Una de las principales claves de una buena argumentación es poner en debate ideas hasta demostrar que una es más válida que la otra. Cuando se argumenta se usa la lógica para dar cuenta de la fuerza de un argumento. Argumentar no es pelear ni insultar, argumentar es debatir, exponer, respetar, pero nunca pelear ni desacreditar al otro. Lamentablemente, estamos acostumbrados a escuchar y a leer, sobre todo en el campo de la política, peleas interminables que no se refieren a las ideas de fondo de los participantes, sino a sus características personales y a acciones que no tienen nada que ver con las ideas que se debaten.
Lo que escuchamos no suele ser, salvo muy raras excepciones, más que una retahíla de falacias que atacan a las personas en lugar de a sus ideas. Recordemos que las falacias son aquellos argumentos mal construidos que conducen a una conclusión errónea. Una de las principales falacias es aquella que se conoce como ad hominem, y consiste en desacreditar a una persona como un argumento ‘lógico’ para desacreditar sus ideas.
Por ejemplo, vemos que esta falacia es usada de manera constante en contra de los adversarios cuando se los asocia a cierto grupo. Tal vez el hecho de que alguien tenga una profesión determinada no incide directamente en sus ideas. Es verdad que todos tenemos un bagaje del que no podemos librarnos y que nos va configurando como personas, pero el hecho de haber elegido un camino no implica necesariamente que nuestras decisiones en otros aspectos estén ligadas indefectiblemente, o únicamente, a él. También suele usarse como un argumento ‘lógico’ en este tipo de falacias el hecho de pertenecer a una familia o a un grupo social, haber estudiado en un colegio o en una universidad, haber sido militante de un partido, etc., etc., etc.
Cuando se analizan las falacias en los discursos políticos, es fácil notar que la ad hominem es una de las más utilizadas, pues su efecto es muy directo en el público. Al usar falacias, quien enuncia el discurso no intenta convencer al público mediante la razón, sino que lo hace mediante los sentimientos. Se apela al odio o a los resentimientos para crear un efecto de desacreditación. Por eso, se recurre al ataque personal, a la desacreditación del opositor por ser parte de tal o cual grupo.
Esto es algo que hemos visto desde siempre en la política. Dentro del discurso estas desacreditaciones se inscriben, por ejemplo, en el uso de la ironía, del doble sentido, de los diminutivos, de la resignificación de palabras o de conceptos; lo determinante que es que la desacreditación ataque a la persona y no a sus ideas. Lo que importa es que el público se sienta tan identificado con el enunciador que, sin contrastar información ni escuchar las ideas del otro, dé por ciertos sus argumentos. Las falacias son peligrosas cuando calan en un público que se deja guiar por el sentimiento en lugar de la lógica.
Apuntes de gramática y ortografía
Balotaje y no ballottage: Como el pasado 17 de febrero ningún candidato a la presidencia de la República obtuvo los votos necesarios para ganar en primera vuelta, el cargo se decide ahora en una segunda vuelta, conocida también con el nombre de balotaje, que es la adaptación en español del galicismo ballottage.