Reina de la bomba, Mamá Zoilita, ‘Llurita’ (como le llaman sus hijos), son varios de los nombres con que se conocía a Zoila Custodia Espinoza, nacida hace 83 años en el Chota, una mujer con una vida a cuestas que encierra buena parte de la historia del pueblo afrochoteño. Su vida, al igual que la mayoría de las mujeres de su época, fue dura, y tuvo que enfrentarla sola. Sus ocho hijos eran aún pequeños cuando se separó de su marido, lo que la obligó a migrar a Ibarra y dejar su Chota querido.
Las ciudades son hostiles para las personas de la diáspora africana, sobre todo la ciudad blanca de Ibarra —llamada así por su fuerte ideología conservadora— donde tuvo que trabajar en el servicio doméstico, funciones que habían sido naturalizadas para las mujeres afrodescendientes. Ofrecía sus servicios en las «casas de esos ricos», como decía. Lavaba ropa para poder alimentar y educar a sus críos.
Siempre decía que a pesar de la dureza del trabajo, y sobre todo de la gente, le fue bien en la vida, lo que se puede atribuir, además de su optimismo, a su particular personalidad.#Era una mujer que no se dejaba vencer por las adversidades y tenía un carácter fuerte, que resumía así: «Yo siempre digo las cosas como son y en la cara… no me importa quién sea». Gracias a esta actitud logró hacer su camino en la diáspora.
Aunque vivía en Ibarra, nunca se desligó de sus raíces, y por eso siempre estaba en las comunidades del Valle del Chota. Hacía activismo y gestión cultural, lo que la llevó a ser presidenta y reina de la Mujeres de la Tercera Edad, con quienes formaron un grupo de baile de la bomba, que llegó a ser muy conocido y, por tanto, recibían muchas invitaciones, principalmente en los pregones de las fiestas de Ibarra. Eran la sensación del público, que disfrutaba y valoraba la vitalidad de esas mujeres mayores que se movían de forma cadenciosa al sonido del instrumento de la bomba.
La que más destacaba en esas presentaciones era Mama Zoilita por su gracia y sus movimientos de cadera que se asemejaban a las de una adolescente, al tiempo que inyectaba alegría y jolgorio a sus compañeras. El reconocimiento de la gente cuando bailaba le fue labrando un camino en la cultura afrochoteña, convirtiéndose en una digna representante del pueblo al que pertenecía con mucho orgullo.
Yo soy solamente negra del Chota…
Esta mujer no solo era baile, era memoria. Al compás de sus movimientos le acompañaban los saberes del Chota, pues le gustaba recordar y compartir las «cosas de antes y de los mayores». Ponía mucho interés en sus conversas, lo que hacía que sus escuchas se sintieran atrapados con sus historias. Entre las últimas conversas, decía: «Yo me siento muy orgullosa cuando me encuentro con mi gente. Me disculpan, pero a mí no me gusta que me digan afrodescendiente. Yo soy solamente negra del Chota».
«Yo aprendí a bailar de dos mujeres que eran hermanas, Aurora y Cornelia Carcelén, que eran bien alentadas. Cuando había un baile, yo me metía debajo de la cama y desde ahí veía cómo bailaban las mujeres mayores la bomba. Desde que yo tengo uso de razón ya se llamaba bomba, el baile se llama así por el instrumento».
Sus temas favoritos de conversa eran los bailes y las fiestas, tanto las de antes como las de ahora, pues disfrutaba de las fiestas y no paraba de bailar con la bomba. Recuerdo muy bien que contaba con orgullo cómo su «mamita» había limosneado (dar la primera misa) a la Virgen de las Nieves, que ahora es la patrona de la comunidad del Chota. Narraba con detalle cómo esta se le había aparecido en uno de sus sueños envuelta entre las nubes. Mujer respetuosa y cultivadora de la tradición y de la palabra de los mayores. Mujer inquieta por su cultura, lo que la llevaba de un lado a otro, apoyando, gestionando, acompañando en los trabajos de investigación, participando y aportando en los talleres. Enseñaba a bailar a las nuevas generaciones, y lo hacía desde su experiencia.#Contaba cómo el baile fue parte de su vida desde temprana edad: «Yo no nací aprendiendo a bailar la bomba, nuestros padres no nos dejaban ir a bailar porque eran muy estrictos. Yo corría por el filo del río donde estaba la Banda Mocha, que practicaban los sábados y domingos y yo me iba bailar ahí».
Otro momento importante de su vida fue cuando conoció a su pareja de baile, Teodoro Méndez quien había sido un trabajador de un ingenio de azúcar. Mama Zoilita contaba que cuando lo vio bailar por primera vez con la botella en la cabeza, pensó que era un compactado con el diablo. Y cuando la invitaron a representar a Ecuador en un evento donde participaban parejas de la tercera edad de siete países, entonces a ella se le vino a la mente que podía ser Teodoro su pareja. Cuando lo llamó para proponerle, él le pregunto si no le importaba que fuera compactado, y ella respondió: «Mientras baile como lo hizo esa vez no importa». Y así fue como formaron la pareja más conocida del baile de la bomba. En este caminar estuvieron cerca de quince años juntos.
Fueron representantes en varios festivales internacionales de música y danza, y alcanzaron un primer lugar en Bogotá. Luego vendrían muchas condecoraciones e invitaciones de instituciones como la Prefectura, la gobernación de Imbabura, la alcaldía de Ibarra, la Asamblea Nacional, y una invitación a un almuerzo en el Salón Amarillo con el expresidente Correa, lo que contaba con cierto orgullo, dada su simpatía.
El maestro Juan García solía contar la historia de una mujer afroecuatoriana que siempre estaba alegre y a la que le preguntaron: «¿La alegría está en el corazón?». Y ella respondió: «La alegría se busca en la vida», y con eso podríamos decir que Mama Zoilita ha encontrado la alegría de la vida en el baile.
Era una mujer que bailaba con tradición y desde la ancestralidad, es decir, bailaba con los saberes de las mayores, con fidelidad a los aprendizajes de quienes fueron sus maestras, siempre repetía y enseñaba: «Guaguas, tienen que aprender a bailar como bailaban las mayores, si van a bailar tienen que hacerlo bien y con entusiasmo, si no van a hacer así, mejor no bailen… no es de bailar por bailar».
Fue una bailadora especial, porque siempre lo hizo con una consciencia cultural y con una memoria ancestral, y esto hacía que su baile sea un elemento fundamental para la construcción de la identidad de los afrochoteños, lo que la alejaba del folclor y de la exotización.
Solía bromear mucho sobre su muerte, sobre todo cuando estaba enferma de cardiomiopatía (cuando se tiene el corazón grande), que fue lo que le diagnosticaron. Decía que ya tenía contratada la música para su funeral, e inmediatamente dibujaba una gran sonrisa que le salía del corazón. Así fue a su muerte, primero en Ibarra, en el salón de la municipalidad, para que le rindieran homenaje y se despidieran quienes disfrutaron de su amistad, y luego fue traslada a su Chota, como fue su deseo.
«Yo a esa guadaña no le tengo miedo, cuando venga le he de dar un buen caderazo… y que se ponga a bailar conmigo…», decía. Donde quiera que ahora esté, seguro estará bailando y contagiando de alegría con sus historias y ocurrencias.
Mama Zolita, el pueblo afroecuatoriano siempre te recordará y estará agradecido por todo lo que hiciste.