El festival de cine El Lugar Sin Límites fue creado en noviembre de 2002 para celebrar los 5 años de la despenalización de la ho mosexualidad en Ecuador.
Uno de sus objetivos era concentrar a la comunidad GLBTI en un ambiente distinto al de las discotecas gais, o los guetos, como las llamaba en 2013 Fredy Alfaro, fundador del festival.
Eso lo dijo Alfaro en una investigación de 2013 sobre la representación de la homosexualidad en el cine latinoamericano, realizada por Néstor Polo para la Pontificia Universidad Católica del Ecuador. Hablar de guetos supone que hay lugares específicos en los que se acepta la diversidad sexualidad.
Hoy, a 22 años de que lo queer dejara de entenderse como un crimen en las leyes ecuatorianas, y a pocas semanas de que la Corte Constitucional fallara a favor del matrimonio igualitario, tiene sentido pensar que espacios como El Lugar sin Límites y, en un sentido más amplio, las artes, han sido centrales para la comunidad GLBTI.
«Lo que hace el arte es resistir a las condiciones políticas», dice David Aguirre, psicólogo y docente que en 2016 fundó, junto a Mónica Ojeda, el Grupo de Estudios de Género de la Universidad Católica de Guayaquil.
Aguirre agrega que «el arte dice lo que el otro no quiere escuchar», que es, básicamente, el campo de batalla por los plenos derechos de los GLBTI.
La obra de escritores como Severo Sarduy o Manuel Puig fue vital para visibilizar la sexodiversidad en América Latina, y para que hoy lo sigan haciendo otros, como Alfaro, a quien películas como Fresa y chocolate o Filadelfia, le «ayudaron a abrir su mente».
Dentro de Ecuador, las artes y las letras también han sido una forma de visibilizar la diversidad, que es el primer paso para generar empatía. Incluso desde la televisión, aunque en este medio no se haya superado el estereotipo.
En nuestro país son reconocibles caras como las de la actriz trans Doménica Menesini, el actor Adrián Avilés, el artista Anthony Arrobo, el crítico y curador Eduardo Carrera, que cada año organiza en Quito una muestra de la diversidad por el mes del orgullo.
La lista es larga, y podrían sumarse nombres como el de la DJ Calle Callejera; el artista Stephano Espinoza; el catedrático Edgar Vega, de la Universidad Andina; el investigador Pedro Artieda o el ensayista Diego Falconí Trávez, que editó Inflexión marica, libro de ensayos sobre la diversidad sexual en América Latina.
Hoy, incluso, «hay una generación de músiques y cineastes, que están más en la onda trans», dice Fausto Rivera, economista y periodista especializado en teoría queer.
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Rivera, antiguo editor de Cartón Piedra, explica que además es interesante el hecho de que se ve más una forma de entender lo trans «por fuera de una identidad binaria. Hay una fluidez de género muy fuerte».
No son pocos los esfuerzos por pensar a lo queer —y muchas veces se lo hace desde miradas que no son necesariamente parte de la comunidad GLBTI— en las manifestaciones artísticas del Ecuador de la última década.
En 2013, Raúl Serrano Sánchez y Luis Carlos Mussó editaron, respectivamente, Cuerpo adentro: Historias
desde el clóset y La astillada sombra de Sodoma, dos antologías de cuentos con temática homosexual. Ese mismo año, Diego Araujo estrenó su película Feriado, que narra la historia de Juan Pablo, un adolescente de clase alta que explora la atracción que le produce un joven mecánico y rockero del pueblo donde su familia se esconde en la época de la crisis bancaria en 1999. En 2012, en cambio, Javier Andrade incluía en Mejor no hablar (de ciertas cosas) una relación entre Rodrigo (Alejandro Fajardo) y Lucho (Víctor Aráuz), muy por fuera del estereotipo de la «loca» que acostumbra a presentar la televisión nacional.
Angela Peñaherrera y María José Pino celebraron su unión de hecho el pasado 1 de junio, dos semanas antes de la aprobación del matrimonio igualitario. Ambas tienen trabajos de oficina, pero se desenvuelven paralelamente en el mundo artístico. Peñaherrera fue guitarrista en las bandas The Cassettes y más adelante en Moshi Moshi, y también tuvo un paso por el cine, siendo protagonista de películas como Sin otoño, sin primavera y La descorrupción. Pino, en cambio, es una DJ cotizada en Guayaquil, y su nombre artístico es DJ Chincha.
Pino y Peñaherrera coinciden en que los círculos del cine, el teatro o la música son espacios seguros para expresar la diversidad sexual abiertamente. Peñaherrera recuerda en su época en The Cassettes, el grupo empezó a pronunciarse a favor de la diversidad, y que los comentarios negativos no vinieron de los colegas, sino desde afuera, y que fueron tachadas como «la banda de las lesbianas».
«Con artistas es otro nivel porque tienen una sensibilidad más alta», dice Peñaherrera.
FER1ADO, DE D1EGO ARAUJO, CUENTA LA H1STOR1A DE UN JOvEN DE LA CLASE ALTA QU1TEÑA QUE DURANTE UN v1AJE A UN PUEBLO DE LA S1ERRA SE ENAMORA DE UN ROCKERO LOCAL. María José Serrano / Cortesía
Esa sensibilidad se podría explicar, apunta Aguirre, por el hecho de que el arte funciona mucho a partir de las emociones, «que siempren están del lado de lo femenino, bajo esta estructura patriarcal». Eso, en contraposición a la representación de lo masculino, que suele ser vinculado con lo racional y la fortaleza.
Aguirre propone que a pesar de que las actividades artísticas hayan sido por siglos un refugio para las diversidades, hoy hace falta también pensar esto desde el punto de vista de cómo funciona el capitalismo, pues «bajo esa lógica, un arte que no produce, es menos considerado arte».
Sugiere, en ese sentido, que aunque el arte sea importante para promover el respeto, el sistema hace que el factor económico sea fundamental para que la comunidad GLBTI amplíe derechos.
DJ CH1NCHA (MARÍA JOSÉ P1NO) Y LA GU1TARR1STA ÁNGELA PEÑAHERRERA CELEBRARON SU UN1ÓN DE HECHO DOS SEMANAS ANTES DE APROBARSE EL MATR1MON1O 1GUAL1TAR1O.
Esa consideración la planteó al revés el urbanista norteamericano Richard Florida a finales de la década de los noventa, cuando investigaba qué ciudades de Estados Unidos tenían la mayor concentración de riqueza, gente talentosa y empresas de alta tecnología. ¿Qué factor unía a ciudades tan distintas como Los Angeles, Nueva York y San Francisco? Que son las que más respetan a la diversidad sexual.
«La gente talentosa busca un entorno abierto a las diferencias. Muchas personas altamente creativas, sin importar su etnia ni su orientación sexual, crecieron sintiéndose marginadas», dice Florida en Bohemian Index.
Respetar la diversidad es una forma de evolucionar.
Redacción Cartón Piedra