos, como Bret Easton Ellis.
Su segunda novela, Héroes —con un fuerte componente de rock, y titulada así por un disco de David Bowie—, lo acercó estéticamente a la generación beat. Se trata de un joven que, cansado de la falta de emociones, se somete a un encierro voluntario. Su única compañía son sus canciones y sus recuerdos, como si decidiera abandonar el mundo real. Construida en forma de libro de relatos cortos, la obra se desarrollada en un completo caos onírico y sin ningún resquicio de orden. Lo que hay es una interminable referencia a la música de Bowie, Lou Reed, Mick Jagger y Bob Dylan.
Cuando salió uno de mis primeros libros en Estados Unidos, una de las cosas que me dijeron es que no parecía español, y yo me preguntaba, ¿tienen que salir toreros? Parecía que estábamos obligados a sacar lo folclórico y eso se quita leyendo a Kafka: el escarabajo es cualquiera y está en cualquier ciudad.
Ray Loriga
Según el peruano Santiago Roncagliolo, quien también fue parte del jurado de este reciente Alfaguara, Loriga «escribe como si fuera de Nueva York o de Londres». Otro jurado, el argentino Andrés Neuman (ganador del premio en 2012 por Hablar solos), ha dicho que Rendición pertenece al «raro género de la picaresca de ciencia ficción».
Por su parte, Loriga, sostiene que una de sus lecturas de adolescencia, El guardián entre el centeno, de J. D. Salinger, le pareció «un Lazarillo de Tormes con Nueva York detrás». Para él, «la picaresca no es más que la situación de un cualquiera en un intento de protegerse de la sociedad y sacar algún provecho vital».
Si falla el amor, siempre queda el arte
Cuando el padre de Loriga sintió que su hijo tenía la edad suficiente para hablar con él, cerca de los 13 años, lo llevó al Museo del Prado. Luego de dar un largo paseo por ese repositorio histórico que alberga obras únicas como ‘Las Meninas’, de Velázquez, o ‘El jardín de las Delicias’, del Bosco, le dijo: «Hijo mío, el arte es lo segundo mejor del mundo, lo primero son las mujeres. Cuando falles con una mujer: te deje, te abandone o tú la dejes o todo sea un desastre, vente al Prado y aquí te consuelas. Esto es lo segundo mejor del mundo, el arte es lo segundo mejor del mundo».
Poco después de ser anunciado como el ganador, Loriga dijo, en una videoconferencia con periodistas latinoamericanos, que aún piensa que las mujeres son lo mejor del mundo. «No hablo solo del deseo sexual, sino de las amigas, de las madres, de las compañeras de trabajo, de muchas mujeres. Ellas siguen siendo, por lo menos, la mitad de la causa de la existencia, la otra somos nosotros, estos idiotas», dijo con desenfado desde Madrid.
Así como el arte es un lugar de consuelo, la lectura fue una ventana: «Cuando abrí un libro no me volví a aburrir nunca jamás, así descubrí la literatura. Decía Machado: la infancia es ‘lluvia tras los cristales’. Pues delante de esa lluvia y de esa tristeza aparente, abres un libro de Stevenson y estás en los mares del sur», dijo Loriga, quien «se siente como uno más en esa larga tarea de decir las cosas».
El escritor español ha hablado de su trabajo en relación con el de otros autores de los que se siente influenciado, como Thomas Bernhard, Franz Kafka y, en especial, Juan Rulfo. «No habría cogido mi primer lápiz ni el papel sin haber leído a Rulfo: sin él, no estaría aquí ni sería quien soy hoy. Todo lo medianamente inteligente que salga en mi libro lo vi en la sombra de Rulfo, y es muy difícil caminar sin sombras. Según baja el sol, más larga la sombra, y esa es nuestra lengua», afirmó el autor de Rendición, una novela en la que no hay ni droga, ni sexo, ni rock ’n’ roll, sino algo que llama «retrofuturo»: El protagonista es un hombre cuyos hijos luchan en una guerra (aunque no se sabe cuál), y que adopta un niño refugiado, siendo él mismo refugiado. No hay optimismo, ni señales.