Leila Guerriero: Llamar a las cosas por su nombre

Gente tozuda que hace cosas, nada más. Gente que con esas cosas que hace cambia positivamente la vida de los otros. Gente que con sus vanguardistas ideas se enfrenta con una realidad que los aplasta contra el asfalto y no les permite avanzar. Gente que insiste, que sigue.

El más reciente proyecto como editora de la periodista argentina Leila Guerriero (Junín, 1967), Un mundo lleno de futuro, reúne diez crónicas de América Latina que relatan historias excepcionales, de gente excepcional, relacionadas con la ciencia, la tecnología, la salud o la educación.

La autora de piezas fundamentales del periodismo actual —como Una historia sencilla (2013) o Los suicidas del fin del mundo: crónica de un pueblo patagónico (2005) — llegó a Quito la semana anterior para presentar un libro que explora narrativamente otra cara de la región.

Un mundo lleno de futuro, en una época llena de tantas incertidumbres, sobre todo en el continente…

Llena de pasado, dices (ríe). Siempre he dicho que la crónica latinoamericana tiene deudas con muchos temas, que siempre se ocupa de asuntos relacionados con el conflicto, con lo narco, con lo marginal, con lo pobre, y que eso está muy bien, pero que deja de lado otras historias relacionadas con, qué sé yo, las clases altas, las ciencias, la música clásica… Hay un montón de cosas que no narramos y me parece que ya es tiempo de no dejar pasar estos temas.

Pero cuando volcamos la atención a ese tipo de historias, otra vez América Latina nos obliga a regresar la mirada a ese pasado del cual no puede desprenderse. Ahora, por ejemplo, los casos de corrupción con Odebrecht o la lucha contra el feminicidio con movimientos como el de Ni una menos ocupan la agenda mediática…

Sí, y mirá que se hicieron 20 millones de marchas en Buenos Aires y mataron a más mujeres el año pasado, como nunca antes. Es como que dijeran: «Las vamos a joder más, todavía». Pero bueno, creo que el tema de la corrupción nos ha definido siempre. Desde mediados de los ochenta para acá, terminó un poco esta estampa negra de las dictaduras. En algunos países, como Chile, siguió un tanto más, pero empezamos a desprendernos de esa parte siniestra del pasado y aparecieron todas estas etapas de corrupción, con los presidentes democráticos. En mi país, desde Menem para adelante, no hay gobierno que no haya robado. Es como que eso ha estado siempre instalado. Lo que sí es un poco nuevo es el tema del feminicidio. Desde Ciudad Juárez, en México, hasta acá, los ataques a mujeres vienen pasando desde mucho antes solo que no se los había visibilizado. Me da la impresión de que el periodismo sí ha actuado como visibilizador de unas realidades bastante complejas y ocultas. Ha sido casi como el disparador, en algunos casos, de muchas de estas tramas de corrupción. En mi país, las ventas de armas a Ecuador se supieron por una investigación periodística.

¿Sientes que, en algunos casos, cuando se abordan estos temas, hay una especie de militancia, sobre todo en cuanto a la violencia de género?

Debe haber de todo, y, si uno es un lector inteligente, mirará críticamente esas posturas. Una cosa es una columna de opinión, y otra, el reportaje, es sana esa convivencia. En esto que vos decís del periodismo militante, o en lo que sea, tiene que quedar muy claro qué es el dato. Si me van a contar la historia de las chicas muertas acá, en Ecuador (se refiere al caso de las dos turistas argentinas que fueron asesinadas en Montañita), quiero leerlo todo: la opinión, las columnas, la crónica que me relate cómo sucedió el crimen; quiero escuchar a la familia de los asesinos. Quiero leerlo todo, más que nada temas que, durante tantos años, han estado postergados.

Has escrito desde perfiles de gente relacionada con el mundo del arte y de la cultura, como en Plano Americano, hasta crónicas, como la del Equipo Argentino de Antropología Forense que surgió para identificar a las víctimas de la dictadura militar, en El rastro en los huesos, ¿cómo defines la mirada periodística cuando escribes sobre realidades tan distintas?

Es simplemente tratar de escribir bien la historia y eso no lo puedes definir desde el principio. Hacer la investigación previa, necesaria para escribir un texto, te va abriendo más y más, y más los ojos. Esa definición que vos decís, que sería un poco encontrar el estilo, el tono y la atmósfera apropiada, la encontrás después de hacer una enorme cantidad de reporteo. Ahora, por ejemplo, estoy trabajando en un perfil muy largo y estoy fascinada con la persona, pero no tengo la menor idea de cómo voy a encarar el texto, ni cuál será la primera fase. Estoy entregada a eso hasta que esta persona me eche de su casa.

Pero si vas a escribir sobre un artista o de un asesino, la posición cambia…

No es algo que uno define a priori, pero me parece que cada texto requiere, incluso, cambios en el estilo. En el caso de los forenses, para mí estaba clarísimo que no podía ser un texto morboso. Si vos comparás eso con el arranque que tiene el perfil de René Lavand, el mago al que le falta una mano, que es la descarnadísima descripción de cómo se le amputa un miembro a una persona, hay una distancia sideral, pero la persona que las escribió es la misma. Vos leés la crónica de los forenses y eso no es para nada lo que se suele llamar periodismo militante, sin embargo, no te queda la menor duda de cuál es mi postura acerca de la dictadura miliar. Vos terminás de leer ese texto y sabes que la tipa que lo escribió no es indiferente, ni está a favor de la dictadura, ni cosa por el estilo. Pero hay otro tipo de textos, menos claros. Hubo un perfil que hice de Gustavo Grobocopatel, un tipo millonario, el rey de la soja en Argentina, y allí la postura no es del todo evidente. A pesar de que investigué meses, hablé con él y con gente que lo detesta y que lo adora, no hay una conclusión, hay muchas más dudas que certezas. Eso te va dando la realidad, no hay fórmula.

En la coyuntura actual y sin presidentes latinoamericanos como Rafael Correa, Hugo Chávez o Cristina Fernández de Kirchner, que cuestionaban permanentemente al periodismo, ¿cómo sientes que el oficio respira?

Al periodismo se lo ha visto como el gran enemigo del pueblo, lo cual me parece un poco formulaico. Si te fijás, todos los presidentes de cierta tendencia política han hecho lo mismo. Chávez, Maduro, Correa, Kirchner, todos han aplicado una misma estrategia: encontrar un enemigo que, de alguna forma, conecte con cierta especie de rumor popular que son los medios quienes cambian la realidad y la tergiversan. Por otro lado, es cierto que los medios son cosas sumamente poderosas, que nunca se los había cuestionado en ninguna manera. Entonces, es como que esa tocada de trasero de los poderosos de la región hacia ellos les fue dolorosa. El medio de comunicación necesariamente tiene que ejercer una mirada crítica hacia los poderosos, pero lo que sí me parece que ha pasado con todo este ataque es que la defensa que encontraron los medios para eso no es del todo limpia, en ocasiones. Me parece que el discurso de los medios para defenderse de esos ataques ha sido presentar artículos de opinión como notas, en vez de ahondar o de hacer un periodismo más serio, de más datos demostrables, de fuentes concisas y precisas.

Se han olvidado de la ética…

Sí, de la honestidad. Ves grandes periódicos estadounidenses que tienen otra estrategia al respecto, pero en la prensa latina ha sido distinto. Siento que lo que han hecho es debilitar sus posibles flancos de defensa y, en vez de demostrar, de decir ‘no, señores, nosotros no mentimos, esto es así por esto y esto’, se hace como una especie de defensa histérica de algo que, en el fondo, es como una sospecha, que no se puede demostrar o simplemente es un voluntarismo del periodista o del diario por hacer que tal cosa suceda. Entonces, dicen: ‘Vamos a escribir tanto que el presidente no tiene popularidad y que todo el mundo lo odia, hasta transformar eso en una especia de realidad’; eso me da un poquito de vergüenza del oficio.

En tu país, ¿cómo ha vivido el periodismo la transición de gobiernos?

En Argentina he visto algunos saludables ejemplos de miradas críticas sobre el gobierno de Mauricio Macri de periódicos que, de pronto, no parecerían ser diarios que estuvieran en contra de su gestión. No es lo que pasa, lamentablemente, todo el tiempo. Pero mirá, tampoco quiero decir con esto que una deba estar criticando permanentemente. Sin duda, hay medios que están más contentos ahora con el gobierno de Macri que con el de los Kirchner. Creo que, de todos modos, había conceptos que se aplicaban antes en mi país con respecto al tema de la comunicación y que por querer exagerar la cuestión terminaban siendo funcionales a lo mismo que se criticaba. Por ejemplo, se hablaba de una falta de libertad de expresión o censura, cuando en realidad lo que pasaba era otro tipo de cosa, era una coerción de parte del gobierno: quitaban la publicidad oficial en los medios que no les eran afines. Eso terminaba siendo un perjuicio, no una censura. Si el gobierno solo apoya con publicidad oficial a los medios que le son afines y no a los medios que le critican, no termina siendo una censura, pero sí una fuerte dificultad. O sea, ¿cómo va a depender la muerte o la vida de un diario de que un gobierno te ponga o no publicidad? Eso es algo que no se puede ni plantear.

Pero había un exceso por parte de los gobiernos a la hora de responder a los medios. Unos les dedicaban cadenas, otros, enlaces semanales.

Lo que pasaba era que había una especie de bullyng desde el poder hacia determinados periodistas que escribían en contra del gobierno. Se los mencionaba con nombres y apellidos en las cadenas nacionales. Se hacía mofa de ellos, se les ponían carteles en la plaza y hacían que los niños pasaran y les escupieran. Digo, no sé si se puede hablar de falta de libertad de expresión, hablemos de lo que realmente pasa: el Estado ejerce su poder de esa forma, lo cual no es normal, ni justo, ni franco con los periodistas.

¿Crees que con la ausencia física y simbólica de presidentes, como Correa o Kirchner, en el poder se trastoca el periodismo?

No sé si lo trastoca, solo sé que habrá otros temas de los cuales ocuparse. Este gobierno (el de Macri) tiene otras características. La realidad que traviesa Argentina es otra. Tenemos problemas económicos de todo tipo: inflación; la pobreza ha crecido muchísimo; la producción, aunque la cifra es negativa, bajó menos; el consumo bajó. Hay como que otra realidad de la cual ocuparse. No porque cambie un gobierno, el periodismo se queda sin tema.

¿Cómo sentiste la aplicación de una Ley de Comunicación en Argentina?

En mi país se discutió mucho la Ley de Comunicación, cuyos postulados, en principio, parecían buenos, pero después de ver lo que pasó con esa norma, que fue como un fiasco, sigo creyendo lo que creía antes: la mejor Ley de Comunicación es la que no se tiene.

Sí creo que debería haber una regulación del tema monopólico. Eso era lo que me entusiasmaba de la ley de mi país, que era como desarmar a los grandes monopolios. Es decir, que un grupo Clarín no sea dueño de varios canales de televisión y de 600 radios en todo el país. Porque así se construye un solo discurso. Igualmente, me parecería grave que todo eso fuera del Estado, no debería pasar.

Como ciudadana y periodista, ¿cómo evalúas el trabajo del gobierno de Mauricio Macri?

Soy bastante escéptica de casi todos los gobiernos. Voy a seguir votando por la gente en la que confío y que sé que nunca va ser presidente (ríe). No me reconozco en absoluto con la ideología del gobierno actual, pero no me siento como una persona hostil con su administración, para nada. Creo que tengo una mirada crítica en unos temas y en otros no me parece que lo estén haciendo mal. Es reduccionista pensar que este es un gobierno de empresarios que no saben lo que hacen. Me parece que son más empresarios que animales políticos, pero no sé si eso será bueno o malo.

Tiendo a desconfiar un poco de la mirada empresarial porque tiene esta cosa de la ganancia frente a la pérdida. Pero a ver, digo, no siento lo que mucha gente sí: que estamos en manos de personas que no tienen la menor idea de lo que hacen y que no tienen ningún tipo de sensibilidad social. Es muy probable que el presidente Mauricio Macri y toda la gente que le rodea no sean seres humanos con la mayor sensibilidad social del universo, pero sí creo que tiene varia gente trabajando en el equipo que lo está haciendo bien en determinados aspectos.