Narrativa trans: los espejos son lugares para la identificación

Las ficciones que han abordado el tema de lo transgénero en la narrativa ecuatoriana han puesto sobre el tablado una forma de vida que fragmenta la norma heterosexual basada en el binarismo masculino-femenino. También han evidenciado lo diversa que puede ser la condición humana y la falta de entendimiento por parte de quienes viven bajo la mencionada polaridad. Los autores que los hicieron primero, construyeron bien el entorno de persecución que vivió la diversidad sexual y sobre todo la población transgénero: oscuras calles amenazadas por los faros de las patrullas policiales; una atmósfera helada que amenazaba congelar su deseo. El mayor ‘delito’ de la población trans, representada siempre por seres perseguidos, golpeados o asesinados, era manifestar su identificación con el género contrario al de su sexo biológico. Identificación, claro está, desbordada entre prótesis, vestuarios y artificios; condición impensable para el patriarcado de entonces. Eran las temibles décadas de los ochenta y noventa, y Ecuador y América Latina vivían un atraso en temas de igualdad y derechos humanos. Autores como Lucrecia Maldonado y Huilo Ruales coincidieron en ambientar sus historias en este universo de maltrato. La violencia y la muerte constituyeron su leitmotiv. No obstante, hay un elemento simbólico, muy importante, casi imperceptible —irrumpe en escena como un repentino close up de cámara— que también han sabido compartir: el espejo. Con seguridad, me atrevería a decirlo, «han dialogado» de forma inconsciente. Diálogo que, por cierto, sigue vigente. Ya en otro contexto social y cultural, este elemento, representado además de distinta manera, continúa apareciendo en las producciones del siglo XXI. En su última novela, La curiosa muerte de María del Río (2014), Juan Pablo Castro Rodas resignifica el tema del espejo. Vale precisar que los personajes creados por los referidos autores, representan a la población transfemenina (lo masculino en tránsito hacia lo femenino). En este punto y entre líneas, vale reflexionar sobre el silencio de la ficción frente a la condición opuesta. Lo transmasculino se encuentra ausente: lo femenino en tránsito hacia lo masculino. ¿Es menos usual? ¿Un tema de cifras? ¿Una condición femenina silenciada?

El poder de los seres completos

En El Banquete de Platón acerca del amor, Aristófanes habla de un mito en un tiempo en la tierra cuando existía un tercer sexo que participaba de lo masculino y lo femenino: el andrógino. Se trataba de seres poderosos que llegaron a conspirar contra los dioses, motivo por el cual Zeus habría decidido dividirlos en dos partes, convirtiéndolos en seres débiles, incompletos, anhelantes siempre de su otra mitad. Alcanzar la parte perdida significaría la totalidad. ¿Podrían los personajes construidos en la ficción representar de alguna manera a aquellos seres mitológicos? ¿Seres que buscan su otra mitad? Las propuestas dan pistas y se entrecruzan. Dejan ver cuán amenazantes constituyen para el poder y explican cómo buscan y cuánto necesitan completarse. Lo imaginaria que puede ser la identidad humana.

Las primeras imágenes sobre el espejo

En ‘Cristina envuelto por la noche’ (1998), cuento que versa sobre el intento de asesinato a una persona transgénero por parte de un amante pasajero, Raúl Vallejo escribe:

Solo huyes de ti misma, Cristina; de esa desnudez que siempre te devuelve el espejo y que, en este bosque de concreto, es tu misterio. Cuando contemplas tus senos te sabes satisfecha y envidiada…  sin embargo, las caderas, tu permanente sufrimiento… Bajo el pubis, en medio de las piernas, mantienes escondida tu verdad. Para qué continuar huyendo.

Javier Ponce pule también el espejo en su novela Resígnate a perder (1998), cuando suelta a Caramelo por las calles, objeto de la pasión de su protagonista Santos Feijó, un hombre que, en su madurez, se ha enamorado de lo trans:

Estaba muy delgado… en el trayecto se detuvo en cuanta vitrina encontró al paso, para mirarse en el reflejo del vidrio y ensayar… la forzada esbeltez de sus nalgas. Frente a cada imaginado espejo, agitaba la cabeza… Era imposible no reconocer… el modo cómo paulatinamente, abandonaba lo que fuera hasta entonces.

Cuerpos: artificios en función de la actuación y la repetición

Estos relatos dejan ver con bastante claridad la importancia de la función que cumple el espejo en el proceso de identificación con el género anhelado. Dan cuenta también, en base al pensamiento de la filósofa estadounidense Judith Butler, del género como un proceso de construcción, como un acto performativo. «La postura de que el género es performativo intentaba poner de manifiesto que lo que consideramos una esencia interna del género se construye a través de un conjunto sostenido de actos, postulados por medio de la estilización del cuerpo basada en el género», señala la pensadora. Los esencialismos que quieren determinar la sexualidad de los seres humanos se desvanecen, se diluyen, claro está. Es importante precisar que en sus performances, estos protagonistas de la ficción, no escatiman en artificios y accesorios: prótesis, pelucas, vestidos para alcanzar su objetivo. En una escena del cuento ‘Es viernes para siempre Marilin’, Ruales los describe claramente, además de enseñar cómo su personaje trans se ve en un «espejo» de la urbe:

esquina de la reina victoria y colón: el travesti más viejo del mundo aprovecha el reflejo de la vitrina de cinco metros cuadrados de textilandia: alisa su microfalda estampada de piel de tigre, reubica sus senos artificiales y, por último, su peluca rubia que es más que nada un estropajo hecho con pelo de coco.

La manera grotesca en que plantea esta última descripción acentúa precisamente lo artificioso que, al fin de cuentas, permite al personaje imaginarse-ser-pertenecer a otro género.

Cine y fotos: espejos rotos

En una suerte de intertextualidad, cuando Raúl Vallejo establece un paralelismo-identificación entre Cristina y otro personaje ‘ficticio’, a través de la proyección de un filme al cual la protagonista ha asistido antes de ser apuñalada, se muestra el deseo de hallar su reflejo. Cómo la gran pantalla se convierte también en un espejo para devolver la imagen anhelada:

Fue… al salir del cine… donde Cristina se dio cuenta de que alguien la estaba siguiendo… cada vez que volteaba la cabeza hacia… atrás (en el cine) los ojos de su observador estaban fijos en la pantalla donde Susan, la novia ensangrentada, con cierta sonrisa irónica… oficia el ritual del vestido blanco… Cristina se sentía Susan despavorida… escapando del hombre que le desgarró su velo de novia con un enorme cuchillo de cocina…

En este transitar por la cuestión especular, Lucrecia Maldonado acude también al tema del espejo, pero a través de una fotografía. Su protagonista trans, Roxana, dueña de una peluquería tiene como imagen ideal la de la actriz Daryl Hannah. No obstante, en un punto de inflexión en la historia, ese lugar de identificación se rompe. Luego de ser rechazada por el barrio en el que tiene su negocio, rompe su ‘espejo’ simbolizado en el retrato. No se mira más en él:

… la sonrisa de Daryl Hannah… le pareció tan burlona que arremetió contra la foto y la rompió en todos los pedazos que pudo. Nunca llegaría a ser como ella, ni como otra; por más maquillajes, inyecciones de hormonas, ropas de mujer, operaciones…

Lo onírico entra al juego de los cristales

Castro Rodas, tras cruzar la primera década del siglo XXI, deja ver cómo el sueño constituye igualmente una suerte de espejo. Su protagonista, María del Río, un profesor transgénero que ha sido asesinado, es aparentemente evocado de manera inconsciente por el detective que investiga su muerte. Sin embargo, en su desarrollo, la historia permite concluir que aquella imagen onírica en realidad es el mismo investigador, de quien se deja entrever su ambigüedad sexual. Un sueño angustioso, sin duda, desde los postulados freudianos que plantean procesos de condensación y desplazamiento de imágenes para dar cuenta de miedos y deseos.

Por su parte, la narrativa de Jenny Carrasco no ha dejado tampoco el espejo como esa voz que reafirma la identidad. Aunque cambia el discurso con respecto a la marginalidad de lo trans, otorgándole como Castro otro estatus (los personajes de ambos escritores son profesionales universitarios), mantiene el diálogo con sus colegas del siglo pasado. Su ‘Princesa de Navidad’ (2013), confiesa su deseo: «No paraba de mirarme al espejo con mis vestidos y mi maquillaje. “Qué hermosa eres”, me decía la imagen sonriente». Un laberinto de espejos se ha ido construyendo en la narrativa ecuatoriana para hablar de los caminos del deseo trans.