Hace no mucho tiempo, cuando Twitter aún no era un campo minado, se hizo viral una foto en la que aparecían John Lennon y el ‘Che’ Guevara tocando guitarra en Nueva York, a inicios de los sesenta. Había un montón de pistas en esa foto para entender enseguida que no era real: cuando el argentino podía pisar suelo estadounidense como diplomático ante la ONU, a poco del triunfo de la Revolución Cubana, el inglés estaba recién tocando en bares de Liverpool, y aún no tenía la melena que sale en la foto. Sin embargo, los encuentros entre personajes de ese tipo encierran un encanto que nos mueve a querer creer que son ciertos. Hamlet lo decía así: «Creerlo lo hace real».
Y justamente el autor de Hamlet es uno de los protagonistas de esta historia que viene a continuación.
Los dos reconocidos escritores de lengua española e inglesa, Miguel de Cervantes y William Shakespeare, respectivamente, murieron el mismo día: 23 de abril de 1616, y esa es la fecha que el mundo recuerda como el Día del libro. En realidad, hubo una diferencia de casi dos semanas entre esas muertes, pues por entonces Inglaterra prefería su calendario protestante en lugar del Gregoriano, que ya estaba vigente en España a inicios del siglo XVII.
Pero lo importante no es la fecha, sino el abundante legado que dejaron. Y siempre quedará la pregunta de qué habría pasado si se hubieran conocido estos dos monstruos de la literatura.
Se trata de una idea que más de uno ha querido investigar. Algunos escritores han sugerido teorías en las que Shakespeare (nacido en 1564, como Galileo) y Cervantes (1547) podrían haberse encontrado alguna vez. España e Inglaterra solían estar en guerra por esos años, lo que podría hacer el encuentro aún más divertido.
Una de esas teorías ocurre entre 1585 y 1592, los «años perdidos» de Shakespeare. Se ha especulado que Shakespeare habría viajado a algún lugar de España para prestar servicios de espionaje a la corona británica, cuya armada fue humillantemente derrotada en 1588. Por supuesto, hay que tener en cuenta que quizá no sea lo más exacto el llamar «perdido» a algo que, aunque no se pueda determinar, ocurrió hace cuatrocientos años.
Para hablar de alguna hipotética colaboración entre Shakespeare y Cervantes, podríamos remitirnos a una olvidada obra de teatro llamada Doble falsedad. Todo empieza en 1612, cuando un espía irlandés llamado Thomas Shelton tradujo la primera parte del Quijote bajo el título de The History of the Valorous and Wittie Knight-Errant Don-Quixote of the Mancha (La historia del valiente e ingenioso caballero errante Don Quijote de La Mancha), que fue aclamada y que se vendió muy bien. Al año siguiente, un Shakespeare ya anciano y su pupilo, John Fletcher, escribieron su tercerca obra en coautoría, La historia de Cardenio. Bien podría tratarse del Cardenio cornudo y enloquecido con el que Don Quijote se encuentra en el capítulo XXIII de la novela, y al que unas cien páginas después ayuda a reunirse con su enamorada.
En 1613, tal vez sin haberse conocido en persona, fue Shakespeare quien ayudó a que la obra de Cervantes se difundiera en Inglaterra. O eso es lo que se cree. Por esa época, el teatro de Shakespeare, el Globe, se perdió en un incendio antes de que se publicara aquella versión de Cardenio, que permaneció inédita y sin ser mencionada en ningún documento hasta 1727, cuando Lewis Theobald, un estudioso de la obra de Shakespeare, supuestamente readaptó Cardenio bajo el título de Doble falsedad.
Según Theobald, había creado esa obra a partir de tres manuscritos de Cardenio, que luego terminaron en el museo del Covent Garden Theatre, un lugar que corrió la misma suerte que el Globe Theatre de Shakespeare.
En resumen: Doble falsedad es —se supone— una obra reescrita por Theobald a partir de la perdida La historia de Cardenio, coadaptada a su vez por Shakespeare y su pupilo Fletcher sobre la base de una aclamada, pero dudosa, traducción del Quijote (hecha, además, por un espía irlandés).
Toda esta historia es muy rica y compleja. Talvez lo suficiente como para que el Quijote parezca la primera novela realista.
Doble falsedad no es un Rey Lear. Aunque este supuesto pastiche cervantino de Theobald puede agotar la paciencia de un lector, es comprensible que haya funcionado: en esta obra se percibe la esencia —manipulada— de Shakespeare, que le exprime hasta la última gota de melodrama al Cardenio de Cervantes, el original.
En la versión de Theobald, la historia arranca con un anciano duque que piensa en el legado que está por dejarle a su hijo: «He llevado la guirnalda de mis honores por mucho tiempo / Y no lo dejaría marchitar». Ya con esas líneas algunos dramaturgos podrán sospechar que Fletcher, aunque fue prolífico y no era malo, nunca llegaría a ser un escritor como Shakespeare.
Por el contrario, Cervantes empieza a narrar su historia presentando a Cardenio, un loco errante al que Don Quijote inexplicablemente abraza «como si de luengos tiempos lo hubiera conocido». Y lo que es más misterioro aún: El ingenioso hidalgo, el caballero errante, decide que imitará las acciones de Cardenio. Es decir, simula la locura de forma deliberada —como si él mismo no estuviera ya lo suficientemente loco—. En la pluma de Cervantes, entonces, la de Cardenio se vuelve una historia de locura. Pero se trata de una locura compartida, contagiosa y chiflada; una que hace posible toda comedia y todo amor.
Por supuesto, la intepretación anterior sonará como un juego de tontos, así como cualquier teoría que intente colocar en el mismo lugar a Shakespeare y Cervantes. Incluso si ellos, por alguna razón, hubieren intentado encontrarse, sus calendarios estaban demasiado desfasados como para lograrlo: alguno de los dos iba a llegar once días más tarde. Sin embargo, como lectores —es decir, como amantes de los giros argumentales y finales inesperados— no podemos dejar de desear que un día surja la prueba de ese encuentro, refundida en la zona más oscura de los ‘años perdidos’ de Shakespeare. Tal como ocurrió con esa foto de Lennon y el ‘Che’ Guevara.