Leer para salir de la zona de confort

La semana pasada hablé sobre lo necesario que es aprender gramática y ortografía desde la reflexión sobre la lengua; no como ‘loritos’ que repiten al pie de la letra cada regla y cada excepción. Esta semana hablaré sobre un tema que está muy cercano a la escritura: la lectura. Leer y escribir son dos destrezas que adquirimos al mismo tiempo. Un mundo maravilloso se nos abre cuando caemos en cuenta de que detrás de esos símbolos misteriosos que son las letras se esconden palabras y, tras ellas, posibilidades increíbles de descubrimiento. Cuando somos niños, y aprendemos a leer y a escribir, nos sentimos importantes, grandes, parte de la sociedad. No nos tienen que contar el mundo porque nosotros mismos podemos conocerlo. Sin embargo, al igual que la escritura no consiste en aplicar reglas como autómatas, la lectura tampoco se restringe a decodificar signos sin reflexionar sobre ese ejercicio y sobre lo que está más allá de la decodificación.

En la escuela nos enseñan a leer, a descifrar lo que dicen las letras, a entender las palabras y los enlaces que ellas forman; no obstante, a menudo el ejercicio se agota ahí. Nos convertimos en decodificadores de signos pero no en lectores. Somos capaces de entender lo que nos dice un texto, ‘por encimita’, pero no podemos descubrir sus entramados, sus conexiones, no logramos dialogar con él y sus autores. No miramos los textos como entidades con vida propia que tienen mucho más que decirnos que lo que expresan las letras, las palabras y las oraciones juntas. Nos limitamos a asimilar desde la comodidad de un pensamiento establecido aquello que nos cuentan ‘las autoridades’. Leer de verdad es establecer una relación con aquello que leemos, cuestionar, preguntar, aprender, y también valerse de ese texto para crear otras ‘textualidades’. Leer de verdad requiere de nosotros un ejercicio de reflexión y de interpretación, un dejarnos tocar por aquello que leemos. Es un ejercicio fascinante y también muy arriesgado.

Me imagino que muchos de ustedes contarán entre sus amigos o conocidos con algún ‘erudito’ que es capaz de repetir todas las citas de todos los autores; una de esas personas que calificamos de ‘leídas y escribidas’. Lo curioso es que incluso esas personas no son buenos lectores, pues, aunque sepan repetir frases al pie de la letra y citar a varios escritores, no son capaces de sacarlos de determinado contexto, hacer que dialoguen con otros, que funcionen como el engranaje que trae nuevas reflexiones. Saber leer es saber crear mundos sin miedo, salir de la zona de confort, interpelar aquello que nos parece seguro, que nos venden como ‘palabra de Dios’. Sin embargo, esto es algo que no nos enseñan generalmente en la escuela. Lo que suelen enseñarnos, no solo en la escuela sino durante toda la educación formal, es a aceptar lo que leemos y a aspirar a ser repetidores de frases, y nada más.

Es necesario que aprendamos —a la edad que sea— a leer de manera crítica, activa, interpelante. Solo así no nos comeremos cualquier cuento que quieran vendernos, descubriremos mundos maravillosos, seremos capaces de crear realidades nuevas, nos volveremos grandes.