Este boceto de Mary Zophres, diseñadora de vestuario, muestra la estética retro que persigue La La Land.
Sorprende que las principales instituciones cinematográficas de EE.UU. atraigan la atención sobre esta película, rechazada cuando era un proyecto, y su director, un desconocido. Fue antes de filmar Whiplash, concebida después pero priorizada en aras de abrir un camino, de sentar bases y recopilar cierta ganancia. Como estrategia, funcionó.
«Ciudad de estrellas, ¿brillas solo para mí?», pregunta Sebastian (interpretado por Ryan Gosling), el protagonista de La La Land, la película del momento, pues todos la comentan luego de un rosario de nominaciones y premios. Los amantes del género musical, o simplemente del cine clásico de Hollywood, se cuestionan lo mismo tras la aparición de criterios que hablan del sobredimensionamiento de un largometraje cuyo guion ignora o incumple con tres estándares del cine de hoy: malas palabras, violencia y sexo. Algunos espectadores pudieran cuestionar cuán auténticos son sus récords y vale la pena convocar: hay que verla y —sobre todo— analizarla.
Sorprende que las principales instituciones de la industria cinematográfica de Estados Unidos atraigan la atención sobre esta película —que fue rechazada en Hollywood cuando era tan solo un proyecto— y su director y guionista, un desconocido. Ocurrió antes de filmar Whiplash (2014), una obra concebida después, pero priorizada en aras de abrir un camino, de sentar bases y recopilar cierta ganancia. La idea como estrategia funcionó.
Hace pocas semanas, La La Land, la tercera cinta dirigida y escrita por el joven Damien Chazelle, se convirtió en la más premiada de la historia de los Globos de Oro, y el pasado 24 de enero la Academia de Cine de Estados Unidos la nominó en catorce categorías de los codiciados Premios Óscar.
De esta forma, el musical —construido a modo de homenaje a la época de oro del cine hollywoodense— empató el récord de nominaciones compartido hasta aquel día por All About Eve y Titanic.
La crítica ha sido prolífica en elogios dirigidos al guion y la dirección de Chazelle, las actuaciones de Ryan Gosling y Emma Stone, la partitura (con un leitmotiv fabuloso) de Justin Hurwitz y los numerosos temas musicales, ilustrativos de los sueños y las nostalgias de los protagonistas.
Desde la primera canción (con la que inicia), la película insta a «perseguir todas las luces que brillan. Y cuando te desilusiones, levántate de nuevo, porque llega la mañana y es otro día de sol».
Las catorce nominaciones a los Óscar exaltan la excelencia de la pieza en actuaciones (femenina y masculina), dirección, banda sonora original, guion, dirección de arte, edición, efectos de sonido, diseño de vestuario, fotografía y canción original, entre otras. Por supuesto, aparece postulada en la categoría reina, la de mejor película, aunque se siga diciendo que Chazelle no aporta nada nuevo al género musical, sino que más bien lo actualiza.
Quizá debieron precisar: lo aterriza, porque en La La Land, a diferencia de múltiples predecesoras, el romanticismo tiene límites, los del mundo real. Los personajes analizan su historia íntima y llegan a la conclusión de que no se puede equilibrar del todo con los respectivos sueños. Pese a no dudar del amor mutuo, a partir del debate, cada cual decide emprender el camino que le llevará a alcanzar los anhelos, y lo logran, aunque no juntos.
Triunfa el ‘yo’ y no el ‘nosotros’, ejemplos sobran en el siglo XXI, e incluso se sabe, por confesión, que las tristes experiencias del personaje de Mia, aspirante a actriz, son en parte algunas de las vividas por la intérprete, Emma Stone, al principio de su carrera.
Vale reconocer que la obra critica la pérdida de los valores, la superficialidad en torno a los artistas famosos, el descuido de los símbolos —o de la identidad en algunos casos—, el maltrato a los actores durante los procesos de selección o casting, y la imposición de un mercado dentro del cine y la música.
Aunque rompió un récord al conquistar siete Globos de Oro, La La Land nunca llegó a estar en el primer puesto de la taquilla en Estados Unidos. Sí estuvo en la lista de las más taquilleras durante un par de semanas —a raíz de tanto bombo por tantos premios—, pero de por sí, el género musical no agrada a todo el mundo. Y a esto añadamos el hecho de que el filme apela a la nostalgia, que rinde un homenaje supremo a clásicos del género de décadas pasadas y es probable que gran parte de la audiencia joven no domine los referentes, ni siquiera los de fuera del cine musical, pues es un tributo que se dirige a múltiples áreas.
Diseños de vestuarios, escenografías, iluminación, la sencillez coreográfica, diversos artistas y el jazz, ese género que nació dentro de Estados Unidos y contagió al planeta a lo largo del siglo XX, con músicos de peso universal como Chick Webb, Louis Armstrong, Charlie Parker, Kenny Clarke, Thelonious Monk.
También se encuentran citados en la obra iconos del cine como James Dean, Ingrid Bergman, Humphrey Bogart, Lauren Bacall, Ginger Rogers, Fred Astaire, Gene Kelly, Debbie Reynolds, Marilyn Monroe y Charles Chaplin.
Y pueden establecerse un montón de conexiones con infinidad de películas como Sombreros de copa, Melodías de Broadway, Casablanca, Rebelde sin causa, Los paraguas de Cherburgo, Las señoritas de Rochefort, Moulin Rouge, Vaselina y hasta Todos dicen I Love you, de Woody Allen, entre varios otros.
Con La La Land, Chazelle ha logrado un gran homenaje al arte en sentido general, y especialmente a la época dorada de Hollywood, ese distrito de la ciudad de Los Ángeles que tanto ha hecho soñar dentro y fuera de América del Norte.
En un período tan turbulento, acelerado y descuidado con la historia, no se ha dicho en vano: «todos quisiéramos vivir en La La Land». Esta cinta es tal vez un canto a la valentía de luchar por los sueños, que nos falta, a muchos.