Duele afirmarse que, para buscar la victoria en un combate, una de las vías más efectivas es conocer a fondo al oponente; porque así resulta más sencillo conducirlo al terreno y los estados de ánimo que menos le convienen. Pero ahí está el problema con nuestro personaje: ni siquiera su familia, sus compañeras o sus amigos pueden asegurar que vieron algo más que una de sus muchas máscaras. ¿Cómo estar seguros, entonces, de que haya sido siempre derrotado si nadie supo demasiado sobre él?
El ‘vasquito’ de marras, Mezo Bigarrena, fue una especie de fantasma escurridizo, medio cantor y poeta, periodista ocasional y aventurero a tiempo completo. Eterno fugitivo de todas partes, tal vez ni siquiera participó de varias batallas que le dieron por perdidas. El cantor uruguayo Manuel Capella, uno de los tantos amigos que hizo a este lado del Atlántico, llegó a definirlo como un ser «tan mágico que, aunque sin alas, igual volaba».
De Bilbao a Buenos Aires, de Estocolmo a Londres, de Venezuela a Bolivia, el paso de Mezo por el mundo dejó una estela imprecisa, algunos afectos inmortales, un puñado de canciones y dos discos hoy inhallables, compuestos a modo de bitácora de viaje: «Su patria es la carretera / y su país es donde están / están bien con las rameras / con un mongol o un marginal / orientaron mal su vida / cuando escucharon a Serrat / pues ni aquí ni en Barcelona / encontraron su ideal», escribe en su canción ‘Fauna que hay por ahí’, como si hablara de sí mismo.
Nombres, rostros, horizontes
Bigarrena, en euskera, quiere decir «segundo». Y eso fue José Luis Mezo Ugarte, nacido el 22 de julio de 1951 a pocos kilómetros de Bilbao, en el País Vasco: el segundo Mezo con el mismo nombre, a imagen y semejanza del de su padre albañil. Como forma de diferenciarse —ya en la época de la adolescencia— escogió el seudónimo por el que sería conocido; que se volvió, de igual forma, un segundo rostro para presentarse ante la vida.
Con el primero de esos rostros no tuvo demasiada suerte: a once meses de estrenarlo, mientras aprendía a caminar, tropezó y cayó sobre una bacinilla de loza que, al romperse, le provocó un largo y profundo corte en la mejilla derecha. Ya adulto, el posible origen de esa cicatriz accidental alimentó leyendas falsas que a él nunca le interesó desmentir: a la construcción de su personaje le venían muy bien el aspecto y la fábula del viejo lobo de mar encallado en cualquier puerto.
Nacido y criado cerca del mar y de un faro, el horizonte se le fue haciendo destino ante los ojos. Primero, mientras soñaba con el regreso de sus padres, quienes viajaron a Venezuela para probar suerte y permanecieron allí por una década. El pequeño de 3 años quedó al cuidado de una familia amiga: «Ellos no hablaban vasco y él no quería hablar castellano, así que pasó mucho tiempo sin decir una palabra en aquella casa», recordaría años después Patricia Somoza, pareja de Mezo en Argentina.
Desde la lejana América, sus padres le enviaron de regalo un atlas universal. Para cuando ellos regresaron el libro estaba lleno de anotaciones, con los mapas cubiertos de puntos y líneas que unían distintos países. «Había localizado perfectamente el lugar donde estábamos, y sabía de geografía mucho más que yo», le contó su padre a la periodista Ina Godoy del diario Página/12. Apenas cinco años después del reencuentro, al cumplir la mayoría de edad, Mezo abrazó a los suyos y partió de España para nunca regresar.
Países, ciudades, oficios
A partir de 1969, vagabundeó por países, ciudades y oficios no siempre legales, sin detenerse más que para recobrar el aliento. Los datos son escasos y contradictorios aunque, al parecer, aprendió a hablar ocho idiomas en el camino. Y no solo eso: tan ávido de vivir como de saber, incorporó todo conocimiento que le pasara cerca. «De cada lugar en donde estuvo, el tipo te podía hablar de sus poetas, de sus músicos, de sus pintores, de sus políticos… pero no como un simple titular, sino conociendo el tema a fondo», se maravilla Rodolfo García, baterista del legendario grupo Almendra.
En esa ruta de aprendizaje y descubrimiento anduvo por Suecia, recaló un tiempo en París y luego saltó a Londres, donde permaneció varios años un poco a gusto y otro tanto a la fuerza. En la capital inglesa, su incomprobable leyenda cuenta que vivió como squatter junto con Sid Vicious y que le arrancaron todas las muelas, probablemente por deudas con traficantes de estupefacientes.
«Veinte años atrás lo conocí / en Londres, conspirando contra Franco. / Era el rey del aceite de hachís / y le excitaba más robar un banco / que el mayo de París», lo vuelve a pintar la evocación de Joaquín Sabina, con quien compartió estrecheces y actuaciones en los túneles del metro. Hasta que alguna falda y ciertas diferencias de perspectivas frente a la música los distanciaron: «¡Yo le robo las mujeres y él me roba los versos!», acostumbraba a rezongar Mezo, cuando el éxito masivo comenzó a bendecir a Sabina.
Luego de una temporada en prisión —cuyas razones jamás reveló, aunque no es difícil intuirlas—, violó su libertad condicional para irse a Venezuela. Trabajó brevemente en El Diario de Caracas antes de lanzarse a un accidentado viaje por el Amazonas, en el que casi pierde la mano izquierda. «Se la salvaron en Cuba, aunque después le costaba tocar la guitarra mucho tiempo seguido: tenía que golpeársela para acomodarla un poco y seguir», recordó el músico y cantautor argentino Javier Sánchez, quien solía acompañarlo en sus presentaciones en vivo.
Muchos de los horizontes que apenas podía soñar cuando niño fueron quedando atrás. En Bolivia se acercó a lo que quedaba de la guerrilla, solo para constatar el fracaso de esa forma de lucha: desde entonces —aunque no dejó de apoyar causas colectivas como la autonomía vasca o el reclamo de las Madres de Plaza de Mayo—, se inclinó hacia una especie de anarcoindividualismo cada vez más pesimista. «Ya no puede haber células de más de uno», cuentan que le oyeron decir, entre el escepticismo y el desánimo.
Música, playas y cemento
A comienzos de los años ochenta aparece en Brasil, por primera vez ligado profesionalmente a la música. Pero nada de proyectos de «principiante»: su nombre figura en los créditos del LP Chico Buarque en español (1982), al que llegó a partir de su amistad con el propio Buarque y con Milton Nascimento. «Era un traficante de sueños a quien no le faltaron pesadillas», lo recuerda el uruguayo Daniel Viglietti, quien colaboró en la traducción al castellano de las canciones de ese disco.
En las playas brasileñas solía juntarse con Ronnie Biggs —el «ladrón del siglo», fugado de Londres tras el millonario robo de un tren correo en 1963— y también conoció a Patricia Somoza, su última pareja estable y el motivo de su mudanza definitiva a Buenos Aires en 1985. «Era tan difícil como encantador en su forma de ser. La gente lo amaba o lo odiaba», reconoce Somoza. Directo y sincero hasta la total ausencia de tacto, atormentado, sarcástico y discutidor, Mezo no hacía ni aceptaba concesiones.
Contra lo que podría suponerse, con el cemento porteño logró congeniar bastante bien; aunque siempre se mofaba de la melancolía y el «noviazgo con la muerte» que mantenían los habitantes de la capital argentina.
La vida y las actuaciones nocturnas —en contrapartida— le permitieron conocer a otros personajes con su misma mirada cáustica de la vida, como el italiano Luca Prodan o el argentino Miguel Abuelo Peralta. Y de paso trató de «robarle la dama» a Skay Beilinson, el guitarrista de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota: «Al Vasco siempre le gustaron las mujeres de sus amigos», admite divertido el músico argentino Pedro Conde.
A caballo de varias canciones de muy buena factura, su nombre y su obra no tardaron en obtener el respeto de sus colegas y una modesta popularidad entre el público del under argentino. La masividad no era para él, y tampoco la buscaba: «Hay tipos que componen bien pero no llegan a la gente común: lo que se llama ‘música para músicos’. En su caso había temas que, bien difundidos, hubieran podido vender carradas de discos», afirmó García. Claro que el gran obstáculo para esto era el propio Mezo, que detestaba la «promoción» por considerarla una de las tantas formas de vender el alma al mercado.
Discos, depresión y una cuerda
Por eso, a quienes conocían su carácter, les resultó sorpresivo que una multinacional como EMI le ofreciera un contrato y lo rodeara de un formidable seleccionado de músicos rioplatenses —como los uruguayos Rubén Rada, Beto Satragni, Ricardo Nolé, Hugo y Osvaldo Fattoruso; y los argentinos José Luis Sartén Asaresi, Juan Carlos Baglietto y Pedro Conde— para concretar su debut discográfico solista. Hace exactamente treinta años, en 1987, el Vasco registró su Viaje de vida en los estudios Edipo de Buenos Aires.
Los problemas comenzaron cuando Mezo se opuso a participar de ruedas de prensa y otras actividades de difusión. Para presionarlo, el sello demoró el lanzamiento del disco y fue peor, porque el cantante —como muestra de su disgusto— salió de varias entrevistas entre insultos y desafíos a pelear con los periodistas. «Tenía un carácter muy fuerte; si decíamos ‘ahí viene el Vasco’ la gente saltaba por las ventanas», recuerda Conde.
Finalmente la placa se editó tres años más tarde, en 1990. Y hasta la publicidad radial pareció confirmar las diferencias entre Mezo y la discográfica: «Si no puedes comprarlo, róbalo», proponía la rebelde voz del artista al final del anuncio, en un gesto que sonaba a broma pero iba en serio. Aunque entre su escasa predisposición para las relaciones públicas y la oleada hiperinflacionaria que vivía entonces la Argentina, no se vendieron ni se robaron demasiadas copias.
Sin haber resignado sus convicciones, ya comenzaba a quedarle claro que tampoco podría torcer por su cuenta el duro brazo del sistema: «Y cuando quieras meterles la mano/ verás que son maestros del afano/ y si te pones contra la corriente/ probablemente no te quede un diente/ y no encuentres ni una teta que mamar», protesta Mezo en ‘El rock de siempre’, otra de las pistas de su disco debut.
Para ese momento el Vasco ya tenía casi listo Avión, su segundo LP, que grabó para Sony Music pero demoraría otros tres años en salir a la venta. Aun con algunos aciertos como el tema ‘Adoquines en tu cielo, Rosario’, el resultado fue mucho menos brillante que en el caso anterior, a semejanza de su momento personal: con pocas alternativas laborales, cada vez más solo y paranoico —nunca dejó de sospechar que la policía inglesa seguía sus pasos—, comenzó el descenso hacia un estado depresivo que aliviaba mentirosamente con litros de ginebra.
Hasta que en la madrugada del 22 de enero de 1993 decidió que había sido suficiente para él. Su cuerpo apareció colgado de una cuerda atada a un árbol, en los bosques de Palermo, sin notas de despedida ni reclamos. «Se murió de la misma melancolía que quería combatir», asegura Conde. No consiguió vencerla, como tampoco doblegar a ese mundo de apariencias y falsa diplomacia que tanto despreciaba; pero ellos tampoco lograron modificar su esencia. No puede irse derrotado quien se marcha con el alma invicta.
Un disco de culto
Presentado en vinilos y cassettes pero jamás reeditado en formato digital, Viaje de vida es considerado por muchos como un disco de culto. Hoy es un secreto muy bien guardado, además de un logrado muestrario de la categoría autoral de Mezo Bigarrena en aquel lejano 1987; del SIDA (‘La rosa fantasma’) a la heroína (‘Caballo rojo’) pasando por el amor (‘Como no te voy a ver’), las ideas anarquistas (‘Himno de regreso a Jauja’) y las instantáneas costumbristas al estilo de ‘En este barrio’, su tema más difundido, que fuera versionado por el argentino Juan Carlos Baglietto y el cubano Santiago Feliú.
Ecléctico, desprejuiciado, sólido en su construcción y duro desde su costado de crítica social y política, el conjunto refleja un momento de gran plenitud creativa del artista vasco. En el viaje de diez canciones la bossa-nova se funde con la chacarera, el rock con el candombe, el funk con la balada. Y otro tanto sucede con las varias lenguas que Mezo había incorporado en sus andanzas por el mundo, desde el vasco al portugués con unas pizcas de gallego, algo de inglés y hasta el lunfardo de Buenos Aires.
Cuando Viaje de vida salió a la venta en 1990, Joaquín Sabina acababa de presentar Mentiras piadosas. Mezo, que prefería las verdades descarnadas, le dedicó a su «ex amigo» el tema Yuppies, donde le cuestiona su transformación en un artista masivo y comercial:
¿Te acuerdas cuando cantabas
Guajira Guantanamera,
y que a veces jurabas
ir a morir por cualquiera?
(…) Pero eres un funcionario
que siempre fue un esnobista,
posaste siempre de artista
y no eres más que un otario (tonto o necio, en lunfardo).