El 27 de octubre se celebra el Día de los Correctores de Textos. Durante el tiempo que me he dedicado a esta profesión, he encontrado que existen varios mitos en relación con esta. Uno de ellos, quizá el más peligroso, es que cualquiera que tenga una buena ortografía puede dedicarse a este oficio. En realidad, no es así. Lamentablemente en Ecuador y en varios otros países, no se dictan aún cursos de corrección ni existe una profesionalización en esta materia; sin embargo, aunque quienes nos dedicamos a esto hayamos sido, en inicio, autodidactas, llevamos mucho tiempo estudiando y actualizándonos. Sabemos bien que corregir no es lo mismo que ‘echar un ojo’ al texto, sino que implica un análisis exhaustivo de muchos aspectos, que van más allá de lo gramatical y ortográfico. No cualquiera puede dedicarse a este trabajo, pues las competencias de los correctores van más allá de saber dónde ubicar las tildes y los signos de puntuación.
Otro mito que suele rodear a esta profesión es que quienes se dedican a ella son unos neuróticos obsesionados con la ortografía y la norma. Si bien es parte fundamental de nuestro trabajo dominar los temas lingüísticos y normativos, también es muy importante tener sentido común y mucha sensibilidad al acercarse al texto. Cuando corregimos, no solo debemos pensar en el texto como un elemento frío que se debe someter a la norma más pragmática, sino también en quienes rodean a ese texto. Corregir también implica tener claro cuál es el destinatario del documento, en qué contexto se encuentra, y las circunstancias que rodean la relación entre este y quien lo escribe. Aunque muchas veces no es posible tener una relación directa con el destinatario y el emisor, es indispensable reconocerlos y ser sensibles para mediar entre ellos. Esto no solo se logra conociendo la norma sino adentrándose en las circunstancias de producción del texto, y nada menos obsesivo y neurótico que eso.
Por último, otro de los mitos sale de los propios correctores. He oído innumerables veces (y he repetido también) que la corrección es ‘la última rueda del coche’, ‘el oficio ignorado’, etc. Tal vez una de las razones para que nuestra profesión no sea lo suficientemente valorada sea esta manía de ‘pobrecitearnos’. Como correctores, debemos dar cada vez más importancia a nuestra profesión y demostrar lo indispensables que somos dentro del proceso. Esto se logra haciendo bien nuestro trabajo, dándole el valor que se merece, actualizándonos, participando de foros, conociéndonos y respetándonos entre nosotros. La corrección de textos es un oficio maravilloso porque nos permite acercarnos a las palabras en todo momento, conocer sobre temas diversos, aprender sobre el movimiento maravilloso de nuestra lengua. Es necesario entender que somos importantes y unirnos para lograrlo. En Ecuador, por ejemplo, contamos con una asociación (la Acorte), que reúne a varios correctores, y que lucha para que nuestra profesión sea reconocida.
Feliz día, queridos amigos correctores.