Marta Sanz: «Aun cuando uso máscaras me estoy desnudando»

A Marta Sanz (Madrid, 1967) no la conocía nadie. Al menos, eso sentía su padre a pesar de que ella había publicado varios libros y había recibido algunos premios, además de que había quedado como finalista del famoso Nadal. Entonces, él, preocupado, le recomendó hacer lo que tantos escritores de fama mundial han hecho: «Hija mía, ¿tú por qué no escribes una novelita negra como hace todo el mundo y la titulas Black, black, black?».

La sugerencia no le pareció una intromisión en su trabajo, ni una mala idea, así que lo hizo. Creó el personaje de un detective homosexual llamado Arturo Zarco que es contratado por la familia de una joven para investigar su asesinato, posiblemente, en manos del marido. Pero, entre la trama detectivesca, Sanz también escribió sobre la manera en que un lector se convierte en cliente y cómo se corrompe el mercado editorial.

Lo que inició como una propuesta de su padre para lanzarla a la fama, se convirtió en uno de los libros semifinalistas del Premio Herralde, en 2009. Pero ganadora o no de uno de los premios más importantes del mundo editorial, Sanz igual empezó a publicar en el sello Anagrama tras una llamada de Jorge Herralde, en la que el editor le aseguraba que le había encantado la novela.

El momento fue decisivo para que dejara de ser una narradora de pequeñas editoriales, medianamente reconocida, y se lanzara con su propuesta a los lectores que, atrapados por las lógicas mercantiles, muchas veces ven más el nombre de la firma que publica, que el del autor.

Después de Black, black, black, Sanz publicó en Anagrama Un buen detective no se casa jamás, Daniela Astor y la caja negra; reeditó La lección de anatomía, una especie de autobiografía que había quedado olvidada y, en 2015, ganó el Premio Herralde, convocado por ese sello editorial, con Farándula. Entonces sí, su padre logró que Sanz cuajara su propuesta porque con esos premios sí que se amplían los lectores.

Para Sanz, es gratificante poder ampliar su espectro lector. «Intento —dice— aprovechar mi relativa posición de centralidad para decir lo que quiero. En la medida en que puedes llegar a más lectores a través de tus libros y de tu discurso público, bienvenidos sean los premios. Y luego hay que tener en cuenta otra cosa que está muy mal vista porque estamos en un momento de prestigio de la pureza ideológica: todos tenemos que comer».

En Farándula, Sanz usa la influencia de las lecturas de Ramón María del Valle-Inclán para describir las escenas de espejos góticos y narrar, a través de las máscaras de la ficción literaria y las del teatro, su indignación ante la crisis económica y su incertidumbre por el cambio de lo analógico a lo digital, con el cual siente que se modifican las relaciones entre los lectores y los escritores.

Pero se habló tanto de Farándula que terminó por agotarla y de ello nace su última obra, Clavícula. Si El frío, su primer libro, fue para salvarse de «un amor de mierda», este lo realizó con la idea de que tal vez le dejaría de doler la clavícula, como una de las consecuencias de entrar en la menopausia. «Es una historia autobiográfica —dice Sanz— que intenta aproximarse al lenguaje de una manera no estética, porque normalmente cuando hablamos de lenguaje, o de ficciones, lo asociamos al juego, a la mentira, a la malversación, a lo que no es real».

Para la autora, Clavícula es un intento por escribir una novela en la que el lenguaje se convierte en el depósito de la posibilidad de la verdad o de la autenticidad.

En Clavícula, en lugar de usar la metáfora de la máscara, como hizo en Farándula, hace todo lo contrario: «Escribo desde la metáfora de la carne, desde aquello que dice Margarite Duras cuando sostiene que al escribir te encarnizas».

En Clavícula, Sanz convierte a su familia y amigos no en personajes novelescos, sino en personas cuyos perfiles intenta recoger de la mejor manera posible. Clavícula es una narración sobre los modos de sentir el dolor físicamente, en el cuerpo. Es una crónica sobre cómo suceden los síntomas, su progresión y mutación con el paso de los días, las sensaciones que desata. Pero, al mismo tiempo, Sanz describe y utiliza un lenguaje lírico para referirse a las miradas de los otros, el afeamiento de los que están más cerca de su experiencia de dolor. Pero también se sirve de este trasvase permanente entre la narrativa, la poesía y la crónica para hablar de los miedos que nacen y la culpa que siente. Al final, en Clavícula, Sanz pasa de trabajar con máscaras y personajes misteriosos, para exponer su propio dolor como persona, como mujer.

Hace un mes aterrizó en Tababela para pasar por vía terrestre por la laguna del Quilotoa y el Chimborazo, hasta llegar a Guayaquil, la ciudad en la que —como en Clavícula— se expuso, sin máscaras.

Clavícula parte de algo tan sencillo como su dolor durante la menopausia, pero también es una manera de afrontarlo. ¿Cómo hace para que una historia tan sencilla pueda convertirse en una obra literaria?

Se trata de encontrar las palabras y el lenguaje de manera que cualquier vida, desde la más ordinaria, pueda ser escrita. En ese sentido, la materia autobiográfica no se acaba nunca porque la invención literaria no tiene que ver con la excepcionalidad de lo que tú estás contando, no tiene que ver con que haya burros que vuelan, ni caballeros templarios maravillosos o hadas azules. La invención literaria tiene que ver con la capacidad de los escritores y las escritoras para utilizar el lenguaje de un modo que ilumine la realidad convencional, transformándola en algo extraordinario e interesante para los lectores.

¿Cómo esta necesidad de traducir lo que está en los huesos se trabaja desde lo poético?

En mi obra hay un trasvase permanente de la narrativa a la poesía y creo que, al final, soy una escritora y mi relación es con la escritura. En función de la pulsión, de la emoción, de la pregunta que yo quiera compartir con los lectores, utilizo un género u otro, o los mezclo. En Clavícula lo hago porque, para mí, el texto es la metáfora de un cuerpo real que se está rompiendo.

Toda mi literatura tiene que ver con lo físico y en ese sentido todo mi lenguaje está lleno de metáforas que hablan de los sentidos, de la temperatura, de la carnalidad, de los colores.

¿Hay un propósito en ese trasvase de una voz poética a una narrativa?

Lo hago desde que empecé a escribir. Tengo una concepción de la literatura y creo que la relación que tienes que establecer con el lector se basa en la inquietud. Intento que mis libros susciten preguntas en la mente de los lectores, no tanto por lo que cuentan, sino por cómo están escritos. Cuando tú, en esta manera de escribir mezclas géneros y rompes las previsiones del lector, haces que se formulen preguntas muy interesantes que tienen que ver al mismo tiempo con la literatura y la vida.

¿Qué voces son las que influyen en su modo de narrar?

Cuando se habla de influencia realmente creo que estamos hablando de lo que deseamos ser y no realmente de lo que somos. Pero dentro de la literatura española tengo muchas influencias porque estudié filología hispánica y leí a muchos escritores peruanos, argentinos, chilenos, mexicanos. Dentro de toda esta amalgama me siento muy influida por un escritor que también es muy importante en la tradición literaria latinoamericana, que es Ramón María del Valle-Inclán.

En Farándula, que es una novela satírica, se utiliza el concepto valleinclanesco del esperpento, de los espejos deformantes del callejón del gato. Valle-Inclán es, para mí, fundamental. César Vallejo, para mí, es el mejor poeta del mundo y no sé si llegaremos a tener otro tan grande. Alejandra Pizarnik es una influencia bastante importante. Me encanta la narrativa de Gabriel García Márquez. Recuerdo que leí con pasión enorme Huasipungo, de Jorge Icaza, y que toda la veta que podríamos llamar política o reivindicativa de mi escritura se empezó a amasar en ese momento en el que leí ese grito indigenista. Tanto mi escritura como lo que soy es una amalgama de todas esas cosas que he leído, me han gustado mucho y a las que he intentado parecerme. No sé si lo he logrado.

¿Su obra se perfila a un tipo de lectores?

Busco lectores que afronten su relación con la literatura como la afronto yo. Intento ser una escritora intrépida, incómoda, que no cuente lo que ya está contado millón de veces, generando un discurso familiar que pueda ser confortable para el que lo reciba. Busco lectores que pretendan ser inquietados, formularse preguntas, dinamitar sus esquemas mentales, ampliar su visión del mundo, que le pidan a la literatura lo mismo que yo le pido al lector.

Y es tan difícil que eso pase en este tiempo de tecnologías y donde todo tiene que ser instantáneo…

Es verdad que cada vez es más difícil, pero quiero tener la esperanza de que la literatura va a ser un espacio de resistencia en el que se conserve una manera de pensar que propicie el desarrollo de un pensamiento crítico, algo que la superficialidad está centralizando.

En una columna en El Confidencial dice que la escritora estadounidense Siri Hustvedt crea, con su novela En un mundo deslumbrante, la gran novela feminista. Es curioso que considere que esa hazaña pase en este siglo, cuando hay escritores que dicen que todo está escrito, pero temas como el feminismo no terminan de entenderse y hasta se piensa que son luchas que ya se han reivindicado. ¿Cómo comparte esa preocupación por escribir desde el feminismo?

En tu pregunta hay una tesis que comparto. Considero que la cuestión del feminismo no está saldada ni en Ecuador, ni en España ni en los países más progresistas del mundo. Mientras la gente siga creyendo que el feminismo es lo contrario del machismo, seguiré escribiendo novelas feministas porque, para mí, el machismo es una enfermedad, es una lacra, la consecuencia de muchos siglos de mirada patriarcal sobre la realidad. El feminismo, en cambio, es un discurso corrector. Equiparar las dos cosas me parece aberrante y justifica que se puedan seguir escribiendo novelas feministas y necesarias desde un punto de vista cultural, social, literario y político.

Aparte de todo eso, creo que cada uno escribe desde su lugar, desde sus condiciones, desde lo que llama una poeta estadounidense «las geografías de nuestra escritura». Escribo desde mi condición de mujer, perteneciente a una familia española de condición proletaria. Escribo desde mi condición de persona que tiene estudios superiores, escribo desde mi heterosexualidad, escribo desde la circunstancia de llevar 30 años casada con el mismo señor, que soy habitante de Madrid y de un país del primer mundo. Todos esos temas se reflejan en el modo en que tengo de escribir y, aunque quisiera, probablemente no podría desprenderme, porque todas esas cosas soy yo. Incluso cuando estoy usando máscaras, yo me estoy desnudando.

¿Cuál es su forma de abordar el feminismo? Hoy hay luchas que la gente menosprecia, como diferenciar el género con «las y los».

El feminismo es lograr que la diferencia que tenemos los hombres de las mujeres no se convierta en una desventaja sistemática para las mujeres. Ni en el ámbito íntimo, ni en el de la familia ni en el espacio público. Esto significa que, por el hecho de que yo sea mujer, no se me asignen roles determinados en el hogar o en el ámbito de lo público.

Basándose en En un mundo deslumbrante, reconoce la dificultad en la construcción de la identidad de las mujeres en el mundo cultural, artístico y literario. ¿Cómo llegó a ser consciente de esta dificultad?

Lo noté tarde porque durante muchos años fui muy ingenua. Pensé que después de la muerte del dictador Franco se habían conseguido libertades y —entre ellas— los derechos de las mujeres. Luego me di cuenta de que no fue así. Otra cosa es que pensamos que la literatura es un campo privilegiado, un mundo aparte, donde la gente es más sensata, es más inteligente y no comete los mismos errores que los otros seres humanos.

Si vivimos en sociedades machistas, la literatura o los modos de relación en el campo cultural también son machistas. De esto me di cuenta cuando la crítica te trata con diferencia, o juzga los libros de las mujeres con unos parámetros diferentes a los que utiliza para juzgar los libros de los hombres.

¿Como cuáles?

Muchas veces a las mujeres se nos afea la manera en que construimos personajes masculinos porque se supone que no tenemos la experiencia de la masculinidad, mientras a los hombres se les alaba un personaje femenino. Cosas de ese tipo. Francisco Umbral, un escritor español que ya está muerto, dijo que las mujeres estamos incapacitadas para tener estilo literario porque no se nos había enseñado desde que éramos pequeñitas, hay que superar estas cosas día a día.

A la escritora española Carmen Martín Gaite, que fue la primera ganadora del Premio Nadal en España, los periodistas le preguntaban si quería más a sus libros que a sus hijos. Esa es una pregunta que jamás le hubieran hecho a un escritor varón. Ese tipo de cosas.