Cuando era niño, Elías Aguirre iba con su abuelo a ver películas del Hollywood de los cuarenta y cincuenta. Entre filmes de Frank Capra (Vive como quieras o El caballero sin espada, protagonizadas por James Stewart) y otras joyas de la historia del cine como El halcón maltés, se fue forjando el que ha llegado a ser su interés actual en su trabajo artístico: la estética de la primera edad de oro del cine.
Este artista guayaquileño intenta reimaginarse a la ciudad y sus personajes desde esa estética. Hace poco, montó la exposición fotográfica Old Dreams en Pop Up Teatro Café (Urdesa), y ahora organiza una convención de artistas, tal como lo hacía el Hollywood de los cincuenta (o La Habana que dibujaba Guillermo Cabrera Infante en Tres tristes tigres), en la Casa Cino Fabiani (Las Peñas), este 29 de marzo.
En Old Dreams se exhibieron fotografías de dieciocho actores de teatro y televisión de la ciudad, en poses que recuerdan a la época dorada del cine. Elementos como la ropa, los micrófonos antiguos, los sombreros y una que otra bufanda aparecen como guiños, pero en realidad, la fuerza está en la luz de estas imágenes. «No son los objetos los que remontan a la época, son otras dos cosas. En primer lugar, la actitud que logró el actor a través de experiencias sensoriales. Me interesa que sea una experiencia. Si no, no vale. Y segundo: la iluminación».
La serie «surgió de una investigación plástica de la iluminación que tenían las películas de entonces», cuenta Aguirre, obsesionado con dominar el uso estético de la luz (y con lograrlo con pocos recursos). Pero ahí también están algunos afectos personales del cine que disfrutó junto a su abuelo y que, dice, marcó mucho su trabajo. Y ahora, al incorporar esa estética de mediados del siglo pasado en su trabajo, piensa que detrás hay «una idea afectiva, incluso política, porque estoy reviviendo mi propia modernidad».
Modernidad no es aquí una palabra casual. Tal como les sucede en Midnight in Paris a Owen Wilson y Marion Cotillard, Aguirre siente nostalgia por un tiempo y un lugar que nunca le tocó vivir, y cree que, en el fondo, ahí se puede rastrear una discusión política que está ocurriendo en el arte, en el que lo contemporáneo mira a lo moderno como algo que se debe superar. «Si bien está presente esta discusión estética, sí hay una pregunta de mi parte hacia esa ruina de la modernidad que estamos viviendo ahora. Todos estos valores e ideales modernos, incluso la idea del progreso, del romanticismo, englobados en el pasado, ya se disolvió. Más allá de ver si esto es bueno o no, yo tengo una nostalgia por una época que no me corresponde, pero que tengo mucho afán por revivir debido a esa cercanía con mi abuelo, que era un tipo bastante marcado por la cultura hegemónica estadounidense».
Hace unos años, Aguirre estudiaba Artes Plásticas —antes había abandonado la carrera de Sociología—, finalmente se decantó por trabajar en el audiovisual (en sus videos siempre aparece un logo que reza Ehox Cinema) e integrarse en un circuito distinto a aquel en el que empezó su camino en el arte. En 2013, estaba integrando la Brigada de dibujantes del ITAE, un grupo de estudiantes de esa institución que, dirigidos por el Departamento de Vinculación del instituto, pusieron a dibujar y a escribir historias de su cuadra a las personas que viven en el barrio Domingo Savio (al sur de Guayaquil), para reactivar una casa abandonada a punto de ser demolida. Hoy, entre las clases que dicta en un colegio —su modus vivendi— y el círculo de actores teatrales con los que trabaja, el espacio en el que se desenvuelve es otro. Alejandro Fajardo, Mario Suárez, Shany Nadan, María Clara Ambrosini, Verónica Pinzón o Bárbara Fernandes son algunos de los modelos que posaron para Old Dreams. Sin embargo, esas fotos no los muestran como los conocemos en las pantallas o sobre las tablas.
La idea era ir construyendo personajes con cada uno. Y si ya era un desafío la necesidad de vencer a la sugestión para que los actores no se parecieran demasiado a un papel de Humphrey Boggart, había otro problema que resolver: las poses corporales que la fotografía contemporánea busca en sus modelos. Para ello, intentaba revivir con música el ambiente. Las imágenes había que conseguirlas «a través de la ambientación y de la experiencia sensorial —cuenta—, para ver cómo esta música y esta luz podían penetrar y sacar ese espíritu de la época».
Verónica Pinzón cuenta que hubo un suave rock ‘n’ roll en una sesión que «tuvo el enfoque de chica dulce». Tal como le sucedía a Aguirre, el vínculo que la conectaba a la estética del cine de oro era afectivo: una serie de retratos de su abuela.
Aguirre habla del esfuerzo que le ha exigido este proyecto, debido a «una especie de obsesión alrededor de todo lo que significa». Y sostiene que si tuviera que definir el espíritu de Old Dreams —que «ha sido arduo y cansado»—, lo haría con una escena de El caballero sin espada (1939). En esta cinta, James Stewart interpreta a un ingenuo senador estadounidense que, para retrasar la aprobación de una ley que permitiría una construcción ilegal, decide leer toda la constitución de Estados Unidos durante su discurso.
Blanco y negro
En 2016, Elías Aguirre trabajó en Pasión teatral, un proyecto audiovisual con un diario local en el que también participaban actores de la escena guayaquileña. Se trataba también de un homenaje al film noir (cine negro), un género cinematográfico que se originó en la década de los cuarenta en Estados Unidos, aunque su nombre está en francés porque el primero en usar el término fue un crítico francoitaliano, Nino Frank.
La calsificación de este género es —ya lo anticipa su nombre— oscura: en general, no son demasiado claros los límites que exiten entre este y otros géneros con los que comparte estética, tales como el policial, el cine de gángsters o de terror. Aquí las historias se desarrollan alrededor de hechos delictivos, con un estilo visual cercano al expresionismo: al lenguaje elíptico y metafórico que propone este género le acompaña una iluminación en claroscuro.
Y ahí está la esencia del trabajo que hace Aguirre: la iluminación y su capacidad expresiva. «Cuando hay este descubrimiento estético de la luz en el cine, está muy marcado por el claroscuro, específicamente por Caravaggio», dice Aguirre. Con el pintor italiano, que vivió en los siglos XVI y XVII, esta técnica alcanzó madurez. Los pintores del barroco, el período artístico de Caravaggio, probaban la iluminación antes de hacer sus pinturas. «No es que se la imaginaban, dice Aguirre, sino que la estudiaban, tal como él lo hace.
Cada una de estas sesiones duraba, como mínimo, tres horas. A veces seis. «Hasta lograr lo que se buscaba», apunta Aguirre, quien explica que había que atravesar todo un proceso de transformación que permitiera finalmente sacar un personaje que los actores llevan dentro, pero que, al mismo tiempo, no fuera un rol en el que hayan trabajado en el teatro o la televisión.
Alejandro Fajardo tenía una idea muy clara cuando se presentó en la sesión: Casablanca. En su foto, aparece con un cigarrillo en mano, como vemos en casi toda la película a Rick (el personaje de Humphrey Boggart). Fajardo cuenta que estaba esperando la indicación de que había logrado el gesto que buscaban, «pero con Elías, nunca sabes. Siempre está moviendo luces, haciendo pruebas… Y no te das cuenta de que ya está tomando las fotos. A veces comienza a pedirte cosas, pero para entonces ya ha tomado la mayor parte de las fotos».
Equipos
Las ferreterías que se encuentran a lo largo de la calle Rumichaca, en el centro de Guayaquil, «tienen la mejor provisión de fotógrafo, sino que no lo ven», dice Aguirre. Su trabajo no ha sido desarrollado con equipos sofisticados: «No tengo un estudio de fotografía de última tecnología, principalmente porque no me sirve para hacer esto». Donde otros usan tachos de iluminación o trípodes que mantienen en posición a más de un flash, él busca lugares donde pueda poner las boquillas.
«Llevo un libro con un inventario de apuntes sobre cómo lograr que la luz vuelva a pegar como lo hacía en esa época, con mucha iluminación puntual. Mis equipos son principalmente focos porque una vez que entiendes cómo funciona la luz, no necesitas tener equipos de última tecnología», explica. Pero esa limitación es también una forma de acercarse a la forma en la que se trabajaba en la época del cine de oro. Y al hablar de esto, cita al espíritu del que hablaba el director de fotografía húngaro John Alton en su libro Pintando con luz, al referirse a una época en la que cada uno de sus colegas se veía en la obligación de diseñarse sus propios equipos para poder hacer lo que querían.
Hasta ahora, su espacio de trabajo ha sido la sala de su casa, en la que ha incorporado una tela de fondo que borra cualquier rastro del siglo XXI. No hay una gran producción en la dirección de arte, pero no cree que se necesite mucha parafernalia cuando se trabaja con el objetivo de evocar el espíritu de otra época. Lo importante era la expresión que pudiera resultar de la experiencia sensorial.
Y menciona la sesión que desarrolló con otro de los actores, Mario Suárez, de quien destaca una expresión que es propia del cine de la época que quiere evocar. Es una cara que sugiere algo. Buena parte de esta estética se trata de las cosas no dichas. Aguirre las llama «caras de romanticismo», y reflexiona sobre la forma en que se mostraban los afectos en las pantallas en blanco y negro. «La forma en que la gente se besaba en la televisión era también la forma en la que se besaban mis abuelos», dice, y recuerda El día que me quieras (1939), una película protagonizada por Carlos Gardel, en la que no hay escena alguna que muestre un beso entre él y su esposa. Solo se los ve cogidos de la mano. Es un poco como viajar en el tiempo.
Cuando explica su trabajo, lo primero que dice Aguirre es que se trata de una investigación sobre la luz. Y en una época en la que «ha triunfado el uso pragmático de la luz», una idea central que ha sacado de esta serie es la comprensión sobre el uso simbólico que se le puede dar a la iluminación: «Un espacio se puede redescubrir a través de la luz. Y también las personas».