Una de las exigencias de la Ley de Comunicación es que todo medio cuente con un manual deontológico y de estilo. Por este motivo, la mayoría de los medios de nuestro país cuentan con este documento, indispensable para identificar los principios que los rigen y guiar el buen desempeño de la labor periodística. En la mayoría de casos, los manuales de estilo son bastante parecidos, pues presentan normas que, en general, rigen la manera de publicar los textos; por ejemplo, normas de titulación, ortográficas, gramaticales, tratamiento de fotografías, descripción de los géneros periodísticos, uso de fuentes, etc. En la mayoría de manuales de estilo no hay, en realidad, algo distinto de lo que se haya aprendido en las carreras de comunicación y de periodismo. Lo verdaderamente importante en los manuales de estilo es la parte deontológica, pues en ella se encuentran los principios que rigen al medio y lo ubican dentro de lo que se llama ‘buen periodismo’. No obstante, en la actualidad, es necesario preguntarse hasta qué punto los medios de nuestro país cumplen las normas deontológicas que rigen al periodismo o si, en realidad, responden a otros intereses distintos a los de la ciudadanía, alejados de la responsabilidad social y la veracidad de la información.
En mi labor de correctora de textos de medios de comunicación he participado en la elaboración de algunos manuales de estilo. Siempre la intención ha sido contar con un documento útil para los periodistas, que les sirva como una herramienta que facilite su trabajo, les dé pautas para escribir y les guíe en su labor. En todas las ocasiones se parte de la premisa de que los periodistas deben pensar primero en el lector, y brindarle una información veraz, guiada por la ética y la responsabilidad social. Se ve lindo en el papel y los medios sacan pecho de contar con un documento que demuestre que los guía la transparencia; sin embargo, en las redacciones parece que los manuales estuvieran guardados en el último cajón. Solo les invito a mirar las primeras planas de los diarios de esta última semana, de cualquier tendencia, y preguntarse si esa información está guiada por la ética, la responsabilidad social y la veracidad de la información, o, por el contrario, responde a intereses empresariales o políticos.
Es decepcionante mirar cómo los medios, que deberían ser los garantes de la libertad de expresión y la veracidad de la información, manipulan los datos en función de intereses lejanos a los del lector (del ciudadano, no del cliente o votante), jerarquizan las noticias con intenciones poco éticas o titulan de acuerdo con la conveniencia de sus intereses políticos.
Los manuales de estilo y deontológicos en realidad no sirven para nada si quienes trabajan en los medios no tienen una formación ética y de responsabilidad social. Tampoco sirven para nada si aquellos periodistas éticos y responsables (que los hay, muchos y muy buenos) están maniatados. Y tampoco sirven si los ciudadanos no exigimos que se cumplan las normas establecidas en los manuales, leámoslos y cuestionemos lo que leemos; puede ser que juntos, si no es muy tarde, logremos construir un mejor Ecuador.