La casa de las pequeñas fortunas: «No es lo mismo obvio que evidente»

¿Obvio o evidente? ¿No es lo mismo? No, a juzgar por la reiteración en los diálogos iniciales desde la tesis que proponen los personajes de La casa de las pequeñas fortunas, montaje de titulación de la carrera de Creación Teatral, de la Escuela de Artes Escénicas de la Universidad de las Artes, interpretada por sus primeros graduados: Estefanía Rodríguez, Ariana Fuentes y Jefferson Castro, bajo la coordinación escénica de Arístides Vargas y la dirección actoral de Charo Francés, presentada en Espacio Muégano Teatro.

 
La fábula argumental de La casa de las pequeñas fortunas versa sobre “la historia de tres personas que deciden reunirse una vez a la semana para sobrellevar y buscar lo perdido de manera material y simbólica. Con el paso del tiempo, lo material se diluye y queda tan solo el espacio como lugar de encuentro para exponer sus miedos, fracasos y potenciar sus deseos”, según se lee en el programa de mano.

 

Es obvio que “lo perdido de manera material” son sus ahorros represados en el funesto suceso del feriado bancario que, en 1999, golpeó a miles de ecuatorianos, representados por los tres personajes protagónicos. Pero es evidente también que sus pérdidas no solo fueron físicas pues, en la espera de recuperar sus menguados recursos, se les ha ido extinguiendo el tan preciado bien de la vida, reflejado en sus recuerdos, aspiraciones, ilusiones, e inclusive las fuerzas para no traicionar la protesta.

 

Los tres intérpretes exponen múltiples personajes firmemente construidos, no solo por la diversidad, sino, y sobre todo, por la responsabilidad en el uso de sus herramientas expresivas: cuerpos bien entrenados, voces técnicamente preparadas, solvente manejo del espacio, del ritmo y de la energía escénica que nunca decaen, al contrario, se mantienen potentes y se concentran para recibir toda la carga emocional en los momentos finales de la obra en los que el discurso narrativo toma un giro, y la historia de la que hemos sido noticiados se transforma en confesiones profundamente emocionales que, inevitablemente, atraviesan la cuarta pared y nos evocan recuerdos y sensaciones que nos motivan a almacenar nuestras pequeñas fortunas.

 

Es obvio que son tres graduandos bien formados y es evidente que la pasión expuesta en el escenario va a abonar nuevos guerreros a la escena local. Es obvio también la sencillez de recursos escenográficos, pero, del mismo modo, es evidente que se persigue sugerir una idea simbólica en dicha sencillez.

 

Tres grandes cajas de embalaje penden sobre los protagonistas, cual dependencia a las centenas de cuadraturas que nos impone la sociedad: las cajas en que nacemos, las cajas en las que vivimos, las cajas en las que nos educan, las cajas desde las que nos informan, las cajas en las que guardamos nuestras pequeñas fortunas, y las cajas en las que nos sepultan.

 

Es obvio que los textos son la consecuencia de un metódico trabajo de composición, apegado a modelos latinoamericanos de creación colectiva, según lo explicó Arístides Vargas, y es evidente también la tutoría asistida por este dramaturgo en las construcciones textuales a modo de metáforas, símiles y alegorías que devienen en imágenes que buscan su poética particular en la obra.

 

Es obvio —por lo tanto— nuestro consejo a que aprecien esta obra, y será evidente la consecuencia de reflexiones y comentarios que le provocará. ¡Váyasela a ver! Descubrirá que cada quien habita con retazos de memoria su casa de pequeñas fortunas. Pequeñas fortunas que tocará defender de los peligros obvios y las amenazas evidentes.