Amparo se fugó de un colegio femenino para esquivar el castigo de su padre. Un día de clases, se había puesto el hábito de una de las monjas y la atraparon in fraganti. Esa tarde decidió irse de casa y esperar a que el esposo de su hermana, Flor, la recibiera en una comuna a la que habían llegado desplazados del campo, en el Medellín de mediados de los setenta. Mientras conseguía trabajo, Libardo, un hombre siniestro al que llamaban el Animal, la drogó en complicidad con una bruja, Rubiela, y la llevó a una finca en donde la violó para luego devolverla a su casa sin dejarla del todo: la encerraba y golpeaba amenazándola con que le haría lo mismo a Flor si es que intentaba escaparse.
Amparo tuvo una hija del Animal, sin consentimiento, adoptó a otro de sus hijos y aguantó las golpizas y abusos durante siete años. También tuvo que ver que su victimario era el verdugo de otras mujeres y hasta le mostraba sus infidelidades sin que haya quien lo condenara en el vecindario. De hecho, la madre de Libardo lo socapaba.
Amparo, protagonista de la más reciente película de Víctor Gaviria, existió, como Libardo, el Animal. Sus nombres reales son Margarita Gómez y Aníbal Ramírez y tuvieron vidas tan atroces como las que aparecen en la ficción, de forma deliberada en este «cine de realidad».
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—¿Vos, hasta dónde me querés a mí?
—Hasta ninguna parte.
«Uno sale como con ganas de vomitar cuando ve esta película». La frase es de la protagonista de La mujer del Animal, Natalia Polo, sobre su propia obra. La actriz antioqueña —enfermera de profesión— hizo esa reflexión en el último Festival de Málaga frente a un auditorio refiriéndose al largometraje dirigido por Gaviria, cineasta colombiano, cuyo nombre aparece en la pantalla negra de historias impactantes, hiperrealistas, como Rodrigo D: No futuro (1990), La vendedora de rosas (1998) o Sumas y restas (2004). Para el director y sus actores, la conmoción que el filme genera en sus espectadores está justificada.
El realizador llegó a Quito la tarde de un lunes. La mañana siguiente empezó su taller en el INCine, en el cual explicó cómo se rodó su última obra y el resto de sus filmes, con su particular técnica. ¿De dónde surgen estas historias que le pueden causar náuseas a quien las mira en el cine?
Hace más de una década, Gaviria caminaba por las comunas de Medellín en busca de narraciones que le dieran forma a una adaptación del libro Verdugo de verdugos, de Fabio Restrepo, un taxista que, luego de interpretar a Gerardo en Sumas y restas actuó en filmes y telenovelas (interpretó, por ejemplo, al compinche de un violador en el filme Satanás, de Andrés Baiz).
Es que el método de Gaviria es emplear ‘actores naturales’, personas que seleccionó en un casting largo —que incluye entrevistas a profundidad— al que van aficionados sin cumplir el requisito de ser profesionales. Entre ellos, Restrepo sobresalía por haber escrito la historia de su hermano, Fámel Restrepo, un hombre que empezó a hacer justicia por mano propia en una comuna y sobre quien fue escribiendo sus anécdotas en un cuaderno que lo acompañaba en su taxi.
En uno de sus recorridos, Gaviria encontró a Margarita Gómez, una mujer que le contó que vivió en una especie de cautiverio durante 7 años (de 1975 a 1982), después de que un hombre la raptara y violara. El cineasta pagó para conocer la historia completa y entendió que su vulnerabilidad ante el encierro se debía a las amenazas del Animal, algo que en la película se explica a través de un par de escenas, nada más.
Al conocer la historia, con todas sus contradicciones y el asombro que provoca —al narrársela a Víctor, Margarita ya bordeaba el medio siglo de vida y había adoptado a otros hijos de su agresor asesinado—, el cineasta decidió escribir el guion de La mujer del Animal y empezar a buscar a los personajes. Los protagonistas fueron el fornido Tito Gómez —quien ha ejercido oficios varios— y la menuda Natalia Polo.
La conversación con Tito se posterga la noche de un martes en el que costesta el teléfono en medio de una fiesta. Para la tarde del siguiente día estará menos ajetreado, en el municipio Rionegro, al oriente de Antioquia, donde creció.
—Te sientes como otro ser, bastante inconforme con estas situaciones —dirá Tito con un acento distinto al de su personaje brutal, más pausado, como el que aparece en sus declaraciones en varios festivales y en los que aparece calvo, a diferencia de en la película—, es como cuando ves a alguien llorar después de que ha sido vulnerado. Hay un grado de consciencia que te hace sentir perturbado ante la violencia aunque la víctima sea actriz.
Tito Gómez interpreta a El Animal.
Tito no había visto ninguna de las películas de Gaviria antes de actuar frente a su cámara. Le bastó su experiencia tras el volante de un camión, sus pasos en la agricultura y la ganadería o hasta el empuñar el micrófono de cantante aficionado o el componer canciones para recrear a un tipo violentísimo, verdaderamente malo.
—Es que acá nos gusta ser versátiles. Nos creemos buenos para todo, hermano— bromea y ríe, ya sin la barba del Animal.
—¿Volviste a tus trabajos?— pregunto.
—Claro. Sigo en lo mismo porque son los negocios de mi familia. Pero estoy enfocado a trabajar más en la música y estoy estudiando cine en la Universidad de Antioquia… son muchos proyectos, esto se trata de echar pa’ lante, sin abandonar.
—¿Vas a dirigir tus propias historias, a escribir los guiones, a actuar…?
—La meta es convertirme en cineasta y seguir el legado que el viejo (Víctor Gaviria) nos está dejando, con nuestro propio espíritu y forma de hacerlo.
—¿Qué tipo de historias contarías?
—Me gusta mucho la realidad porque es muy completa, hermano. Cuando logras llegar a cómo son las cosas en verdad, se te hace más fácil contar y que sea creíble para el espectador. Es que la verdad es lo más lindo. En todas las sociedades del mundo hay problemas y hay que hablar de ellos, darles cara para dejen de ser frecuentes.
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En La mujer del Animal está representada la violencia urbana, pero también la del campo montañoso. La ley del más fuerte sigue latente en algunas comunas, dirá Tito Gómez, y se lamentará por quienes permanecen indefensos al no tener recursos para pagar a quien pueda protegerlos en situaciones en que la presencia del Estado solo se da de forma ilusoria.
La charla con Natalia Polo comienza cuando contesta el teléfono en el barrio Robledo, de Medellín. Ella recuerda entonces que la primera vez que habló con Margarita Gómez fue una semana antes de iniciar el rodaje, luego de haber leído el guion, en la invasión Nueva Jerusalén. Conversaron a lo largo de una hora en una locación que representaba décadas pasadas como si la escenografía no fuera necesaria.
—¿La escena de la violación fue muy difícil de lograr por ser tan explícita?
—Uno podría decir eso, pero lo más complicado para mí fue cuando salen las prostitutas en una cantina. Fue una escena incómoda y difícil porque, en ese momento, no solo Amparo y Margarita, sino Natalia, nos sentíamos víctimas de esa vulnerabilidad de ver una situación atroz que no conlleva golpes o sangre, pero sí humillación.
—¿Habías conocido una historia así?
—Mi abuela le contó una historia muy similar a mi mamá, una de hace muchísimos años. Y ese relato me ayudó a interiorizar el personaje, recrearlo emocionalmente y hasta en su aspecto físico.
—¿Qué similitudes hay entre Natalia Polo y Margarita Gómez?
—Yo crecí con mi abuela paterna; a ella la abandonaron sus padres. Ambas estuvimos en un entorno de violencia que nos obligó a escapar hacia Medellín cuando éramos muy jóvenes. Tuvimos que enfrentarnos a una ciudad grande, donde no teníamos familia. Ese proceso, de necesidades y despojos, nos acercó y me sirvió para representarla.
—¿Le preguntaste por qué no intentó escapar, pese a las amenazas que recibía?
—Sí, y fue una situación incómoda, aunque mi intención nunca fue cuestionarla por las acciones que había tomado. Ella sobrevivió a una vida dolorosa, pero es inevitable pensar que no se pudo defender o volarse (escapar). Luego uno se responde que su cárcel era el miedo y que su hermana y cuñado no podían salvarla. Esa situación existe: uno se ve más vulnerable escapando hacia la calle o bajo un puente en soledad que quedándose bajo un techo, aunque sea de esclavitud. Así es el miedo y al Animal le temía hasta su propia familia, su banda y todos los vecinos.
Al graduarse del colegio, a los 16 años —ahora tiene 24—, Natalia ya se interesaba en el cine y teatro, incluso en la danza. Entonces conoció a Víctor Gaviria, de quien había visto algunas películas. El cineasta estaba haciendo un casting en el cual ella cantó y, cinco años después de eso, él recordó el video y que la mujer había tenido que salir de su natal Urabá, como desplazada. Que los actores naturales hayan vivido situaciones comparables a las de sus personajes es algo que activa el olfato de Gaviria para elegirlos y Polo ha escrito sobre su arribo a la ciudad de Medellín con miras a escribir un guion. Ella también quiere hacer cine a partir de lo real y actuar.
En una de las escenas de La mujer del Animal, la intérprete de Amparo le pide a un peluquero que le corte el larguísimo cabello que conserva del colegio porque Libardo se lo está arrancando y se ha convertido en una tortura mantenerlo largo.
El director le dijo a Natalia que podían hacerle unas trenzas para evitar la tijera, pero después la disuadió explicándole que parte de apropiarse del personaje es hacer lo que había hecho realmente. Margarita les confesó que, con el paso del tiempo, no soportaba los moretones bajo el cabello.
A partir de la escena en que el Animal mira a su mujer con el cabello corto, deja de golpearla con la intensidad de antes. El acto de defensa propia se convirtió en un símbolo de rebeldía y Amparo, como Margarita, nunca llega a vengarse de su victimario.
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Cuando Víctor les mostraba el guion inicial (que tituló El Animal), sus amigos encontraban inverosímil una historia en que una mujer violentada apenas reaccionara. Y durante una función para prensa, en La Habana, todas las mujeres abandonaron el cine al ver la trama de filme.
—¿Cómo afronta su cine al de Luis Ospina, quien critica la pornomiseria en documentales como Agarrando pueblo (1977, codirigido con Carlos Mayolo)?— Gaviria escucha mi pregunta en un hotel de Quito, la noche de su llegada.
—No sabría definir el cine de ellos (de Mayolo y Ospina) —dice reflexivo y tranquilo— pero abordan de una manera crítica los procesos sociales, con una especie de alegoría, deslindándose del cine de los años setenta que señalaban como pornomiseria, esos cortos de Sobreprecio que se pasaban en los teatros, formas miserabilistas, odiosas de representar la realidad colombiana.
»Lo que empiezo a hacer en los ochenta es un cine de realidad, tomo todo lo real como inspiración directa y no lo interpreto sino que recojo los aportes de los no actores con quienes trabajo.
—¿Por qué emplea no actores que han vivido circunstancias difíciles?
—Porque dan un testimonio sobre una forma de la sociedad, desde su experiencia y que no pasa por el guionista, sino que se levanta casi como en un documental. Ahí sobra la interpretación del director que no ha hecho parte de la exclusión.
—¿Los actores se convierten en narradores, es algo tan intenso como eso?
—Es lo que he tratado de hacer, y eso me ha permitido dialogar con la ciudad y sus procesos sociales que son tan extraordinarios en Medellín, que tiene más de la mitad de su territorio con esas necesidades.
»Estas situaciones estaban ocultas, acalladas. Salieron a la luz en los años ochenta porque el narcotráfico las empujó a ciertos medios a través de la delincuencia.
—¿Sus películas hacen una crítica?
—Eso aparece en la medida en que los relatos se construyen a partir de narraciones reales. Son críticas porque no parten de la visión de un cineasta de clase media, sino de testimonios vitales y personales sobre lo social. Son una forma de antiliteratura, sí, parten desde lo antisocial.
»Si la televisión llama ‘antisociales’ a los excluidos, pues, exponer su lenguaje es mi forma de hacer crítica, mostrar sus valores distintos y sus antivalores. Desde que hice Rodrigo D… me di cuenta de que la clave para entender Colombia en lo delincuencial es que solo es posible desde adentro.
—Y los excluidos se reflejan más en sus películas que en la pantalla chica…
—Es que hay unas formas de representación idealizadas en medios, en crónicas y novelas donde no se lee la gente de los barrios. Después de ver La vendedora de rosas, ellos decían: «Eso es la verdad». Y ahora con La mujer… me encuentro la misma reacción: «Eso es lo real».
El ‘antilenguaje’ de los personajes que Gaviria pone en pantalla causó resquemor, recuerda, sobre todo en el apogeo de La vendedora…, que un grupo de productores colombianos adaptó a una telenovela que dista mucho de la obra inicial, no solo porque resultó un melodrama seriado, sino por sus eufemismos y otras añadiduras (la integración, por ejemplo, de un padre de Lady, la protagonista), unos que resultan inverosímiles en el submundo de la calle.
—¿Quedó satisfecho con esa extensión televisiva (Lady, La vendedora de rosas)?
—[Sonríe] La serie traiciona totalmente los contenidos de la película, aunque contenga algunos de sus elementos —dice, sin ánimo de queja, porque le pagaron derechos de autor por su obra, aunque no participó en los guiones televisivos—. Vi unos capítulos con Lady Tabares (el personaje real, quien tuvo una infancia durísima y ha dejado el éxito por una condena a prisión), ella desaprueba la novela, dejaba de verla molesta, a veces, porque la historia mutó, aunque le limpiaba el nombre un poco.
—¿Cuál es el mayor costo a la hora de hacer el cine de realidad?
—Lamento mucho no haber tenido una experiencia más vasta de ser cineasta, el haber realizado más películas.
Lady y Margarita son personajes que han vivido circunstancias brutales, que se repiten en la sociedad colombiana, se justifica el director cuando la crudeza de sus obras hace que lo cuestionen. «Por eso hay que representar lo que pasa y por la misma razón nunca haría televisión, que dramatiza todo, lo vuelve maniqueo y exagera la violencia a la vez. En la realidad no solo hay buenos y malos».
Los no actores Fabio, Tito y Natalia
Fabio Restrepo, quien protagonizó la película Sumas y restas, de Víctor Gaviria, desistió de demandar al director por el presunto plagio del personaje que en su libro aparece con el alias ‘Tarzán’ y que —hasta hace un año— él relacionaba con el Animal.
El hoy actor fue taxista hasta 2004, cuando trabajó en el cine. Entre sus interpretaciones está Don Élmer, un arrendatario despiadado de la telenovela Lady, la vendedora de rosas que se ha transmitido en canales de Colombia y Ecuador.
—¿Por qué se dio esa confusión?— le pregunto a Gaviria.
—La de ‘Tarzán’ es una historia estereotipada; pero yo conocí a Margarita Y el apodo real de su victimario era el Animal.
En noviembre, Tito Gómez, el mayor antihéroe del «cine de realidad» estrenará un mediometraje documental sobre Guatapé, que presentará en el festival de cine de la ciudad homónima. El evento se realiza sobre embarcaciones y el actor eligió esa ciudad porque su paisaje había cambiado cuando una represa hodroeléctrica se desbordó, obligando a sus pobladores a dejar la agricultura para dedicarse a la pesca y otras actividades afines.
Natalia Polo, la actriz que interpretó a Margarita Gómez —bajo el nombre de Amparo García—, terminó su carrera de auxiliar de enfermería, a la que se dedica a la vez que sigue cursos para dirección cinematográfica, pues quiere llevar al cine la historia de su desplazamiento forzado desde Urabá.