Los ilustradores no son más seres anónimos. El pasado murió y toda una generación lo hará sin conocer bien la cara de Quino, el autor de Mafalda y la de Elzie Crisler Segar, el creador de Popeye, y vivirá con la ausencia de documentación de trabajos como el de Thomas Nast, un caricaturista que abogó por los derechos de los esclavos y las minorías en Estados Unidos y está enterrado en el Cementerio Protestante de Guayaquil. Ahora Ricardo Siri, conocido como Liniers, y Alberto Montt, los ilustradores tal vez más mediáticos de Latinoamérica, ya no solo que viralizan sus viñetas para que lleguen a cada rincón virtual del mundo, sino que se montan en escenarios a hablar indefinidamente de la parte divertida -a veces cruelmente divertida- de sus vidas y a dibujar, como hicieron en Guayaquil y Quito en 2018, en un Stand Up Comedy de ilustración. Atendieron a este diario porque alguien les dijo que era el más importante del país, en la recepción del hotel Wyndham, frente al Río Guayas. Un día antes habían llegado a la ciudad y los recibió un fuerte temblor 6,3 en la escala de Ritcher con el que saltaron de la cama, porque si bien Montt que vive en Chile está acostumbrado a los movimientos de la tierra, sabe que en un país como en Ecuador hay un pánico colectivo al que hay que obedecer.
Los caricaturistas siempre han sido personajes anónimos, ¿cómo asumen su nivel de rockstars?
Liniers: Siempre estuvimos más escondidos. De Quino nadie sabe cómo es la cara. De Pepo, nadie sabe bien. Y Todos leímos Condorito y Mafalda.
Ustedes son unos caricaturistas más millennials…
L: Desgraciadamente no podemos decir que somos millennials, estamos demasiado viejos para eso.
Pero su público es esta generación que lo quiere ver todo, no podrían vivir sin saber quién es el padre de Macanudo…
L: Sí, estamos en esta generación en la que todos hacen todo, todos están en Twitter, todo el mundo es fotógrafo y uno que conoce fotógrafos de verdad dice “es otro laburo ser fotógrafo”, pero entre filtritos de Instagram, ahora se traspasan algunos roles. El dibujante suele ser un bicho tímido. Con Alberto (Montt), por alguna razón rara, se nos fue la timidez. Yo seguro era muy tímido de adolescente. A Alberto no lo conocí en la adolescencia, ya lo conocí raro.
Llega Alberto Montt y busca a su amigo con un movimiento de cabeza similar al de los perritos que adornan los taxis en la ciudad. “Para allá, para allá, le dice Liniers”. Montt se ríe y se acerca. “Buen día querido, hagamos como que no dormimos juntos, estamos frente a periodistas”.
Montt: Vimos la tristeza de la vida de nuestros colegas anteriores y dijimos, ¿por qué nosotros no podemos tener la vida de rockstar, de tele, de noches oscuras, noches de alcohol? Es verdad, si ves estas lumbreras del pasado todos están hechos mierda, nadie la pasa tan bien, dibujaron toda la vida y solo ganaron la mala postura.
L: Creo que también es culpa de Kevin Johansen.
¿Cómo empezó eso, con Kevin Johansen?
L: Pues como empezó con Alberto. Primero fuimos amigos porque yo no podría hacer esto con alguien que respeto profesionalmente. Me llamó el otro día Charly García y cada vez que me llama Charly, le digo, “Charly no puedo”. Realmente me animé a hacerlo con Kevin porque éramos muy amigos, charlábamos, tomábamos cerveza, decíamos cualquier tontería. Con Alberto fue un poco lo mismo. Un día lo llamo, le digo “qué bueno que estás en Buenos Aires, vamos a hacer algo”, y de repente flotó esta idea.
De alguna manera se creó una tendencia.
M: Sí hay un rollo. No somos buenos “estandaperos”, tampoco somos muy buenos dibujantes, pero somos los mejores “estandaperos” ilustradores del mundo.
¿Los únicos?
L: Alguna vez alguien dijo que si vos hacés algo y eres el primero en hacerlo nadie se puede quejar de que lo estás haciendo mal. Nos pueden decir que el stand up no es así porque estamos sentados, pero no que el stand up ilustrado no se hace así.
M: Pero también somos los peores.
Y el stand up ilustrado está lleno de referencias personales, de cosas que les pasan a ustedes. ¿Hay límites para reírse de la vida privada?
M: Es que nuestra vida privada también es una ficción, por eso también la exponemos completamente. Yo creo que no tiene sentido para nosotros si no exponemos a fondo cómo somos en la vida real. No es un acto, estamos conversando realmente, lo que contamos muchas veces nos deja en un espacio vulnerable. Desde esa perspectiva, si no hubiera honestidad, yo creo que se sentiría.
L: Estamos en el hotel, le cuento algo, nos reímos y pensamos “subamos con esto”.
M: Es una especie de módulo con piezas intercambiables, y estás experimentado todo el tiempo.
L: Ninguno de los dos podría hacer Hamlet. No tenemos ni el cerebro, ni la memoria, ni nada. “Ser o…” ¿cómo era, puta madre? Lo lindo del stand up es que estás todo el tiempo como muy libre.
Alberto, tu proceso en la ilustración es con papelitos que van tomando forma, colores… ¿Cómo haces con el stand up?
M: La ilustración y el stand up tienen ingredientes que comienzas a mezclar, ves cómo te sale, tienes una idea previa, tienes lápices, ideas sueltas que se van convirtiendo en algo en el papel. A veces llega Liniers y es un juego constante, creo que no hay una receta. Creo que si la hubiese se convertiría en algo muy aburrido porque sería repetitivo, lo que intentamos hacer es jugar.
Pero en el stand up, Montt dibuja y Liniers habla…
L: Debería ser así porque claramente soy más locuaz que él, pero no, intercambiamos los roles todo el tiempo. En un momento él habla y yo dibujo, en otro él dibuja y yo hablo. En un momento nos sentamos los dos e intercambiamos dibujos que tenemos hechos. Hay como una estructura base del ser, que está ordenada, pero dentro de esa estructura ocurre de todo.
M: Una masa de empanada a la que le vamos metiendo relleno. Nos encantan los ejemplos de comida.
L: Solo tiene ejemplos de comida, nada cultural… ¿Por qué no te tirás un “ser o no ser”, algo? No llega ni ahí.
Entremos un poco al proceso de cada uno. Tus personajes, Liniers: ¿Cómo trabajas con la esperanza en tus viñetas?
L: La verdad es que Macanudo, sobre todo, entiendo el contexto de dónde la estoy publicando, el resto del diario es de malas noticias: Donald Trump, crisis económica. Me parecía lindo que tuviese 10 centímetros al final de algo lindo, donde está el otro lado de la moneda. Los diferentes personajes van surgiendo. Mi manera de encontrar que esta tira esté viva fue eso.
M: ¿Has hecho un ejercicio de sumar cuántas tiras de Enriqueta tienes y cuánto sumaría eso en tiras?
L: Son muchas, es verdad. Por lo menos son dos por semana. Si voy 16 años (se pone a sumar mentalmente)… ya no pasé matemáticas. Son 52 años de Enriqueta. Por eso trabajamos de historietistas, porque no sabemos matemáticas.
Alberto, publicas tus dosis diarias sin estar atado a la exigencia de un medio. ¿En qué momento las haces? ¿Necesitas el contacto con la gente o silencio?
M: Creo que es un momento de reflexión contigo mismo, es un momento para ordenar ideas, para recordar porque muchas cosas que uno pone en las viñetas son cosas que pasaron, es como una pequeña polaroid de tu cerebro. Yo en cambio, como no tengo un medio en el que publico diariamente no debo estar todo el tiempo dibujando, no sé si llegaría a una viñeta diaria. Y sí me ha pasado que por un espacio prolongado de tiempo dejo de dibujar viñetas y me duele.
¿Te duele el alma?
M: No sé si el alma, el colón.
L: El alma podría estar en el colón. No sabemos dónde está, por ahí está en el colón.
¿Crees que tienes sal quiteña, Alberto? ¿De dónde sale tu irreverencia?
M: Yo creo que la irreverencia es parte fundamental del ser humano, de la historia. En Chile tienes la picardía criolla, en Argentina no sé qué tienen. Creo que la gente cree que hay un lugar donde uno se ríe más que en otro, pero la verdad es que para nada. No siento que lo mío sea sal quiteña, en absoluto.
L: Somos 99% parecidos.
M: No creo que haya mejor o peor humor, además hoy en día que estamos bombardeados de información todo el tiempo es imposible pensar que nos mantenemos como islitas, eso en lo que creíamos que no existía tampoco, haber crecido.
Liniers, ¿de qué manera crees que tu personaje del conejo funciona como un alter ego de ti como se ha dicho tanto?
L: Era un personaje más. A mí me hace gracia como un autorreferente, por eso hacemos stand up. Ese tipo de humor siempre me gustó, pero dibujarme a mí mismo en la historieta me daba como otra cosa, como querer figurar. Con el conejo pensé que era un personaje, como el pingüino, nada más que uso cosas que son reales y que son graciosas porque son reales. Hice una vez una historieta con un sueño que tuvo un sobrinito y fue gracioso porque lo escribí y dibujé como me lo contó él. Si yo hubiera dibujado algo inventado no hubiese sido tan gracioso. Entonces apareció por eso, pero ni por casualidad soy yo. No tengo necesidad de mostrar mi vida.
La caricatura tiene cada vez menos espacio en los medios, parece que se hubiera dejado apabullar por las críticas políticas y en algunos países no es tan dura como solía serlo…
L: Ese siempre suele ser un problema de los políticos. Los poderosos no les tienen miedo a la policía o a los jueces, a los humoristas le tienen un cagazo porque no tienen sentido del humor, no tienen cómo defenderse. Al juez lo sobornan, pero con el humor no. Donald Trump es la persona con menos sentido del humor del mundo. Cuando aparece un dibujante, cuando los persiguen por el lado judicial es el político demostrando su falta de sentido del humor sobre sí mismo y pienso que es una persona con mucha culpa, buscan el puesto, tienen que buscar poder, tienen que ser una máquina de juntar poder. El humor es como el arte: se hace arte y humor con todo. Cuando empiezan a poner estas paredes de “esto no y esto sí”, la sociedad es la que tiene que salir a defender ese espacio de libertad.
M: y la sociedad a veces se la toma demasiado en serio. Creo que vivimos una época nefasta de corrección política en donde la cosa perdió razón de ser y se va hacia el otro lado de la libertad.
L: En Estados Unidos se han callado algunos comediantes.
M: Hay un montón de linchamientos en masas, meten en una misma canasta a alguien que violó niños y a alguien que hizo un comentario racista, que obvio merece ser criticado, pero no en la misma medida. La comedia en general ha perdido espacio porque le están cayendo a golpes.