Pamela Yates: «La impunidad siempre contraataca»

Invitada al Festival Encuentros del Otro Cine (EDOC), Pamela Yates ha registrado por décadas la lucha por los derechos humanos en Centroamérica en su la Saga de la resistencia, que exhibirá en Ecuador durante el festival (8-19 de mayo). La fundadora de Skylight siempre se pregunta si podría haber hecho algo más.

 

Para Guatemala, volver hacia el pasado nos va a convertir en estatuas de sal, no nos va ayudar a construir nada”, dice, con la voz templada, calmosa, Zury Ríos Sosa, hija del exdictador guatemalteco Efraín Ríos Montt, en una entrevista de 2013, previa al juicio que condenó a su padre a 80 años de prisión por genocidio y otros crímenes de lesa humanidad cometidos en su país. Ese histórico fallo, que se forjó a partir de los testimonios de los sobrevivientes del conflicto armado en el país centroamericano, fue anulado, y el sanguinario hombre murió el año pasado en la impunidad, declarado “mentalmente incapaz” para enfrentar un nuevo juicio.


Las ligeras palabras de Zury, quien actualmente pelea para ser candidata a la presidencia de Guatemala, se recogen en 500 años (2017), un documental de la cineasta estadounidense Pamela Yates que narra -desde la voz de los propios guatemaltecos, pero, sobre todo, de la doctora y antropóloga maya Irma Alicia Velásquez- el juicio de genocidio contra Ríos Montt hasta la sublevación popular que terminó por derrocar al presidente Otto Pérez Molina.


Se trata de una historia reciente que no deja de tener vestigios de una vieja colonialidad que vuelve a emerger en determinados períodos de América Latina y el Caribe con mayor vigor e impunidad.


500 años es la tercera película de La saga de la resistencia, una trilogía de Pamela Yates sobre el brutal conflicto guatemalteco -entre 1960 y 1996- y la lucha de la sociedad civil por llevar a juicio al mayor responsable de esa masacre.


Cuando las montañas tiemblan (1983), primera cinta de la trilogía y ganadora del Premio especial del jurado a mejor dirección en el Sundance Film Festival, tiene a una joven Rigoberta Menchú como la narradora central y cronológica de la violencia acontecida en su país desde la segunda mitad del siglo XX.


En Granito de arena: cómo atrapar a un dictador (2011), segundo documental de la saga, la cineasta hurga en su memoria y en su archivo fílmico sobre Guatemala para aportar nuevas luces en la formulación de cargos contra Ríos Montt, quien mató a alrededor de 200.000 personas mayas y dejó 45.000 desaparecidos.


Pamela será una de las invitadas especiales a la XVIII edición del Festival Internacional de Cine Documental Encuentros del Otro Cine (EDOC), que se realizará entre el 8 y el 19 de mayo, y en el que se proyectará un total de 101 películas.


Cofundadora y directora creativa de Skylight, una organización mediática de derechos humanos que fomenta la justicia a través de películas documentales, Pamela, que habla legiblemente el español, atiende mi llamada desde Madrid, luego de haber participado en una charla sobre feminicidio en Guatemala y la necesidad de cultivar una memoria común.


¿Por qué han sido los derechos humanos el eje de tu trabajo fílmico?
He tenido el privilegio de crecer como cineasta y mujer en paralelo con el movimiento de los derechos humanos. Los líderes, las lideresas, me han inspirado mucho, me han ayudado a imaginar un mundo diferente porque son visionarios, así que he decidido retratar a esas personas. Yo espero que mis documentales puedan formar un círculo virtuoso que sirva para el crecimiento de los movimientos sociales.


¿Dirías que tus películas son activistas?
Soy activista y cineasta. Yo uso el poder del cine documental, del arte, en mi práctica como activista de derechos humanos. No solamente somos cineastas, siempre diseñamos una campaña con los documentales para su difusión. Con Rigoberta [Menchú] viajamos por todas partes y eso ayudó a ponerla en el escenario mundial. Diez años después de Cuando las montañas tiemblan, ella gana el Premio Nobel de la Paz.
En aquel entonces yo me preguntaba si estaba haciendo lo suficiente para parar la violencia en Centroamérica o para detener la ayuda militar de Estados Unidos hacia Guatemala. Nunca pudimos descansar pensando si hicimos lo suficiente.

 


¿Por qué siendo estadounidense te has concentrado en narrar los conflictos de Guatemala?
Soy de la región de minas de carbón, en la montañas de Pensilvania. Es una región muy pobre en términos económicos, pero muy rica culturalmente. Y la riqueza cultural que tenemos es contar historias, sobre todo orales. Me gustaría pensar que mis antepasados, que eran inmigrantes de Irlanda, me dieron el regalo de la pasión de contar historias. Por eso quise ir a Guatemala por primera vez en 1982, para investigar el papel de Estados Unidos ahí.
Quería saber por qué mi país ayudó a derrocar al gobierno legítimamente elegido de Jacobo Árbenz, en 1954; ese fue el primer golpe de Estado de la CIA. También quería investigar por qué Estados Unidos dejó un legado de dictaduras militares brutales en Centroamérica, sobre todo en Guatemala.


Y para entender esa situación ubicas a Rigoberta como el eje de tu primer trabajo…
En aquel entonces acababa de ver la película Reds y quería filmar a alguien en un estudio, en un limbo, como si fuera en Guatemala. Rigoberta, en ese momento, estaba afuera del país, en el exilio político, pero no se nota en la película que la filmamos en un estudio porque su historia tan dramática está bien contada y la manera en la que ella mira a la cámara es contundente.
En la trilogía siempre traté de experimentar con elementos formales.


En Granito de arena, en cambio, tú te vuelves la protagonista junto con un grupo de otras mujeres: una abogada, una archivista forense… ¿Por qué pasaste de la primera a la tercera persona?
Cuando la abogada internacional que aparece en Granito… se me acercó para buscar material inédito, esa fue, para mí, la posibilidad de tener otra oportunidad de regresar hacia lo que pasó en Guatemala y ayudar en el juicio contra los responsables del genocidio. En Granito… decidí contar la historia en primera persona, algo que nunca había hecho y que probablemente no volveré a hacer, pero eso fue para romper la cuarta pared, para poder hablar del cine documental, para que las siguientes generaciones fueran más comprometidas; eso fue lo que me propuse.
Y también demuestro, espero, que el cine documental es un camino para ser activista en derechos humanos, tanto como las abogadas o abogados, los líderes comunitarios, los archivistas forenses, o Rigoberta Menchú.

 


En La saga de la resistencia, todas las narradoras centrales son mujeres. ¿Tu cine también es una forma de hacer activismo feminista?
En la trilogía las protagonistas son las mujeres porque tenían unas ideas más interesantes, visiones más adelantadas. Mi feminismo sí está evidenciado en la trilogía. Cuando expongo una situación de violencia de derechos humanos, siempre busco personas que tengan otra visión, otra manera de pensar; víctimas o sobrevivientes que se han transformado en líderes.
Siempre existen esas personas, solo hay que buscarlas, y eso he hecho en la trilogía. Imaginemos lo que significó en 1982 que Rigoberta Menchú, una indígena maya de Guatemala de 22 años, sea la experta que cuenta la historia desde su perspectiva. Fue algo radical. Y lo hace con confianza, con mucha claridad. En aquel entonces, los únicos expertos eran los hombres viejos y blancos, y no quería eso.


¿Te costó entender plenamente una situación local siendo extranjera?
Si alguien quiere trabajar en el cine documental, a nivel internacional, también tiene que hacer una crítica hacia nuestros propios países, así que he explorado temas como la supremacía blanca o el movimiento de los pobres en Estados Unidos. Empecé con un documental sobre el Ku Klux Klan al sur de mi país y luego me fui para Guatemala a filmar Cuando las montañas tiemblan.

 


Algo que caracteriza tu trabajo con Skylight es que no solo produce películas, también se ha convertido en un medio de difusión político. ¿Por qué han planteado ese tipo de estrategia?
Con cada documental tratamos de generar un ecosistema mediático y una campaña de difusión alternativa. Eso no quiere decir que no estamos vendiendo las películas a la televisión internacional o a la televisión pública. Lo que hacemos es controlar la difusión para ganar capital social, no solo capital financiero. No queremos vender todos los derechos a una compañía de difusión para no perder el control de la película.
No es suficiente hacer una buena película, hay que trabajarla para tener el impacto que queremos. Cuando oímos las noticias de que iba a empezar el juicio por genocidio en contra de Ríos Montt, debido a lo que pasó en la audiencia nacional española que contamos en Granito…, decidí que tenía que filmar todo el juicio. No teníamos dinero, así que fuimos como voluntarios y empezamos la filmación. Decidimos cada dos o tres días poner los resúmenes del juicio en internet para que el mundo se entere de lo que estaba pasando.
Y como el juicio fue tan dramático e importante, decidí explorar sus secuelas en la sociedad civil. Pensé que sería un documental muy cerebral sobre cómo utilizamos la justicia como herramienta para luchar por los derechos humanos, pero la verdad es que el pueblo guatemalteco escribió el guion de la cinta. En dos años, la gente cambió totalmente su mirada hacia el liderazgo político y la forma en cómo acusaban a los corruptos en Guatemala.

 


¿Cómo sientes el panorama actual en Guatemala? Que la hija de Ríos Montt quiera ser presidenta no vislumbra un futuro alentador…
Esa es la batalla por la memoria histórica, por la narrativa, una batalla por lo que se quiere contar y recordar. Es por eso que aún trabajamos con 500 años para hablar en voz alta de que sí hubo genocidio en Guatemala, porque la hija de Montt niega que pasó eso y niega que su padre sea culpable, aunque murió como genocida. Ella está batallando, nosotros también.
Cuando uno tiene éxito, cuando uno ha logrado victorias en Guatemala en términos de derechos humanos, cuando uno lucha contra la impunidad, la impunidad siempre contraataca. La candidatura de Zury es un ejemplo de eso. 


¿Y cómo valoras el panorama 
político en tu país?
Hay períodos en Estados Unidos cuando ponen atención en América Latina, pero de una manera positiva, como cuando la administración de Obama ayudó a financiar la comisión en contra de la corrupción en Guatemala. Pero también hay períodos en los que mi país tiene una relación colonial, de intervención, que es de un asco total. Sin embargo, lo que ha pasado en los últimos 40 años es que América Latina tiene una geopolítica que no ha tenido en períodos pasados, o sea que ahora están negociando entre ellos, están honrando a los pueblos indígenas en varios países. Pero la administración actual con Donald Trump tiene una postura hacia la región, primero, de ignorancia, y segundo, intervencionista y militarizada.
Lo que ahora está pasando en la frontera sur de mi país es una política de crueldad. Mi próximo trabajo se centrará en la frontera.