Miguel Coquis: La avidez marchita

«La palabra es imprecisa». La frase con la que Miguel Coquis, fotógrafo peruano radicado desde hace 25 años en Francia, me da la bienvenida a la charla que tendremos en un café de Miraflores, me hace pensar enseguida en el extremo visible de la palabra, la forma de las letras. ¿Es esa forma algo preciso entonces? Para Coquis, quien fue director del Centro de Fotomicrografía del Instituto Pasteur —institución especializada en fotografiar material microbiológico— esa «concreción» de la imagen es un lugar engañoso. Dentro del objeto, y en una dimensión posible de conocerse en tanto trabajo personal, habita una serie de sensaciones vitales capaces de ser apreciadas en el paisaje interior de la persona. Miguel Coquis nos conduce por esta propuesta, dialogando con una frase de Minor White, su maestro, que da pie a nuestra conversación.

«La fotografía es como un espejismo», es una frase de Minor White que presenta la imagen del objeto, lo visible, apenas como una parcialidad del mismo. Parece decir que hay una vida interna dentro del objeto. ¿Cómo te relacionas con esa vida interna?

(Silencio)

¿Estás escuchando o no? La frase de Minor nos invita a una actitud llamada silencio. No es un silencio oscuro. Es un silencio de luces, sombras, relieves, matices. La invitación es a vivir el momento de ahora. Lo único que puedo dar como aporte frente a la frase de Minor es «el silencio». Sin embargo, voy a tratar de hacer una descripción. El momento en que repites y resuenan esas palabras, interiormente, se crea un paisaje que es el tuyo, que es mío, que es el de cada una de las personas que escuchan esa frase. Entonces, si aprendo a mirar y escuchar dentro de este silencio, voy a poder considerar el mundo ajeno y llegar, de otra manera, a una comunicación. Y esa comunicación sigue siendo un espejismo. Porque lo que te acabo de decir se termina perdiendo. Pero en un momento dado, si has visto algo, eso es lo que es importante. Aquello visto con los otros ojos.

¿Qué rol juega el paisaje interno en la construcción (búsqueda) de imágenes que, como en el caso de la fotografía, se verán fuera?

Las palabras no son exactas. Las palabras nos pueden confundir. Partiendo de ahí, es claro que tú escoges un camino y empiezas a andar. Y este paisaje interno cada vez se vuelve más familiar contigo. Como la música que, por ejemplo, no existe. Son notas que el músico va a poner en orden tal que parece una melodía. El artista visual ve formas, colores, tonos, proporciones. No sabe cómo va a poner en armonía, con un cierto orden, dentro de un cuadro delimitado, esos elementos. Y trata de ver si ese orden corresponde a una fracción de ese paisaje interior. Entonces, si estás satisfecho de esa acción, la ofreces al otro, le dices: «mira por esta ventana, este paisaje interior por el que yo suelo divagar».

Pero ya estamos entrando en otra dimensión porque todo esto no es medible. No puedes agarrar una porción del paisaje interno y decir: «mide tantos centímetros y pesa tantos gramos». Estamos hablando de otra dimensión en la que el espacio y el tiempo no existen. ¿Qué es lo que existe entonces? Esa es la pregunta del artista. ¿Qué es lo que existe? ¿Qué es lo que estoy mostrando si no una combinación de elementos que tiene una resonancia mayor que la resonancia asociativa? Además de despertarme a una idea formulable en palabras, esta pregunta va a resonar en otros niveles del ser. Puede tocar y revelar tus sentimientos. Puede provocarte una sensación diferente. Calor, frío, angustia. Eso es entrar en una nueva dimensión que no es únicamente largo, ancho, altura, sino escapar de lo estático y vivir el movimiento de formas que desbordan de matices, tonos, modulaciones. Y si uno insistiera, podría persistir, mantener esfuerzo y atención, entonces algo de ese lenguaje se empezaría como a dejar comprender.

Ese lenguaje que por un lado nos aleja de los demás y nos hace vislumbrar la posibilidad de una individualidad, por el otro nos acerca a la idea de respeto hacia los demás. Por ende, cada quién tiene que descubrir y ver cuál es su relación consigo mismo y con los demás en esta modulación.

Ofrecer lo que uno hace, como mencionaste hace un momento, es otra forma de hablar. Poner a consideración de los demás lo que produce esta disciplina con el silencio. ¿Es importante para ti hablar desde tu trabajo fotográfico?, ¿o es una parte que se desprende de esa búsqueda interior?

Cuando tú siembras un rosal lo cuidas y crece, echa ramas, espinas, y de repente sale un botón y te da una rosa. ¿El rosal tiene necesidad de dar esa rosa? Pregunto si lo que nosotros hacemos como rosas, no es simplemente nuestro estado natural. Está brotando y tú puedes hacer esto porque, precisamente, nada te empuja a hacerlo. Porque de repente el botón se te forma y te da una rosa. ¿Cómo lo podrías hacer de otra manera? Nadie te obliga. Y esto es lo que va a florecer. Estás ofreciéndote tú a través de tu hacer.

Este camino dista de lo que ahora se entiende como producción artística: la velocidad por producir por la obligación de ganar un espacio en la esfera pública.

¿Te das cuenta a qué punto estamos condicionados por el término producción? Producción y consumo son lo que está llevando a este sistema humano al caos. En este tipo de producción no estás esperando el consumo. No hay consumismo. Yo, por ejemplo, tengo algunas fotos de Minor White y estas tienen un valor. Pero no tienen un precio para el mercado porque yo nos las voy a vender. Yo tengo algo que él me ha confiado y que tiene un valor pero no es un producto. El término «producto» es lo que me hace dudar. ¿Lo que yo hago es un producto necesariamente? Yo quiero escaparme de esto. Ese término «producto» se ha usado mucho. Nos faltan las palabras para cierto tipo de sentimientos, actitudes y deseos que quisiéramos expresar. Hasta aquí no más hemos llegado. Cuando veo los mantos Paracas, por ejemplo, veo signos que no puedo poner en palabras. Eso que está ahí, que es objetivo, y de lo cual veo formas y símbolos, me está diciendo algo. Y no es un «producto». Simplemente es. Si tienes clara la impresión real de ser, estos términos, producción y consumo te van a parecer vanos. Pero para eso tienes que llegar a una impresión de ti mismo. Cierto tipo de experiencias pueden ayudar en el tema del «quién soy», y a partir de ahí empezar a reconocer algo de «sí mismo». Quizás llegues a ver aquello que te permite comprender el porqué de empezar a tener piedad por ti mismo… Así nacen todos estos sentimientos amplios que escapan al monótono cotidiano lamento. Reconoces tu condición, pero, al mismo tiempo, reconoces que vienes de algo más grande. ¿Tienes palabras para explicarte eso? No. Y ese es el trabajo, el quehacer con la imagen. Presiento algo que me conecta con el ser y trato de guardar fidelidad a este impulso. Trato, a través de la fotografía, de mantenerme abierto a un llamado, a una invitación silenciosa.

Mostrar el ser, como mencionas, desde la herramienta que te ha sido dada: la fotografía. Pero, ahora mismo vivimos una proliferación de la fotografía que no se caracteriza precisamente por la reflexión anterior, sino que parece precipitada a llenar un vacío fugaz. Imágenes por todos lados. ¿Qué diálogo puedes armar con esa condición?

Puedes leer el texto de Minor otra vez.

Sí. «La fotografía como un espejismo»

Esa es la respuesta más concreta que hay para todo lo que está sucediendo. Te la hice corta, ¿no? Ahí está todo. Observa las pirámides de Egipto. Están ahí. Asentadas sobre sus bases hace siglos. En conexión entre cielo y tierra. Te imaginas la cantidad de ojos que han pasado por encima de ellas. Y siguen intactas. Es lo mismo que está pasando con nuestras imágenes.

Si tú encuentras tu estatura interior y descubres tu gravedad, tu conexión con algo más grande, más estable y planetario, no eres víctima de eso. Además creo que en esa circulación de imágenes se consume innecesariamente la energía del ser humano porque te deja un vacío. Viene y se come algo de ti. Pero aún esto lo podemos revertir. Me queda un vacío, un disgusto, una insatisfacción. Entonces desde esa posición de frustración, puedes empezar a escoger tus impresiones. No a rechazar ciegamente todo. Se cae mecánicamente y de manera automática en el bombardeo de las imágenes. Casi no queda la energía suficiente para tratar esta información. Esta información que nos mueve, nos tuerce, nos pasea, pero que no es el centro. El centro de todo esto eres tú mismo. Una vez que todas esas energías de las imágenes ya no te distraen, simplemente las aprecias y las dejas pasar. Y sigues como la pirámide. Construyes tu propia pirámide para estar conectado con algo diferente, con una imagen insondable, capaz de incorporar espejismos.

En varios de tus trabajos aparecen los elementos de la naturaleza como esencia de esa búsqueda que es compartida con los observadores. ¿Cuál es la labor para ordenarlos en un espacio físico como la foto?

Digamos que sin mí estos elementos tendrían dificultad en expresarse por ellos solos. Se requiere la intervención del cerebro humano. Se ve la posibilidad de un orden. Veo una ubicación y trato de ser fiel a lo que se aparenta, a lo que está siendo ofrecido. Pero eres solo un testigo temporal de la transformación que está tomando lugar ahí, en determinada escena. Delante de ese espacio, de forma simultánea, se está continuamente transformando otra escena que es el mismo observador. Los elementos de la naturaleza en intensa fusión construyen una imagen compartida entre dos mundos, exterior e interior.

Pero eres solo un testigo temporal de la transformación que está tomando lugar ahí, en determinada escena.

Me recuerda esto y quiero citar el experimento que está realizando nuestro amigo Rafael Hastings. Él, coloca una cámara fotográfica en un determinado lugar. Trata de enfocar el mismo ángulo a la misma hora. Llueva, truene o relampaguee… su mirada puesta en el horizonte hacia el ocaso del día.

En ello está el «ocaso». Momento especial de la puesta del Sol, con o sin Él. Para los que admiran y tienen inclinación por la contemplación, este es un momento muy especial. Sobre todo si nos situamos frente al mar, encima de los acantilados Barranquinos. Delante de ese espacio, de forma simultánea, está teniendo lugar ininterrumpidamente una indescriptible transformación. Somos testigos de una y otra escena, Una escena, podríamos decir, «física», frente a uno. Otra escena, invisible, que es dentro del mismo observador invadido de emoción. Unidos los elementos de la naturaleza en intensa fusión construyen una imagen compartida entre dos mundos, exterior e interior dando el sabor de una cuarta dimensión.

El ejercicio que describes se sostiene en lo contemplativo como vehículo de relación con la realidad. ¿Qué aprende tu fotografía de la acción de contemplar?

Mencionamos que hay otra dimensión y es esa otra dimensión la que hoy retiene mi enfoque. Se trata de algo que va más allá de la percepción ordinaria del tiempo y del espacio. Ambas son categorías existenciales que dan apariencia de realidad. Mis dudas aparecen cuando me cuestiono sobre el pasado, sobre el presente, sobre el futuro. Trato de que mis personajes pasados y futuros coincidan con los del presente en un tiempo accesible para nuestros sentidos de observación. Hay como un deseo de que estos personajes logren superar la discontinuidad, la desintegración. Busco la unidad del tiempo, del espacio a través de una imagen —entre comillas— «coherente». Personajes que cohabitan en un tiempo/espacio singular. Me refiero a los clones que sigo construyendo. Estos son mi delirio consentido. Regularmente reclaman atención. Entonces, nuevamente los pongo en movimiento, en relación en escena.

No te puedo decir «mira», si no ves. Pero si te puedo decir «trata de ver», por lo menos. Te estoy diciendo que, quizá, hay algo que ver. Quizá no puedas verlo hoy. Pero la manera en cómo estamos trabajando actualmente todos nosotros, los Migueles que yo construyo, se desarrolla en otra dimensión donde ya no interesa exponer, no interesa ser conocido. La avidez se ha desvanecido…

Te has desplazado desde Lima a París, y desde ahí hacia otras latitudes. ¿Esos desplazamientos del afuera tienen relación con tus desplazamientos del interior?

Volvemos a la idea del ser. Cuando te es dado percibir algo que está en el interior, no tiene mayor importancia el hecho de haberme ido o regresado. El purgatorio es para todos. Pero sales de tu purgatorio sabiendo que vas a tener que regresar, y desde ahí pretendes y trabajas. Afuera todo te es negado: eres maltratado, eres extranjero, eres olvidado. Pero sabes que puedes volver a tu espacio donde se puede crecer. Es como una semilla. Una semilla que en otra dimensión ya es un árbol. ¿Pero, cómo preparar el camino para que ese árbol crezca? La creación artística puede ser una respuesta. Somos migrantes de diferentes planos de la realidad en la búsqueda de los diferentes caminos del interior (ver fotos ‘Los migrantes’).

¿Cómo, en un mundo con tanta bulla, responder con el trabajo del Silencio?

¡Respiremos!

¡Es nuestro mantra fundamental!