En los momentos más complicados de la vida, suele emerger lo mejor y lo peor de las personas. Cuando nos vemos abocados a situaciones extremas, que necesitan de nosotros la mayor concentración, dedicación y cabeza fría, puede pasar que los nervios nos traicionen y, si no sabemos manejar con sensibilidad e inteligencia las cosas, pueden salir a flote las peores mezquindades de las que somos capaces. Y salen a flote en las palabras y en los hechos.
Hace casi un año, cuando nuestro país vivió uno de sus peores momentos, con el terremoto de Manabí, emergió, en un primer momento, lo mejor de los ecuatorianos. Nos presentamos como personas sensibles, solidarias; demostramos que nuestro país es capaz de juntarse para salir adelante. Todos nos tratábamos de hermanos y no dudamos en dar la mano a las víctimas. Pero pocos días después nos empezamos a dividir, ya fuera por los impuestos, por algunas decisiones políticas, por la pereza, porque nos ganó la cotidianidad, en fin, por muchas razones. El discurso dejó de ser de hermandad para ser, en muchos espacios, un discurso de confrontación, de echar la culpa al otro, de aprovecharse de la desgracia ajena para atacar a los que piensan distinto, de empezar a hacer campaña electoral, de ver a quienes estaban sufriendo como números. En fin, de la solidaridad se pasó a la mezquindad. No quiero decir, por supuesto, que no haya habido gente desinteresada y solidaria que siguió poniendo el hombro, y sigue habiendo.
Lo más triste de todo esto se manifestó en el día de las votaciones, hace una semana, y en los días posteriores. El discurso de solidaridad no solo había desaparecido sino que empezaron a campear la mezquindad y la crueldad. En las redes sociales se leían insultos hacia los manabitas porque en su provincia obtuvo más votos un partido político. Puede que nos guste o no, que estemos de acuerdo o no, que dudemos de que fue así o no, pero estos hechos no tienen nada que ver con la tragedia que asoló a la provincia el año pasado. Es increíble cómo ciertos discursos dejaron de lado la solidaridad, la inteligencia y la sensibilidad. Personas mezquinas escribieron mensajes a los manabitas en los que les echaba en cara la ayuda que les habían enviado, les deseaban que hubiera otro terremoto, los insultaban por haber tomado una opción, entre otras groserías. Esto es llevar las palabras a lo más bajo: demostrar con ellas la falta de educación, de respeto, de humanidad. Este tipo de discursos demuestran que cualquier buena intención se desvanece cuando le gana el odio.
La respuesta de muchos hermanos manabitas, por el contrario, ha sido inteligente y sensible. Desde el dolor por ser objeto de la crueldad de los ignorantes, han sabido responder con dignidad y dar a entender que unas cosas no tienen que ver con otras. No podemos tener el cerebro tan pequeño y el corazón tan cerrado como para reconocer que la solidaridad debe demostrarse con total desinterés y que debemos respetar las decisiones ajenas, nos gusten o no.