La antipoesía en la obra de Humberto Vinueza

Agrupados en la década de los sesenta, los autores de la corriente tzántzica hicieron mella en las letras del país. Tomado el nombre de la tradición shuar de reducir cabezas (tzantzas) de enemigos para exhibirlas en señal de victoria y poder, esta generación había llegado para enfrentarse a los dogmas (lo que, en cierta forma, es reducir cabezas). De ahí salieron autores como Ulises Estrella, Alejandro Moreano, Iván Carvajal y Abdón Ubidia. Ahora acaba de morir uno de ellos: Humberto Vinueza.

Vinueza (Guayaquil, 1942-Quito, 2017) consideraba a la escritura como un arrebato. Para enfrentarla debía estar listo, con hoja y pluma en mano. Sus últimos días llevó un cáncer terminal con «optimismo y muchas ganas de vivir», según su hija, la directora teatral Isolda Vinueza. Asumió el cáncer desde la escritura. Antes de morir precipitadamente este miércoles 15 de marzo por la madrugada, después de una quimioterapia, dejó listos los detalles de dos de los tomos de su última antología. El tercero quedó inconcluso.

Corrían los años sesenta. En América Latina surgía con fuerza la Teología de la liberación y se vivía la Revolución cubana. En el norte global emergían movimientos alternativos como el de los hippies que rechazaban el consumismo, y también resonaban las dos vertientes del movimiento de los negros: el radical de Malcolm X y el pacifista de Martin Luther King. Eran los tiempos en los que por primera vez, en el discurso político, se hablaba de feminismo y ecologismo. Mayo del 68 fue solo el ‘canto del cisne’ de todo lo que se vivió hace años. En esa época se forjó Humberto Vinueza, uno de los poetas más radicales en cuanto a su postura crítica frente al capitalismo y uno de los pioneros en la antipoesía local.

El escritor quiteño Abdón Ubidia, uno de sus más íntimos amigos, lo recuerda como un hermano de toda la vida. «Con él empezamos a militar en el grupo de los tzántzicos, que era una tribu de poetas. Los narradores todavía no podíamos cuajar como lo hicieron los poetas con sus memorables textos. Humberto tenía la particularidad de haber estudiado en la Unión Soviética y dominaba el ruso. En ese entonces, nosotros estábamos inclinados a una poesía mucho más irreverente, pero Humberto se saltó al otro lado e hizo un poemario (Un gallinazo cantor bajo un sol de a perro) que, creo, da inicio a la antipoesía en el país».

El recién fallecido crítico literario Hernán Rodríguez Castelo creía que ‘el gallinazo’, de Vinueza fue el libro más importante de los tzántzicos. El poeta cuencano Jorge Dávila Vásquez lo concibe como el libro que cambió para siempre la poesía ecuatoriana. En un análisis sobre la obra de su colega, Dávila asegura en la página Jornal de Poesía que Vinueza cambió con esta publicación «el punto de vista sobre ciertos aspectos temáticos y formales de la poesía ecuatoriana. Nunca más a alguien se le ocurriría escribir un poema de tono histórico o ‘cívico’, a la antigua usanza, sin caer en el ridículo».

Para Vinueza, había que comunicar las verdades sociales por el camino más corto. Su propuesta fue un puntal para la agrupación que, de acuerdo con una publicación en la revista Pucuna, consideraba que «en esta época complicada de comodidad a la vez que de miseria, de aturdimiento y vertiginosa estupidez comercial, se charla mucho y se habla muy poco. Es preciso hablar y no perder un solo instante».

En una entrevista publicada en La orilla memoriosa, de Luis Carlos Mussó, Vinueza dijo: «El tzantzismo planteó darle al lenguaje su valor real y corresponder a la carga de absurdo que es nuestra herencia. Lo blasfemo, lo irreverente, fueron modos de pretender aclararle al hombre el manantial donde está reflejada su imagen. Aquella propuesta estaba emparentada con el happening, el teatro de Brecht, Ionesco y Becket, la narrativa de Genet, la poesía de Maiakovski, Vallejo, Hikmet, Prevert, los poetas beat norteamericanos y los ensayos de Sartre y Sontag».

Humberto Vinueza tuvo un alto reconocimiento internacional y fue traducido a varios idiomas. Considerado como el poeta caminante por los numerosos viajes que realizó alrededor del mundo, cuando ganó en 2012 el premio José Lezama Lima que otorga la Casa de las Américas por el libro Obra cierta, antología poética (reconocimiento que ha sido entregado a escritores como Juan Gelman y José Watanabe), Vinueza se consolidó como uno de los poetas fundamentales de la región. Para el jurado del premio, la obra de Vinueza constituye «el trabajo de uno de los poetas más sólidos de su país, quien ha sabido adentrarse con maestría en las problemáticas humanas y sociales de una nación».

El eco de las palabras de Rimbaud, «hay que cambiar la vida», pesaba en la generación de escritores en la que se formó Vinueza. «Los nuevos movimientos sociales y el avance de la izquierda plural demuestran, entre otras cosas, que el espíritu crítico de Marx sigue vivo y es necesario actualizar un pensamiento crítico posmarxista que desenmascare las ideologías dominantes. Con Hobsbawm, Berman, Harvey y Jameson; Derrida, Deleuze, Guattari, Ramonet y Naomi Klein, los espectros de Marx siguen vigentes. En un mundo que ha perdido su centro absoluto y sus grandes relatos, es imprescindible una labor cultural crítica y autocrítica», dijo Vinueza en la entrevista con Mussó.

La ciudad era una de sus preocupaciones en la poesía. Lo perturbaba. Su escritura, dijo, fue «algo así como la inauguración de unas formas que tratan de lograr la exactitud de una emoción o un pensamiento de lo cotidiano, de lo sublime, del amor, de la muerte, de la soledad, del abandono».

Los últimos tomos de su poesía, en los que trabajó hasta sus últimos días, serán publicados en mayo por editorial Eskeletra y Gallinazo Cantor.