Paralelo Cero: coreografías para criaturas que intentan liberarse

En una oscuridad absoluta, una brillante luz azul se erige desde una esquina del nivel inferior del escenario. Una pequeña criatura, llena de pápulas y corazas se mueve de rodillas por el piso al ritmo de un mantra en idioma bengalí. Lo primero que siento es compasión. Silencio. De un capullo crece una voz titubeante que recuerda el mantra y halla en este rezo una esperanza. Muestra un brazo, los dos brazos. No es una criatura extraña o un monstruo, es una coraza que encierra a una persona que vive su propia escaramuza contra sí. La pieza transita en el deseo de liberación y transformación. Suena ‘Libera me’ de Jocelyn Pook. Libera me, Domine, de morte aeterna, in die illa tremenda: Quando caeli movendi sunt et terra, Dum veneris judicare saeculum per ignem. El ser se libera de las capas que lo mantenían preso y lucha para pasar de un estado a otro, lo que nos recuerda que el dolor es el camino directo a la transformación, cualquiera que sea. El solo Transitar, de Emilia Benítez es una pieza de danza contemporánea que promete, desde el título, no estar estática, sino ir o pasar por —o dentro de— nosotros. Es una obra de la que no se vuelve igual, ni la bailarina ni el espectador.

Transitar es parte de un ensamble de cuatro piezas que el colectivo de investigación coreográfica Paralelo Cero presentó el 1 de julio en la Alianza Francesa de Guayaquil, dentro de su gira 2017. Paralelo Cero fue fundado en 2014 por Hervé Maigret (coreógrafo y director francés), junto a los bailarines de danza contemporánea Emilia Benítez y Omar Aguirre, y el músico chileno Rodrigo Becerra, exintegrante de la Orquesta Sinfónica del Ecuador. En 2011, la Compañía Nacional de Danza (CND) invitó a Maigret a Quito para coreografiar El otro bolero de Ravel, donde conoció a Benítez y a Aguirre, quienes —un tiempo después de retirarse del cuerpo de baile de la CND— se unirían para crear Paralelo Cero junto a Maigret. La primera presentación oficial del colectivo se dio en 2015 en el Teatro Variedades de Quito, en un espectáculo compartido con NGC25, compañía de danza que creó Maigret en Nantes a los 25 años, y en la que actualmente colabora el bailarín ecuatoriano Pedro Hurtado.

En 2016, el Ministerio de Cultura ecuatoriano invitó a Paralelo Cero a realizar una gira por tres ciudades francesas, en el evento ‘La danza de Ecuador en Francia’, donde la agrupación presentó por primera vez el solo Transitar de Benítez, y el solo Nada que ver, de Aguirre.

Hervé regresó a Ecuador en junio de este año para realizar, con Paralelo Cero, un laboratorio de danza que proponía una indagación del movimiento, la actuación y la música, para pluralizar las manifestaciones artísticas dentro de un espacio amplio y multiforme —y con lindes tan flexibles— como la danza contemporánea.

Producto de este intercambio cultural se crearon dos solos: El bailarín, coreografía de Maigret interpretada por Aguirre; e Ilusión, de Benítez y Maigret, interpretada por Rodrigo Becerra, que pasó de ser el acompañamiento musical de Benítez a aportar con breves episodios coreográficos fusionados con aportes de carácter actoral. Después de todo, el sueño compartido de estos bailarines es «hacer del escenario una simbiosis de pluralidades artísticas, donde la actuación, la música y la danza se fusionan e institucionalizar el arte en Ecuador, como es en Francia, donde el ejercicio artístico es reconocido como otro elemento más de la economía», como menciona Hervé.

Con auditorio lleno, aires apagados y cruces escenográficos molestos de fotógrafos impacientes, se presentó el 1 de julio la primera de las cuatro funciones de Paralelo Cero este año (en septiembre será la última). Con el auspicio de la Embajada ecuatoriana en Francia, en ese país se presentarán las coreografías Cabezas, de Aguirre y Ars Papyrus Poeticus, de Amelia Poveda, interpretada por Pedro Hurtado.

Nosotros dos, de Maigret, es interpretada por Benítez, acompañada en la parte escénica y musical por Rodrigo Becerra. Ella, menuda, hermosa y descalza; él, un músico enamorado que toca para su musa… Hasta acá, parece otra historia de amor entre músico y bailarina. Y no cambia mucho en los quince minutos que dura, excepto porque el cuerpo de ella, tenue y ligero, se convierte en el contrabajo de su amado, y él la sostiene con el brazo izquierdo y la abraza con el derecho. Los actos, marcados por el cambio musical, muestran la sucesión de las etapas del amor, desde el enamoramiento hasta las peleas y reconciliaciones apasionadas de dos amantes que pasan de ocupar el centro del escenario para ir hacia los laterales, siempre alejados del proscenio para mantener el aire místico e inalcanzable de las historias de amor. Generan por momentos un contrapunto entre las paredes laterales del escenario, mientras los cuerpos ruedan y las luces se apagan. Lo más interesante es que la historia es real.

La segunda pieza, El bailarín, es un homenaje a Charles Chaplin. «Cuando conocí a Omar, supe que había algo de Chaplin en él, y siempre tenía ganas de poder explorar esa posibilidad», dijo Hervé en el foro posterior a la presentación. Y no se equivocó. Cuando Aguirre caracteriza a Chaplin, deja de ser el remolino de movimientos que suele ser y se convierte en el actor lleno de gestos lúdicos y momentos poéticos.

Este Chaplin aparece en el escenario con un puñado de globos blancos en sus manos; sus movimientos se guían por el capricho de sus globos. Acto seguido, y guiado por el silencio, el bailarín da la vuelta a sus bolsillos vacíos; se sienta y muerde desesperado sus zapatos negros, dejando al descubierto varios dedos que se escapan por los agujeros de sus medias. Y entonces el bailarín empieza a regalar globos, aunque es todo lo que posee, porque dentro de toda desgracia hay breves episodios de felicidad. Y tal vez en eso radica la poética de este Chaplin; la fuerza sentimental de cada movimiento nos recuerda que siempre se puede sonreír, por más que falten las razones.

Ilusión es otro solo en el que se impone la actuación sobre la danza. Becerra (el músico que acompañó a Benítez en Nosotros dos) aparece vestido de traje y con su violonchelo en la mitad del escenario, tocando lo que parece ser un ejercicio de improvisación que en breve se ve truncado por un bloqueo artístico. Sin el grácil movimiento corporal de los bailarines, el músico va probando distintas posiciones en las que no puede tocar su instrumento, un proceso que intenta hacer de su cuerpo una metáfora de liberación. En el proceso, se va desvistiendo poco a poco. Mientras más desnudo está, más se acerca a liberarse de lo que le impide volver a la música. Finalmente, él, desnudo, y el violonchelo encuentran la armonía que les faltaba.

Estas escenas de Paralelo Cero mostraron principios felices en enamoramientos chiclé, las contracturas mentales que nos provocan las presiones de la sociedad y, tal vez, las malas elecciones, pasando por el optimismo y el humor mudo de Chaplin en dos solos de carácter actoral, que, poco a poco, se fueron desvaneciendo para dar paso a Transitar, esa grave tragedia contemporánea descrita al inicio, que terminó colocándonos en un limbo sentimental. Porque qué es el arte de la danza sino una herramienta para conmover el alma.