Las palomas y el patrimonio en la Plaza de San Francisco (II)

Es un edificio macizo de paredes blancas. Hay cámaras de vigilancia que miran indiscretas a los transeúntes: se mueven cada tanto. En el primer piso, en lugar de ventanas, hay fotos de piezas patrimoniales con las leyendas «El Estado recupera el patrimonio arqueológico» en letras grandes, y «El Estado somos todas y todos», en letras pequeñas. Adentro hay aire acondicionado —una excepción en Quito— para que cada repositorio esté aclimatado, porque el calor envejece el papel y la humedad lo carcome, así con la arcilla, la cerámica o lo que fuere.

Es el Centro de Investigación de la Memoria y el Patrimonio Cultural. Aquí, en las esquinas que forman la calle Jerónimo Carrión y el Pasaje León Vivar, funcionan la Biblioteca y el Archivo Técnico del INPC. Adentro hay un fichero electrónico y un bibliotecario. Cristian Saltos escucha las palabras San Francisco y me sugiere buscar en el repositorio digital. Va hacia su escritorio y me da un papelito. Busco. Encuentro. Escribo «DCS-INF-09870» y él trae 419 páginas anilladas bajo el título Prospección Arqueológica de cinco estaciones y cuatro áreas especiales del trazado del Metro Quito.

La fecha del documento (el Tomo 1 de un Informe Final) es abril de 2012 y firma «María Aguilera V.», la arqueóloga que citó Diego Velasco, y quien trabajó más de tres meses abajo de donde estaban las piedras en la Plaza de San Francisco. Lo hizo junto a un equipo técnico al que dirigió en la exploración del subsuelo de ese lugar y de El Recreo, Morán Valverde, El Ejido y Cocheras-Quitumbe. Por ahí está previsto que pase una de tres tuneladoras —grandes gusanos mecánicos que construyen túneles mientras perforan y revisten a la vez— con su nombre sugestivo: Luz de América. (A las otras dos las bautizaron como La Guaragua y Carolina).

El «trazado» del Metro, que incluye la ruta del túnel, se hizo durante la anterior Alcaldía, la de Augusto Barrera Guarderas.

El legajo que está en el Archivo Técnico del INPC contiene once mapas plegables, fotografías a color, dibujos, gráficos, tablas y un pliego que sustentan una conclusión:

Tras los trabajos efectuados (la prospección que fue del 27 de diciembre de 2011 al 1 de marzo de 2012), se encontró material cultural de las épocas aborigen, colonial y republicana. San Francisco, El Ejido y Cocheras-Quitumbe son zonas de alta y media sensibilidad arqueológica y el resto, de nula.

«El resto» son las «áreas especiales»: Quitumbe, Solanda, El Calzado y El Panecillo. Esta última, el centro ceremonial más importante de la época aborigen.

El «trazado» del Metro no ha cambiado durante la actual Alcaldía, la de Mauricio Rodas Espinel, quien empezó a construir la ruta, es decir, a perforar la tierra.

Se me ocurren muchas diferencias entre las fotografías de piezas arqueológicas que penden de las paredes del INPC y las impresas en el informe de Aguilera. La principal es que las primeras son de patrimonio material recuperado del contrabando internacional; mientras que las segundas aún no se recuperan, están bajo tierra, allí, donde solían posarse las palomas.

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El Centro Histórico es el reducto de artículos para nostálgicos. Hay reparadores de joyas que ya no se usan, boticas que ofertan medicamentos caseros con nombres de antaño y anticuarios de todo tipo: en la calle Sucre sobreviven un par de locales donde se han apilado acetatos (discos de vinilo) y, lo más importante, las agujas que los leen (fonocaptores). El cerco del tamaño de una cancha de fútbol en la Plaza San Francisco no solo ahuyentó a las aves, la clientela también ha bajado en los negocios cercanos y las agujas se acumulan en cajitas plásticas donde están divididas por marcas y tipos. Mientras elijo una, recuerdo las frases que escuché en una entrevista.

«La categoría de lo patrimonial ha sido manipulada, incluso políticamente, desde hace décadas», me había dicho el sociólogo y estudiante de Historia Leonardo Zaldumbide para caracterizar uno de los hitos que marcó la historia del centro de Quito: su declaración como Patrimonio Cultural de la Humanidad en 1978.

Llamé a Zaldumbide cuando el Ministerio de Cultura y Patrimonio (MCyP) anunció que cuatro edificios patrimoniales del centro serán reconstruidos para que allí funcionen embajadas. Mientras Paco Moncayo Gallegos, Augusto Barrera y Mauricio Rodas fueron alcaldes —es decir, desde el cambio de siglo— «el patrimonio se convirtió en el leitmotiv para generar o no transformaciones en el espacio central de la ciudad».

Ese uso político de la categoría patrimonio se confirma en un informe sobre la instalación de embajadas escrito por Patricio Zamora Aguilar, gerente de la Unidad del Plan de Protección y Recuperación del Patrimonio Cultural del Ecuador, creada por el MCyP. Allí se cita la declaratoria de la Unesco como «el hito simbólico de mayor significación para la comunidad que marca la identidad de los ciudadanos (en Quito)» y remarca que lo patrimonial «constituye el polo estratégico primordial de articulación de la ciudad y promoción de su desarrollo». Una promesa de gentrificación a la que Zaldumbide agregó un matiz: los habitantes del Centro Histórico «entienden a lo patrimonial como (sinónimo de) viejo». Para el historiador, «el recurso más importante que tiene el centro ahora es su vitalidad»: los anticuarios, los patrimonios vivos que ejercen oficios y los vecinos, a quienes nadie les consultó si quieren embajadas en sus barrios o estaciones del Metro bajo sus casas.

El problema con el trazado del Metro de Quito es que tampoco tomó en cuenta al patrimonio arqueológico. En suma, La Guaragua está perforando la tierra al norte de la ciudad pero el avance de esta y sus hermanas a lo largo de 22 kilómetros destruiría los vestigios; y si los trenes del Metro llegaran a funcionar, los anticuarios serían una rareza entre los comerciantes que atraerían los pasajeros. Sin clientes, quedarían desplazados, como las palomas.

La lluviosa mañana en que hablé con Diego Velasco en el Museo Casa de Sucre, una de sus exalumnas en la carrera Turismo Histórico Cultural de la Universidad Central me recordó que, durante sus clases de Semiótica, él suele explicar la teoría de los signos con la cosmovisión andina como referente. Alexandra Ortega vive del patrimonio de la ciudad: hace recorridos dramatizados a lugares ocultos para los turistas, como el Cementerio de El Tejar, por ejemplo. La idea de edificar un Museo de Sitio en San Francisco —una muy distinta a la del museo del convento— hace que se le ocurran mil proyectos, pero esa es una posibilidad que explicaremos otro día.

A Velasco le sorprende que unas fotos satelitales hayan bastado para planificar la excavación de un túnel que costará $ 305 millones. Le pregunto si, para preservar el patrimonio, la mejor decisión que se puede tomar sería la interrupción definitiva de las obras para el Metro de Quito. Él tiene una respuesta categórica. [Continuará]