Las aves están ausentes. Desde que se levantaron las piedras de tres cuartas partes de la Plaza de San Francisco —por una intervención para construir el metro de Quito— apenas se dejan ver sobre las buhardas de los edificios aledaños. Son como huéspedes amedrentados. Miran expectantes a los transeúntes, desde lejos. A veces, en las mañanas, bajan a la pileta vacía en bandadas. Se parecen a la gente.
«En patrimonio sabemos que las palomitas son atraídas por ciertos nodos o puntos importantes de la tierra, ahí descansan, se recuperan y, algunas, incluso siguen rutas migratorias, corredores en los que van ubicando ciertos lugares significativos». La voz, tranquila y pausada, es de Diego Velasco Andrade, un arquitecto especializado en eso que le da mayor relevancia al centro de Quito pero que parece invisible: el patrimonio.
En la ciudad ha llovido como no llovía en tres décadas y la plaza, de historia milenaria, está mutilada no solo por el exilio que padecen las palomas sino en su memoria. Esta no es una afirmación suelta. Me atrevo a hacerla luego de hablar con arqueólogos, historiadores, antropólogos, arquitectos, bibliotecarios y esos ciudadanos que parecen excepcionales: activistas impulsados por los saberes, por la lectura.
Velasco ha visto los restos arqueológicos que los periodistas solo alcanzamos a suponer que hay bajo la gran plaza. El tramo cercado de la calle Benalcázar que está entre Cuenca y Sucre —un rectángulo de mallas que recubren las excavaciones sobre toldos publicitarios frente a la Iglesia de San Francisco— oculta vestigios a los que este arquitecto de 59 años se aproximó el 18 de septiembre de 2016 luego de engañar a uno de los guardias de lugar diciéndole que era funcionario del Metro de Madrid, una de las empresas que intervino en los estudios para la construcción del Metro de Quito.
Si no fuera por esa treta —que cometieron con acento español un comunicador, un ecólogo, un historiador… esos activistas del tiempo—, no habría más registro de lo que pasa bajo San Francisco que las investigaciones oficiales. Algunas de las imágenes que captaron las mostró Velasco en un auditorio casi vacío de la Universidad Politécnica Salesiana, el pasado viernes 24 de marzo. En realidad, la mano mecánica que le dará paso al Metro de Quito aún no ha tocado la tierra de forma directa. Lo que hay, bajo carpas dispersas, son los trabajos de una prospección arqueológica filtrada por las lluvias. Una prospección que, en palabras de Velasco, está complicando todo.
Pese a que fingió ser un madrileño para conocer las ruinas, la teoría de este arquitecto y profesor universitario es un alegato contra la creencia de que Quito tuvo una fundación única, la española. Velasco habla del pueblo milenario Kitu Kara y de un centro ceremonial que acogió migraciones de Tsáchilas, Yumbos, Kijos, Panzaleos e incluso «los (mal) llamados Incas».
Hace siglos, cuatro grandes plazas conformaban un centro ceremonial; las cuarenta manzanas que la Unesco delimitó al declarar al Centro Histórico de Quito como Patrimonio Cultural de la Humanidad, en 1978. La arquitectura subterránea de San Francisco tendría dos mil años de antigüedad y sobrepasa el área cercada. La inmensa tola (esa tumba ritual en la región que forma montículos) estaría entre Santa Clara y el colegio La Providencia.
Mientras lo entrevistaba en el Museo Casa de Sucre —donde escuché otra de sus conferencias junto a los integrantes de varios colectivos— Velasco me dio una pista. Habló de una prospección dirigida por la arqueóloga María Aguilera Vásquez. No fue la única que las hizo, hubo otras que ahora revisan los Instituto Metropolitano de Patrimonio (IMP) y el Instituto Nacional de Patrimonio Cultural (INPC).
El IMP funciona en un edificio colonial, ubicado frente a la Iglesia de Santa Bárbara, en la subida que es la calle Manabí al pasar García Moreno. Hay dos entradas, en una está un guardia distraído y un letrero que anuncian las dependencias del Instituto, incluso las que no funcionan, como la biblioteca del Subsuelo, que está cerrada.
Ana Lucía Andino es la Directora de Investigación y Diseño del IMP, quien me indica que para acceder al par de informes que la entidad tiene sobre San Francisco hay que hacer una petición dirigida a su nueva directora, Angélica Arias. Las publicaciones del IMP —libros reconocibles por las tapas duras que recubren su papel cuché— están en un repositorio del segundo piso que, según otra funcionaria, ‘son los mismos’ que los del repositorio del subsuelo pero a los que solo se puede acceder recitando de memoria su título y autor en el Departamento de Comunicación.
Solicité al IMP los archivos arqueológicos, que incluirían informes satelitales, sin decir que soy periodista. Hacerse pasar por estudiante de posgrado en Antropología no es tan temerario como mentirle a un guardia privado que uno es funcionario del Metro de Madrid, pero al menos servirá para despistar. El Cronista de la Ciudad —cargo que ocuparon Juan Paz y Miño y Alfonso Ortiz Crespo durante los estudios de El Metro de San Francisco— no se ha pronunciado sobre el tema. De hecho, una de las posibles causas del término de funciones del segundo es el haber cambiado de opinión sobre las excavaciones, pero ese es un tema que trataremos más adelante.
Mientras el IMP responde, Velasco me dice por teléfono que en la biblioteca del INPC es donde están los estudios de Aguilera y allá voy… [Continuará]