Fernanda y Annelise son dos jovencitas de entre 15 y 16 años que han logrado algo que parecía imposible, perturbar aún más a Miss Clara, una profesora que ya estaba bastante perturbada luego de ser víctima de un secuestro en su propia casa. Entre visitas al analista y desafíos inflamados de creepypastas que asustan a estudiantes universitarios, si hay algo que estas dos jóvenes no conocen son los límites.
Mónica Ojeda lo hizo de nuevo. Y otra vez con editorial Candaya. Tras la perturbadora Nefando, con Mandíbula lleva la narración del horror a otro lugar, mucho más íntimo: la familia, esa amada fuerza represora, y lo asfixiante que puede ser ese entorno femenino monstruoso para una mujer, en especial si se trata de adolescentes. Si hay algo que no le gusta, son las novelas correctas.
Sentada en flor de loto sobre el jardín japonés del edificio de Medios Públicos de Guayaquil, esta escritora de 30 años se ríe de su propio proceso creativo con la misma naturalidad con la que desarrolla ese tono en el que el lenguaje de la tecnología no está peleado con las palabras.
Se ha dicho que Mandíbula es tu confirmación literaria. ¿Qué opinas?
Espero que eso no signifique que crean que es lo máximo que puedo hacer, porque sería bastante desestimulante. Antes decían que era una promesa literaria. Pero yo no les prometí nada. Lo de la promesa ya me fastidiaba un poco.
En Nefando estaba la deep web, con ese juego de escape room; ahora vas por el lado de la creepypasta. ¿Internet es central en tu narrativa?
No te podría decir que la próxima novela va a ir en la misma onda. Me han dicho que el tema de internet es recurrente en mis novelas. Bueno, pues tengo tres, y en La desfiguración Silva no lo era. En Nefando sí, en Mandíbula sí, pero a lo mejor en la siguiente no. Tampoco necesito volver a determinados temas como leitmotivs, que los tengo, pero si surgen, surgen de forma natural. Hay que separar la esencia del escritor de quedarte en un lugar de comodidad, y no desafiarte como escritor, que es lo más interesante.
¿Es Mandíbula más íntima?
Lo es en el sentido de que se maneja en un ámbito menos global: la familia, los núcleos cerrados, espacios reducidos, que por eso son asfixiantes. En Nefando abrumaba la conectividad y lo enorme que era esto a partir de la pornografía infantil.
Hay una estrategia narrativa que mantienes: capítulos enteros formados solo de diálogos. En Nefando estaban las entrevistas con este investigador que al final no se sabe quién es ni a qué viene…
Nadie sabe, realmente.
… ¿los necesitabas para hacer avanzar la trama? ¿O qué?
Pues no sé. De forma consciente, no. Quizás sí como un instrumento para dar más información o generar tensión narrativa, porque a través de estos personajes de Nefando, se iba vislumbrando que se los entrevistaba porque se quería saber algo de un videojuego, que era terrible. Y es en estas entrevistas en las que dices: «Bueno, quiero saber de qué va el maldito videojuego».
Utilizas el mismo tipo de diálogos en Mandíbula: entre Annelise y Miss Clara, y entre Fernanda y su analista, el Dr. Aguilar, pero de tal forma que él no dice una palabra. ¿Por qué?
Los hombres están absolutamente borroneados en Mandíbula. Fue una decisión muy consciente. Hay padres, profesores, estudiantes universitarios, pero son tan intrascendentes que podrían haber estado afuera de la novela y nadie los extrañaría. Todos los personajes importantes son mujeres, lo que genera también una atmósfera que yo quería construir, una atmósfera opresiva de lo femenino monstruoso en un ambiente del deber ser de lo femenino, muy asfixiante.
Pero los otros hombres tienen una que otra línea que no tiene el Dr. Aguilar, que sería el menos desechable de los hombres de la novela…
Cuando decidí que Fernanda iba a hablar con el psicoanalista, quería que toda la voz fuera la de la chica adolescente, que toda la narrativa fuera de ella, que su papel fuera absolutamente protagónico y que otra vez hubiera un hombre sin voz. Es que los hombres no tienen voz en esa novela. Se las quito, no existen.
¿Y de dónde salió esa idea?
La saqué específicamente de una novela de Coetzee, donde hay entrevistas donde nunca salen las líneas de quien está haciendo las preguntas. Y me gustó esa experiencia de leer una conversación en la que no se ve lo que dice una de las dos personas. No es algo original, claro, pero la originalidad está sobrevalorada.
Volvamos un momento a Internet. Sobre tus novelas se ha escrito que recuerdan a una estética cyberpunk. ¿Lo sientes así?
No. En el cyberpunk internet tiene una característica: todos viven a través de él. En mis novelas, eso no es así. Hay una vida fuera, y no estamos ubicados en un futuro. Internet es un elemento más dentro de un paisaje. En Nefando es predominante el tema de la pornografía infantil y por lo tanto hay internet, y en Mandíbula, estas chicas están obsesionadas con el horror y con el consumo de la cultura del horror, y por lo tanto consumen creepypastas, que están en internet.
¿Escribir la tecnología te ha dado problemas?
Jamás me ha parecido difícil escribir sobre eso. Quizás los lectores, no solo los escritores, tenemos la idea de que el pasado lo conocemos mejor que nuestro presente. No es verdad. Simplemente tenemos que asumir que estámos en el presente y dejar de mirar siempre atrás. Hay que mirar a la contemporaneidad y la forma en la que nos relacionamos y habitamos este ahora y escribir con naturalidad del ahora, no con extrañamiento. A mí no me interesa el extrañamiento con el ahora, entonces escribo de internet con naturalidad. Lo que sí que me parece es que hay muchas novelas que cuando trabajan internet lo han hecho de una manera que no me gusta, porque lo han hecho de una manera forzada, tratando de poner mucho clic por aquí, clic por allá, como Facebook: un chat por aquí, otro por allá, cuando narrativamente no es necesario poner esta cantidad de cosas en la novela para que haya presencia de internet.
Esto es una opinión personal: si uno se despoja de ciertos modus operandi de la literatura, es más fácil narrar el presente que hacer una buena novela del pasado. Puedes hacer una novela correcta, medianamente defendible, pero tocar temas del presente te da la posibilidad de ser el primero, y hay un reto al no tener tanta tradición. Pienso que es más estimulante. Eso me parece más interesante que mirar atrás a un tiempo en el que no he estado y no lo conozco más que de oídas. Lo que conozco ahora lo conozco con mi cuerpo.
Hablemos del cuerpo. Hace poco cuestionabas esa idea de que la literatura de mujeres tiene una fuerte carga corporal…
Tradicionalmente se ha descrito a la literatura escrita por mujeres como una literatura del cuerpo, y a la de los hombres como una literatura de la mente, más trascendental. No digo que haya sido así, sino que esa ha sido la narrativa.
Pero también defiendes que Ia literatura que mueve las cosas hoy es una literatura del cuerpo…
Susan Sontag dijo que necesitamos, más que una hermenéutica del arte, una erótica del arte. Estoy totalmente de acuerdo. La literatura es muy sensorial, pero como está construida con palabras, muchas veces olvidamos que la palabra no es solo significado, sino también sentido. Cuando leo una palabra, puedo tener un deleite estético, o sentir horror; una palabra me puede generar miedo, ponerme nerviosa, me puede exaltar, excitar, me puede enfadar. Las palabras son dinamitadoras de emociones y de sensaciones. Entonces, hay que regresar a esa idea de que la literatura es una experiencia que se vive en el cuerpo, como todo aquello que nos hace felices en la vida: el sexo, el comer rico, un baño caliente… Nadie tiene problemas con pensar a la música como algo sumamente sensorial, es fácil relacionarla con lo erótico, desde la perspectiva de Sontag, en el amplio espectro de la palabra, es decir, físicamente estimulante: te hace llorar, te hace bailar, te hace reír. Los libros también pueden hacer eso. ¿Por qué nos hemos desconectado de esa idea? Como escritora me gusta que mis palabras generen alguna cosa, y creo que esa es la ambición más grande de un escritor que se toma la literatura con seriedad.
Sobre palabras que te provocan deleite, hay un gesto inocente, pero nada ingenuo, enMandíbula de escribir todo el tiempo el nombre completo de las instituciones. En especial con el del instituto Delta, High School for Girls.
Lo que pasa es que a la larga la repetición termina develando un aspecto paródico. De tanto repetir, no es necesario que te diga que es demasiado solemne, que parece que saliera confeti cada vez que se pronuncia. No tengo que decir que el nombre es ampuloso, solo tengo que repetir para que haya una especie de reacción. El lenguaje es capaz de hacerte cosas cuando lees. Es lo que decía Huidobro, eso de buscar debajo de las palabras con las que designas las cosas, a la otra palabra, la palabra latente.
¿El subtexto?
La palabra latente. ¡Es más que el subtexto! Es una palabra oculta. Huidobro hablaba de la poesía, pero yo no veo a la narrativa como algo separado de la poesía. Sí creo que esa dimensión sensible de la palabra, la dimensión estética, erótica… Todo eso está ligado a una experiencia sensitiva, algo que sientes con tu cuerpo. A veces puedes leer un verso y sentir lo mismo que sientes cuando alguien te dice algo y se te levantan los vellos de los brazos. Las palabras hacen esas cosas también. Un libro no tiene por que ser esa cosa aburrida que lees en un pupitre y te hace querer dormirte.
¿Y piensas en eso al escribir?
Yo soy una escritora muy caótica. Cuando quiero escribir, lo hago 100% por intuición y luego ya voy desarrollando y racionalizando las cosas. En Mandíbula me di cuenta ya por la mitad de la novela que había escrito mucho con tercera persona focalizada. Ese es mi proceso de escritura siempre. Nunca teorizo antes de escribir. Y esto describe un poco mi personalidad: hago las cosas y después pienso.